La hoja
separada de la rama
tirita tiembla
sólo cuando toca el suelo
se calma
Versión de Abel A. Murcia Soriano
Me abandonaron las fuerzas
la alegría desapareció sin dejar rastro
mis manos vagan
no encuentran cosas seguras
quisiera
que echara a volar un pájaro
que ladrara un perro
busco pruebas
de que algo es posible
Versión de Abel A.
Me he alejado tanto de mí mismo
que ya no sé decir nada
sobre mí
ni lo que siento
cuando me mojo bajo la lluvia
ni cuando me convierto
en una brizna de hierba seca
quemada por el sol
no sé encontrarme
a mí mismo
describir a este personaje
nombrarlo
asegurar
que existe
Versión de Abel A.
Mira cómo se marchita la rosa
está desesperada
aún intenta brillar
aún le gustaría relucir
abrirse
despertar admiración
pero los pétalos
son ya alas rotas de un colibrí
cada vez más encerrada en sí misma
ni siquiera habla de su antiguo esplendor
se le cae la cabeza
se marchitan los labios
se extingue
toda ella concentrada únicamente en su languidecer
Versión de Abel A.
Nuestros muertos
qué poco les importa ya nada
son fríos
indiferentes
no hacen preguntas
se mantienen apartados
siempre en el mismo lugar
callan
Versión de Abel A. Murcia Soriano
Por qué
el mundo
ha pasado a mi lado
tan rápido
no se ha dejado detener
acercar
tutear
ha pasado volando
punto que desaparece
entre el fuego y el humo
Versión de Abel A.
Un hombre mayor
levanta
un dedo que ha mojado con la lengua
mira
de dónde sopla el viento
después
se sitúa según la dirección del aire
y sale volando
no muy alto
no muy lejos
Versión de Abel A.
Como nada gloriosos combatientes
de una guerra perdida, regresáis,
imágenes de mi sesenta y ocho.
Praga pillaba lejos,
no muy cerca París.
La vida me arrastraba de la mano
hacia un verano gris.
Recuerdo un año cruel:
el despertar de un sueño de bonanza católica
y de jardín inglés.
Por mi edad turbulenta
-o sea, de los veinte a los cuarenta-,
mejor pasar como si sobre ascuas.
Bebí, amé (es un decir)
y gasté por encima
de lo que la prudencia aconsejaba.
Tú, que me envidias, debes
saber que cambiaría sin mirarla
tu juventud oscura por los años
de la edad turbulenta
en que trastabillé más de la cuenta.
Vuelvo a leer tus cartas de hace un siglo,
de cuando estaba en el cuartel, ¿recuerdas?,
o en la trena, mi amor, no exactamente
en la Cárcel de Amor, o en las terribles
provincias que he olvidado. Amarillean
los sobres de hilo, corazón.
Aquí llega el otoño, con su voz de ceniza,
desalentando sueños, cubriendo de hojarasca
las imágenes rotas que el coraz6n conoce.
Ante mi casa lloran las cañas azotadas
por el viento nocturno, y asciende hasta mi cuarto
el olor inquietante de la tierra mojada.
Soy hija del rey, Señora,
a coger la flor del agua.
(Del Romancero tradicional)
En la lluvia de junio
cómo me eres extraña.
Cómo llenas el mundo
con tu voz inaudible.
T.S.E.
Al marchitarse la rosa de la memoria
se adueñaron del jardín la ortiga y la cizaña.
Se vino abajo la pared. La verja
se me quedó en las manos, quebradiza,
y se volvió en el pozo fango fétido
el agua fresca y dulce de otros días.
A Joseba Sarrionandía
¿De dónde vienen esas luces,
dónde están los marinos
del barco antiguo?
Francisco Ibernia
Decid ¿cómo zafarse
de estas tristes anémonas,
arrastrado a la vasta
oscuridad del fondo?
Un día de Aberri Eguna
me puso en un compromiso.
Después vivimos una historia
de amor, maría y luna llena
frente a la playa de Zarauz
que habría matado de envidia
a cualquier arábigo-andaluz.
Yo me la llevé a la playa
la noche de Aberri Eguna,
pero tenía marido
y era de Herri Batasuna.
Qué inútil el recurso a los recuerdos
o al consuelo banal de otras caricias,
porque has perdido para siempre a aquélla
que devastó tu carne enamorada.
