Y si te quiero abierto
como el centro imposible de un mundo transparente,
si te quiero imposible, más allá de mis brazos
o la aurora que extiende un sueño en las tinieblas,
más abierto que el viento, más leve y más amante,
será porque mañana nos quisiera infinitos,
unidos como nieve a punto de ser agua.
«¿Y donde está escondido tu tesoro, Hainuwele?»
me pregunta, burlona,
la más anciana del poblado.
Se refiere, lo sé, a lo que siempre buscan
los hombres cuando vuelven del combate.
Mi tesoro, contesto, es suave como el musgo, dulce
como leche de almendras,
tiene el frescor de los helechos
y sangra sin dolor hasta teñir de púrpura el crepúsculo
o para alimentar los cachorros de un tigre.
Un hombre es aplastado.
En este instante.
Ahora.
Un hombre es aplastado.
Hay carne reventada, hay vísceras,
líquidos que rezuman del camión y del cuerpo,
máquinas que combinan sus esencias
sobre el asfalto: extraña conjunción
de metal y tejido, lo duro con su opuesto
formando ideograma.
¿Y qué hay del sentimiento?
No, no lo hay, aquí no hay sentimiento.
¿Debería haberlo?
¿Es poesía el verso que describe
fríamente aquello que acontece?
Pero ¿qué es lo que acontece?
Una mujer temblorosa aprieta
el brazo de su acompañante.
Él vuelve hacia ella un rostro
tan largo como un número de serie
y dice: “El sesenta por ciento de los muertos
por accidente en carretera
son peatones”.
La mujer deja de temblar: todo está controlado.
Y ahora, cuando estamos a punto de acabar,
tal vez usted pueda decirme
por qué se queda a oscuras la ciudad
cuando el sol cae oblicuo
como una lanza,
y es verano.
Mejor no diga nada.
Sería inútil. Ya ha pasado.
Fue una chispa, un instante. Aconteció.
Yo acontecí en ese instante.
Puede que usted también lo hiciera.
Suele ocurrir con los poemas:
terminan condensándose las formas
en nuestros ojos como el vaho
sobre un cristal helado;
las formas, con su herida.
Se hizo de noche al mediodía.
No pude respirar.
Tanto metal entre la carne,
aquel sabor a cieno
y sobre todo
el corazón oblicuo, sí, eso es,
el corazón oblicuo.
Como las tejas de un tejado,
resbalando.
Yo no soy inocente. ¿Lo es usted?
La realidad está aquí,
desplegada. Lo real acontece
en lo abierto. Infinito. Incomparable.
Pero el ansia de repetirnos
instaura las verdades.
Toda verdad repite lo inefable,
toda idea desmiente lo-que-ocurre.
Pero las construimos
por miedo a contemplar la enorme trama
de aquello que acontece en cada instante:
todo lo que acontece se desborda
y no estamos seguros del refugio.
(fragmento)
escribir
para curar
en la carne abierta
en el dolor de todos
en esa muerte que mana
en mí y es la de todos
escribir
para ahuyentar la angustia que describe
sus círculos de cóndor
sobre la presa
aunque en el alma no
en el alma
la estimación del tiempo que concluye
y es arriba
algo más que un silencio
con ojos semiabiertos
escribir
como condescendencia y como rebeldía
sin elección
sin pausa
porque se va la luz, las fuerzas
se le acaban
y el ser se va de vuelo
en las garras de un ave
carroñera
escribir
para decir el grito
para arrancarlo
para convertirlo
para transformarlo
para desmenuzarlo
para eliminarlo
escribir el dolor
para proyectarlo
para actuar sobre él con la palabra
[…]
escribir para curar
escribir para guarecerse
escribir como si cerrase los ojos
para no cerrarlos
para mover la mano y seguir su curso
para sentirse viva
AÚN
para aplazar la angustia
como simulación
para guiar la mente y que no se desboque
para controlar lo controlable
escribir
como quien deja la luz encendida
y duerme de pie sobre sí mismo
para saldar las cuentas con el miedo
escribir
para reorganizar
escribir
sin hacer concesiones
escribir
como quien des-espera
para cauterizar
para tomarle las medidas al miedo
para conjurar
para morder de nuevo el anzuelo de la vida
para no claudicar
escribir
para apuntar al blanco
escribir
con palabras pequeñas
palabras cotidianas
palabras muy concretas
palabrasojo
palabras animales
palabrasbocadegato
ásperas por dentro y por fuera
suaves como «tal vez»
palabraslatigazo
como «demasiado» y «tarde»
escribir
para no mentir
