Siento ya sobre el ojo que vio correr los días
Batiendo récords trágicos de muerte
El llanto de los hombres caídos en desgracia
Después de ser ministros o inmunes consejeros
En el imperio de Dios y la esperanza.
Sorbo la miel salobre
De los panales míseros que el huracán sacude
En árboles bañados de espanto y de ceniza.
Tengo los brazos locos de abrazarte
Y las manos tullidas
De repicar las rojas campanas de tus senos;
Me duelen las palabras, la boca sin saliva,
De retener tu nombre en el silencio.
Me está doliendo el alma
Con un dolor de espejos
Donde por muchos años
Se enarboló desnuda la flama de tu cuerpo.
Habla mi voz autoritaria,
–Invasora de nardos y de rosas–
Mientras el pan de tu sonrisa se alza
Desde el horno sangriento de tu boca.
Bajo la tarde
–Mujer ciega que lava sus penas en el tiempo–
El corazón se vierte gota a gota
En los innumerables móviles del silencio:
Y es en vano seguir
Las sombras de esperanza
Donde anochece la mirada
Y querer sepultarse en un suspiro
O en un surco de lágrimas.
Alrededor de ti juegan a quien te hiere
Circuncisos arcángeles de noche.
Mujer en cuyos ojos se construye la muerte.
Alrededor de ti pavoridos insectos
Ensayan sus refugios antiaéreos,
Y mariposas huérfanas
Lloran bajo una lluvia de balas y de hojas.
Por un túnel tan negro que pareciera mi hijo
Se desboca la angustia
De hombres zozobrando en el diluvio,
Como descarrilado tren
En que van, pasajeros, la muerte y el olvido.
Y yo siento temor de verme en los espejos
Y de saber que estoy semi-espantado
Luchando contra el grito de los insectos
Que se enrolla en las torres de metal
Y en los candentes hilos telegráficos.
A Ella
Fraterna sombra, hermana de algún ángel,
Prima de alguna llama de mí mismo,
Que me sigue a la noche y a la aurora,
Al combate, a la tregua y al descanso:
Ayúdame a vencer esta agonía
Que en la entraña me crece como una sed de árbol;
A repoblar este silencio abierto
Que ha enmudecido el rumbo de los pájaros
Y a domeñar el pánico latido
Que socava la aurora caída hacia mis brazos.
Estancias para una resignación con la muerte
Yo no sé por qué lloran
Las esposas y madres y hermanas de los muertos.
Si ya no está de moda
El llanto, ¿por qué mojan de lágrimas el tiempo?
¿Por qué no alzar el puño
Y dar de puñetazos en el viento?
El hombre inconforme
Nada he perdido porque nada a la vida traje,
Y me siento feliz de haber nacido pobre,
Porque el rico no puede
Parir con gran dolor las cosas grandes
Y luchar en la lucha de los hombres.
Buscando tu saliva
En esta constelación de gritos
Y en este vaivén de olas humanas y difusas,
Yo busco la corriente clara de tu saliva
-Ungüento iluminado de palabras y risas.
Me quito la camisa y el miedo y los zapatos
Y subo por escalas de aire y nada
Para asaltar y desflorar
La desnuda verdad de tu esperanza.
I
A manera de salmo de ausencia
Rebotan mis palabras
En las piedras oscuras del recuerdo
Y mis lágrimas ruedan ateridas
Y enhebradas con hilos en desfleco.
No hay soñador que sueñe los sueños de mi noche:
Apagado está el grito, muerto el clamor del alma:
Y un mudo seguimiento de fantasmas y sombras
Burlescamente hiere mi fría piel bronceada.
En las noches de mi violencia
crece, en rojo, una exuberante selva.
Aquí me cubro con las manos.
Y este horizonte ceniciento del desierto, a mi derecha, que he frecuentado en todo tiempo.
Sin embargo, cara al viento, partiré esta noche.
Estos muros de sombra, que se los abandona, estos solemnes muros
de arcilla somnolienta,
Que se los abandona a su familiar suficiencia bajo los cielos,
Y a su diálogo de polvo.
