La tempestad ha comenzado a grabar su nombre sobre el polvo.
Tengo hambre, tengo dolor, tengo tristeza,
tengo un deseo profundo de confundirme con el mar,
de integrarme a la piedra,
de perderme en el aire podrido de la ciudad.
La tempestad ha comenzado a grabar su nombre sobre el polvo.
Tengo hambre, tengo dolor, tengo tristeza,
tengo un deseo profundo de confundirme con el mar,
de integrarme a la piedra,
de perderme en el aire podrido de la ciudad.
Este íntimo tono de plácida dulzura
en que la luz deambula
desnuda
por la tierra
El sol niño que asoma su rostro sobre el lago
Los millares de flores amarillas danzando
A lo lejos
la leve línea azul de las colinas:
ala del cielo añil lamiendo el agua
Un trino de cristal quiebra la transparencia
La quietud crece como un ramaje deslumbrante
¿Es verdad tanta luz?
I
El peso del silencio
El valle que se aleja de sí mismo
a galope
Hoy vine a ver
esta distancia que se fuga
escondida tras el oro del día
Qué hermoso espejo el sol para el valle extendido
Vaga el pensamiento al ras de los potreros
Desciende el alma
culebrita
a la canción del valle
Un sonido de grillos ecos pájaros
rasga la piel del aire
Árboles que se agrupan como pájaros
Palomas cuyas alas descienden hasta el mar
La reunión de los pinos
El rancho que compró la lejanía
La claridad
envuelve la mirada indecisa de la lluvia
que no se atreve a unir su asombro
al mío
Es hora de beber el horizonte:
oír el arco iris
diadema de silencios
en la fronda del día.
No la veo, no me baña su doloroso color,
ni la oigo correr sobre las piedras,
ni mis manos la tocan,
ni mis cabellos se oscurecen,
ni siquiera mis huesos se ponen amarillos,
ni aún mi saliva es verde, amarga y pálida.
En el taller del alma maduran los deseos,
crece, fresca y lozana, la ternura,
imitando tu sombra,
inventando tu ausencia
tan honda y sostenida.
Hoy te sueño,
amante:
estrella en alto, huella
de una violeta lenta.
Día y noche, pero
Más noche que día,
Eunice dialoga y riñe
Con los altos mastines.
De arriba abajo,
De abajo arriba.
A una hora cierta
Triunfa green eyes Eunice.
Los hocicos se cierran.
Eunice duerme.
Te brindas voluptuosa e impudente,
y se antoja tu cuerpo soberano
intacta nieve de crestón lejano,
nítida perla de sedoso oriente.
Ebúrneos brazos, nuca transparente,
aromático busto beso ufano,
y de tu breve y satinada mano
escurren las caricias lentamente.
Como un cisne espectral, la luna blanca
en el espacio transparente riela,
y en el follaje espeso, Filomela
melifluas notas de su buche arranca.
Brilla en el fondo oscuro de la banca
tu peinador de vaporosa tela,
y por las frondas de satín se cuela
o en los claros la nívea luz se estanca.
Más pulidos que el mármol transparente,
más blancos que los blancos vellocinos,
se anudan los dos cuerpos femeninos
en un grupo escultórico y ardiente.
Ancas de cebra, escorzos de serpiente,
combas rotundas, senos colombinos,
una lumbre los labios purpurinos,
y las dos cabelleras un torrente.
Bajo la oscura red de la pestaña
destella su pupila de deseo
al ver la grupa de esplendor sabeo
y el albo dorso que la nieve empaña.
Embiste el sexo con la enhiesta caña
igual que si campara en un torneo,
y con mano feliz ase el trofeo
de la trenza odorífera y castaña.
Ruedan tus rizos lóbregos y gruesos
por tus cándidas formas como un río,
y esparzo en su raudal crespo y sombrío
las rosas encendidas de mis besos.
En tanto que descojo los espesos
anillos, siento el roce leve y frío
de tu mano, y un largo calosfrío
me recorre y penetra hasta los huesos.
