Bajo el oro pequeño de los trigos

Si me voy este otoño
entiérrame bajo el oro pequeño de los trigos,
en el campo,
para seguir cantando a la interperie.
No amortajes mi cuerpo.
No me escondas en tumbas de granito.

Mi alma ha sido un golpe de tempestad,
un grito abierto en canal,
un magnífico semental
que embarazó a la palabra con los ecos de dios,
y no quiero rondar, tiritando,
mi futuro hogar,
mientras la nieve acumula
con además piadoso
sus copos a mis pies.

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El suicidio

para Rubén Tamez Garza

Pienso en la fecha de mi suicidio
y creo que fue en el vientre de mi madre;
aún así, hubo días en que Dios me caía
igual que gota clara entre las manos.

Porque yo estuve loca por Dios,
anduve trastornada por él,
arrojando el anzuelo de mi lengua
para alcanzar su oído.

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Eternidad

La eternidad mece, ondula,
abre de par en par su túnica de viento;
en el espacio de su seno esplende
una constelación de luz acumulada.
El Padre la detiene. Un instante
mete su mano turbulenta hasta la entraña
y la abre sobre la piel del mundo.

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Las urgencias de un Dios

¡Cuánto girón de cielo prometido
que no puedo creer,
que no logra sitiarme
ni adormecer mi sien
ni incitarme el afán!

No rebusquen más mitos en mis labios.
Soy la furia salvaje de una criatura
abandonada en el monte
sin conocer más padre que el sol que ha requemado mi epidermis
ni más madre que ese lamento gris de tierra
que indefinidamente me derrumba y me levanta.

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Las Vírgenes terrestres

Para Marianne, mi hija

En vano envejecerás doblado en los archivos:
no encontrarás mi nombre.
En vano medirás los surcos sementados
queriendo hallar mis propiedades.
No tengo posesiones.
En cambio,
es mío el sueño de los valles arrobados
y mío el subterráneo rumor de la semilla.

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Marianne

Después de leer tantas cosas eruditas
estoy cansada, hija, por no tener los pies más fuertes
y más duro el riñón
para andar los caminos que me faltan.
Perdona este reniego pasajero
al no encontrar mi ubicación precisa
y pasarme el insomnio acodada en la ventana
cuando la lluvia cae,
pensando en la rabia que muerde
la relación del hombre con el hombre;
ahondando el túnel cada vez más estrecho
de esta soledad —en sí , un poco la muerte anticipada.

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Padre

para Macedonio y Teresa

Al montón de polvo que te cobija
bajé esta tarde;
la sal de la llanura ardía
bajo el árido resplandor del silencio
y un tifón de soledad golpeaba
contra la flor caliza de los cerros.

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Abrí la verja de hierro

Abrí la verja de hierro,
Sentí como chirriaba, tropece en algún tronco
y miré una ventana encendida, pero la madrugada
devoraba las hojas y tú no estabas allí diciéndome
que el mundo está roto y oxidado. Entré,
subí en silencio las escaleras, abrí otra puerta,
me quité el saco, me senté, me dije estoy sudando,
comencé a golpear mi pobre máquina de hablar,
de roncar y de morir (tú dormías, tú duermes, tú
no sabes
cuánto te amo), me quité la corbata y la camisa,
me puse el alma nueva que me hiciste esta tarde,
seguí tecleando y maldiciendo, amándote
y mordiéndome
los puños.

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Contémplala: es muy bella

Contémplala: es muy bella, su risa golpea
la costa,
toda de iras y espumas. Pero no intentes
decirle lo que piensas. Ella está en otro mundo
(tú no eres más que un extranjero de sus ojos,
de su edad)
Dile, en todo caso, que te gustan sardinas fritas,
sobre todo una tarde en que llueve un inolvidable
vino blanco.

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Poema

¿Qué es para usted la poesía además de una piedra horadada por el sol y la lluvia,

Además de un niño que se muere de frío en una mina del Perú,

Además de un caballo muerto en torno al cual las tiñosas describen eternos círculos de humo,

Además de una anciana que sonríe cuando le hablan de una receta nueva para hacer frituras de sesos

(A la anciana, entretanto, le están contando las maravillas de la electrónica, la cibernética y la cosmonáutica),

Además de un revólver llameante, de un puño cerrado, de una hoja de yagruma, de una muchacha triste o alegre,

Además de un río que parte el corazón de un monte?

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La risa de la beldad

Bella es la flor que en las auras
con blando vaivén se mece;
bello el iris que aparece
después de la tempestad:
bella en noche borrascosa,
una solitaria estrella;
pero más que todo es bella
la risa de la beldad.

