Cuanto más se quiere

Cuanto más se quiere descansar
Tanto más horrible se hace la vida;
La neblina húmeda se arrastra desde los campos,
La neblina húmeda penetra al pecho.
Arrastrándose por el terciopelo de la noche…
Olvida que hubo la vida,
Que la vida habrá, olvida…
Se arrastran desde los campos las tinieblas nocturnas…
Solo uno, solo uno,
Quedarse dormido, quedarse dormido…
Pero de todas maneras
Alguien te despertará.

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Hoy no recuerdo lo que ayer pasó

Hoy no recuerdo lo que ayer pasó
En la madrugada olvido lo de la tarde anterior
En los días blancos extravío el fuego
Y en las noches ya no evoco los días.

Pero, ante la muerte, en la hora decisiva,
Todos los días, y noches nos pasan por la mente
Y entonces ,-en el bochorno, en la estrechez-
Es sumamente doloroso soñar
En todo lo hermoso que se fue.

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Los poetas

En las afueras de la ciudad crece solitario un barrio
Sobre una tierra movediza y pantanosa.
Allí viven los poetas y se saludan
Unos a otros con una sonrisa arrogante.

El día se levanta inútil y radiante
Sobre este triste pantano:
Sus habitantes lo dedican al vino
Y al trabajo arduo y persistente.

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La bruma nocturna

La bruma nocturna me sorprendió en el camino.
Tras la espesura la luna lanzó su mirada.
El caballo fatigado daba inquietos golpes con las pezuñas;
tranquilo de día, extrañaba la noche.
Sombrío, inmóvil, soñoliento,
el conocido bosque me aterraba
y hacia el claro plateado por la luna
dirigí el paso del caballo resoplante.

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Oh, primavera inabordable y sin final

Oh, primavera inabordable y sin final,
Inabordable y sin final como los sueños.
Te reconozco, vida. Te asumo.
Y bajo el tintineo de broqueles te saludo.

Yo te acojo, mala suerte,
Y doy mi bienvenida a los aciertos
Pues no hay nada oprobioso en los encantados
Paisajes del llanto, ni en el misterio de la ventana,

Asumo las discusiones que desvelan
La madrugada en las oscuras cortinas de la ventana,
Para que la encantadora primavera
Excite mis miradas dilatadas.

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Se aproxima el sonido

Se aproxima el sonido. El alma vuelve a ser joven
Al someterse al susurro abrumador.
En sueños, sin respirar, aprieto contra mis labios
Tu mano pasajera.

Sueño que soy de nuevo un muchacho, otra vez un amante,
Veo un barranco y hierbas silvestres.

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El amor y el paisaje

Un hálito de rocío en mis venas,
una mariposa que sangra,
tu voz hecha cristal quebrándose en el río de la noche,
y yo, llama menor de la muerte, soñando.
El otoño desliza antiguas alas de galgo
por las calles de la ciudad perdida,
los niños estremecen su cántico entre hierbas tristes,
mi voz se sumerge en el paisaje escondido,
mientras un dócil viento
martiriza mis ojos con súbitas ausencias.

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Tus ojos tienen el recóndito desmayo

Tus ojos tienen el recóndito desmayo
del nocturno horizonte,
que nunca hiere el alba.
Pero también irradian alegrías
cuando recuerdas o presientes,
y entonces resplandece tu mirada
como el íntimo vuelo de una alondra en abril.

Y cuando ahora recorremos el camino
donde nuestro amor halló su origen,
las piedras de calles angostas,
los monumentos altivos,
las ruinas cansadas,
la silenciosa lluvia,
el hijo de una amiga soñando
su histórica ciudad de provincia,
espejan en su canción agitada
la letanía feroz del tiempo,
y cada vez más me iluminan
tus ojos de nocturno horizonte,
cuando la vida acucia con sus cielos
y renunciamos al pan cotidiano
a cambio de unas tazas gozosas
de policromada arcilla,
tazas que el agua convertirá en recuerdo.