Como las piedras que se despiertan tiernamente en el instante más húmedo del año,
Que se maravillan, descubren y tienden sus cuerpos endurecidos a la espuma
que los envejecerá sin tardanza.
Muchos insectos en torno de un solo pensamiento,
Pero el mío está ausente bajo un cielo de lluvia.
¡Y tú has venido un día, Pizarro, acicateado por una gran pasión!
Como tú, fantasma, enciendo mi alma cerca de la extraña floresta,
Donde tú amabas antes aspirar el tenaz aliento.
A Alberto Coloma Silva
1.
De lo remoto a lo escondido
Tanto soy y más la brizna de saturada espina
A cuya sed perenne se acrecientan los desiertos.
Sangre adentro y de soslayo iré por consiguiente,
Como van las tempestades,
Hacia aquel país cerrado a toda mente,
País de Khana, cuando al paso, en las sales densas de la muerte,
Habré de hablarte,
Toda en escombros, ciudad de Balk.
Para ti, profundamente.
Para David García Bacca,
esta desvergüenza.
I
Las razones de la vista: aparecen consiguientes las llanuras, el cárcavo de las selvas.
Encendidas aves, romped de vuelo mis cristales;
Las consabidas alas de este mirar,
La luz naciente que en soledades llevo a los más altos ayes,
Juntad las de vez segura ya en su común medida, en su cenit secreto.
¡Amén, Silencio!
El paso se inquieta en el suelo de las gamas.
Recojamos las melódicas flores de la pastoral
Para nuestras tiernas hermanas.
Venid todos, mordamos los barbechos; para nosotros los peces y el arsenal.
Agua disipada de ámbar en la resonancia estelar.
¡Ah, risa loca!
¿Henos aquí tus compañeros
Ilustres en la ciudad de los políperos?
¡Dispara y modela la línea de nuestra muerte!
Anda, corre y toma entre los astros tu noble impulso.
¡La tierra para nosotros!
¡Y en nuestra angustia
Más bien el cieno de los cerdos
Que el hueso que flota
Como leño podrido del alud!
Estás ahí en medio de la noche, Señora,
Aparecida en el instante, Señora, en medio del invierno de mi noche.
Me he dicho entonces: Si bien recuerdo, Alejandro fue un gran capitán.
Y el rey Salomón vivió solemnemente como un gran rey.
A Jules Supervielle
Como los grandes vientos que soplan en su nocturna y miserable inmensidad,
En las profundas soledades del invierno,
Yerro hirsuto, miserable y sin abrigo.
Ya el lobo no escucha en su guarida
Sino el golpe siniestro de mis años.
A Paul A.
Bar
Te visito y te imploro en el sueño, mi esposa ignorada.
Yo me consumo y me abraso en las soledades tórridas y en la avidez de mi amor.
Oh mujer, vengo a mitigar y aplacar mi angustia
En la querencia de tu inocente claridad.
Navegante,
¡Almendra del navío!
La mirada acorralada por tantos brillos,
Amianto y témpanos vivos de la estrella polar.
El arco metálico arranca de las ramas astrales
El lino de las cataratas.
¡El hielo de las cabezas sobre la esfera
Que sonará una voz sin nombre!
A mis:
Paul A.
Bar
Max Jacob
Pierre Morhange
Jules Supervielle
Gonzalo Zaldumbide
* * * * *
A Henry Michaux
Escucho tus ondas, inefable noche, tu soplo, oh reina del sueño, en mi urbe.
A.M.E.
A la que fue todo amor,
embriagadora y cortejada,
Lucrecia Borgia,
mi ancestro bienamado.
Para vosotros, mis compañeros de exilio,
Henri Michaux, andré de Pardiac de Monlezun,
Aram D.
Mourandian
Versión de Gonzalo Escudero
* * * * *
IV.
Bajo qué ramas, di, bajo qué ramas
de verde olvido y corazón morado
la roja danza muerde tus talones
y te estrechan amantes amarillos.
Desde qué repentina lontananza
giras, me nombras, saltas entre el aire,
mientras yo permanezco absorto en sueños
aún dormida creyéndote en mi alcoba.
