Oh tú que escuchas a quien llama a los coperos,
cuando gritan las canas y la edad,
anunciando la muerte;
si no oyes la llamada al arrepentimiento,
¿para qué crees que en la cabeza tienes
esas dos guardas: el oído y la vista?
Poemas de Ibn Sara As-Santarini
Siempre miro tu rostro con aprensión:
eres el agua clara donde abundan
los cocodrilos.
Hasta el fin de los tiempos
alabaré sus dientes.
Cuando los miras, ante tus ojos aparecen
como una de las muelas de pulir.
Dirías que los genios de Salomón
construyeron su boca, como Palmira,
con rocas y columnas.
Te guía a oír la melodía de sus palabras
algo como el silbido
de soplar en los nudos en la magia.
¡Cuántas veces ha venido a visitarme
en una noche oscura como su cabello,
y se ha quedado junto a mí
hasta la aurora, clara como su rostro!
Bebíamos juntos
y era el amor udrí nuestro tercero
cuando el vino asaltaba mi razón
lo mismo que sus ojos;
mas era casto como lo es un hombre de honor
en la plenitud de sus fuerzas:
la castidad es virtud
cuando el hombre está lleno de vigor.
Que el hombre libre permanezca
en moradas indignas es signo de flaqueza:
parte, y si no encuentras hombres generosos,
tendrás que seguir yendo
detrás de hombres mezquinos.
Los hombres, ignorantes,glorifican al mundo,
a sus ojos magnífico, siendo despreciable,
y combaten por él unos con otros
como los perros se pelean por un hueso.
El que fue paraíso de la casa
se fue, y en su lugar vino el infierno:
heme aquí desdichado después de venturoso.
Llegó el ocaso del sol
y le siguió una negra noche.
Uno con mal aliento habló
y los presentes exclamaron:
‘ Pedorreó el muchacho’.
Y yo les dije: ‘ Marchaos sin demora;
el pedo es el heraldo de la mierda’
Es un joven delgado que, en su manto envuelto,
se diría una rama flexible retozando
al soplo de los vientos del sur.
Su rostro he visto en el espejo de mi fantasía
y he limitado el efecto de sus ojos en mi pecho.
La elocuencia reparte sus dones
entre los poetas y vosotros;
reparto injusto, favorable a unos
y contrario a los otros:
cuando recitan fluye de sus bocas
la miel de las abejas, mientras sus aguijones
en vuestros culos se clavan.
Oh, tú que me atormentas, cuando eres dueño mío,
¿qué quieres con dañarme y torturarme?
Causas admiración por tu hermosura,
mas en ti la muerte se une a la belleza
como al brillo en la espada y en el fuego a la luz.
Oh diadema en la frente de la gloria,
perla central en el collar de las nobles acciones,
tú, cuyos beneficios se levantan
como estrellas brillantes en el cielo
de la prosperidad,
las constantes lluvias nos incitan
a buscar ese vino que se pasan
los contertulios diciento ‘toma’ ‘trae’.
Oh tú, en quien concurren las virtudes,
incapaces aún de concebir tu esencia,
en el cuello de la nobleza
el collar de nuestra amistad
no tiene perla central:
ven a serlo tú.
Redonda y agradable al gusto,
agua abundante la alimenta
en todos los jardines;
y tal como el peciolo la sustenta
parece el corazón de una oveja
en las garras de un águila.
Es una lámina brillante
donde se encuentran los caminos de los astros
aunque sobre ella nadie,
desde que existe, ha caminado.
Purificó la paja su fulgor
y ahora es un agua
en cuya superficie arde la llama.
Oh muerte, has sido compasiva con nosotros,
y has vuelto a visitarnos.
Benditos sean tus hechos, dignos de gratitud,
pues has traído abundancia y has cubierto
algo que había que ocultar;
hemos casado a nuestra hija con la tumba
sin pagarle la dote y sin ajuar.
¿Qué excusa puede haber?
No, no la tiene un hombre de setenta años
de pasión inflamado:
era agua,
pero en el vaso de la vida
el tiempo no ha dejado
más que heces.
Si no existieran los impuestos,
saldría de la miseria,
y las vicisitudes de la fortuna
no se presentarían a mi mente.
Dicen: ‘ Son los impuestos’. Y les digo:
‘Quitad im y serán pústulas en los ojos’.
Con empeño busqué agradar a los hombres,
pero satisfacerlos
es una meta inalcanzable.
Creo que la templanza es un tesoro
para el buen caballero
y la piedad es la virtud
donde mejor depositar la confianza.
(Traducción y recopilación: Teresa Garulo)
¡Qué negra noche! Se diría
que el Tiempo la ha alargado sumándole su vida
y, vuelve, al terminar, a su principio;
habla la gente de su longitud
cuando sólo el crepúsculo ha pasado.
La sombra de las nubes se hizo más densa,
no distinguían los ojos el cielo de la tierra
y, al brillar el relámpago a lo lejos,
parecía un negro etíope sonriendo entre lágrimas.
Tráenos ese brasero que en el bosque
tiene sus orígenes
y la frente del sol muestra en sus rayos.
Desde su seno saltan los carbúnculos
con susurros que curan la melancolía;
es para el solitario compañía,
amanecer para los ojos que lo miran,
vestido del que no lo tiene.
Llega hasta ti en su cálido brasero,
radiante en medio de la oscuridad.
Cuando su frente brilla en la negrura,
las tinieblas se visten
del delicado velo de la luz.
¡Oh qué hermosura! Sus costados lanzan
chispas como confeti de oro,
y son las brasas, en la túnica de la ceniza,
rosas cubiertas de alcanfor desmenuzado
en una noche que creeríamos
que tiene de antimonio las tinieblas
y que son sus estrellas
los ojos lánguidos de las huríes.