La llovizna partió.
En el cuarto, viejo
baúl de la noche, nicho,
mi vida se amontonaba.
(Allí, recuerdos
de sol nunca
llegaron).
Nadé hasta la última sombra
donde el nombre no soporta
su ventura: esperar
lo imposible
despacio.
La llovizna partió.
En el cuarto, viejo
baúl de la noche, nicho,
mi vida se amontonaba.
(Allí, recuerdos
de sol nunca
llegaron).
Nadé hasta la última sombra
donde el nombre no soporta
su ventura: esperar
lo imposible
despacio.
Debe ser el trigo. La parálisis
de los caballos en la pradera
inaccesible. Suena, resuena
una voz fusilada en la carrera.
(Nos llaman). No sé quién
está escribiendo:
‘cuidado con el arroyo,
puede matar cual espejo.’
Debe ser el trigo.
Del ciprés enhiesto en la llanura
los días afilan las sombras.
La soledad, agachada, lo ve.
Y huye sin querer que se lo nombren.
vinculado al espionaje bajo letras
motivos del ser y el no ser descerraja
con lápiz carcomido a madrugadas
le pone lentes al espejo le pregunta
rostros
recurre al vértice oculto de la esfera
y se sienta en el giro y escribe
conmueve la pupila del cráter
le temen a los colmillos de sus
provocaciones
aunque conviva entre peros
él seguirá ejercitando alquimias
colonizando folios incautando
murmullos a las piedras
eraesiserá símil de sombralerta
palabracaidista
Destacaba el fulgor
desafiante del río
en la noche clara
Llevaba en su lomo luces
camino a la escuela
del alba
Qué lacio trayecto de cristal
desarraigando las sombras
de la quebrada
Llevaba en su lomo luces
camino a la escuela
del alba
Mañana de luminosa ceremonia:
el sol diplomó alumnos
con los colores de tu mirada
Puede ser la humilde vibración de las hojas del parral de un patio al sur, las hojas de un otoño que también amarillea la negada sonrisa de un cantor colgado de su sombra. Puede ser el humo de los viejos barcos escribiendo adioses en los cielos de plomo, en los muelles eternos, en aquellos labios redentores.
El paraguas en el piso,
desmayado en su estatura negra,
me había dicho: lo siento.
Advierte el cristal
un ave que con ademanes blancos
vuela persignando el cielo.
Por demolidas parcelas del alma
llueven plumas tiznadas de quejas.
«¿Y qué verdad es posible si existe la muerte?»
André Bretón
ese señor el de allí diseña lápidas
también esculpe mármoles hasta darles
durables ornamentos donde otros seres colocarán
memorias trituradas y ramos y rocíos
qué piedras venerables promulgan sus manos
cómo admiran su quehacer de arte intercalado
y sin embargo entre nosotros por las calles
ese señor disimula su cometido no habla ni
exhibe atenciones o entusiasmos
nadie diría que vive
su pecho es un sauce de aves mutilado
en su boca se inmolan los jugos de la complacencia
ese señor equivalente a un dietario del suplicio
ha grabado su nombre en una losa precavida
y soterrada
ese hombre de allí
es el sastre de la verdad
y no quiere admitirlo
este balbuceo de las hojas
puede ser excusa de lo que hay
tras la nuca del monte y no se deja mirar
puede ser boceto del epitafio
de algo que no se podrá evitar
este balbuceo de las hojas
Esa larga bufanda de arena
que calienta mi andar, estirada
junto a los líquidos umbrales,
tiene alas.
Ellas se llevan los pesares
somnolientos que verano ha reunido
en su casa. Anónima
entonces el alma, libre,
más liviana.
Ocurrimos cuando vencía el dilema,
el acoso del desorden, las malas noticias.
Nos bautizaron
con un signo de interrogación
en la frente baldía.
En algunos casos
amor encendió los signos
por unos u otros extremos
y el humo que se formó en el espiral
ahuyentó por un tiempo
a los insectos.
Sonríe la doncella del palacio de mosaicos
de nácar. La belleza asomada al infinito.
A la espalda, mal dormida, porta mi deseo
una daga que no acepta orden ni espejo, que
amenázame también, como si yo fuese
otro, un muelle ciego donde atracar su sino.
La demora, enhiesta en su altivez torturante,
cuidadosa perfora,
una a una,
las hojas del instante.
Es como si niños con un control remoto
estuviesen jugándome al desgaste.
Arrollarse en el frío ademán del aire;
comprimirse en la esencia de la angustia
y ver desde muy lejos
mustia
la ilusión nacida de feliz pasado.
hacia dentro de ti, hacia dentro de ti
canto la grieta del mástil de los huesos
Paul Celan
Parte la punta el lápiz en el pulcro papel.
