La anciana y la doncella
hacen girar sus husos vibrátiles. La anciana,
ciñe una veste negra,
muy negra; la doncella ciñe una veste blanca.
La viejecita llora y hace girar el huso;
la niña también hace vibrar el huso, y canta.
La anciana y la doncella
hacen girar sus husos vibrátiles. La anciana,
ciñe una veste negra,
muy negra; la doncella ciñe una veste blanca.
La viejecita llora y hace girar el huso;
la niña también hace vibrar el huso, y canta.
Bajo el milagro lírico de un cielo florecido
que rielaba en tus ojos su inefable fulgor,
una noche te dije, quedamente, al oído:
-¡Cuán pequeño es el mundo cerca de nuestro amor!
Juntos permanecimos escuchando el alado
coro de ruiseñores hasta el alba gentil.
LIDIA, la dulce novia de mi infancia,
por cuyo amor de mariposa aún gimo,
me envía de naranjas un racimo
con violetas de mística fragancia.
Unas y otras nacieron en la estancia
más íntima del huerto, a cuyo arrimo,
beso entre beso y rimo tras de mimo,
nos amamos con púdica ignorancia.
Je suis celui au coeur vestu de noir?
Ch. D’Orleans
En la viudez de la alameda
por el árido suelo
pasan hojas secas danzando.
Paisaje vago como el revés de una seda…
eriales que el crepúsculo mulle de terciopelo.
Por mi culpa , mujer, por mis inviernos,
muchas veces tu cara se humedece de lágrimas.
Pero también por culpa de Dios, frecuentemente,
el rostro de la tarde se humedece de lluvia.
Te pienso desde Europa, esposa mía,
te pienso a grandes pasos, como loco,
y persigo por todas las patrias y los mapas
tu pecho montañoso, tus rebaños de leche,
y la desesperada tierra de tus volcanes
y la cicatrizada corteza de tu vientre.
Como un nocturno vino tu mirada,
amotina mi sangre enardecida
y la noche en mis hombros detenida,
ignora su presencia desolada.
Ya no puede mi voz contra la espada
de silencio que tengo entre la herida,
de saber tu caricia estremecida
pero en oscura cárcel encerrada.
Para la vida de mis hijos
bella medida es tu cintura,
y bello el ritmo de tu pulso
para la sangre de mis hijos.
En tu nostalgia atardecida
cabe el sollozo de mi niño,
y cabe el llanto de sus ojos
entre la red de tus pestañas.
Yo me lleno de angustia mirándote la frente
porque estás más lejana cuando estás más presente.
Para que yo no pueda llegar hasta tu alma
tú me miras a veces con esa misma calma
con que miran los lagos una noche estrellada:
la miran hasta el alba y no le dicen nada.
En el agua
te he visto.
En el cielo.
En el viento
te he visto.
Y en las grandes
multitudes.
Con mis labios
te he cubierto
de otros labios.
Y te he perpetuado
en los profundos
ojos de mis hijos.
Creo
que duele menos
estar solo
con tu recuerdo,
bajo este cielo
duro,
bajo este viento
espeso,
bajo miradas
agudas
que preguntan:
«¿Por qué sufren
tus manos
en las tardes’?
«¿Por qué no vienes,
sin la hoguera
de su pecho
lejano,
y te diviertes
con nosotras?»
Poder
asirse el alma
sería eso.
Largos años
ha guardado el mar
debajo de su corazón azul
nuestro amor invencible.
Ni tú ni yo
supimos cómo y cuándo
encendimos esta llamarada,
tan sólo tus labios y los míos.
tan sólo nuestros cuerpos
de violentos amantes
lo supieron.
Juntos
hemos despertado
esta mañana de febrero,
y nos ha sorprendido
tanto el nupcial
andar de las horas,
que ambos exclamamos,
¡está nevando recio!
Y luego sonreím0s
un beso.
Ha nevado
toda la noche,
dices, y seguirá
nevando
en mí
toda la vida.
Todo el día
ha agitado
el viento
tus cabellos,
vida mía.
Yo, mientras tanto,
veo cómo el Elba
fluye largamente
en tus pupilas.
Gris es el agua
del río,
y él baña
este día
la ribera callada
de tu vida y la mía,
fundando el recuerdo
de una tarde
que habrá de llegar
mucho después.
Estábamos tan lejos el uno del otro.
Mares había entre nosotros.
Montañas y agua.
Fuego y viento.
Largos años
de oscura
desesperación
había entre nosotros.
Pero nos encontramos,
a pesar de todo,
porque la vida lo quería
ciegamente.
