El instante es el camino

Árbol antiguo visto desde una infancia,
el tiempo se deshoja, floreciendo,
siempre reintegrándose a sí mismo,
firme ante los aires de cualquier viento,
ante los vientos de la muerte,
el viento iracundo de la nada.

Suspiro interminable es caminar el tiempo,
jugar un juego que no acaba
dentro del árbol de las horas,
muy adentro del ramaje más caudaloso.

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Elegía de la pierna

A la sombra de su estatura
bendice tú la harina de su hueso, ceniza caminante
en triste enflaquecido músculo
y piel de nardo.
Para que vuele, para que
no se incendie, sacúdele
la rabia que la aniquila.
Que en un grito alarido enorme resucite
y si no, luego entonces
nuevamente crucifícala.

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Escribes

Escribes
bajo el fulgor de la noche,
sintiendo su influjo
como un llamado a la escritura.
Piensas entonces que la noche
uno a uno
te dictará los versos.
Pero en verdad, nada dice.
Solamente los grillos,
entre sí,
se dicen su cuento;
ah, y también las lechuzas.

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Hacia la muerte

Como moneda
que lanzara Dios al abismo,
sin detenerse,
ruedan los días
hacia la abierta alcantarilla
por la que exhala, en su locura,
su desorden la infatigable muerte.

Y nosotros,
con el afán de rescatar la moneda
y de hacerla propia,
tras ella rodamos.

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La consigna y el milagro

Volver a tus dominios, infancia,
acercarse es lentamente
a la explosiva boca de un volcán
y luego ¿para qué volver entonces
al origen del desastre
donde aún el escombro
es el reino de la insanía
y una voz de látigo, férrea
para el castigo y la zozobra
hace cumplir puntualmente su mandato?

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La espera

Ha vuelto a madurar la fruta sobre la mesa,
las flores de las macetas ya se secaron,
enterradas las cosas bajo el polvo
¿qué se puede hacer?

Los anocheceres dan fe de la espera,
la multitud de estrellas -testigo perpetuo-
sin duda alguna lo sabrá decir,
pero a quién sino al corazón
que a veces siento caduco,
imposible para vivir: endurecido.

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La hora

Vuelve la luz
a hacerse luz, plácida claridad
en el vaivén de sombras,
y la calma otra vez, el remanso
donde reposa -como en el sueño el insomne-
su paso frenético el corazón.
El aire que se respira
se hace respirable,
y el paisaje a cada mirada
recobra el color y la forma.

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La vida otra

Algún día seré pastura para la muerte,
no más que polvo triste en el desierto del mundo.
Mi sangre cesará su danza y en ese instante
todo se habrá consumado.
Mudos brillarán mis ojos en su larga noche
y en la profundidad enorme del silencio escucharé
los ecos de mi canto.

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Nunca digas

Mano abierta, di, dime, dilo,
dícelo a tus dedos
que me exprimen desde muy adentro
toda la amorosa sangre;
dícelo a mis manos
-ay torrentes ciegos,
ya cauces sin agua,
siempre manantiales secos.

No, nunca lo digas, nunca digas
qué, quién, quién la volvió a cerrar.

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Si acaso

Yo nada pido, nada
estoy diciendo, no,
es nada lo que quiero
al decir lo que digo;
mínimamente es nada
esto que estoy diciendo.

Si acaso, la conciencia
de no saberme muerto,
de pretender subir
por rumbo misterioso
a ese gran misterio
de la palabra dicha.

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Soy el guardián

Soy el guardián
de la noche,
administrador de los sueños
y de las conquistas.

Mientras ella duerme, contemplo
desde la sombra
la obstinación de la luna.

De sus entrañas
brota mi voz,
sé que me sueña,
¿o es que sus ojos
son mi espejo y su nombre
mi apellido?

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