1.
a. El huevo no se sueña ser un pájaro
que alguna vez no sueñe ser un huevo.
b. El pájaro no se sueña ser un pájaro
que alguna vez no sueñe ser un huevo.
2.
a.
1.
a. El huevo no se sueña ser un pájaro
que alguna vez no sueñe ser un huevo.
b. El pájaro no se sueña ser un pájaro
que alguna vez no sueñe ser un huevo.
2.
a.
Nombrar / signar / cifrar: el designio inmaculado:
su blancura impoluta: su blanco secreto: su reverso blanco.
La página signada con el número de nadie:
el número o el nombre de cualquiera: (LA ANONIMIA no nombrada).
El proyecto imposible: la compaginación de la blancura.
La página replegada sobre la blancura de sí misma.
La apertura del documento cerrado: (EVOLUTIO LIBRIS).
El pliego / el manuscrito: su texto corregido y su lectura.
La escritura de un signo entre otros signos.
La lectura de unas cifras enrolladas.
El signo de los signos / el signo de los cisnes.
El troquel con el nombre de cualquiera:
el troquel anónimo de alguno que es ninguno:
‘El Anónimo Troquel de la Desdicha’:
SIGNE CYGNE
Le blanc de le Mallarmé
CYGNE SIGNE
(Analogía troquelada en anonimia):
el no compaginado nombre de la albura:
la presencia troquelada de unos cisnes: el hueco que dejaron:
la ausencia compaginada en nombre de la albura y su designio:
el designio o el diseño vacío de unos signos:
el revés blanco de una página cualquiera:
la inhalación de su blancura venenosa:
la realidad de la página como ficción de sí misma:
el último canto de ese signo en el revés de la página:
el revés de su canto: la exhalación de su últmo poema.
El cuerpo es el árbol Bodhi
La mente el espejo brillante en que él se mire
Cuidar que esté siempre limpio
Y que polvo alguno lo empañe
Shen-hsiu
Nunca existió el árbol Bodhi
Ni el brillante espejo en que él se mire
Fundamentalmente nada existe
Entonces, ¿qué polvo lo empañaría?
a. ¿La Flor Mutable?
¿El tallo sostenido en la palabra?
¿La palabra ciega entre comillas? ¿Acaso la palabra: ‘FLOR’?
b. ¡El pequeño-oscuro-aster-lila-claro!
El pequeñito. El Little, en otra lengua.
El traductor de Gottfried Benn.
‘El Poema-montaje’:
¡¡El informe en forma de ideograma!!
Véase: La literatura
El Lenguaje de los Pájaros o Confabulación Fonética es un lenguaje inarticulado por medio del cual casi todos los pájaros y algunos escritores se expresan de la manera más irracional posible, es decir a través del silencio. La Confabulación Fonética no es sino la otra cara del silencio.
‘Das Dasein ist rund’.
K. Jaspers
Tania no sabía que El Círculo de la Familia es el lugar donde se encierra a los niños, pero sí sabía que en ese mismo Círculo hay también un centro de orden que proteje a la casa contra un desorden sin límites (un orden que no es simplemente geométrico).
Éste es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara.
José Alfredo Jiménez
Sólo bajó del tren,
atravesó solo la ciudad desierta,
solo entró en el hotel vacío,
abrió su solitaria habitación
y escuchó con asombro el silencio.
Avanzan solos gris andrajo de nubes
gris pesadilla bronce herido llamaradas grises
terco pedernal de fantasmas
tierra terracota mineral
insomnes avanzan furor helado
bronce herrumbre ira petrificada
cuerpos sombras sombras cuerpos
ballet de muerte astillas de sueños
avanzan solitarios remotos
ciegos árboles andando atraviesan
puertas piedras palabras
plata roñosa paredes de espejos
lágrimas sin ojos avanzan
reclaman mendigan sueñan
otro infierno distinto
otro infierno
otro.
Una casa vacía, otra derrumbada,
un niño muerto al que le cuentan cuentos,
despedidos fantasmas que se desvanecen,
ceniza y hueso, piedras derrotadas.
Cuartos alquilados, repetidos espacios fugaces,
las huellas de los cuerpos en las sábanas,
una pesada resaca sin destino,
voces que nadie escucha, imágenes de sueños.
Olor acre de axilas depiladas, de pefume pasado de rosas, de estiércol pisoteado de caballos.