La llanura blanca, de oscuro relámpago
atravesada, calla doblemente. A tientas
la montaña oyente se mueve hacia el huerto.
en la segunda puerta de casa
de brazos cruzados y de pie esperando
la muerte
le telefoneo y aviso
que llegaré tarde
que no se preocupe que duerma
me contesta:
no me moveré de aquí
mi pausa
temblorosa y prolongada
no sabe qué
dec(…)i
Hubo un antiguo liceo, unos cuadernos
que forraste con las frases que más
te protegían. Y hubo invierno
en aceras encogidas hacia única puerta
de colores reglamentarios. Los ómnibus
les hacían transfusiones
a las aulas, las asignaturas
se barajaban con urgencias cotidianas.
y atenazado a los rituales
cuando el pregón de la existencia
se instala en la cúpula
del proceder repetido sin análisis
volveré a decir
buenos días
cómo está Ud.
y me responderán
más o menos lo mismo
de las opciones exteriores
que rondarán mi navío epidérmico
recibiré malos humores
cuentas que pagar
chistes baratos
poquísimas novedades
labios-muelle
un par de cartas atrasadas
y convaleciendo de
otras estocadas
pasaré la jornada
alguien cerrará su comercio
otro esperará un autobús contando
las monedas que lo separan de casa
un anciano pisará esa calle de
cuarenta y cinco años atrás
la gata del vecino dará a luz
cuatro límites que dormirán en el
fondo del agua por la mañana
un automóvil viajará
hacia el no regreso
y volveré a decir
buenas noches
y me responderán
más o menos
lo mismo
a Álvaro Miranda
los ciclistas en marte adquieren grandes
velocidades sus robustas anatomías gozan
perenne juventud persistentes carreteras
de estos marcianos deportistas cuentan que
algunos constantemente corren fuga inusitada
según superstición por influencia contraída
al entrenarse en noches de tierra llena
a Manolo Belzunce
En este espacio quedó el dolor citado,
en esta misma arruga
cultivó la muerte su itinerario.
Aquel cuadro pertenece al Suicidio,
el famoso pintor
que vivió en tantos estados.
Si miran a la derecha
encontrarán la cocina del pánico:
un ojo donde arden almanaques
encendidos por un fuego incontrolado.
Ciego, escucho al mar extendido
en tu ausencia. Las voces de la noche
se suman a la negra vocación del agua.
(Creo que están raspando a los astros
mayores con el eco punzante
de tu nombre). Dicen
que un trapecista sin piernas
apenas se mantiene en una cuerda
de andrajos.
‘Se prohíbe pegar carteles
en la tarde.’ (Proclama el cartel,
pegado a un poste también imperativo).
En los portales yo escribo lunas nuevas
y viejas. Prominentes paredes, oscuras
siempre, cubren a los postes
con la dificultad de hallar
mis letras; despegadas
letras del atardecer, que conspiran
en la noche, contra la muerte,
en el cartel humano congregadas.
Al costado de la estación,
alborotados, los grillos expresan
cánticos ancestrales, legados
de la hierba.
Los viajeros llegarán y se irán
explorando madrugadas polvorientas,
donde una compañía les seguirá
sin que la vean.
(El sonido verde de la espera).
a Nelson Marra
terminará el frenesí de neón los lagartos incendiados
la exigencia y el mudo programa de radio
terminará la coreografía del chubasco el libro sin letras
la escalera el diálogo violeta entre rayuelas
y quedará algo que decir
y habrá una desazón
soldada muy adentro
un inútil medicamento
sólo en farmacias
A Julio Ricci
un caracol ya basta
para contagiar de lentitud el tallo
por el que viaja
y además
expandir su influencia paulatina
en ramas hojas corolas
la planta toda
hay situaciones en que
por rostro de extraño viandante
hallamos un rictus forzado atajando
el malestar que pugnaba declararse
y el aire
que conoce los disfraces sumamente
absorbe esa reacción de excusada delincuencia
y la trasmite a las golosinas
los postes los monumentos las azoteas
la tarde entera
qué fácil entonces
la tristeza
un caracol ya basta
En una luz verdosa, entre olores verdosos,
en un vestido negro como papel quemado,
la abuela se refleja desde la mecedora,
al fondo del espejo.
Allí sentada no se hamaca. Cruje.
Se le evaporan casamiento y casas,
ocasiones de cuita, los narrados,
secos jirones que de a poco dieron
gusto a sangre en la boca a la familia:
las guerras y los muertos pequeñitos,
y los que luego luto le vistieron.
Una historia narcótica empapa
a esta ciudad suspendida en la nada.
