Tu voz, viajera de muchos siglos,
llegó apoyándose en un sueño.
En ningún país la reconocían.
No cabía en ningún recuerdo.
No sigas. Quédate. Eres mía.
Lo sé desde el alba del tiempo.
Tus ojos perseguidos
todavía tiemblan de miedo.
Tu voz, viajera de muchos siglos,
llegó apoyándose en un sueño.
En ningún país la reconocían.
No cabía en ningún recuerdo.
No sigas. Quédate. Eres mía.
Lo sé desde el alba del tiempo.
Tus ojos perseguidos
todavía tiemblan de miedo.
Amante silenciosa de una noche,
fina muñeca de marfil antiguo,
cuando mi cuerpo duerma el sueño largo
recuerda al extranjero que te quiso.
Mi alma estará en la sombra, solitaria,
y en la neblina viviré perdido.
Entreabre las ventanas, y tu lámpara
será como una estrella en el camino.
¿Qué largo silencio de nieve
te ha adormecido el corazón
y qué estrella lejana llueve
su frío en tu desolación?
¿Qué claro arroyo de agua pura
se ha llevado tus pensamientos
y en qué jardines de locura
se inmovilizan tus momentos?
Restablecido apenas de mis males
principescos, percibo la elegancia
de los jardines de oro y la fragancia
de los fríos senderos otoñales.
Pienso que de cármenes lejanos
ha de venir, lo mismo que en un cuento,
una reina a curar mi desaliento
con las última rosas de sus manos.
Cuando nace un hombre
siempre es amanecer aunque en la alcoba
la noche pinte negros cristales.
Cuando nace un hombre
hay un olor a pan recién cocido
por los pasillos de la casa;
en las paredes, los paisajes
huelen a mar y a hierba fresca
y los abuelos del retrato
vuelven la cara y se sonríen.
Sí, también yo
quisiera ser palabra desnuda.
Ser un ala sin plumas en un cielo sin aire.
Ser un oro sin peso, un soñar sin raíces,
un sonido sin nadie…
Pero mis versos nacen redondos como frutos,
envueltos en la pulpa caliente de mi carne.
Crecieron así seres de manos atadas.
Empédocles
A tiros nos dijeron: cruz y raya.
En cruz estamos. Raya. Tachadura.
Borrón y cárcel nueva. Punto en boca.
Si observas la conducta conveniente,
podrás decir palabras permitidas:
invierno, luz, hispanidad, sombrero.
Es la noche sin fin, la desvelada
noche, que con sus filos de cuchilla
implacable recorta en amarilla
muerte, nuestra silueta enajenada.
Vivir, cuando vivir no vale nada,
equivale a sembrar, con la semilla
infecunda, el dolor, que tanto humilla;
de una existencia rota y postergada.
Yo era poeta labrador.
Mi campo era amarillo y áspero.
Todos los días yo sudaba
y lloraba para ablandarlo.
Tras de los bueyes, lentos, firmes,
iba la reja de arado.
Mis surcos eran largos, hondos.
(Mis versos eran hondos, largos.)
Por el otoño lo sembraba
sin desmayar, año tras año.
Distancias.
En la vida hay distancias.
El hombre emite su aliento,
el limpio cristal se empaña.
El hombre acerca sus labios
al espejo…
pero se le hiela el alma.
(…Pero se le hiela el alma.)
Distancias.
Llega una mano de oro luciendo un diamante
una mano de hierro gobernando unas riendas,
una mano de niebla donde canta una alondra:
yo las dejo pasar
Llega una mano roja empuñando una espada,
llega una mano pálida llevando una amatista,
llega una mano blanca que ofrece una azucena:
yo las dejo pasar.
Caliente amarillo: luto
de la faz desencajada;
contraluz que atributo
y auge de presunta nada,
¡muerte! Por la hundida ojera
se asoma la calavera,
ojo avizor de un secreto
que estudia bajo la piel
su salida de doncel
póstumo: don de esqueleto.
…las cenizas de mi voz…
J. Ortega y Casset
En las cenizas de mi voz apuro
un rescoldo de lumbre que no es mío.
Estoy al sol y solo con mi frío
de sombra deslizada por un muro.
Hastío -pajarraco
de mis horas-. ¡Hastío!
Te ofrendo mi futuro.
A trueque de los ocios
turbios que me regalas,
mi porvenir es tuyo.