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Soldado de la libertad

Sobre un caballo brioso
camina un joven guerrero
cubierto de duro acero,
lleno de bélico ardor.

Lleva la espada en el cinto,
lleva en la cuja la lanza,
brilla en su faz la esperanza,
en sus ojos el valor.

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Aldea andaluza

De toda tu belleza en mí solo perdura,
entre el deslumbramiento de la intensa blancura
de la cal luminosa que tus muros enjarra,
la queja de una copla que los aires desgarra,

y en el calcinamiento de la estéril llanura,
aquel rincón de paz, oasis de frescura,
perdido en la planicie donde el sol achicharra
y su crótalos roncos repica la cigarra.

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Estancia

Este es el muro, y en la ventana
que tiene un marco de enredadera,
dejé mis versos una mañana,
una mañana de primavera.

Dejé mis versos en que decía
con frase ingenua cuitas de amores;
dejé mis versos que al otro día
su blanca mano pagó con flores.

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Paisaje de sol

Azul cobalto el cielo, gris la llanura
de un blanco tan intenso la carretera,
que hiere la retina con la blancura
de la plata bruñida que reverbera.

Allá lejos, muy lejos, una palmera,
tras unas tapias rojas, a grande altura,
como el airón flotante de una cimera,
levanta su penacho de fronda oscura.

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Preludio

También el alma tiene lejanías;
hay en la gradación de lo pasado
una línea en que penas y alegrías
tocan en el confín de lo soñado:
también el alma tiene lejanías.

En esos horizontes de olvido
la sujeción de la memoria pierdo
y no sé dónde empieza lo fingido
y acaba lo real de mi recuerdo
en esos horizontes del olvido.

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Sensación de regreso

¡Madre, madre, aquí estoy. Cuando la suerte quiso,
como bohemio errante dejé tu paraíso
y fui de gente en gente
y fui de Corte en Corte;
de los soles de Oriente a las brumas del Norte;
pero ni el sol ni el hielo
de ti me tuvo ausente;
el azul de unos ojos me hablaba de tu cielo,
lo diáfano de un verso evocaba tu ambiente
y en el más crudo invierno, un soplo de fragancia,
aromas de tus campos me trajo a la distancia.

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Vesperal

El pastor su rebaño en el redil encierra
y del prado brumoso viene una voz lejana:
es aguda en la esquila y grave en la campana. . .
Una niebla de ensueño se extiende por la tierra. . .
El cobre del ocaso se funde en rojo brillo,
y luego es amaranto, es pálido violeta,
es sombra y es silencio.

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Aztecal VIII

En este poema de muertos
se te murió tu padre,
se murieron tu abuelo y tu siembra
y se acabó la tarde en una mirada.

En este poema de muertos
se murió el amor de tus antiguos,
se murieron tus pájaros
y se calló la estrella de tu frente
como un puñado de rosas enfermas.

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El tren de fuego

¿Quién camina poeta sobre tus lágrimas?

Lágrima uno

Lleno de sauces el tiempo echa su llanto y su asma;
viejo y tullido echa su cárcel de árboles sobre el mundo,
su tierra de metal y de hambre eléctrica.

El tren lleva el nombre de una estación que nadie sabe,
la piel de cacto emana sangre de muertos
con una nueva especie de dolor.

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Serrana

Llegando a Pineda
del monte cansado,
serrana muy leda
vi en un verde prado.

Vila, acompañada
de muchos garzones,
en danza reglada
d′acordados sones.

Cualquier que la viera,
como yo, ¡cuitado!…
en gran dicha hobiera
el ser della amado.

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Cantando para nadie

La cólera, el silencio,
Su alta arboladura
Te dieron este invierno.
Más óyete en tu lengua:
Acaso el castellano,
No es seguro.
Canciones de otros siglos si canciones,
Dolores los que tienen todos, aun aquellos
-Los más- mejores que tú mismo.

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Materia de distintos lais

A la sombra más pegada del muro
Apenas se le nota;
No sin insistencia se remueven
Los tonos y las líneas cercadoras.
Así la suerte del correo insensato.
Entre amantes, amigos o enemigos
Su propia vida pasa prontamente:
No otra ya tendrá.

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Rayendo están dos cabras

Rayendo están dos cabras de un nudoso
y duro ramo seco en la mimbrera,
pues ya les fue en la verde primavera
dulce, suave, tierno y muy sabroso.