para dejar de mentir
con palabras abstractas
para poder decir tan sólo lo que cuenta
decir que a las once
de la noche de hoy
mientras la luz calienta
el lado izquierdo de mi almohada
y la sábana verde se desdobla
en el espejo del armario
estoy en mí
en el lugar en que acostumbro
a encontrarme
en este aquí hecho de extraña
duración en lo mismo
repitiéndome
la carne dolorida
los huesos lastimados
los nervios, la piel
tirante, amoratada
el pelo encanecido
el grito sólo postergado
y hoy a las once
de la noche de hoy
mientras la luz calienta
el lado izquierdo de mi almohada
muere un niño
o dos o no sé cuántos
mueren y una anciana dice
sus últimas palabras
o no las dice y muere
y es otra la que habla
pero no habla, dice
apenas dice y muere
sin decir
apenas
nada
y algo se me atraganta
tal vez un alarido
largo como las once horas de esta noche
o tal vez la conciencia
que duerme encendida
como una lumbre la conciencia
de todos los que mueren
como una fogata
un espantoso incendio
que prende en las ventanas
de la ciudad y en el mar no se apaga
una conciencia absurda
una antorchahorizonte
la conciencia de todos los que saben
que se están acabando
en sus huesos de antorcha
hoy, mañana, siempre
escribir
todas las muertes son mi muerte
mi grito es el de todos
y no hay consentimiento
escribir
¿para consentir?
¡Aborreced la suerte, cuya mano
le premia su egoísmo al opulento,
y le allana la senda al miserable,
y lleva a las alturas al perverso!
¡Aborreced la suerte que levanta
una muralla al paso de los buenos,
y abre una sima a la virtud y ahoga
el corazón más noble entre sus dedos!
¿Qué te falto al respeto?
¿Cuándo y a qué respeto pudo faltar amor?
Amor no hace antesala, ni se calza los guantes,
Ni hace genuflexión.
No quiere cortesías;
Ni lleva más vestido que alas para volar,
Ni tarjetas… se anuncia con acerada flecha
De las de su carcaj.
Oye: desde los bosques
Trae al soplar la brisa, ruidos, besos, pasión,
Y lleva enjambres de arpas, bandadas de preludios,
Himnos para el amor…
Oye: de las montañas
Los imponentes robles se mueven al compás,
Y cuenta hoja por nota, árbol por sinfonía
Que arrastra el huracán.
Pues qué mientras aturde
Dulcemente la música y se arrastran los pies,
Aquel beso a hurtadillas, que no vio ni oyó nadie,
Nadie… que fue así… un rápido, un pequeñito edén?
¡No, no!; eso es de mal gusto:
la etiqueta prohibe amor al natural;
amor viste desnudo… y tiene alas tan blancas
que es preciso cortar.
Ya la naturaleza
Borra en su inmenso libro esto: lo natural;
Se mete en los salones, y sale con humitos
Y con tufos… de gas.
¡Muy bien! Ya tus canarios
no volarán sin trabas cuando los dejes ir;
no; tomarán su sastre, y se irán afeitados
de donde Peregrín.
El Duque: ¿Cuál fue su historia?
Vila: Una hoja en blanco, Alteza:
no revel?jamás su amor…..
………………………………………….
…Y en negra, pálida pesadumbre,
asemejábase a la paciencia
sentada sobre un sepulcro
y sonriendo al dolor…
La noche de reyes, Shakespeare
T?me puedes decir que yo amo a otra,
Aunque hace mucho tiempo que no la amo;
Hacer memorias de mis noches largas
Cuando por otra suspiraba en vano;
Decir que el corazón que yo te ofrezco
De amar y de sufrir est?gastado,
Y que me vuelvo a ti en la hora tremenda
De la desilusión y el desencanto.
Yo era un bramán conocedor del Veda;
Yo me vestía mi ropón de seda,
Y en concurso de santos y de sabios
Oía, cual rumor de la arboleda,
Toda la inspiración, la ciencia toda,
Manar, al escaparse de mis labios,
Los versos de Valmiki en la pagoda.
¡Los sistemas!…Sucede que el pensador, hallando
Absorto, una cualquiera calidad del Supremo
Ser, del Ser invisible e ignoto, -como cuando
Se inflama el rayo súbito que de no al otro extremos
Del espacio, ilumina la cmbre, el cielo el llano,
La cabaña y el bosque, la aldea, el horizonte,
Y el viajero que errante buscó su senda en vano,
Y teme las tinieblas, las sombras, la quimera,
Ve a su luz cumbre, cielo, bosque, cabaña y monte,-
El pensador, he dicho, hallando una cualquiera
Cualidad del Gran Todo ¡una luz de una cumbre!,
Entonces…lo ve todo del color de esa lumbre.
