XXXV

La aparición del pájaro que vuela
y vuelve y que se posa
sobre tu pecho y te reduce a grano,
a grumo, a gota cereal, el pájaro
que vuela dentro
de ti, mientras te vas haciendo
de sola transparencia,
de sola luz,
de tu sola materia, cuerpo
bebido por el pájaro.

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Abuelos (I)

Es plateada y violenta, suele apagar las luces
detrás de los que salen de las piezas.
La silla que se inclina y la dama de noche
conversan de presagios
una voz de comadre sentenciosa
sabe darle esa aureola de autoridad doméstica
llegar al corazón de las carnes más tiernas
recoger los oficios para hacerlos cantar
y rezar y besar, tiesos libros de nácar
medallas que pendieron de los pechos visibles
de sus antepasados
o pequeños recuerdos que alguien llevará atados
en la piel que recubre la emboscada.

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Abuelos (IV)

A veces la pensaba como recostada
en un nido salvaje, llevándonos a todos
en tiempos en que el agua era limpia y
corría por las alcantarillas hasta llegar al río.
Fue la última vez que entró a la casa
que le vi las arrugas en reposo
tan cerca como nunca
estiradas y quietas para siempre.

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EL CÍNICO Y EL HIPÓCRITA

Su maldad cuenta el cínico, la abulta;
su aliento es miasma, su sonrisa hielo;
porque ocultar pretende con anhelo
el rudo arpón que el infeliz sepulta.

Y sus maldades el devoto oculta,
de santidad cubiertas con el velo;
pero al subir en éxtasis al cielo,
su negro corazón al cielo insulta.

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EL HOMBRE

Ciego que ve, hambriento que mantiene;
burro en la chilla, en la opulencia mula;
abate al pobre, al poderoso adula,
y es enano o titán, según conviene.

La vanidad que mata lo sostiene;
y como falso su conciencia anula;
si tiene una virtud la disimula,
y finge poseer lo que no tiene.

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EL JUGADOR DEL DOMINÓ

El lápiz en la oreja prisionero;
su fortuna, el real que está a su frente;
si la pierde, baraja displicente
y cambia de lugar el majadero.

Pierde o gane, regaña al compañero,
marca las dobles con destreza ingente;
echa un forro con ánimo valiente
y debe a todos; pero paga cero.

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EL MENDIGO

I

De invierno era noche. La luna bañaba
con luces divinas su casto ropón;
el éter cerúleo su toldo bordaba
de estrellas temblantes de tenue fulgor.

Con hilos de escarcha tejió el horizonte
un lienzo precioso de blanco ormesí,
que en nieve trocaba las crestas del monte
y en líquido aljófar del campo el tapiz.

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EL POETA Y EL FRAILE

En púlpito lujoso encaramado,
pobreza el fraile con fervor predica,
y las ventajas del ayuno explica,
diciendo que la gula es gran pecado.

El hambriento poeta desdichado
encomia en su zahúrda triste y chica,
el lujo, los placeres y ia rica
mesa, que tiene gusto delicado.

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Amantes (IV)

Al cerrar el botón del monedero
esa mujer hablando de los otros
tropieza con los nombres
que apretaron el brillo de su vestido rojo.
La interrumpen reproches en voz baja
golpes de la otra vida
papas apio cebollas que guarda el mosquitero
una mano que cuenta las pastillas
disueltas en el sueño
entre muecas mordidas por extraños
y el crujir de un elástico que cede
después de haber tendido la cobija en la pieza
para cubrir al náufrago y la luna.

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EL TAHÚR FULLERO

De proyectos preñada la mollera,
punto en la banca y en la vida cero,
y más tacaño mientras más fullero,
si gana miente, si perdió exagera.

Amistad… gratitud… eso es… ¡quimera!
que sólo por jugar ama el dinero,
y por llevarse el oro del montero
jugara hasta el honor, si honor tuviera.

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EL TONTO Y EL SABIO

Sin libros, sin afán de ciencia rancia,
tiene el tonto la ciencia de la vida;
corre en pos de fortuna apetecida,
y premia la fortuna su constancia.

Lleno el sabio de in folios y arrogancia,
buscando la verdad todo lo olvida;
errores mil en su cabeza anida,
y muere maldiciendo su ignorancia.

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EL USURERO Y LA GALLINA

Érase un usurero dromedario,
de fina garra y de talento romo,
y no sé cómo al viejo estrafalario
ocurrióle volar sin saber cómo.

Provisto de dos alas de buen cuero,
por llevar adelante su tontera,
fue a la cocina, se subió al brasero,
dio un brinco, y… ¡tras!… rompióse la mollera.

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EL VERDUGO

I

Yo soy el verdugo. El hombre, ¡mi hermano!
hirviendo de ira un ogro me cree;
¡a mí! ¿a la imagen de Dios soberano,
al que hizo del orbe monarca también?

Baldón y desprecio circundan mi vida,
el hombre me llama infame Caín;
del bien que hago al hombre el hombre se olvida,
y me odia, me huye: el hombre es así.

