Bajo el manto de estrellas

Bajo el manto de estrellas
De Nevsehir,
Te transportó la nota dilatada
Del cantor de un alminar.

Y en esa noche que tú ya conocías
A oscuras y vestida de un silencio remoto
Te embarcaste, como en sueño hacia aquel fondo,
Donde se refugiaron Titanes
Que fueron desterrados del mar a las tinieblas.

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Benarés

Aunque penetres lentamente,
Al principio no sabes
Si estás en un infierno,
Pero el olor a polvo
De ruedas, pies desnudos,
Pezuñas y pedales
Es terroso y terreno.
Y el flujo inagotable,
De embarrancado río
De gentes y animales
Sacrílego, en las calles
Del elegido puerto
Y Útero de la muerte.

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Ciudad de los amantes

entre las diagonales de su cuerpo
mis pasos indecisos te buscaban,
huyendo de esos túneles inmensos
que engullen el metal
de los atardeceres,
y traspasan como agujeros negros
la ciudad y sus sueños las espumas,
aleteaban crepúsculos del último verano
archipiélago en la arena
de sus brazos,
se presentaba octubre vestido
de promesas,
noviembre cobijaba el temblor
de caderas aún frescas
que ya diciembre helaba,
y sus noches violetas derramaban
esperas

paseábamos las horas de ida y vuelta
hacia aquellas afueras
de ciudad,
donde los arrabales
tiñen con su cemento
el humo engendrado de las fábricas,
y motores impúdicos violan
silencios
de jóvenes amándose en parcelas
sin dueño,

ya ascienden por los muros buganvillas,
colorean el aire presagian primaveras,
presencian las ágiles piernas decididas
de la mujer hacia una cita a ciegas,
¿y adónde estabas tú cuando el amor
empuja desde el mar como un útero?

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Ciudad de los tranvías

A Antoni Gaudí

los azules y verdes se entibiaban
hacia malvas y púrpuras,
como hogar encendido crepitaba la tarde,
y Ariadna
en sus ojos de niña, silenciosa
apresaba
el vuelo de las hojas y el ondear de un hilo:
estrechos ríos férreos surcaban
la ciudad de luciérnagas,

hasta la estancia mirador
llegaban aquellas dulces voces
de los locutores
que ella creía, habitaban allí,
felices y encantados por un mago
en aquel pequeño laberinto de cables,
misterioso

detrás del balcón y sobre el balancín
Ariadna se quedó dormida,
y en su sueño el crepúsculo
la condujo a una cueva
de galerías infinitas y abiertas puertas,
y ventanas que penetraban
en habitaciones de árboles
que daban al fondo
de un batiente mar
de danza planetaria,
y allí estaba él: genio, vate, Dédalo,
inmerso en el arte
y juego sin fin,
recorriendo casi agónicamente
con sus manos
el insondable espacio,
pesarosos los ojos
de no poder darle alcance al tiempo,
inagotable búsqueda, en sus dedos
apareció el extremo de un hilo,
corriente que lo arrastró hacia fuera,

un antiguo clochard se confundía
entre la muchedumbre ajena
en su mano una moneda para regar
aquel jardín eterno, abandonado
en la ciudad ausente, dormida
entre sus pasos,

Ariadna despertó violentamente,
tras los cristales el rostro
enmarcado en una conocida elipse,
y en las dos ondas verticales
de aquel número
raigambre
de obra, vida y muerte

sobre aquellos dos hilos paralelos
y negros, un cuerpo
desvencijado, anónimo,
y el parpadeo tenue
de una vieja luciérnaga