¿Qué sueño no se oxida en este invierno,
donde segregan voces los silencios
y la ceniza acalla en vez las voces?
A solas extendemos, para que se oiga lejos,
entre la retractación de los espejos,
la inútil lealtad de nuestro viaje.
tras tanto acá y allá yendo y viniendo
Francisco Aldana
Están aquí y allá: de paso,
en ningún lado.
Cada horizonte: donde un ascua atrae.
Podrían ir hacia cualquier grieta.
No hay brújula ni voces.
Vuelan fronteras de un país
cuyo falso centro está en nosotros
que quién sabe dónde estemos.
El norte está en el sur,
este y oeste se confunden,
el sur se pierde entre la bruma
y dentro lo más vivo es la mentira.
Al silbo de las sílabas subía
de siete en siete vuelos
hasta alcanzar un cielo
de sílaba serena,
que esconde lo que sabe que te espera,
la sílaba no sierpe
en donde el alma siempre
se concierne.
Al silbo de las sílabas subía
de siete en siete vuelos
hasta alcanzar un cielo
de sílaba serena,
que esconde lo que sabe que te espera,
la sílaba no sierpe
en donde el alma siempre
se concierne.
Estoy temblando
está temblando el árbol desnudo y en espejos
cantando
y cantando está la luna
riendo
sin silencios
la lírica y romántica
flauta y en cielo en hoz
por vez primera
se abren su luz cereza y el estiércol.
Cuándo ya noches mías
ignoradas e intactas,
sin roces.
Cuándo aromas sin mezclas
inviolados.
Cuándo yo estrella fría
y no flor en un ramo de colores.
Y cuando ya mi vida,
mi ardua vida,
en soledad
como una lenta gota
queriendo caer siempre
y siempre sostenida
cargándose, llenándose
de sí misma, temblando,
apurando su brillo
y su retorno al río.
Tan arduamente el mar,
tan arduamente,
el lento mar inmenso,
tan largamente en sí, cansadamente,
el hondo mar eterno.
Lento mar, hondo mar,
profundo mar inmenso…
Tan lenta y honda y largamente y tanto
insistente y cansado ser cayendo
como un llanto, sin fin,
pesadamente,
tenazmente muriendo…
Va creciendo sereno desde el fondo,
sabiamente creciendo,
lentamente, hondamente, largamente,
pausadamente,
mar,
arduo, cansado mar,
Padre de mi silencio.
El mar no es más que un pozo de agua oscura,
los astros sólo son barro que brilla,
el amor, sueño, glándulas, locura,
la noche no es azul, es amarilla.
Los astros sólo son barro que brilla,
el mar no es más que un pozo de agua amarga,
la noche no es azul, es amarilla,
la noche no es profunda, es fría y larga.
Cuando una boca suave boca dormida besa
como muriendo entonces,
a veces, cuando llega más allá de los labios
y los párpados caen colmados de deseo
tan silenciosamente como consiente el aire,
la piel con su sedosa tibieza pide noches
y la boca besada
en su inefable goce pide noches, también.
Mi cansancio
mi angustia
mi alegría
mi pavor
mi humildad
mis noches todas
mi nostalgia del año
mil novecientos treinta
mi sentido común
mi rebeldía.
Mi desdén
mi crueldad y mi congoja
mi abandono
mi llanto
mi agonía
mi herencia irrenunciable y dolorosa
mi sufrimiento
en fin
mi pobre vida.
Es un oro imposible de comprender, un acabado
silencio que renace y se incorpora.
Las manos de la noche buscan el aire, el aire
se olvida sobre el mar,
el mar cerrado,
el mar,
solo en la noche, envuelto
en su gran soledad,
el hondo mar agonizando en vano…
El mar oliendo a algas moribundas y al sol,
la arena a musgo, a cielo, el cielo
a estrellas.
Lo que siento por ti es tan difícil.
No es de rosas abriéndose en el aire,
es de rosas abriéndose en el agua.
Lo que siento por ti. Esto que rueda
o se quiebra con tantos gestos tuyos
o que con tus palabras despedazas
y que luego incorporas en un gesto
y me invade en las horas amarillas
y me deja una dulce sed doblada.
Transparentes los aires, transparentes
la hoz de la mañana,
los blancos montes tibios, los gestos de las olas,
todo ese mar, todo ese mar que cumple
su profunda tarea,
el mar ensimismado,
el mar, a esa hora de miel en que el instinto
zumba como una abeja somnolienta…
Sol, amor, azucenas dilatadas, marinas,
Ramas rubias sensibles y tiernas como cuerpos,
vastas arenas pálidas.
Quiero morir. No quiero
Oír ya más campanas.