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Carta a casa

Ayer te pensé o soñé que estabas en casa
y te pensé o soñé como eras hace mucho
bajo un cielo que era también como hace mucho
esas cosas de hombre de niño que uno tiene
te soñé como eras cuando yo no era éste
y te pensé después
y anduviste girando en mi cabeza
durante todo el día.

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EN EL CAMPO

I

Te saludo, santuario del reposo,
como al Monle sagrado el pasajero;
bendito seas, oasis misterioso,
de bienandanza asilo verdadero.
Ojalá que a la sombra de este añoso
árbol, encuentre la quietud que espero,
y un instante siquier torne a la vida
un alma por el vicio carcomida.

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EN LA «BRUJA»

Triste como Jesús allá en el huerto,
impaciente cual virgen casadera,
y brujo como indígena hechicera,
hago papel de sordo en el concierto.

Con la esperanza que alimenta un muerto,
y desnudo como una calavera,
ya rujo con rugidos de pantera,
porque estoy como Job en el desierto.

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Corazón

No los dejes que entren que respiren
que se levanten al aire de tu paso
que ocupen tu lugar
no los dejes voltear a esa ventana
hacia esos ojos que miraron lejos
hacia la sombra por no tener sombra
hacia esa nube que cayó sin ruido
queriendo el temporal.

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Cuerpo

Te hicieron enemigo del que llevas.
Dos siglos de enseñanzas contra tu voluntad
la mía. Dos mil años.
Ese extraño, mi cuerpo, era la sombra intrusa
que castigan los dioses del cielo y de la tierra.
El otro, oculto.
Nos ha llevado tiempo conocernos
separar del silencio la voluntad que niega
para darnos palabras de un idioma
en constante peligro de extinción.

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EN LA LOSA DE UNA NIÑA

¿Te faltaba, Señor, alguna estrella
que colgar en el éter tachonado?
¿o un ángel que sentar en el sagrado
solio brillante donde el sol destella?

¿Me diste acaso una ilusión tan bella
para así destruirla despiadado?
¿o del hombre que gime desgraciado
no llega a tus oídos la querella?

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EN LA TUMBA DE MI PADRE

Siempre al azar, como la suerte ordena,
vagaste por el páramo infecundo,
¡pobre rama que el noto furibundo
hizo rodar por la caliente arena!

Ninguno comprendió tu horrible pena,
que nunca hablaste de tu mal profundo;
y fue tu adiós al asqueroso mundo
una sonrisa de desprecio llena.

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ENSEÑANZA SUPERIOR

Muchachas sin camisa ni tomines,
concepciones de honrada figonera,
que no saben mover una tijera,
ni remendar siquiera calcetines;

pero armadas de lazos y botines,
pretenden sacudir su pobre esfera
aprendiendo posturas de bolera,
y a cantar como en ópera y maitines;

luego que esas chicuelas relamidas
se conviertan en hembras pretenciosas,
Primas Donas, con puff, marisabidas,

y nieguen a sus madres haraposas…
para los ricos sobrarán queridas,
para los pobres faltarán esposas.

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EPIGRAMAS (Al cortarse un usurero)

Al cortarse un usurero
las uñas, exclamó Lino:
Va a perder este grosero
lo único que tiene fino.
Recortadas, las tiró
saliéndose a poco rato;
vino su gato, las vio,
y le dio hipertrofia al gato.

*

Entraba un recién casado
al taller de un peinetero,
y oliendo a cuerno quemado
se paró muy asustado
a sacudir el sombrero.

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El lugar de los hechos (I)

En la plaza, con ojos de carnero, tocamos las
mujeres que luego se desnudan para los debutantes
en las piezas del fondo de los conventillos.
Y esa mujer que mira con unos ojos que durarán
por años, se puso boca arriba tomando uno por uno
los temblores, como si se iniciara un nacimiento,
para irse muy tarde con el bolso apretado debajo de
sus brazos, escondiendo la cara y el miedo a
nuestro miedo.

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El lugar de los hechos (II)

Llovieron muchos años de este lado
y la humedad signando la suerte de los vientos
que se dejan mecer en la trampa del agua.
Las gotas amanecen sobre el filo del vidrio rajado en
la ventana. Atrás del muro, larguísimo,
humean los carbones quemados por el tiempo
como antiguos ladrillos de la vida incompleta.

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El otro (I)

Tuvo un corbatín rojo para estar en las aulas.
Un overol de tarde para el taller que usaba
de sus manos.
Tuvo el asombro azul de aquel cielo obligado
hasta llegar la noche de madre inexpugnable recorriendo la casa con su aliento
del piletón del patio a la cocina
sin dar respiro a nadie a nada a nadie
porque es hora de izar los trapos que escurrieron durante todo el día, y entonces no hay más tiempo de estornudar toser pararse levantarse
si no es para apagar la última luz que espera
por los patios, ver madrugar los hombres que saldrán saludando con un gesto
todavía en voz baja y abrigados.

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