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Ciudad hospitalaria

entre lisa pared y pálido jazmín
suben hacia este monte
palomas, tulipanes, bellas gardenias,
con sus manos de verde laurel
abrirán lechos blancos a la noche insomne,
vaciarán de dolor las cuencas de los ojos,
verterán amarillos de fiebre en informes,
pulsarán con sus dedos asépticos tubos
por donde discurren los ríos aciagos,
los túneles de aire, los vientres sin fondo,
los cuerpos de niebla tendidos
esperando del sol la mañana,
que disipe los grises
y el olor a otoño de los crisantemos

los pasillos extienden sus largos
tentáculos a orillas del breve reposo,
dando asiento
a aquella fatiga de la media tarde,
cuando ya las visitas regresan al mundo,
y el cálido rostro de palabras firmes
del especialista y doctor, queda lejos
diluido en las tenues luces del atardecer,

de las frías estancias de urgencias
suben ecos de navajas rojas,
y rumor de deseos sin frenos,
y quejidos de metal y sombra,
el murmullo se adensa en los techos
y presiona bajo finas vendas
la cama de al lado con cuerpo
sin alma, que anoche
sostenía aún su duelo

la enfermera cambiará solícita
la habitual posición de brazos y caderas
sin rastro
de sudor o lágrimas,
por un nuevo sueño bien algodonado

un frescor a semillas y a heno
llega en la mañana,
y las rosas de un jarrón, cortadas
anuncian partida, y su límite,
y el olor conocido de pétalos
nos devuelve
a retazos de tiempos y a nombres
y a calles, y a pasos sabidos
para desandar, lejos, muy lejos
de ese tiempo helado
de los hospitales

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Ciudad violentada

[…] sé, en la guerra
tú, mi compañera
Safo, Himno a Afrodita

no hacen falta batallas,
huestes, generalifes,
metralletas y láser
marcas ultramodernas,
ni carros de combate,
ni buques de contienda

puede oprimir un techo,
la baldía ventana
que ha incitado al silencio,
el miedo aposentado
en la alargada mano
dominando la puerta,
recordando su cerco
en la piel lacerada
del alma, o de un beso
que ya sabe a alambrada

un brazo poseído,
poseedor de sombra,
un castigo sin culpa,
una invasión, sin fruto
dorado que exprimir,
un diablo sin su infierno,

quizás la libertad,
la belleza, el amor
podrían con el tiempo
llegar a transformarlo,

pero el cretino ríe
ante la tecnocracia
sabia y amordazada ,

y se extiende veloz
como la vieja peste

herrumbre de muñones,
ángel de dos cabezas
atraviesa las nubes,
vuelven polvo y ceniza
a contagiar la tierra,
será herencia o presente,
o serán esas piedras
partidas, mal curadas,
una letal vivencia
en este nuevo siglo

mientras, la voz de un niño
entre las ruinas, canta

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Presente

Me desboco
En las arterias de tu música,
En sus ojos de neón.
Abrazo claros de luna.
Hago equilibrios
En las aristas de la madrugada,
Destruyo los límites,
Altero el orden de los días y las noches.

Para curarme
De la ceguera de tu boca,
Vierto licores envenenados
Que adhieran tus paredes
A las mías.

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Tiempo cero

a Mercè

Un pájaro metálico
Devora la distancia,
Pero sabes que estás lejos
Cuando miras las sonrisas
Blancas, sin ironía
De su noche.

Allí, donde la bruma
Desdibuja los perfiles,
Y la montaña se alza
Amamantando el cielo.

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El cantar de los amantes

Homenaje a la poeta y al
poeta suicidas.

«Y ahora soy
espuma de trigo, resplandor de mares»
Sylvia Plath

Espuma espuma

Tragarse el mar respirar agua azul
limpiar con su sal los pulmones enfermos
de ese alquitrán del tedio que atrapa a algunos
seres que se escriben y pactan con la muerte
y has de estar en el mismo saliente
de piedra en la misma grieta
del cristal para comprenderlo

pero dejan su estela enrojecida
sólo para los otros
para muchas de ellas de ellos no hay tragedia
sólo hay ese deseo de cortar la última
hebra
salir de la jaula del mundo
sólo el pulso final el instante febril
de desenmascararla de mirarle a los ojos

sólo querer ser un mar silente
las olas
cercenando las púas de la angustia
entregando la raíz de la voz
a la gruta de las palabras
sólo ser píldora enrocada del reposo
disolver la conciencia
inundar la memoria ser nada

espuma espuma

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La flor del hibisco

IV. Ahora que la luz permite reencontrar
Los silencios que en el grito hibernaban,
Ahora que la lluvia crece irreversible
Bajo el resplandor del trigo y sus espigas
No quiero
Que el tiempo en que dudé de mí
Y de tu existencia
Trace sus redes de telaraña inhóspita

* * * * *

V.