El crespón de la sombra más profunda
arrebuja mi lecho afortunado,
y ciñendo tus formas a mi lado
de pasión te estremeces moribunda.
Tu cabello balsámico circunda
los lirios de tu rostro delicado,
y al flotar por mis dedos destrenzado
de más capuz el tálamo se inunda.
Jidé, clamo, y tu forma idolatrada
no viene a poner fin a mi agonía;
Jidé, imploro, durante la sombría
noche y cuando despunta la alborada.
Te desea mi carne torturada,
Jidé, Jidé, y recuerdo con porfía
frescuras de tus brazos de ambrosía
y esencias de tu boca de granada.
Es en vano que more en el desierto
el demacrado y hosco cenobita,
porque no se ha calmado la infinita
ansia de amar ni el apetito ha muerto.
Del oscuro capuz surge un incierto
perfil que tiene albor de margarita,
una boca encarnada y exquisita,
una crencha olorosa como un huerto.
Saturados de bíblica fragancia
se abaten tus cabellos en racimo
de negros bucles, y con dulce mimo
en mi boca tu boca fuego escancia.
Se yerguen con indómita fragancia
tus senos que con lenta mano oprimo,
y tu cuerpo suave, blanco, opimo,
se refleja en las lunas de la estancia.
Dame tus manos puras; una gema
pondrá en cada falange transparente
mi labio tembloroso, y en tu frente
cincelará una fúlgida diadema.
Tus ojos soñadores, donde trema
la ilusión, besaré amorosamente,
y con tu boca rimará mi ardiente
boca un anacreóntico poema.
Se nublaron los cielos de tus ojos,
y como una paloma agonizante,
abatiste en mi pecho tu semblante
que tino el rosicler de los sonrojos.
Jardín de nardos y de mirtos rojos
era tu seno mórbido y fragante,
y al sucumbir, abriste palpitante
las puertas de marfil de tus hinojos.
Son cual dos mariposas sus ligeros
pies, y arrojando el velo que la escuda,
aparece magnífica y desnuda
al fulgor de los rojos reverberos.
Sobre su oscura tez lucen regueros
de extrañas gemas, se abre su menuda
boca, y prodigan su fragancia cruda
frescas flores y raros pebeteros.
Vivir encadenados es su suerte,
se aman con un anhelo que no mata
la posesión, y el lazo que los ata
desafía a la ausencia y a la muerte.
Tristán es como el bronce, oscuro y fuerte,
busca el regazo de pulida plata;
Isolda chupa el cáliz escarlata
que en crespo matorral esencias vierte.
Bella zagaleja
del color moreno,
blanco milagroso
de mi pensamiento;
gallarda triguera,
de belleza extremo,
ardor de las almas
y de amor trofeo;
suave sirena,
que con tus acentos
detienes el curso
de los pasajeros;
desde que te vi
tal estoy, que siento
preso del albedrío
y abrasado el pecho.
Bien sabes tú que hay alguien que se encarga
de empozar ríos y amargar los mares,
alguien que punza y mezcla en los cantares
el brillo horrible, el ¡ay! de una descarga.
Así nos van las cosas… A la larga
el amor se retira a los lugares
donde el tiempo a la nada erige altares
y la vida a la tuera más amarga.
(Tan conocida y tan extraña)
Amanecí una vez cerca del río;
venia un ciervo tuyo
con la bella cabeza hecha un desorden,
miré y colmabas
los recipientes del sol.
Espadas del otoño
y el sereno limón de tu ventana,
retaron mi corazón fiado en su ternura.
A cántaros se han hecho los mares para un niño;
con los besos no dados, el amor verdadero.
Hoy sé que por ti he sido capaz, Marisa Sabia,
de levantar a pulso, espuerta a espuerta,
un cerro o una torre,
un chorro de silencio incontenible
hasta subir al infinito y verte.