Sabe que es el espíritu un abismo
Y el corazón un mar:
Así es que dentro llevo de mí mismo
A la vez una y otra inmensidad.
Mis nervios, arpa viva, en el ramaje
Cuelgan del árbol de mi cuerpo y dan
Un gemido al pasar por su cordaje
La tempestad.
Centro América duerme
silenciosa e inerme.
El sueño del olvido de los mundos:
Sus pueblos son estériles llanuras,
Zarzales infecundos.
Temerosas y agrestes espesuras
Que hincha de negra savia el egoísmo
Por esta selva lúgubre y sombría,
Su horrible paso en las tinieblas guía
Leñador infernal, el despotismo.
¡Cómo el ardor del entusiasmo engaña!…
Y tú, soñando, con audacia loca,
Intentabas salvar de roca en roca,
La sombría altitud de esa montaña…
Aquí el súbito escarpe, allí la huraña,
Honda caverna de espantable boca;
Mucha la asperidad, la fuerza poca…
¡Y subir apoyado en una caña!
Hoy no ha venido nadie a preguntar;
ni me han pedido en esta tarde nada.
No he visto ni una flor de cementerio
en tan alegre procesión de luces.
Perdóname, Señor: qué poco he muerto!
En esta tarde todos, todos pasan
sin preguntarme ni pedirme nada.
Subes centelleante de labios y de ojeras!
Por tus venas subo, como un can herido
que busca el refugio de blandas aceras.
Amor, en el mundo tú eres un pecado!
Mi beso en la punta chispeante del cuerno
del diablo; mi beso que es credo sagrado!
Ausente! La mañana en que me vaya
más lejos de lo lejos, al Misterio,
como siguiendo inevitable raya,
tus pies resbalarán al cementerio.
Ausente! La mañana en que a la playa
del mar de sombra y del callado imperio,
como un pájaro lúgubre me vaya,
será el blanco panteón tu cautiverio.
Melancolía, saca tu dulce pico ya;
no cebes tus ayunos en mis trigos de luz.
Melancolía, basta! Cuál beben tus puñales
la sangre que extrajera mi sanguijuela azul!
No acabes el maná de mujer que ha bajado;
yo quiero que de él nazca mañana alguna cruz,
mañana que no tenga yo a quién volver los ojos,
cuando abra su gran O de burla el ataúd.
Vengo a verte pasar todos los días,
vaporcito encantado siempre lejos…
Tus ojos son dos rubios capitanes;
tu labio es un brevísimo pañuelo
rojo que ondea en un adiós de sangre!
Vengo a verte pasar; hasta que un día,
embriagada de tiempo y de crueldad,
vaporcito encantado siempre lejos,
la estrella de la tarde partirá!
Anoche, unos abriles granas capitularon
ante mis mayos desarmados de juventud;
los marfiles histéricos de su beso me hallaron
muerto; y en un suspiro de amor los enjaulé.
Espiga extraña, dócil. Sus ojos me asediaron
una tarde amaranto que dije un canto a sus
cantos; y anoche, en medio de los brindis, me hablaron
las dos lenguas de sus senos abrasadas de sed.
En este poema de muertos
se te murió tu padre,
se murieron tu abuelo y tu siembra
y se acabó la tarde en una mirada.
En este poema de muertos
se murió el amor de tus antiguos,
se murieron tus pájaros
y se calló la estrella de tu frente
como un puñado de rosas enfermas.
Linda Regia! Tus venas son fermentos
de mi no ser antiguo y del champaña
negro de mi vivir!
tu cabello es la ignota raicilla
del árbol de mi vid.
tu cabello es la hilacha de una mitra
de ensueño que perdí!
I
En la sombra de la vida, que es una sola, alta, profunda y misteriosa cae un eco de destinos imposibles. La humanidad anda sin aliento, cautiva, rompiendo sus silencios. Llega el viento, trae su rostro, su espejo, ánimo de flor en tierra.
Luna! Corona de una testa inmensa,
que te vas deshojando en sombras gualdas!
Roja corona de un Jesús que piensa
trágicamente dulce de esmeraldas!
