En los cafés, oasis de inutilidades ruidosas
Pessoa -Alvaro de Campos
La ciudad proyectaba esta tragedia
al inicio del otoño con el paisaje
de los cafés soñolientos
recién llegada la noche
en las almas despobladas.
En los cafés, oasis de inutilidades ruidosas
Pessoa -Alvaro de Campos
La ciudad proyectaba esta tragedia
al inicio del otoño con el paisaje
de los cafés soñolientos
recién llegada la noche
en las almas despobladas.
Cuando estés un poco malogrado
O te importune ese personaje
Que la derrota, muy sutil urdiera,
Puede hacer asomar en tu rostro,
No arrojes tu sueño como un anillo al río,
Sobre aquello que amas no puedas renunciar.
Cuando estés un poco malherido,
Quizás también oscuro, puede que un tanto harto
Y, al procurar verso, no encuentres
La música apropiada, lo que te exige el canto,
Recuerda que algún día fuiste dueño,
Que guardar silencio puede ser causa grande.
Esa flor que posabas
En el vértice agudo de tus días
Que eran también los míos -si me lo concedes-
y era un peligro audaz, un tanto dulce,
Dejarla allí, invocarla
A través de la canción de los solitarios
O de las grandes derrotas; esa flor
Por ti acostada
En la trémula frontera que tu pecho
Hace con lo terrible, con lo que queda lejos,
Con lo que cae allende nuestros sueños,
Se mustió durante cien albas bien frías;
De su ceniza brotó la única rosa.
Tantas veces canté tu profundo
Vacío de teatro,
Que hace del hombre gárgola indefensa
En la turbia plenitud de las auroras
Pero no dije dónde.
Fui estancado río y llegué junto a ti;
Fui feliz en las estaciones de la flor
Y buscaba tus noches.
Quizá fuesen mejores
Nuestros corazones cuando eran frágiles
Y algún golpe de mar, o la noche de julio
Pudieran abrirles las calladas heridas
Que ahora, y para siempre, llamaremos nostalgias.
Quizá fuesen mejores cuando eran
Cual regatos ligeros o lluviosas tardes
Que mojaban la infancia y partían
Un dominio común; un valle abierto,
Inmensos arenales, aquel balcón
Detenido en la presencia de pulidos geranios.
Incendiar los orígenes como se queman labios
Y rechazar la máscara que el día nos prepara,
He ahí la forma secreta de pasar por otoño
Sin perder la ebriedad de los culpados jardines.
Que nunca aquellos ojos a los que dimos
El reposo de las aves solitarias,
La lejanía clara de los ponientes
Se claven en los espejos de la tarde.
Sirtes, Sirtes,
Buscadme propicias
Peñas donde naufragar. Yo sigo vuestro engaño,
El mismo de las olas que en este azul de la noche temprana
Pronto parece víspera
De una partida al sur. Pero dejadme
Contemplar esta tarde, sus restos en la arena,
Pues tanto huele a islas de verano por las corrientes
Mojadas.
Todo oropel de Abril es triste causa
Y luz que en las estancias deshace las telas del invierno
-Eso lo hace algo suave-,
Tiene flores terribles,
Duran lo que dura el deseo
Y la palidez de las altas madrugadas en las vidrieras del día.
Diles que te quería,
Lo sabía el cerezo que da flor en abril
Y el torsión que llega a nuestras playas
Con su leyenda efímera de rumbos.
Pero núnca comprendí ese rencor
Que oprime el corazón de tus gentes;
Que ofrece hiel cuando se pide agua,
Ácido pan cuando una voz se pide.
En este lugar extraño
Penó doce lunas. Tres riachuelos partieron.
Uno se fue hacia el otoño,
El otro besó los arenales del verano y las quillas vencidas,
El tercero dos ciudades
Y un jardín
-El que llamamos Sur-.
Pero ninguno fue secreto manantial
Donde bebe la aurora y calma tu sed
Aquel dolor de escalas partiendo a ningún lugar
No pudieron borrarlo
De las íntimas bahías en las que fue tan feliz.