Sé, me lo han contado, que las murallas de la ciudad ya no pueden resistir al infiel. Todas las defensas han fracasado.
El pobre emperador, nuestro bien amado Constantino XI, intenta inútilmente salvar la ciudad de su nombre, pactar con el enemigo, firmar desesperados tratados de paz.
Se mira en el espejo que ya no le refleja,
todo, menos él, aparece en la fría superficie,
la habitación, muebles y cuadros, la variable luz del día.
Así aprende, con terror silencioso, a verse,
no en los gestos teatrales aún rasgos humanos de la muerte,
sino en los días de después, en el vacío de la nada.
Y aunque la vida murió,
nos dejó harto consuelo
su memoria.
Jorge Manrique
Si como afirma Borges todos los hombres
son el mismo hombre, aurora y agonía,
y poco importan sus nombres y sus rasgos,
yo quisiera olvidando la anécdota banal de mi destino
buscar en otro rostro a ese único hombre,
otra sombra, otro sueño mejor, igualmente perdido.
En Madrid, donde me dieron la noticia de tu muerte,
en Sevilla, años después, en una extraña primavera,
en Londres, repitiendo tantas veces
el sonido de tu voz, el roce de tu mano.
En New York, mirando caer la nieve
junto a aquel cuerpo que tanto quise,
y en México, bajo la lluvia, frente a la piedra rajada,
que nada guarda sino tu nombre y la ceniza de un recuerdo,
has estado conmigo, fantasma de un fantasma.
Por la noche, con la luz apagada,
miraba a través de los cristales,
entre los conocidos huecos de la persiana.
Como un rito o una extraña costumbre
la escena se repetía, día tras día,
igual siempre a sí misma.
Frente a frente su ventana,
la veía aparecer y bajo la tenue claridad de la luz,
lentamente, irse haciendo desnuda.
Al final pienso que tenía razón
?todo el absurdo tinglado del poder,
el cuchillo implacable de la inteligencia,
las sórdidas, políticas palabras,
los arañados proyectos imposibles?,
sí, tenía razón ese día. Me acuerdo bien
cuando pensé, echado junto a ella,
que lo único real era una buena puta,
una piel cálida, unos labios silenciosos, unas manos
expertas,
en aquel burdel cerca Neuilly, al amanecer.
Terribles son las palabras de los amantes,
aunque estén bañadas de falsa alegría,
cuando llega la desolada hora de la separación.
Fuera la lluvia galopa tercamente
y su eco retumba tras la ventana.
Los poderosos pájaros de la dicha
un breve instante anidaron en sus brazos
y dorados plumajes cubrieron los cabellos
que ahora sudor y hastío sólo guardan.
Querido Vinyoli, en esta tarde
de violenta tramontana, oscuro azul de mar,
miro las Islas Medas, remolinos de gaviotas,
alada espuma sobre la espuma blanca,
y me llega, imagen persistente, su recuerdo,
en el día final del año de su muerte.
Éste es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara.
José Alfredo Jiménez
Olor de solitario y soledad, cama deshecha,
cegados ceniceros en esta tarde de domingo,
helado soplo de noviembre en el cristal
y un vaso medio lleno de cansancio.
Sin saber para quien,
Envío esta carta en el buzón del viento.
Oscuros hombres han merodeado a mi puerta
Con gabanes abulados por la escuadra de una lugger,
Y en la noche, mientras leía a mis viejos poetas enlunados,
Una legión de sombras ha roto mi ventana.
A la hora en que el sueño se desliza
Como un ladrón por senderos de fieltro
Los poetas beben aguas rumorosas
Mientras hablan de la oscuridad,
De la oscura edad que nos circunda.
A la hora en que el tren tizna la luna
Y el ángel del burdel se abandona a su suerte,
La orquesta toca un aire lastimero.
Tocaba el arpa en las rejas de su celda.
O tomaba de un vaso sin agua.
Una porción de sed que nunca lo saciaba.
Tocaba el arpa en las rejas de su celda.
Soñaba que los gruesos barrotes temblaban,
Que sonaba un galerón
Con luna entre las palmas.