Hallan extraño el gusto y amargoso,
no hallan ramo bueno en la ribera,
que – como su sazón pasada era –
pasó también su gusto deleitoso.

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Agua dormida

Agua dormida de aquel pilón:
agua desierta;
agua contagiada del conventual
silencio de la huerta.

Agua que no te evaporas,
que no te viola la cántara,
y que no cantas, y que no lloras.

Tu oblongo cristal
es como el vidrio de una cámara fotográfica
que retrata un idéntico paisaje
de silencio y de paz.

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Antiguallas

Casas de mi lugar que tienden a desaparecer:
raras casas que aún suelo yo encontrar.

Es de ver
la amplitud de los patios empedrados,
el brocal con arcadas de ladrillo,
los arriates adosados a los muros
(altos muros patinados y sin brillo)
y la parra que se afianza entre sus grietas,
y macetas, y macetas, y macetas…

Los equipales criollos
debajo del corredor;
cocina que es comedor;
los enormes cajones despenseros;
mesas de pino
tan blancas como el lino
que duermen en los roperos;
(lino fino de enantes;
lino de las estopillas y de los bramantes…)

Y las amplias escaleras y los breves ventanales;
y las vidrieras
de vidrio poligonales;
y los viejos cornizones de los labrados balcones
por las lluvias carcomidos,
donde por turno hacen nidos
golondrinas y gorriones.

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Despertar

Sueños de la mañana
de la alcoba en la semioscuridad.

Despertar indolente en que se siente
la necesidad
de continuar el diálogo interrumpido
con la fantasmagoría nocturnal.

Aquella semivigilia en que aún hay
la indecisión de lo que en sueños vimos;
aquella incapacidad
de descifrar lo que sentimos,
pero en que aún tiembla brumosa una nostalgia
con las fosforescencias de una tenuidad.

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Diálogo

Los mismos sitios y las mismas calles.

“Días como tirados a cordel”,
tan lisos y tan sin detalles.

Cual el tic-tac de un reloj,
isócrona la vida,
y monótono el latir del corazón.

El propio sol adormilado y yerto
echado como un perro junto al huerto;
las mismas puertas en los mismos quicios;
la campana de hoy que es la de ayer
y ha de ser la campana de mañana;
la eterna catecúmena campana
llamando a los idénticos oficios…

Senectud del monástico mutismo
de una vieja ciudad puesta en catálogo.

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Inicial

Fue mi libro de texto un amor escolar;
fue una muchacha triste, la que llegó a quererme
tan hondamente que dejó al pasar
por sobre de mi vida, todo su atardecer.

Aún de la colegiala traía la manteleta
azul de las internas, allá cuando en la escueta
sala de dibujo, en la gran sala,
fue nuestra primera, recóndita estafeta,
una violeta.

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La gotera

Llovió toda la noche.
La llovizna final aún parpadea
un húmedo rumor en la azotea;
archivo de hojas que moviera el viento.

La oscuridad del ámbito se duerme
desvelada dentro del aposento.

La lluvia ha hecho
que se filtre el agua
y se traspase el techo
destilando metódica en la estera
del piso de la pieza,
una gotera.

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Los cuartos de hora

Dos gotas de cristal que rebotaran,
y al rebotar sonaran
con timbre desigual: tín… tán… tín… tán.
Así suenan los cuartos de las horas
del reloj parroquial.

La noche es una lámina astronómica
de mármol, donde van
rebotando los cuartos de las horas:
tín… tán…
tín… tán…

Pienso en la ausencia de la vieja casa;
el amplio comedor dado de cal;
la cantera porosa en que se filtran
alternas gotas que también dirán
al caer sobre el agua de la cántara:
tín… tán…
tín… tán…

Los sueños andan por la cabecera;
la alcoba memora la vieja y casera
canción primordial:
Señora Santa Ana, ¿por qué llora el niño?…
que es como un perfume en la oscuridad.

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Palabras sin sentido

Aunque la mañana está soleada,
tiene algo de una celda abandonada.

Habla la casa porque está callada;
y en un encogimiento del espíritu,
se me forma algo intrínseco…
…por nada.

Palabras sin sentido;
ecos de quién sabe qué ruido
se repiten las cámaras desiertas
de la desierta casa en el olvido.

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Panoramas

Panoramas de la mañana
que alcanzo desde mi ventana.

Sillares y molduras de la iglesia
que se detallan por lo tan cercana.

Mañana ventosa
que en el arbolado de la plazuela
combina en los ramajes
muecas y caras,
risas y cabeceos,
cual si fueran los de un corro
de vecinos en chismorreos.

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