No aguzaré las ramas
de mi intelecto, grave.
No forzaré mis músculos.
Mujer. Palabra rubia,
de miel. Vaso de oro.
Persistencia monótona, de lluvia.
Silencio puro. Balbucir sonoro.
Mármol o bronce. Simulacro.
Corporeidad rotunda. Lanza
de emoción. Fuego sacro.
Cumbre de todos los instintos. Danza.
Médula de lo ignoto.
Al Excmo. Sr. D. Mauel Cepero.
Romance primero
EL CANDIL
Más ha de quinientos años,
en una torcida calle,
que, de Sevilla en el centro,
da paso a otras principales,
cerca de la media noche,
cuando la ciudad más grande
es de un grande cementerio
en silencio y paz imagen,
de dos desnudas espadas
que trababan un combate,
turbó el repentino encuentro
las tinieblas impalpables.
Mis plantas, estas plantas de impreciso
paso sin huella, errantes por el suelo…
Ayer anduve firme, y hoy no suelo
sentirme las pisadas cuando piso.
Anduve firme cuando Dios lo quiso.
En mi solar dejaba sin recelo
bien asentado el pie que —en vilo, en vuelo—
hoy va, entre dos azares, indeciso.
…camisa de culebra en el camino…
J. J. D.
Una vez más tu piel, tu desprendida
piel de reptil, se pudre en el sendero,
junto al descamisado pordiosero
que nos viene a vender la nueva vida.
Con plantas sin raíces, mal prendida
a la derrota de su derrotero,
va el paso peregrino del romero
extático en su punto de partida.
Con once heridas mortales,
hecha pedazos la espada,
el caballero sin aliento
y perdida la batalla,
manchado de sangre y polvo,
en noche oscura y nublada,
en Ontígola vencido
y deshecha mi esperanza,
casi en brazos de la muerte
el laso potro aguijaba
sobre cadáveres yertos
y armaduras destrozadas.
Envuelve al mundo extenso triste noche;
ronco huracán y borrascosas nubes
confunden, y tinieblas impalpables,
el cielo, el mar, la tierra:
y tú invisible, te alzas, en tu frente
ostentando de fuego una corona,
cual rey del caos, que refleja y arde
con luz de paz y vida.
Cuando, al compás del bandolín sonoro
y del crótalo ronco, Lucianela,
bailando la gallarda tarantela,
ostenta de sus gracias el tesoro;
y, conservando el natural decoro,
gira y su falda con recato vuela,
vale más el listón de su chinela
que del rico Perú las minas de oro.
Pálida está de amores
mi dulce niña:
¡nunca vuelven las rosas
a sus mejillas!
Nunca de amapolas
o adelfas ceñida
mostró Citerea
su frente divina.
Téjenle guirnaldas
de jazmín a sus ninfas,
y tiernas violas
Cupido le brinda.
Decidme, zagales,
¿qué fuerza tendrán
los ojos de Lesbia,
que así me hacen mal?
Desde que los vide
ni sé descansar;
perdí mi reposo,
no puedo parar.
Sin duda que fuego
oculto tendrán,
pues, cuando me miran,
me siento abrasar.
Cual suele en la floresta deliciosa
tras la cándida rosa y azucena,
y entre la verde grana y la verbena
esconderse la sierpe ponzoñosa;
así en los labios de mi ninfa hermosa,
y en los encantos de mi faz serena
amor se esconde con la aljaba llena,
más que de fechas, de crueldad penosa.
A VECES EL MAR TIENE un extraño sosiego
que las aves imitan, una incierta conciencia
de la vida que pasa inútilmente bella,
hermosamente vana, calladamente quieta.
Es el mudo deseo de ser hoja en la brisa
lo que emulan las aves.
Bésame la boca
con tu boca de rosas,
con tu boca de mirtos,
con tu boca de cáscara de naranja mandarina.
Bésame la boca
y ahuyenta mi tristeza de lata en la basura.
Llévame al garaje,
el día es frío y ando a tres pistones.
Hoy te escribo porque sé que estás sola
y oyes la radio en una habitación
sin vistas al mar y lees libros
que leíste hace tiempo.
Porque sientes
como si fuera a llegar la noche de inmediato,
la inquietud de una tarde de espera
en la aséptica sala de un dentista.
A Manuel Núñez Rguez.
In memoriam.
A muerto, la campana toca a muerto.