Hago la lista negra de mis dudas en medio de un país diezmado y no
sé si las cartas que no llegan son violadas como el sueño o las mujeres…
(Al amanecer arrecia la lluvia y acaso la tormenta acalle disparos
lejanos…)
No sé, exactamente, si algún hombre en mi país es buscado en la
ciudad con la oculta lámpara de algún ladrón de sueños…
(Alguien al borde de un abismo acaso inicie el retrato hablado de un
ángel…)
Y cuando llega la noche o entro al sueño como a un tren que me
saca de un país oscuro, pienso si algún oculto guardián decidiera
aplicarme la ley de fuga de los sueños…
(Homenaje a André Bretón)
Ha llegado, de nuevo,
El poblador de las estaciones anfibias /del sueño,
El caminante de una Babel de espejos.
Alguien lo ha visto
Hablando con un ladrón de lejanías.
Alguien pregunta
De qué sitio viene
Llevando en el ojal la noche.
A Ricardo Cano Gaviria
La ciudad que me rodea
Y se duplica en los charcos de la lluvia
Tiene un ropaje de sombras.
El viento que viene del páramo de Cruz Verde
Con su negro levitón nocturno
Rasguña los vitrales de la casa,
Se cuela en los campanarios,
Golpea
Los aldabones de bronce de La Candelaria.
Voy por la calle con mi maletín de antílope
Y mi billetera de becerro.
Calzo zapatos de toro
Y llevo un blusón rojo teñido en achote.
Toda mi ropa fue lavada por un secreto río
Y jabones de rosa.
En mis papeles rumora un viejo bosque,
Por momentos siento que
Se despereza la serpiente del cinturón.
Una puerta
Abierta a la noche
Y se pueblan los ruidos
Las estancias.
Sus rumorosas bisagras
Anuncian
Alguien llegado de la lluvia
O los pasos de un lento animal
Que invade el sueño.
Una puerta, una grieta
Abierta en el asombro.
Tras los temblores y los años que huyen como galgos, la Catedral de Managua se puebla de pájaros. En sus ruinas se siente la presencia del vacío, lejanos murmullos, precesiones de ausentes. Pero los grillos, ¡ah!, los grillos elevan una agreste oración.
Un olor a hierba recorre las naves y el púlpito del viento, un reino del olvido y la humedad.
El sol fulge entre la fronda
Donde los niños duermen
Y cruza bostezando un ángel rojo.
Lejos, los patios de vecindad se llenan
De gentes que remiendan el aire
Con la aguja de su parla rumorosa.
Alguien siembra un cortejo de astros.
Me pregunta usted dulce señora
Qué veo en estos días a este lado del mar.
Me habitan las calles de este país
Para usted desconocido,
Estas calles donde pasear es hacer un
Largo viaje por la llaga,
Donde ir a limpiar luz
Es llenarse los ojos de vendas y murmullos.
¡Cómo se van las horas,
y tras ellas los días
y los floridos años
de nuestra frágil vida!
La vejez luego viene,
del amor enemiga,
y entre fúnebres sombras
la muerte se avecina,
que escuálida y temblando,
fea, informe, amarilla,
nos aterra, y apaga
nuestros fuegos y dichas.
Tus lindos ojuelos
me matan de amor.
Ora vagos giren,
o párense atentos,
o miren exentos,
o lánguidos miren,
o injustos se aíren,
culpando mi ardor,
tus lindos ojuelos
me matan de amor.
Si al final del día
emulando ardientes,
alientan clementes
la esperanza mía,
y en su halago fía
mi crédulo eror,
tus lindos ojuelos
me matan de amor.
La blanda primavera
derramando aparece
sus tesoros y galas
por prados y vergeles.
Despejado ya el cielo
de nubes inclementes,
con luz cándida y pura
ríe a la tierra alegre.
El alba de azucenas
y de rosa las sienes
se presenta ceñidas,
sin que el cierzo las hiele.
Cuando mi blanda Nise
lasciva me rodea
con sus nevados brazos
y mil veces me besa,
cuando a mi ardiente boca
su dulce labio aprieta,
tan del placer rendida
que casi a hablar no acierta,
y yo por alentarla
corro con mano inquieta
de su nevado vientre
las partes más secretas,
y ella entre dulces ayes
se mueve más y alterna
ternuras y suspiros
con balbuciente lengua,
ora hijito me llama,
ya que cese me ruega,
ya al besarme me muerde,
y moviéndose anhela,
entonces, ¡ay!, si alguno
contó del mar la arena,
cuente, cuente, las glorias
en que el amor me anega.