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Dar vida cantar su muerte

Tú sabes que no es fácil
que vuelvan a brotar esos gladiolos
Decir que en otro orden la luna el mar existen
Que grullas cenicientas transporten en su pico
la tormenta que sus sílabas puedan
relampaguear en tu poema

No es fácil que no te tiemble el pulso
ante el recuerdo de tantos amasijos de hierro
enmudecidos o de quien rehaciéndolos
quiso darles su voz sobre los campos
de pétalos cruzados en tallos de agonía

Que después de la noche cavada
ya ninguna palabra pueda ser pronunciada
ni escrita con su traje indigente
Y el peso de su color raído
Ha minado las capas muchos de sus tejidos:
belleza vaciada
en un negro agujero de polilla
¿Pero acaso no es ésta
la artífice de esa perforación?

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De parada y destino imprevisible

Hay trenes como flechas traspasando mi ensueño
Oigo en la lejanía su aullido dilatado en el aire
en medio de la noche
Y todos sus vagones semejan componentes
de esa vieja manada de los antiguos lobos
Atravesando el furor de los hombres
Viajando así en su huida
hacia estepas que quieran albergarlos

Son trenes que no paran ni detienen su curso
en nuestras estaciones de paso cotidianas
Temen perder el rumbo y la velocidad
de su galope al ritmo de una brújula
dirigiendo sus pies fijando su destino
Veo el rumor de su despedida expandirse
Alejarse de la inmediatez de este silencio
de sonido vacío
como el foso que vela ésa tu otra existencia

Hay trenes alados que circundan mi calle
Aves de vuelo gris amaneciendo
que esperan arrancar como ayer
la noche de tus ojos
Su graznido ya no parece huir
Ves cómo se detiene y se aposenta
en raíles de un hierro
que si escuchas en él oirás aún las grietas
y el sabor residual de viajes oxidados

Sobre ellos ha crecido este ofidio
de nuestras cercanías
que pretende engullir tantas manos y pies
ovillados aún bajo su manta en sus asientos:
Hacia el aire expoliado de alas de la gran urbe
Hacia el nido gigante donde reina
un grito más duro y compacto que la roca:
cemento armado gris llenando la calvicie del día
al olvidar la oscuridad que acoge resonancias

De voces y de espacios
O raíles uniendo los fragmentos de túneles
que en mi insomnio estacionan
para que te alces al vagón de otro vuelo

De parada y destino imprevisibles

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En el regreso

XVII
Un día quisiera fondear mi nave
y acercarme a nado
como el ladrón que ha olvidado su oficio
Cuando los párpados apretados
retienen las imágenes de los ensueños
Cuando la noche abre sus oscuros brazos
de un silencio apacible

No desearía desviar
los hilos invisibles que el destino
pueda haber trazado sobre el aire
de mi región de origen

Un día quisiera pintar de destiempo
mi barca su obra muerta-viva
Llegar antes de amanecer para escalar
hasta la torre-mirador-buhardilla
Ahondar en las raíces que han crecido
detrás de tu mirada
hasta hacer brotar lo que hay oculto:

En el paisaje de yemas anuladas por las grúas
En la roja traición del tumor en cadena
En el hedor prensil que sirve de alimento
a los dedos que también nos señalan y expulsan
En los rostros carcomidos por el ácido
En la necia posesión que tiraniza
una belleza que hubiera sido
Como una gran compañía redonda
Como las uvas jugosas del tiempo
que aun vacías retienen su dulzura

Y qué daría yo por hallar ese prodigio
que apresar no se deja
Su lecho ilimitado de cristal
sin que nada de ella huya
No temer ya al viento desabrido del invierno
Y tendiéndome en la delicia de la hierba
o sobre las crestas alisadas de alta mar
reconocer lo permanente en esos ojos:

Su duda al elevarse
Como otra forma de saber otro orden
que es seda y es metal y vidrio opalescente
Configurados
por el múltiple rostro de las palabras:
Las mismas que te piensan y alimentan tu pulso
Las que atraviesan cada noche mis sueños
Las que interrogan a quien habita en ellos
Las que rescatan de zonas abisales fósiles
como perlas no ajenas al cuerpo que las forja
Las que dibujan bordados de la idea
de mi pensamiento
en hebras sobre la piel de tu poema
Las que me enseñan los secretos de sus metales
en tu mano junto al fuego en su fragua

Con ellas me he atrevido a jugar esta partida
Azarosa escalera de figuras
con poder de arcanos
Guardianas de una llave antiquísima
capaz de abrir el muro de todo lo certero
que lleva en sí la muerte

Sin ellas qué mineral qué ruinas qué arrecifes
En qué grietas de espejos confundirse
En qué bordes de mil acantilados
abismarse hacia qué esferas penetrar
Su música y cómo renunciar
a pronunciar sus nombres como espadas
de gladiolos de fuego floreciendo
del cristal de las aguas

La nada sin su canto sin su collar de perlas
sin su estela de piélago sin su sal en tu lengua
Llovedme de palabras inundad mis cabellos
Dejadla de alfarera junto a su vidrio hacer
de esta ambigua existencia de lo ebrio: ánforas
que prensen en su vientre los espacios
de otras páginas su respirar
de ojos y de labios
licuados en tu esencia como una creación
de lo que aún desconozco
Como un néctar un silencio nutrido
de rosas-calcinadas y de cenizas-bálsamo
Estremeciendo curando de la fiebre
que exhala su sudor en los espejos
vacíos del poema

Quiero palabras poliédricas de antídoto
inmunizando al alma
de esa vasta anorexia que crece en sus fisuras
Del exceso que se encostra en las máscaras
acumulando el tedio

Dejadla hacer palabras que transformen
en distintas verdades la mentira
Antes que la luz hiera mi incertidumbre
y vele su materia
Antes que emerja su inapelable imagen
y quede desvelada
Antes de regresar de este rincón opaco
de tu laboratorio
Antes que la fugacidad abra su puerta

Antes que nos invada su niebla inexorable

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Escribiendo lo que huye

Tengo un rostro lacerado por arrugas secas.
Margarite Duras

El amante de rasgos afilados
y manos de marfil
tiene una cueva en el pecho
atravesada por hielos milenarios

El amante de la China del Norte
sostiene siglos en los hombros
a cambio de un oro viejo
que hunde también sus manos
en lo obsceno
Semejante a la miseria
de los que nada poseen

Leo los brazos de los tilos abriéndose
Cubriendo el verdepálido
de la noche Indochina
Reconozco a la niña de piel blanca
resucitada de millares de muertes
Dolor de desterrada
más anciana que el tiempo
Sabia como el oído y el ojo
que hacia dentro atesoran
filtrando un elixir:

(latido universal)
Con que una mano pueda los metales fundidos
al calor desnombrar

Escribiendo lo que huye

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De «Hacia lo abierto»

Con todos sus ojos ve la criatura lo abierto.
Porque cerca de la muerte uno ya no ve la muerte
y mira hacia fuera fijamente, tal vez con amplia mirada de animal.
Rainier Maria Rilke

Tierra o existencia 1ª parte

De su revelación (Fragmento)

I
Ojalá sabiéndome vivir pudiera
Abrir mi corazón como granada
Reintegrar a la tierra al agua al aire al fuego
esa semilla que a ti y a mí nos fue otorgada
y al espacio del continuo fluir pertenece

No temer a la muerte sí a los dioses
impuestos y palpables
Pensar que de nosotros se alzará una energía
consecuencia final de todo lo vivido
que podrá o no enlazar sus manos:

al finito eslabón
sin principio ni fin del Universo

II
¿Por qué sufres entonces
tiñendo de veneno tus latidos?

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