Campanas -qué metáfora-
o cantos de sirena
o cuentos de hadas
cuentos del tío -vamos.
Simplemente no quiero
no quiero oír más campanas.
Quiero morir. No quiero oír ya más campanas.
La noche se deshace, el silencio se agrieta.
Si ahora un coro sombrío en un bajo imposible,
si un órgano imposible descendiera hasta donde.
Quiero morir, y entonces me grita estás muriendo,
quiero cerrar los ojos porque estoy tan cansada.
Si muriera esta noche
si pudiera morir
si me muriera
si este coito feroz
interminable
peleado y sin clemencia
abrazo sin piedad
beso sin tregua
alcanzara su colmo y se aflojara
si ahora mismo
si ahora
entornando los ojos me muriera
sintiera que ya está
que ya el afán cesó
y la luz ya no fuera un haz de espadas
y el aire ya no fuera un haz de espadas
y el dolor de los otros y el amor y vivir
y todo ya no fuera un haz de espadas
y acabara conmigo
para mí
para siempre
y que ya no doliera
y que ya no doliera
Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto,
sino darse y tomar perdida, ingenuamente,
tal vez pude elegir, o necesariamente,
tenía que pedir sentido a toda cosa.
Tal vez no fue vivir este estar silenciosa
y despiadadamente al borde de la angustia
y este terco sentir debajo de su música
un silencio de muerte, de abismo a cada cosa.
Cuerpos tendidos, cuerpos
infinitos, concretos, olvidados del frío
que los irá inundando, colmando poco a poco.
Cuerpos dorados, brazos, anudada tibieza
olvidando la sombra ahora estremecida,
detenida, expectante, pronta para emerger
que escuda la piel ciega.
Olvidados también los huesos blancos
que afirman que no es un sueño cada vida,
más fieles a la forma que la piel,
que la sangre, volubles, momentáneas.
Amor
desde la sombra
desde el dolor
amor
te estoy llamando
desde el pozo asfixiante del recuerdo
sin nada que me sirva ni te espere.
Te estoy llamando
amor
como al destino
como al sueño
a la paz
te estoy llamando
con la voz
con el cuerpo
con la vida
con todo lo que tengo
y que no tengo
con desesperación
con sed
con llanto
como si fueras aire
y yo me ahogara
como si fueras luz
y me muriera.
El sol el sol su lumbre
su afectuoso cuidado
su coraje su gracia su olor caliente
su alto
en la mitad del día
cayéndose y trepando por lo oscuro del cielo
tambaleándose y de oro
como un borracho puro.
No sos mío no estás
en mi vida
a mi lado
no comés en mi mesa
ni reís ni cantás
ni vivís para mí
somos ajenos
tú
y yo misma
y mi casa
sos un extraño huésped
que no busca no quiere
más que una cama
a veces.
Ya en desnudez total
extraña ausencia
de procesos y fórmulas y métodos
flor a flor,
ser a ser,
aún con ciencia
y un caer en silencio y sin objeto.
La angustia ha devenido
apenas un sabor,
el dolor ya no cabe,
la tristeza no alcanza.
Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.
A Jorge,
en el umbral de sus 80 años,
por los mares que junios hemos visto,
esta visión…
‘…porque el día de su retorno
ha sido abolido. ‘
Hornero, Odisea.
allá
donde la espuma se mezcla con el resplandor del día
acurrucados
como pidiendo un perdón inmerecido
con andrajos vestidos los imaginan
malolientes de años a la deriva
embrutecidos
y hasta caníbales al timón
si barcos son esos que traen desechos humanos
burla de grupas marinas corcoveando
antes del embuche final
poco a poco se van viendo otras manchas
refieren a mí
ciego desde que vi la luz
según la negra gracia de mis pares
que se amontonan groseramente en la duna
por donde acabo de rodar
oyendo en sus gritos
los de los náufragos que aún no llegan
por la distancia creciente chapoteo
de remos y brazos
despertando el recuerdo de un rostro amado
el calor de otro cuerpo en noches frías
una canción que se apaga
la playa…
desde aquí es brisa en mi frente cansada
tacto de arena finísima escurriéndose
mientras una niña susurra que agitan banderas
y el oleaje se encarniza con más rabia anuncia
el desenlace funesto
y agrieta quillas el rencor de quienes nunca el mar
surcaron
sino el miedo apenas a sus profundidades
golpeando como el sol mi testa calva
que en silencio lo agradece al preguntar:
¿y si no fuesen ellos
los nuestros
llorados en los atardeceres junto al templo ahora en
ruinas
honrados con ofrendas de flores y vino
a las divinidades de este mar
al que también yo pertenezco?