Luna! Alocado corazón celeste
¿por qué bogas así, dentro la copa
llena de vino azul, hacia el oeste,
cual derrotada y dolorida popa?
¿Quién camina poeta sobre tus lágrimas?
Lágrima uno
Lleno de sauces el tiempo echa su llanto y su asma;
viejo y tullido echa su cárcel de árboles sobre el mundo,
su tierra de metal y de hambre eléctrica.
El tren lleva el nombre de una estación que nadie sabe,
la piel de cacto emana sangre de muertos
con una nueva especie de dolor.
Pureza amada, que mis ojos nunca
llegaron a gozar. ¡Pureza absurda!
Yo sé que estabas en la carne un día,
cuando yo hilaba aún mi embrión de vida.
Pureza en falda neutra de colegio;
y leche azul dentro del trigo tierno
a la tarde de lluvia, cuando el alma
ha roto su puñal en retirada,
cuando ha cuajado en no sé qué probeta
sin contenido una insolente piedra,
cuando hay gente contenta; y cuando lloran
párpados ciegos en purpúreas bordas.
Como horribles batracios a la atmósfera,
suben visajes lúgubres al labio.
Por el Sahara azul de la Sustancia
camina un verso gris, un dromedario.
Fosforece un mohín de sueños crueles.
Y el ciego que murió lleno de voces
de nieve.
Se bebe el desayuno… Húmeda tierra
de cementerio huele a sangre amada.
Ciudad de invierno… La mordaz cruzada
de una carreta que arrastrar parece
una emoción de ayuno encadenada!
Se quisiera tocar todas las puertas,
y preguntar por no sé quién; y luego
ver a los pobres, y, llorando quedos,
dar pedacitos de pan fresco a todos.
Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.
En esta noche clara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En el rincón aquel, donde dormimos juntos
tantas noches, ahora me he sentado
a caminar. La cuja de los novios difuntos
fue sacada, o talvez que habrá pasado.
Has venido temprano a otros asuntos
y ya no estás. Es el rincón
donde a tu lado, leí una noche,
entre tus tiernos puntos
un cuento de Daudet.
Niños del mundo,
si cae España ?digo, es un decir?
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Llegué a confundirme con ella,
tanto…! Por sus recodos
espirituales, yo me iba
jugando entre tiernos fresales,
entre sus griegas manos matinales.
Ella me acomodaba después los lazos negros
y bohemios de la corbata. Y yo
volvía a ver la piedra
absorta, desairados los bancos, y el reloj
que nos iba envolviendo en su carrete,
al dar su inacabable molinete.
Esta tarde llueve, como nunca; y no
tengo ganas de vivir, corazón.
Esta tarde es dulce. Por qué no ha de ser?
Viste de gracia y pena; viste de mujer.
Esta tarde en Lima llueve. Y yo recuerdo
las cavernas crueles de mi ingratitud;
mi bloque de hielo sobre su amapola,
más fuerte que su «No seas así!»
Mis violentas flores negras; y la bárbara
y enorme pedrada; y el trecho glacial.
Hoy me gusta la vida mucho menos,
pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.
Hoy me palpo el mentón en retirada
y en estos momentáneos pantalones yo me digo:
¡Tánta vida y jamás!
Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.
Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.
Llegando a Pineda
del monte cansado,
serrana muy leda
vi en un verde prado.
Vila, acompañada
de muchos garzones,
en danza reglada
d′acordados sones.
Cualquier que la viera,
como yo, ¡cuitado!…
en gran dicha hobiera
el ser della amado.
La noche es una copa de mal. Un silbo agudo
del guardia la atraviesa, cual vibrante alfiler.
Oye, tú, mujerzuela, ¿cómo, si ya te fuiste,
la onda aún es negra y me hace aún arder?
La tierra tiene bordes de féretro en la sombra.
Para Manuel González Prada esta
emoción bravía y selecta, una de
las que, con más entusiasmo me
ha aplaudido el gran maestro.
Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
tú no tienes Marías que se van!
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay!
Cuando me han preguntado la causa de mi amor
yo nunca he respondido: Ya conocéis su gran belleza.
(Y aún es posible que existan rostros más hermosos.)
Ni tampoco he descrito las cualidades ciertas de su espíritu
que siempre me mostraba en sus costumbres,
o en la disposición para el silencio o la sonrisa
según lo demandara mi secreto.
Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,
de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,
y me viene de lejos un querer
demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,
al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,
a la que llora por el que lloraba,
al rey del vino, al esclavo del agua,
al que ocultóse en su ira,
al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.