El arma que te di pronto la usaste
para herirme a traición y sangre fría.
Hoy te reclamo el arma, otra vez mía,
y el corazón en el que la clavaste.
Si en tu poder y fuerza confiaste,
de ahora en adelante desconfía:
era mi amor el que te permitía
triunfar en la batalla en que triunfaste.
Hay tardes en que todo
huele a enebro quemado
y a tierra prometida.
Tardes en que está cerca el mar y se oye
la voz que dice: «Ven».
Pero algo nos retiene todavía
junto a los otros: el amor, el verbo
transitivo, con su pequeña garra
de lobezno o su esperanza apenas.
Es hora ya de levantar el vuelo,
corazón, dócil ave migratoria.
Se ha terminado tu presente historia,
y otra escribe sus trazos por el cielo.
No hay tiempo de sentir el desconsuelo;
sigue la vida, urgente y transitoria.
Muda la meta de tu trayectoria,
y rasga del mañana el hondo velo.
Me sorprendió el verano traicionero
lejos de ti, lejos de mí muriendo.
Junio, julio y agosto, no os entiendo.
No sé por qué reís mientras me muero.
Vengan nieve y granizo, venga enero,
vengan escarchas ya, vayan viniendo.
Troncos que fueron nidos ahora enciendo
y no consigo la calor que quiero.
No por amor, no por tristeza,
no por lo nueva soledad:
porque he olvidado ya tus ojos
hoy tengo ganas de llorar.
Se va la vida deshaciendo
y renaciendo sin cesar:
la ola del mar que nos salpica
no sabemos si viene o va.
Por saber tuyo el vaso en que bebías,
una tarde de junio lo rompiste.
Bebió la tierra el agua, limpia y triste,
y ahora tienes la sed que no tenías.
Quizá otra vez vendrán tus buenos días
y bebas sin mirar, como bebiste.
Quizá el amor es simplemente esto:
entregar una mano a otras dos manos,
olfatear una dorada nuca
y sentir que otro cuerpo nos responde en silencio.
El grito y el dolor se pierden, dejan
sólo las huellas de sus negros rebaños,
y nada más nos queda este presente eterno
de renovarse entre unos brazos
Maquina la frente tortuosos caminos
y el corazón con frecuencia se confunde,
mientras las manos, en su sencillo oficio,
torpes y humildes siempre aciertan.
Si todo acabó ya, si había sonado
la queda y su reposo indiferente,
¿qué hogueras se conjuran de repente
para encenderme el pozo del pasado?
¿Qué es esta joven sed? ¿Qué extraviado
furor de savia crece en la simiente?
Si ya no vienes, ¿ para qué te aguardo?
Y si te aguardo, di por qué no vienes,
verde y lozana zarza que mantienes
sin consumirte el fuego donde ardo.
Cuánto tardas, amor, y cuánto tardo
en rescindir los extinguidos bienes.
Tú me abandonarás en primavera,
cuando sangre la dicha en los granados
y el secadero, de ojos asombrados,
presienta la cosecha venidera.
Creerá el olivo de la carretera
ya en su rama los frutos verdeados.
Verterá por maizales y sembrados
el milagro su alegre revolera.
Cuando en octubre amor por la semilla
conspira con abril de la mirada
me subyugó una rosa equivocada:
si verde corazón, tez amarilla.
De una la noche en otra maravilla
-cera ya agraz, ya pluma alabeada-
regresó el alba, limpia y afilada,
rasgándome de pura la mejilla.
Tengo la boca amarga y no he mordido;
el alma, atroz, y la canción, tronchada.
No sé qué fuerza traigo en la mirada,
ni qué traigo en mi cuello, de vencido.
No sé ni cómo ni por qué he venido.
Tu amor, ayer tan firme, es tan ajeno,
tan ajenas tu boca y tu cintura,
que me parece poca la amargura
de que hoy mi alrededor contemplo lleno.
El mal que hiciste lo tomé por bueno;
por agasajo tu desgarradura:
ni yo abro el pecho a herida que no dura
ni con vinos de olvido me sereno.