Ha muerto con la tarde y sin billete
de vuelta. Beberá pronto del Lete
cubierto de serrín y pez, cubierto.
Navega el ataúd destino a un puerto
de sombras, carne muerta en el grumete;
golpea hacia el vacío triste ariete,
golpea hacia la nada, en el desierto.
La diaria trashumancia del barro,
esta deletérea sensación humana
de saberse nómadas del tiempo
que nos roba la sombra, nos recuerda
la ira de los dioses, la venganza
por el hurto
ancestral del fuego.
Es esto:
caminar sin rumbo hacia el olvido,
sortear las tumbas del deseo
y del fracaso,
compartir la incertidumbre
con las tribus hermanas
oliendo el aire y sus serpientes
lo mismo que una loba.
Hoy, como siempre,
puse todas las esperanzas
en que los dioses me fueran favorables.
Hoy que amaneció lloviendo, hoy
sin paraguas, hoy
que alimenté todas las ilusiones.
Hoy que salí acicalado
porque no volvieran a irse de fiesta sin mí.
No encuentro la razón de esta tristeza
que viene sigilosa a la ventana,
ni entiendo que en las tardes de domingo
se atreva sin aviso a visitarme,
pasteles bajo el brazo, acicalada
cual fuera un familiar.Es la presencia
estéril de la estatua que no mira.
No sólo flor y mar, también es fuego
constante el de tu carne, el de tu rosa,
abeja zumbadora, mariposa
de pluma, silbo y sol, verano y juego.
Derramas el caudal de nieve, y luego,
liberas un volcán que, ciego, osa
ungir el corazón de mirto y fosa,
de sábana, hoja azul, dulzor y espliego.
SIEMPRE FUISTE VIAJERA golondrina de tardes
que cruzaba mi calle con sus alas de libros,
la mirada perdida y la blusa celeste
de colegio de monjas.
Golondrina de tardes,
te miraba asomado por los vidrios de enero.
Se imantaba mi pecho en aquellas ventanas
apagadas de luces, telegramas de lluvias.
YA LO SÉ. NO HACE FALTA que me escribas postales,
ni me envíes esquejes de cristales oscuros.
Hace tiempo que vivo con mis libros a solas
y me invento aventuras en las islas lejanas.
Ya lo sé. Bebo mucho y redacto poemas
que se van al olvido en cajones helados
donde guardo la magia de las nubes de invierno
y una bruma arenosa de veranos difusos.
Ya sabes. Es tan bello este ostracismo,
tenderme junto a ti, sentir tus dedos
rodarme por la piel en esta alcoba
caliente y apartada del vacío…
Lo sabes cuando beso, cuando hiero
tu boca con torrentes de amapolas,
lo sabes cuando busco tu saliva
y toco tus pezones como almendras.
En un huerto de Fray Luis
Suéñame suéñame aprisa estrella de tierra
cultivada por mis párpados cógeme por mis asas de sombra
alócame de alas de mármol ardiendo estrella estrella entre mis cenizas
Poder poder al fin hallar bajo mi sonrisa la estatua
de una tarde de sol los gestos a flor de agua
los ojos a flor de invierno
Tú que en la alcoba del viento estás velando
la inocencia de depender de la hermosura volandera
que se traiciona en el ardor con que las hojas se vuelven hacia el pecho mas débil
Tú que asumes luz y abismo al borde esta carne
que cae hasta mis pies como una viveza herida
Tú que en selvas de error andas perdida
Supón que en mi silencio vive una oscura rosa sin salida y sin lucha
Sucesión de sonidos elocuentes movidos a resplandor, poema
es esto
y esto
y esto
Y esto que llega a mí en calidad de inocencia hoy,
que existe
porque existo
y porque el mundo existe
y porque los tres podemos dejar correctamente de existi
Entre los agostadores
los que mantienen abiertos los ojos del cuchillo,
entre los crueles, los monstruos del relámpago,
entre los animales humanos de la guerra,
entre las patas, heridas, llamas, alaridos,
brotando de la sangre, despunta al fin Bolívar.
Más joven que su muerte andante y próxima
tan joven para los años que le esperan
tan lleno de furor puro, de esperanzas,
tocado por el crimen, como todos,
ebrio de un fuego por vencer la muerte
pero también capaz de detenerse
para aspirar la flor gratuita, vana,
para soñar algún sueño en que se mira
con los pies en el lodo, con la frente en la estrella.