Estando comigo a solas,
Me viene un antojo loco
De burlar con causa un poco
De las trovas españolas
Al presente;
De aquellas principalmente
Muy altas, encarescidas,
Excellentes y polidas,
Que mucho estima la gente;
Y de aquellos estremados
Que por estilo perfeto
Sacan del pecho secreto
Hondos amores penados.
A Salvador Jiménez
(Puesto sobre la mesa el pan premia y bendice.)
Poned el pan sobre la mesa,
contened el aliento y quedaos mirándolo.
Para tocar el pan hay que apurar
nuestro poco de amor y de esperanza.
Adiós, hijo, ya no nos volveremos a ver.
(De una carta de mi padre)
Como el olvido es malo, nunca olvido;
han pasado estos años… Ahora veo
que es necesario hablar de despedirnos,
de un documento extraño que se firma
para dejar de ver a los que amamos.
La Mancha: surco en cruz, ámbito, ejido,
parador del verano, en cuya anchura
un ave humana vuela a media altura,
ya tantos años viento azul perdido.
Hacia el otoño, surco en el olvido,
uva yacente, el campo en su largura
recuenta soles, siglos, y madura
el paisaje en el tiempo repartido.
Pues la sancta Inquisición
Suele ser tan diligente
En castigar con razón
Cualquier secta y opinión
Levantada nuevamente,
Resucítese Lucero,
A corregir en España
Una tan nueva y extraña,
Como aquella de Lutero
En las partes de Alemaña.
Bella te digo porque así se llaman
esas mujeres que han nacido
para la vida siempre: dulce y ácida.
Tú eres la colorada piel, la fruta,
la pierna, el pecho soberano que alzas,
pequeña porque así son los naranjos,
blanca y morena, 0 sea, cálida.
Es todo bien sencillo. Nuestro pueblo
con sus tejados, sus barbechos surtos
en la orilla del campo, el sol colgante,
la torre de la iglesia, nuestras casas,
ya estaban desde siempre por lo visto.
Todos estaban antes, ¡qué sencillo!
Nuestros padres, los suyos, los parientes,
aquí estaban; las viñas daban fruto
al cobijo del llano, hacia septiembre;
explotaban de rojas las sandías
y los membrillos lo aromaban todo
mientras el vino nuevo ardía en las cuevas,
en las tinajas roncas y en los cántaros,
y no habíamos nacido, compañera.
Una copla me enviastes,
Señor, mala yacija,
Hecha con pies de estornija;
El mal es que trasnochastes,
Y al cabo paristes hija.
Mas, sin más satisfación
De los yerros que hay en ella,
Sois digno de haber perdón
Siquiera por la pasión
Que pasastes en hacella.
Ayer fue amor. (Ayer, amor, ¿qué ha sido
de la emoción aquella?). A la mañana
amaneció en mi frente un sol venido
desde muy lejos, desde tu ventana.
Hoy te hablo, amiga, en nombre de estas manos
y estos ojos perdidos de hombre ausente
que en ti soñó sus sueños más cercanos
y comprendió la vida de repente.
Vuestras copias recibí,
Y es cierto que, si no fuera
Porque no digáis de mí
Que de envidia no las vi,
De asco no las leyera.
Y porque daros razón
De los yerros que llevaban
Era daros más pasión,
No os digo sino que son
Cuales de vos se esperaban.
El que las coplas hicistes,
Todos los que las miramos
Sabed qu’en deuda os quedamos
De la risa que nos distes;
Pero vos de vos y dellas
Quexaros también podréis,
Porqu’el tiempo nos debéis
Que gastamos en leellas.
No sufre glosa ninguna,
Porque huyen de rondón
La razón y la intención
Por su parte cada una.
Y de tal entendimiento
El mote tan lexos va,
Que no lo confesará
Sino a fuerça de tormento.
Pues falta no hay en vos,
Desempeñad vuestra prenda,
Qu’esta cifra de contienda,
Mejor me perdone Dios
Que vuesamerced la entienda.
Y mirad a qué me atrevo,
Que aunque la echéis en la cama
Yo lo consiento y apruebo,
Tan sin temor de su fama
Como si fuese una dama.