Llego y toco una mano
y la mano que toco
tiene dudas.
Vengo y veo unos ojos
y los ojos que veo
tienen llanto.
Pregunto por nadie
y me responde la ceniza
con su enlutado lenguaje.
Y cuando quiero volver
corriendo locamente
hacia los ojos azules
que me llaman,
el alma se me enreda
en las torres de la muerte,
donde sombras amigas
abren sus manos
hacia el tiempo.
I
Juntos
hemos visitado
esta tarde
una vieja taberna
en las orillas
de Berlín,
amor mío,
y juntos hemos
visto,
desde dentro,
el inicio
afanoso
de la lluvia,
llenándose
de calle y ventana.
Era jueves
frente al mar.
en Wismar,
la ciudad
a cuyos píes
el Báltico
agota el esfuerzo
de su biología
convertida en gris
de frente.
Una mole
sin luna ni sol
era el pecho
del cielo lejano,
que también se inclinaba,
a lo lejos,
sobre el rostro
de las aguas
para besarlas,
suavemente musical
y solitario.
A Carmela
Amor, entonces el otoño
estaba en la punta de mis dedos.
Y fueron los climas de tu mano
recogiendo las hojas
hasta reconstruir el árbol
de mi vida.
Eras entonces un río azul, amor,
desembocando en mis semillas;
una mirada limpia
sobre la piel
que me contiene
y un puñado de besos
llevándome al calor
que aún necesitaba.
Me has preguntado
de qué lado
tengo el corazón,
ahora
que juntos caminamos
verano
por las calles de Schwerin.
Y yo respondo.
Muchas veces
dije
que lo tenía
en la izquierda,
alzado
como un lucero.
Pasa el viento en las calles
igual que los enamorados
los tranvías y la vida…
Yo sé que la calle
tiene nostalgia de violencia
y que clama intachable en su deseo mi ventana,
pero la lluvia se aleja’ sollozando
como doncella excitada por un hombre desnudo.
Tan solo mi dolor
pregunta ciertas
cosas importantes.
Tan solo mi dolor
suele hablar contigo,
sin que nunca lo sepas,
sin que te duelan
los ojos o la voz.
Sin que tu sombra
me cubra con su cuerpo
lleno de hierba negra.
Así concibo yo a mi patria,
que otros la conciban como quieran
Anduve viajando
muchos años
por el mundo,
con el lucero
de tu nombre
en los ojos.
Y no hubo
una sola mañana,
que se fuera
sin algo de lo tuyo.
A ti, Karen, que descubriste para mí
el mundo estupendo de las flores.
I
Ni el sol
ni la luna
trajeron
a mi alma
este día
tanta luz
como tus manos,
vida mía.
1. Nuestra voz.
2. Vamos patria a caminar.
3. Distante de tu rostro.
1
Para que los pasos no me lloren,
para que las palabras no me sangren:
canto.
Para tu rostro fronterizo del alma
que me ha nacido entre las manos:
canto.
Aquí no hay
sino ver y desear;
aquí no veo
sino morir con deseo.
Madre, un caballero
que está en este corro
a cada vuelta
hacíame del ojo.
Yo, como era bonica,
teníaselo en poco.
Aquel caballero, madre,
como a mí le quiero yo,
y remedio no le dó.
Él me quiere más que a sí,
yo le mato de crüel;
mas en serlo contra él
también lo soy contra mí.
De verle penar así
muy penada vivo yo,
y remedio no le dó.
Dame, Amor, besos sin cuento,
asida de mis cabellos,
y mil y ciento tras ellos
y tras ellos mil y ciento,
y después
de muchos millares, tres;
y porque nadie lo sienta,
desbaratemos la cuenta
y contemos al revés.
Estando conmigo a solas,
Me viene un antojo loco
De burlar con causa un poco
De las trovas españolas
Al presente;
De aquellas principalmente
Muy altas, encarescidas,
Excellentes y polidas,
Que mucho estima la gente;
Y de aquellos estremados
Que por estilo perfeto
Sacan del pecho secreto
Hondos amores penados.
Musas italianas y latinas,
gentes en estas partes tan extraña,
¿cómo habéis venido a nuestra España
tan nuevas y hermosas clavellinas?
O ¿quién os ha traído a ser vecinas
del Tajo, de sus montes y campaña?
O ¿quién es el que os guía y acompaña
de tierras tan ajenas peregrinas?-
-Don Diego de Mendoça y Garcilaso
nos truxeron, Boscán y Luis de Raro
por orden y favor del dios Apolo.