Viendo el Amor un día
que mil lindas zagalas
huían de él medrosas
por mirarle con armas,
dicen que de picado
les juró la venganza
y una burla les hizo,
como suya, extremada.
Tornóse en mariposa,
los bracitos en alas
y los pies ternezuelos
en patitas doradas.
¡Qué ardor hierve en mis venas!
¡Qué embriaguez! ¡Qué delicia!
¡Y en qué fragante aroma
se inunda el alma mía!
Éste es de Amor un templo:
doquier torno la vista
mil gratas muestras hallo
del numen que lo habita.
Suelta mi palomita pequeñuela,
y déjamela libre, ladrón fiero;
suéltamela, pues ves cuánto la quiero,
y mi dolor con ella se consuela.
Tú allá me la entretienes con cautela;
dos noches no ha venido, aunque la espero.
¡Ay!, si esta se detiene, cierto muero;
suéltala, ¡oh crudo!, y tú verás cuál vuela.
A mí la vida
me lleva
y no me gusta.
Estar eternamente anclado
al horizonte
bajo el canto tórrido
de sirenas tartamudas.
Lápidas que me marcan
cuelgan de mis dedos,
y me asustan
sin motivos obvios,
el sino me arranca los latidos
que a veces creí
que no eran míos.
En la noche
abarco con mis brazos
esa cama incompleta.
Siniestra, falta de luz,
me humilla la ventana.
Ya no tengo nuevos complejos,
nuevos sinos anodinos;
sólo espacio en un mundo
que me ha concedido
cansancio y simetría
con un sol que ya no arrastra.
Tus cabellos se debaten
en lucha fatal con el viento.
Yo los podo si admirarlos
puedo sin cogerlos.
Participas, asimismo,
de la verticalidad desordenada
de mis pelos.
Todo ello nos hace ver el mundo
como nuestro.
Vamos, mujer,
dime que mi gusto
se perdió,
que soy mayor
desastre y que no tengo
porvenir, ni empleo bueno,
ni coche -sólo un triste
bonobús-, ni patria,
ni raíces, ni orgullo
ni ropa, ni dinero
ni ambición.
¿Qué importa que ligera
la edad, huyendo en presuroso paso,
mi vida abrevie en la callada huida,
si cobro nueva vida
cuando en las llamas de tu amor me abraso,
y logro renacer entre su hoguera,
como el ave al sol, que vida espera?
Al crepúsculo de la última edad de hielo
quise ir lejos de los límites,
y reunir la quietud,
lo pacífico
en la soledad de un tiempo inexpugnable.
Eso era.
Cogido por vientos contrarios,
necesité asilos
por ocasionales y precarios que ellos fuesen.
Se trataba de invernar,
de pulsar las leyes del frío;
de escrutar la indigencia en la medianoche del mundo;
de buscar huellas de dioses
ahí donde la huella de las huellas
se ha perdido.
Se trataba de la compleja red de circunstancias
y menudos azares
que calibran la temperatura del Planeta,
mi temperatura,
nuestro propio clima interior.
Bendíceme, Madre,
azulada nieve de cada día.
Amanéceme
y fecunda el olvidado dintel de la ventana
de este mundo.
Y junto al fuego frío,
bendice este incendio infinito.
En el principio
fue la luz o el hielo.
Sólo después amaneció la nieve.
Y durante millares de años,
sin prisa,
con controlada paciencia.
Como acogemos a un ser
largamente esperado,
un copo de nieve
hospedó a otro.
La infinita descomposición de la luz
en la cristalería del hielo.
Barcos cargados de arcoiris
y navegaciones
en las que cualquier oro era nada.
Como esas rorantes matas de zarzaparrilla
con sus rútilas gotas de sangre
sobre la nieve más sana,
más pura,
en el último rincón
de la huerta más austral del universo.
¿Que el universo no sería infinito?
¿Termina el infinito?
¿Y la gravedad de todas las masas
también es infinita ?
¿El cielo ardería en infinita luz ?
Pero,
¿Es mar allá ?
¿Un acuario de peces,
de ballenas, y medusas ángeles ?
La nieve con su frágil geografía,
sus suaves formas
y sus terribles miradas mitológicas.
Con sus estalactitas de aliento congelado,
sus cuernos, sus fauces,
sus barbas de chivo trágico
y sus alas de ávido halcón helado.
Es la nieve sobre los vastos desiertos
de las cacerías y hogueras contemporáneas.