Anoche, volvió, otra vez, La Sombra; aunque ya habían pasado
cien años, bien la reconocimos. Pasó el jardín violetas,
el dormitorio, la cocina; rodeó las dulceras, los platos blancos
como huesos, las dulceras con olor a rosa.
Tomó al dormitorio, interrumpió el amor, los abrazos; los que
que estaban despiertos, quedaron con los ojos fijos; soñaban,
igual la vieron.
Poemas uruguayos
Árbol de magnolias,
te conocí el día primero de mi infancia,
a lo lejos te confundes con la abuela, de cerca, eres el aparador
de donde ella sacaba el almíbar y las tazas.
De ti bajaron los ladrones;
Melchor, Gaspar y Baltasar;
de ti bajaban los pastores y los gatos;
los pastores, enamorados como gatos,
los gatos, serios como hombres, con sus bigotes y sus ojos de enamorados
Esclava negra sosteniendo criaturitas, inmóviles, nacaradas.
Bajó una mariposa a un lugar oscuro; al parecer, de
hermosos colores; no se distinguía bien. La niña más chica
creyó que era una muñeca rarísima y la pidió; los otros
niños dijeron: -Bajo las alas hay un hombre.
Yo dije: -Sí, su cuerpo parece un hombrecito.
De súbito, estalló la guerra. Se abrió como una bomba de azúcar
arriba de las calas. Primero, creíamos que era juego;
después, vimos que la cosa era siniestra. El aire quedó
ligeramente envenenado. Se desprendían los murciélagos
desde sus escondites, sus cuevas ocultas caían a los platos,
como rosas, como ratones que volvieran del infinito,
todavía, con las alas.
Domingo a la tarde, y voy por el huerto sin recordar cómo salí y llegué hasta acá. El cielo es de oro, deslumbrador, y de los naranjos caen frutas y flores.
Trepo a uno, según mi costumbre antigua. Estoy un rato. Los pájaros saltan de rama en rama.
Ellos tenían siempre la cosecha más roja, la uva centelleante.
A veces, al mediodía, cuando el sol embriaga -si no, nunca
nos atreviéramos-, mi madre y yo, tomadas de la mano,
íbamos por los senderos de la huerta, hasta pasar la línea
casi invisible, hasta la vid de los monjes.
Había nacido con zapatos. Rojos, finos, de taco alto,
que fueron la desesperación de todos los que vivimos juntos
en aquel tiempo.
Y en la cara tenía varias dentaduras, y lentes celestes como
el fuego.
Al pasar, por la tarde, parecía el ángel de la devoración con
pie punzó.
Al alba bebía la leche, minuciosamente, bajo la mirada vigilante de mi madre; pero, luego, ella apartaba un poco,
volvía a hilar la miel, a bordar a bordar, y yo huía hacia la inmensa pradera, verde y gris.
A lo lejos, pasaban las gacelas con sus caras de flor; parecían lirios con pies, algodoneros con alas.
Los leones rondaban la casa.
Los leones siempre rondaron.
Siempre se dijo que los leones rondaron siempre.
Parecían salir de los paraísos y el rosal.
Los leones eran sucios y dorados.
Ellos eran muy bellos.
Los ojos como perlas.
Me acuerdo de los repollos acresponados, blancos -rosas
nieves de la tierra, de los huertos-, de marmolina, de la
porcelana más leve, los repollos con los niños dentro.
Y las altas acelgas azules.
Y el tomate, riñón de rubíes.
Y las cebollas envueltas en papel de seda, papel de fumar,
como bombas de azúcar, de sal, de alcohol.
Mi alma es un vampiro grueso, granate, aterciopelado. Se
alimenta de muchas especies y de sólo una. Las busca en la
noche, la encuentra, y se la bebe, gota a gota, rubí por rubí.
Mi alma tiene miedo y tiene audacia. Es una muñeca grande,
con rizos, vestido celeste.
Al despegarse del árbol tomó por la callejuela, que iba empinada y en tramos y hechas con baldosas rudas. Al rato, pasaban
las mujeres; jóvenes y viejas eran iguales bajo los negros hábitos y la trenza.
