Estoy solo en esta tarde silenciosa
Y sólo pienso en ti, en ti.
Tomo un libro y te descubro en cada página
Vago en ti ebrio y perturbado.
Me dejo caer sobre la cama
La almohada me quema…no, no puedo dormir, sólo esperar.
Estoy solo en esta tarde silenciosa
Y sólo pienso en ti, en ti.
Tomo un libro y te descubro en cada página
Vago en ti ebrio y perturbado.
Me dejo caer sobre la cama
La almohada me quema…no, no puedo dormir, sólo esperar.
El follaje del sauce ennegreció,
Los grajos se erizaron suavemente,
En el valle del cielo azul-azul
Las nubes pastaron como ovejas.
Y tú, con timidez en la mirada,
Me dijiste: «Estoy enamorada»,
Alrededor la hierba se parecía
Al mar después del mediodía.
Maravilloso tener vino enamorado,
Y pan amoroso en el horno para nosotros,
Y una mujer, extenuada, a quien
Le ha sido dado deleitarnos.
Qué podemos hacer con esta aurora rosada
Que cobija los cielos helados,
Donde reina el silencio y el sosiego celeste,
¿Qué podemos hacer con tantos versos ineludibles?
Una voz femenina en el teléfono
Se escucha inesperada y audaz.
Cuánta dulce armonía hay
En esa voz sin cuerpo
La Suerte en su transcurrir benévolo
No siempre pasa de largo:
El sonido del laúd del serafín
Es como tu voz en el teléfono.
Yo conozco una mujer: el silencio,
El cansancio amargo de las palabras,
Vive en el centelleo furtivo
De sus pupilas dilatadas.
Su alma ansiosa está abierta
A la música metálica del verso.
Ante la vida lejana y placentera
Es sorda y altiva.
A través de los vidrios en la lluvia
El mundo se antoja abigarrado;
Al mirarlo poblado de colores
Todo en él me pertenece.
El verde se vuelve siniestro
Como si se hubiera sulfatado
Un matorral de rosas rojas
En él se ha dibujado.
En aquel tiempo, cuando sobre el nuevo mundo
Dios inclinó su rostro, la palabra
Era capaz de detener el sol
Y destruir ciudades.
Si la palabra navegaba por los aires
Como una llama rosa
El águila no agitaba sus alas
Ni las estrellas temerosas se quejaban a la luna.
Así toda la vida; errancias, cantos,
Mares, desiertos, ciudades,
Reflejos fugaces
De todo lo perdido para siempre.
La llama se agita, suenan las trompetas,
Corceles amarillos brincan en el aire
Mientras la gente inquieta habla,
Al parecer de la felicidad.
Me he burlado de mí mismo
Me he engañado
Al pensar que en el mundo
Podría haber algo mejor que tú.
Vestida con tu ropa blanca
como el pelo de una diosa antigua
Sostienes una esfera cristalina
Entre tus dedos transparentes y tiernos
Y todos los océanos, todas las montañas,
Los arcángeles, la gente, las flores,
Todo se refleja
En tus ojos juveniles y diáfanos.
Un viejo vagabundo en Addis-Abeba
Que ha conquistado muchas tribus,
Me envió con un lancero negro
Un mensaje hecho con mis propios versos.
Un teniente que ha dirigido decenas de combates,
Cierta vez en el mar del sur,
Bajo el fuego de baterías enemigas
Me leyó toda la noche mis versos.
Nunca pudimos entender
Lo que más valía la pena:
Ni las canciones que cantaba nuestra madre
Ni los susurros lejanos en la noche.
Sólo a ti se te concede, poeta,
Como si fuera un legado divino,
Este inmenso balbuceo
Símbolo de profunda grandeza.
Sé que no te merezco,
Vine de otro país,
Prefiero la salvaje melodía
De la cítara, a la guitarra.
Yo no voy por salas y salones
Vestido de chamarra y traje oscuro;
Leyendo versos a los dragones
A las cascadas y a las nubes.
Sucedió más de una vez, sucederá muchas veces
En nuestra sorda y obstinada batalla:
Como siempre, ahora has renegado de mí
Pero sé que pronto regresarás resignada.
Por eso no te asombres, mi querida enemiga
Atrapada en el amor oscuro,
Si los besos mañana se tiñen de sangre
Y el murmullo de amor se convierte en quejido.
Extraviado en un sueño tonto
Desperté muy afligido:
Soñé que tú amabas a otro
Y que él te había ofendido
Entonces me arrojé de mi cama
Como un asesino huye del cadalso
Y miré con aire sombrío
Los faroles opacos brillando.