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Égloga del naufragio

Tan oscuras las estrellas
-en nuestros ojos, naufragio-
tejen las playas de noche
-en los recuerdos, naufragio-
que dejan en nuestra sangre
-última espuma, naufragio-
llantos de cristal sombrío,
herida carne del llanto.
El jardín de nuestros padres
es ortiga del ocaso,
y nuestras lágrimas tienen
un calor no superado,
lágrimas de las entrañas
que las aguas despertaron.

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A doña María Ana Beck

Cual tañedor de armónico instrumento
Que deseando complacer, lo mira,
Hiere al azar sus cuerdas, y suspira
Incierto, temeroso y descontento;

Si escucha un conocido, tierno acento,
Anhelante despierta, en torno gira
los arrasados ojos y respira
Poseído de un nuevo y alto aliento,

Tal, si aún viviese en mí la pura llama
Y el don de la divina poesía,
Pudiera yo cantar a tu mandado;

Mas el poeta humilde que te ama,
Teme tocar ¡oh María Ana mía!

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A Dorila

Te engañas, mi Dorila,
si juzgas que rendido
de amar sin esperanza
se verá el pecho mío;
que no, no es tan tirano,
cual dicen, el Dios niño,
y sabe aun con las ansias
dar premios exquisitos.
Son necios los amantes
que llaman su dominio
cruel, y que maldicen
sus cadenas y grillos.

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A la estrella nocturna

¡Tú, ángel rubio de la noche,
ahora, mientras el sol descansa en las montañas, enciende
tu brillante tea de amor! ¡Ponte la radiante corona
y sonríe a nuestro lecho nocturno!
Sonríe a nuestros amores y, mientras corres los
azules cortinajes del cielo, siembra tu rocío plateado
sobre todas las flores que cierran sus dulces ojos
al oportuno sueño.

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Alegría

«No poseo nombre:
pero nací hace dos días.»
¿Cómo te llamaré?
«Soy feliz.
Me llamo alegría.»
¡Que el dulce júbilo sea contigo!

¡Bonita alegría!
Dulce alegría, de apenas dos días,
te llamo dulce alegría:
así tú sonríes,
mientras yo canto.

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Canto del reír

Cuando los verdes bosques ríen con la voz del júbilo,
y el arroyo encrespado se desplaza riendo;
cuando ríe el aire con nuestras divertidas ocurrencias,
y la verde colina ríe del estrépito que hacemos;
cuando los prados ríen con vívidos verdes,
y ríe la langosta ante la escena gozosa;
cuando Mary y Susan y Emily
cantan «¡ja, ja, ji!» con sus dulces bocas redondas.

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Canto para acunar

Dulces sueños, formad una pantalla
Sobre la linda cabeza de mi niño;
dulces sueños de agradables corrientes
bajo rayos de luna felices y silenciosos.

Dulce sueño, que tus cejas tejan
con suave felpa una corona infantil;
dulce sueño, Ángel terso,
fluctúa sobre mi niño dichoso.

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El pastor

¡Qué dulce es la dulce fortuna del Pastor!
Deambula desde el alba hasta el atardecer;
debe seguir a su rebaño el día entero,
y su lengua se embeberá con alabanzas.

Pues oye el inocente llamado del borrego,
y escucha la tierna respuesta de l a oveja;
vigila mientras permanecen en calma
pues saben cuándo está próximo su Pastor.

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El tigre

Tigre, tigre, que te enciendes en luz
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo idear tu terrible simetría?

¿En qué profundidades distantes,
en qué cielos ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse?

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El viajero mental

He viajado a través de un país de hombres,
un país de hombres y también de mujeres,
y he oído y visto tan horrendas cosas
como nunca los caminantes de la fría Tierra han conocido.

Porque allí nace en la alegría el niño
que en el atroz dolor fue concebido,
tal como en la alegría cosechamos el fruto
que fue sembrado en lágrimas amargas.

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