Al que las partía por la mitad desde la nuca al ano.
-Usted nunca tuvo hijos.
-No. Aunque, un día, cuando era chica, surgieron de mí, de mi pelvis, tres
lagartos. En cartílago grueso y anillado. Tres.
-Eh.
-Sí. Iban por la hierba. Al parecer tenían ojos, pero no pude saberlo. Se
hundieron en el piso.
Este melón es una rosa,
este perfuma como una rosa,
adentro debe tener un ángel
con el corazón y la cintura siempre en llamas.
Este es un santo,
vuelve de oro y de perfume
todo lo que toca;
posee todas las virtudes, ningún defecto,
Yo le rezo,
después lo voy a festejar en un poema.
Yendo por aquel campo, aparecían, de pronto, esas extrañas
cosas. Las llamaban por allí, virtudes o espíritus. Pero, en
verdad eran la producción de seres tristes, casi inmóviles,
que nunca se salían de su lugar.
Estancias al parecer, del otro mundo, y casi eternas,
porque el viento y la lluvia las lavaban y abrillantaban, cada
vez más.
El que fui vuelve llorando, y no hay manera
De aplacar su pena sola.
El que fui viene llorando: es sólo un niño
Que no puede con la tarde.
Le diría que se vaya,
Que ya no tengo más aquellas láminas
Con paisajes, donde una luz de atardecer duraba;
Donde pasaba un ángel con un aro
Mas no tengo valor para volverme.
Hoy anda Cármelo en el aire
No sé de golpe escucho Cármelo
y Cármelo otra vez al poco rato
Pues claro que no es más que el solo nombre
Que me entresuena hoya tantos años
Ya tantísimas leguas transcurridas
Cármelo le decían por Carmelo
A cierto muchachón que hacía parte
Del personal de estancia de mi abuelo
En Molles del Pescado allá en mi tiempo
De chiquilín ya premocito
Ay en benditos breves días
Cármelo allí ensillaba un pangaré
y rumbeaba pa el puesto de Las Chilcas
Por ejemplo o salía a echar las vacas
Y a lo lejos ya Cármelo llegaba
Y de vuelta otra vez por los caballos
Y galopando irrumpe la tropilla
De variados pelambres y relumbres
Y ya entre polvaredas y tropeles
O que adónde fue Cármelo
Lo mandaron temprano hoy hasta el pueblo
Y regresaba Cármelo a la noche
Con el flete sudado hasta la cola
y era Cármelo siempre al otro día
Era aindiadito el mozo y medio tuerto
Con una nube blanca por lo menos
En un ojo que usaba entrecerrado
Y no le daba un muy airoso aspecto
Mas entre el personal hacía juego
Que era algo así de tres a cinco peones
Entre los pardos y negros y otros tonos
Bueno pero por qué me vuelve el nombre
Que lo escucho decía como náufrago
En este aire hoy tan de otra época
Y Cármelo a esta altura quién lo dice
Quién lo pronuncia que lo escucho nítido
y en más de una ocasión lo oí esta tarde
Como llegando de distintos rumbos
Entre otras cosas que la tarde nombra
Cármelo que decían por Carmelo
Pero hoy ya es sólo el nombre sin el hombre
Con otra dimensión y en otro orden
Justo las siete letras recompuestas
Las que reordena el aire y ratifica
y por decir Carmelo insiste en Cármelo
El pajarito y el pez
Éste abajo aquél arriba
O justamente al revés
Según de donde se mira
Al uno le ves el lomo
Pues y al otro la barriga
Cuestión de situar el ojo
y en cada caso entrever
La cauda la coda el codo
De modo que toda vez
Las mires de todos lados
y más que nada al través
Sale el signo inesperado
La señal que yo me sé
y hasta el indicio olvidado
Una tarde rayada de garúas
Recuerdo el viento aquel como un cuchillo
Pero entonces qué gracia era en el tiempo
Que uno no le hace ascos al destino
La recuerdo patente y hoy quién sabe
Por qué es que la memoria la ha traído
Una tarde de invierno como tantas
Pero hoy viene del fondo del olvido
Tantos otoños mismo legua a legua
A descampado invierno y desabrigo
Tal vez de más atrás de espacio y tiempo
Me llegó su humedad su olor su frío.