(Sólo el remordimiento prevalece).
Ya cesaron las lluvias.
Ya perdieron su flor los jacarandáes.
Pronto me iré de aquí.
No hice muchos amigos.
No bajé a los infiernos como Lowry,
y nada me importabas
cuando te conocí.
Ojalá no te hubiera conocido,
boca de ajonjolí.
Desde las tumbas cándidas
contemplamos con sorna su destino.
Ved cómo se empecinan
sus sexos miserables contra vientres hostiles.
Y la mise-en-abîme de sus conciencias
cuando abrazan la dulce materia prometida.
A Javier Monedero
Río del tiempo
que cruza el alma
fluyendo siempre
desde el mañana.
Orillas mustias
por donde pasa
lánguida y lenta
su lengua el agua.
Juncal del sueño
junto a la mansa
corriente.
Fumas. La tarde lenta
de julio va cayendo
sobre el cercano mar.
En esta larga huida
de la luz, solamente
la brasa del cigarro
y la brisa que mueve
los dos geranios mustios
parecen desasirse
de la paz mineral
(tan oscuros e inciertos
el mar de piedra pómez
y tus cabellos húmedos).
Let’s ask for the bill, decías. No
querías quedarte. Decidimos, no obstante,
pedir un último café.
Nerviosa y aburrida, llamaste al camarero:
… and one tea for me, with milk. Please.
Fuera estaba cayendo mansamente la lluvia.
Se perdía la gente hacia calles extrañas.
Al otro pertenecen
Las escenas que guarda tu memoria:
Imágenes confusas
Que el óxido del tiempo deteriora.
Otro es el que las sueña
Desde un ayer de rabia silenciosa.
Muere con ellas una lengua exangüe
Y una causa llamada a la derrota.
Tú, que de toda carne has tomado el camino,
solidario en la culpa de hermanos taciturnos,
¿esperabas acaso encontrar otra cosa
ques esta oquedad batida por élitros y valvas?
Que el corazón del hombre sea un vaso de infamia
nada importa a los ojos de dioses impasibles.
Yo la quería mucho, pero entonces
amar y destruir sonaban parecido,
como en los más confusos poemas de Aleixandre.
Nos casamos con otros. Tal vez así perdimos
lo mejor de la vida. Quién sabe. Hubo una noche
en que ambos acordamos que pudo ser distinto
el rumbo de esta historia de culpa y cobardía.
Te has decidido, Rufo, a probar suerte
en un certamen de provincias donde
ejerzo casualmente de jurado,
y encuentro razonable que me llames,
al cabo de diez años de silencio,
preguntando qué pasa con mi cátedra,
qué fue de aquella chica pelirroja
con quien ligué el ochenta en Jarandilla,
cómo siguen mis viejos, si padezco
todavía del hígado y si he visto
a la alegre cuadrilla del Pecé.
¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes,
y por qué hemos matado tan estúpidamente?
Nuestros padres mintieron: eso es todo.
Afirmas que he matado lo mejor que en mí había
y que por eso sueño con crímenes, y aciertas.
En mi interior acecha un asesino,
tonton macoute de negros anteojos,
avezado a tirar contra las emociones
demasiado abultadas.
No me pidas, amiga, que lo trate
con la ingratitud de un Baby Doc.
Que torpemente, Lesbia,
ofenderme procuras.
Considera, por caso, el venenoso infundio
que sobre mí propala tu tierna sobrinilla,
esa nauseabunda literata en vernáculo
que languidece -es obvio- por mi eterno desdén.
Sé que de ti procede, pero no ha de ayudarte
mi inmerecida fama de catador de virgos,
pues desoíste antes el consejo del Griego.
(Oración gnóstica para las postrimerías)
Sólo roza mis labios el extremo del ala
de aquél ángel terrible que fue mi compañero.
Privilegio del légamo: ahora sé lo que espero
de la rosa que muere, de la sal que desala.
but who is that on the other side of you?
Entonces era el mundo. Qué grande parecía.
En el límite mismo del verano, qué dulce
el tiempo que se abría, la luz indeclinable.
Entre el pinar y el río se extendían los huertos:
los pequeños retazos de maizales y habares
brillaban agolpados bajo el oro de junio.