No sé si huya de vos
O busque quien me defienda;
Porqu’en tan estrecha senda
No ternéis en mucho a dos
Si corréis suelta la rienda.
Y aunqu’el mote no fué nuevo,
Nueva querella me llama
De vengarme con renuevo,
Si en mí prueba vuestra dama
Cuán justamente os desama.
Escarabajos con cuernos
de marfil
vienen todas las noches
a mi sueño
Brindo con el abuelo
de los escorpiones
y recojo piedras de los libros
Hay mares y ríos y lagos
y muchas comarcas de agua
y no puedo ahogarme
¡Qué buen caballero era,
Perdónele Dios, amén,
Dexando tal heredera!
Si antes de escribir muriera,
¡Oh, cómo muriera bien!
Su pensamiento fué vano,
Aunque sano
Si le terciara el estilo.
Válgale por codicilo,
Pues lo escribió de su mano.
No os burléis de la invención
D’este mi nuevo presente;
Que se hace por razón
Que este caballo bridón
Espuelas no las consiente.
Por su nombre lo veréis
Que derriba de loçano;
Mirad cómo arremetéis,
Porque a lo menos quedéis
Con las riendas en la mano.
Las palabras
hablan
de ideas sin cuerpo
Tejo
y destejo
en tus ojos
mi mirada
Abro
los decires del lápiz
y siembro
mi pensamiento en la nada
Pues no se escusa perderos,
Según que camino va,
Yerro pienso que será
Dexar perder mis dineros.
Y pues por tan poco precio
Perderme, señor, queréis,
Más quiero que me acuséis
De importuno que de necio.
Hi de puta, ¿qué señal
De querer quitar baraja?
Estando conmigo mal,
Señora, pesar de tal,
¿Echáis mano a la navaja?
Bastaba para una mora
Los regalos y sainetes
No dármelos ya, señora,
Sin que me queráis agora
Trasquilar a panderetes.
Por grosera cosa ser
Los dexó toda la gente;
Y vos, por bien parecer,
Holgáis, señor, de traer
El vuestro públicamente;
Por tanto, si no queréis
Que reniegue la paciencia,
Suplícoos que os le quitéis,
Salvo si no le traéis
En señal de penitencia.
En cuero me la envió
Con mil golpes por la cara;
Si el pelo no le faltara,
El tercio bien acudió;
Pues viene sobrerraída,
Señal es que fué borrón,
Porque para guarnición
Viene muy desguarnecida.
¡Oh chamarra de papel!
En hora fuerte y menguada
Vos fuistes invencionada,
Pues por vos me dicen cruel.
De cuya causa cuidado
Nace qu’el alma me arranca;
Que, ¿por qué, siendo vos blanca,
Me paro yo colorado?
La locura del alfabeto
muere
en la boca del profeta
Con una daga
le extraigo
el corazón
a las cosas
En la nausea
de mi perro
me rebelo
contra las espinas
de mis neuronas
Hace siglos vine de la infancia
encontré dragones
y vasijas llenas de rostros ausentes
En las ascuas de mi memoria
las montañas rugen
El viento golpea
Nada nos recuerda
Sonámbulos caminamos
y el dolor no nos duele
Todos siguen la voz
de mi abuelo
mientras bailan
un tango de polvo
Más me siento yo injuriada
De vos, descortés hidalgo,
Pues que siendo en paño algo,
En chamarra no soy nada.
Si quedó por mi ocasión
Vuestro pecho sin abrigo,
Vuestra fué la culpa, amigo;
Vuestra fué, que mía, non.
La noche ladra a los perros
que cruzan la calle
Bajo un almendro
una sirena se detiene
a cantar sus exilios
Es tarde
y nada puede impedir
que los espejos se quiebren
cada vez
que un niño sueña
Mi mano se inunda
de verbos mudos
soles marchitos
e historias en ceniza
A nadie le importan mis heridas
mis padres cayeron
y en sus huesos
descansan mis espejismos