Cabes en un rincón
detrás de la puerta
del olvido.
Ahí te acurrucas
una y otra vez
cumpliendo tu destino.
Cabes en un rincón
detrás de la puerta
del olvido.
Ahí te acurrucas
una y otra vez
cumpliendo tu destino.
Me gusta la escoba
en la soledad de mis manos
en su silencioso barrer de muerte
en su ocultarse
-cual niña solitaria-
tras la puerta dormida.
Sí.
Me gusta la escoba
en canto de limpieza
por su pelo entretejido
su cuerpo de espiga
y porque, loca,
va siempre
patas arriba.
Como alguien
desesperadamente solo
sentado en el banco
de una plaza.
Como quien se ha detenido
en su indivisible susto
perseguido de ángeles
y demonios.
Así
el poeta
llora
y habla con Dios
como un maniático
y le cuenta
de la sangre
y del alba.
Desde mi pequeña vida
te canto
hermano
y lloro tu sangre
por las calles derramada
y lloro tu cuerpo
y tu andar perdido.
Ahora estoy aquí
de nuevo contigo
hermano.
Tu sangre
es mi sangre
y tu grito se queda
en mis pupilas
en mi cantar mutilado.
A pedazos van cayendo
los terrones angustiados
del tiempo.
Afuera: el niño.
El pantalón roto
y el verdor pestilente.
Pájaros negros
-despiadados-
siguen su vuelo.
Él está solo
sin un ángel y sin un sueño.
Gracias, Amor, por esta dulce herida
y la blandura de mi sufrimiento.
Por la risa y el gozo y el lamento,
en tanta plenitud desconocida.
Bendito siempre, Amor, porque te siento
crecer en la ternura compartida
y por las aguas de tu mar sediento
que arrasa las orillas de mi vida.
Has recorrido
en madrugada insomne
cada uno de tus infiernos.
Callas. Vociferas
y callas
en tres tiempos
que son uno
en trinidad
de absoluto silencio.
Te desdices
y te acabas
lentamente y lentamente.
Me lancé a tu nombre de hombre
a los cuatro puntos cardinales
de tu sombra
a tu imagen que golpea
día a día
la luz inconmensurable de mi tiempo.
Tristemente hermosa
permanezco en tu puerto
ardiente bajo tu cuerpo
desierta
sin orillas
viva y persistente
en mi sangre de mujer.
La ciudad estaba allí
monstruosa y gigante,
desnuda en su piedra fría.
Toqué con mis lirios
su insondable aliento.
Nada. Nadie.
Volaban las almas
en su torbellino de dólares
y el tiempo
-centavo descalzo-
se desgranaba
en sangre suicida.
Todo listo:
el odio
el rifle descarado
y la risa del maldito.
Todo dispuesto:
Dios
con su banderita de venganza
y su trompeta
fría de silencio.
Cuerpos
sangre
gritos
y luego la metralla,
Eso es.
Por hoy
conviene perder la memoria
entrar
en el vasto
campo de la nada
lograr asir
la palabra sin sentido.
Conviene
asimismo
desnudarse del cristal
que acompaña la cordura
entrar en nuevo mapa
instrumento puntual de agonía.
Al acecho de los minutos
cae
tu pedazo de tiempo.
Insomnio
destierro obligado
con discordias y lejanos
fragores de iracundia.
Las dudas
desgranan tu desvarío
tu tierra dispersa
tus partículas carcomidas.
Atrás
las rutinarias incurias
en ámbitos desiertos
destilando
inmisericordes sentencias.
Te he buscado
en la entraña de tu nombre
Guatemala.
He buscado
tu génesis
y tus dioses de maíz
y de vegetales alientos.
Te he buscado
en tu distancia
y en mi ausencia
en tu súbito llanto
y en tu sangre derramada.
Tu casa
este papel
que habitas
con letras.
Ahí tus huellas
tus palabras
tus silencios
tu lívido aliento
tus pausas de río y viento
tus alegatos precisos
en fin
despliegues de tu vida
obstinados sueños.