La nostalgia de mi tierra,
de mi campo, el de otro tiempo,
me anda siempre por las sienes,
la nostalgia de tierra.
Me anda siempre por las sienes
y se me asienta en el pecho.
A veces es nube y pájaro,
a veces galope y eco,
a esa majada, esa tropa,
y yo silbando, tropero.
Lejos la ciudad lejos
Lejos su absurda rueda dura girando sin sentido
Ah la ciudad sin pájaros libres ni horizontes
Y tan sólo en lo más alto de las torres un poco de ansia del cielo
La ciudad que es una hélice vacía enloquecida de movimiento
Ah la ciudad que cierra el alma con sus frías sucias manos
Y que no oye la oscura angustia de los hombres.
Me voy le dije al alba
Me voy me voy a la alborada
A mi mano derecha oí zorzales
A la zurda un caballo relinchaba
El saltamontes de cintura breve
Me saludó tres veces por la grama
Lento el arroyo su cuchillo nuevo
Cortaba largo a largo la mañana
Quiero saber a qué ladera
Rueda la luz cuando te espero
Hay una brisa o mano tierna
Que quizás sepa de tu pelo
Pero decime dónde pongo
Estas palabras como gotas
No sé dónde asomar los ojos
A qué lado volver la boca
Escúchame es azul y lejos
No tengo indicios sólo piedras
Ya ni dónde buscarte tengo
Ni cómo hallarte que yo sepa
Es que nunca vi claro creo
Ni menos supe cómo eras
Veinte años hizo ayer que yo llegaba
Del campo, con mis pájaros- qué lío.
Y aquí, de torre a torre, los soltaba
Con temblores aún de bosque y río.
Y hoy me encontré que de su vuelo y pío.
No más, sino la ausencia, me quedaba.
Y aquello solo allá
Y a tanto tiempo
Árboles piedras
Animales que pastan
Lo demás todo quieto
Que si algo se mueva
Si no es el relámpago
Será tan sólo el viento
O alguna vez la lluvia
Que baja en largos hilos
Al apearse del cielo
Cuando un pájaro grita
Le contesta el silencio
O no contesta nadie
Y quedamos en eso
Y aquello solo
Callado
Lejos
Ya casi se me fue la tarde mira
Como decir un vuelo un aire nada
No más un ademán una mirada
Y lo demás se calla y se suspira
Viene la brisa vase vuelve gira
Se entretiene un momento de pasada
Y es tan breve la dulce luz dorada
Y tan hermosa es quién no delira
Mas casi se me fue y no sabré cómo
Pronto no la veré cuando me asomo
Ya no sabré y adónde diré adónde
Por dónde se alejó por cuál recodo
No la veré al momento y será todo
No está diré ni sé dónde se esconde
Un loco es alguien que está desnudo de la mente. Se ha despojado de sus
ropas invisibles, de esas que hacen que la realidad se vele y se desvíe.
Los locos tienen esa impudicia que deviene fragilidad y, en ocasiones, belleza.
Andan solos, como cualquier desnudo, y con frecuencia también hablan
solos («Quien habla solo espera hablar con Dios un día»).
La soledad, esa piedra masculina que reposa en una habitación sin horas
como un planeta hermoso y advertido.
Una fruta de hierro.
Los hijos de los Grises le arrebatan el gozo a las mujeres,
justo en el último momento, justo cuando están por acabar. Los hijos de los Grises,
en el último instante, se llevan esa gema invisible del sexo de las mujeres
y hacen un collar de maravilla.
Para las almas los cuerpos valen oro. Pero es un oro carnal,
de ruido tibio, un oro en trazos y fibras, oscuro, más oscuro que la muerte
que lleva y devuelve las almas a su origen, la muerte como un mar que las devora.