Viene y se va, caliente de oleaje,
arrastrando su gracia por mi arena.
Viene y se va, dejándome la pena
que, por no venir solo, aquí me traje.
Viene y se va. Para tan breve viaje
talé el jazmín, segué la yerbabuena.
Voy a hacerte feliz. Sufrirás tanto
que le pondrás mi nombre a la tristeza.
Mal contrastada, en tu balanza empieza
la caricia a valer menos que el llanto.
Cuánto me vas a enriquecer y cuánto
te vas a avergonzar de tu pobreza,
cuando aprendas -a solas- qué belleza
tiene la cara amarga del encanto.
Ya nunca más diré: «Todo termina»,
sino: «Sonríe, alma, y comencemos.»
En nuevas manos pongo nuevos remos
y nuevas torres se alzan de la ruina.
Otra alegre mañana determina
el corazón del mundo y sus extremos.
Juntos, alma, tú y yo inauguraremos
este otro amor y su preciosa espina.
He amanecido. ¡Qué raro estar vivo otra vez!
Se lo pregunto con ternura a mi mesa de trabajo.
Ella no sabe nada. ¿Estoy vivo, por qué?
Y es raro sentir el hueso que te besa un poco
bajo mis fuertes labios de varón.
La muerte viene, sí, con resplandores,
con el hueso del hombre de la esquina;
trae las discusiones del periódico, la política
y el nudo aquél del vino
que ahogaba, a voces, al gendarme.
La muerte viene hoy, ejemplar, enérgica
en el desgarrón de este mi solo traje;
se le cayó un botón a la dulce camisa de mi amigo
y en él la muerte estaba, sudorosa,
con su cálculo máximo, matemática,
comiéndose al botón,
las coles, las manzanas de esta venta.
Todo en lúcida forma te señala:
el sufrimiento, el alma sin noticia,
y tu forma de pájaro que escala
lo puro de ese cielo que se inicia.
Remota estás-¡oh rosa!-como una ala
en la muerte de póstuma caricia;
ya subes por el tiempo que señala
lo que duerme a tu ser en la delicia.
Superficie partida, invisibles triángulos
dispuestos para su entrada en el ojo. Lástima
que debajo del triángulo principal
que forman los pezones y el ombligo,
centro mismo de un esplendoroso campo de carne, se oculte
la selva de su pubis, el sexo imaginado, su olor y su pelo revuelto
y satisfecho ahora, en el descanso.
Os miro y os veo desnudas
en el rectángulo de la humedad,
acariciando el aire vuestros cuerpos
bajo esos objetos difusos
que os protegen del sol.
Sombras verdes, agujas de hierba
que hacen cosquillas al alzar los brazos.
Desde la sombra,
y en la noche
[pero al final te acostumbras a todo]
todo es diferente. Me pregunto
si alguien me oye.
¿Me oís vosotros?
¿Estáis ahí?
[No soy mas que una voz, una sombra].
Si no me oís no soy nada.
El bosque que se acerca
es un bosque sin lluvia
y es un bosque de viento,
frío y muerto.
Su arena seca
nos encierra en el olvido.
Bosque de mugre y de tristeza.
Cada vez que lloramos
humedecemos la tierra.
Viento furioso, mano quieta,
manantial de agua clara.
Duele aún la presencia tangible
del amigo muerto.
Es un temblor,
un desajuste.
Alivia la conciencia
saber que no existe
olvido.
Se puede oler la humedad en la piel,
el agua salpicada en las baldosas frías;
percibo incluso la temperatura
que te permite estar desnuda
delante del espejo con puertas, la ventana
que se abre ante tu rostro satisfecho, jadeante
todavía; veo tu espalda larga, el hilo de sudor en la columna
vertebral, tus piernas estiradas, el hermoso trasero.
1
Como el pez al agua,
como el agua a la tierra,
como la tierra al sol,
como el sol al árbol,
como el árbol a la lluvia:
forma creada con las manos,
fuegos y alas en los ojos:
fulgor de forma que se cruza
con otro haz de luz en el cerebro:
creando saltos de la sangre en las venas
y reposos de arterias en los huesos.