Estaba allí, exacto, sin hora,
a toda hora, en el sitio asignado,
existiendo en la existencia pasajera.
¿Dónde está ahora, cuando vencido
el tiempo de tocar corriendo,
deslumbrado por el sol del juego,
acosa el tiempo de escribir su nombre?
Buda se equivocó.
La causa del dolor no es el deseo
sino la carencia que motiva el deseo.
JUAN EDUARDO CIRLOT
¡Sí! es necesidad, por eso tan real,
surtiendo adentro,
recreando lo creado,
persistencia indefinible juntando
expectación y carencia,
algo abstracto, fuera de consumo,
inconsumible, llamada confundida
con la costumbre de respirar.
Cuando mueren
por un instante
las palabras
que tanta muerte dan siempre a la vida
cuando descubrimos el actor que somos
y lo exponemos
despojado de sus trajes crepusculares
cuando nos despierta el sueño de soñar
o arrancados del sueño
despertamos atónitos
como extraño celeste caído
cuando se quiebran los espejos
al soplo de una necesidad desconocida
cuando vaciadas quedan las odres
y sea aquieta la fiera de la sed
cuando se acepta el desierto por jardín
brota del resplandeciente vacío
una repentina cresta
y el levante impera en ella
filo puro neto
neutro
que se abate
y nos degüella.
Hábito: dudar de la esperanza
y sentirla como carencia.
Agonía sin crisis, declive, desgaste,
lento derrumbe por trozos,
memoria, ruinas, vestigios.
Cuando impere el desasimiento
¿Advendrá la resurgencia?
La memoria sorprende en la blancura
de corredores enfilados
y es un salto la sombra;
precisa, ahondando los lugares,
en esta mansión tan diurna,
tan joven y ya ausente.
No hay ruido
y el pasar de la doncella única,
dura, todo se agita, las palmas,
el agua de la pila, los destellos en el piso,
la luz en las vidrieras,
las cortinas de paño leve.
Hundimientos de la costumbre.
Brotes. El viento construye ciudades
(quien las ve no las ha visto).
Silencio: súbita elocuencia.
Y una luz inmediata
que no deja tomar aliento.
*
No es el tiempo el que corre
somos nosotros quienes pasamos
iluminados por un lado o en sombras
ahogados o clamorosos.
—Lo que pasa volando permanece.
—Porque se oculta.
—Y se vuelve a pasar, volando.
En la habitación vacía,
descuidada,
cruzó la ráfaga de alguien.
En el cuarto abandonado
de la casa ruinosa
la luz encarnó en alguien que pasa.
Como la ola pero no como la mar inacabable
como la ola solamente que nace y se derrumba
como la ola que muere de su propio impulso
que se expande rugiente y se estrella espumea destella
hasta abolirse en la ribera o regresar a su origen
como la ola que es un temblor del tiempo
tú y yo sobre la playa
frente a las olas
en el tiempo que nos destruye y nos repite.
A Reinaldo Pérez Só
Inmóviles mujeres vegetales
en torno al lecho
mueven sus grandes abanicos.
El niño mira el mapa
del muro empapelado,
cuenta una y otra vez las vigas
hasta confundirse,
hasta perderse y quedarse dormido
entre las húmedas sábanas de su fiebre.
Se acarician. Se bastan.
Están colmados por ellos mismos
colmados por la sed sensual del otro.
Se conocieron ayer:
llevan siglos de parecerse
de abrazarse en las paredes siempre únicas
de reconocerse en todos los lugares
donde el sueño esconde su tesoro
donde la dicha deja a la nostalgia
donde nunca estuvieron
donde están.
Detrás de la máscara
de rey de las piraterías
está el espejo
y también está detrás de la máscara
del seductor
que añeja su adolescencia
y tras de las abigarradas máscaras
rutinarias
las del héroe
la víctima
el estoico
el justo
Entonces
aparece a la intemperie
la seca reflexión de su cara
en el espejo de su sombra.
A Rafael Cadenas
Se hizo tarde.
La lucidez protege
de la desolación.
Se hizo tarde
para emprender el viaje
hacia el conocimiento liberador.
Somos siervos
de los artificios inventados
por nosotros mismos.
Siervos de máquinas,
de imágenes sustitutivas
del mundo,
de raudales energéticos hurtados
al cosmos.