Era muy tarde ya desde el comienzo
y la luz se enfriaba tras la lluvia.
Era muy tarde cuando la sonrisa
luchaba con la sombra.
Siempre fue tarde. Siempre fue la lluvia.
Fue oscuro el día y vacilante el paso.
Tenía aquel camino un horizonte abierto
y, sobre los ribazos, pequeñas flores cándidas.
¿Cómo encontrar ahora en el mapa su huella,
si se apagan las luces sobre el telón de fondo?
En una sola mano cupo mi pobre ajuar
cuando partí una tarde de la ciudad de piedra.
En esta tierra seca, ajena y hostigante,
se ha ido engrosando el parco patrimonio.
Ahora ya cuento por docenas sábanas
-para enjugar el llanto- y vasos en que bebo
el odio a tragos y el dolor a sorbos.
Insistiré en la rosa y su perfume.
En la blanca cerúlea y en la roja de sangre,
en la que abre sus pétalos como estrella agresiva
y en la que, replegada, se arropa en su misterio.
Insistiré en el fuego de la rosa,
en su tallo bordado por uñas turbulentas
y en sus llamas alzadas contra el día,
revestidas de un suave dolor adormecido.
Voy a poner la fecha, y me asalta otro día,
otro mes, otro año… Un tiempo ya vivido.
Voy a escribir presente, y en el papel se cruza
un ayer sin remedio que no conoce nadie.
Es en este momento cuando veo unos cárdenos
atardeceres lánguidos, rotos por rojos fuegos.
No soy la que antes iba
niebla a través y a golpes con los sueños.
No era verdad la luz. La marcha, falsa.
Mentía el horizonte.
Ahora recorro sola las callejas dudosas.
Se levantó la niebla. Ya no sueño.
Frente a mí, viejas máscaras triunfantes.
Los sonidos oscuros
que llenaban la noche
serpenteaban sobre los cristales.
Los hielos resolvían
un problema geométrico,
disolviéndose en llanto.
El saxo se alargaba,
inundando los sueños,
en un sordo lamento vacilante.
Se aguzaba la aguja
de la herida trompeta,
ahincándose en la carne.
He soñado que el mundo amanecía
sin los rostros perversos y alzado sobre el viento:
un ámbito dorado, sobre piedras ingrávidas,
en donde frescas rosas perfumaban la vista.
El horror y la furia, disueltos ya en aromas
de viejos vinos y de flores nuevas.
Avanzan, con los árboles que escoltan los raíles,
los perros ululantes de la ira.
Como avanzan las olas, se estrellan en los vidrios
las calimas tozudas que ocultan el paisaje.
Rueda, rueda y, rodando, se remejen,
con maletas y bolsas, los proyectos perdidos
en la estación de la ciudad de piedra,
donde el humo luchaba con la lluvia.
Yo rivalizo conmigo:
No estoy a la altura de mi condición.
Me topo con sorpresa contra mi propio yo.
Me sucede que no canto como quisiera.
Balbuceo y escucho una lejanía.
Tímidamente me alzo en lluvia.
Escojo, por no dejar, un nombre para darme.
Y fue en vano el grito de dolor
que lanzó en medio del Desierto
Su alma era un depósito de oscuros recuerdos.
Su calma, sólo una forma de fingir.
Miró a todas partes:
nadie acudía a salvarlo.
SEGISMUNDO
¡Ay mísero de mí, y ay, infelice!
ROSAURA
¡Qué triste voz escucho!
Con nuevas penas y tormentos lucho.
CLARÍN
Yo con nuevos temores.
ROSAURA
¡Clarín!
CLARÍN
¡Señora!
SEGISMUNDO
Es verdad, pues: reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición,
por si alguna vez soñamos.
Y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña,
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.
Sale en lo alto de un monte Rosaura en hábito de hombre, de camino, y en representando los primeros versos va bajando.
ROSAURA
Hipogrifo violento,
que corriste parejas con el viento,
¿dónde, rayo sin llama,
pájaro sin matiz, pez sin escama,
y bruto sin instinto
natural, al confuso laberinto
de esas desnudas peñas
te desbocas, te arrastras y despeñas?
La fuerza del fuego que alumbra, que ciega
mi cuerpo, mi alma, mi muerte, mi vida,
do entra, do hiere, do toca, do llega,
mata y no muere su llama encendida:
pues ¿qué haré, triste, que todo mofende?
Lo bueno y lo malo me causan congoxa;
quemándome el fuego que mata, quenciende,
su fuerza que fuerza, que ata, que prende,
que prende, que suelta, que tira, que afloxa.
Así volvió rabiando nuestra gente
y ardiéndose en coraje de corrida
por verse de los bárbaros corrida
a vista de su ejército potente,
el cual, como el contrario ve de frente,
entrársele con furia esmedida,
movió su fuerza toda a recibillo
habiéndolo mandado su caudillo.
-Dedíqueme usted esta flor de arena.
(Levanta la mirada
luz en la costumbre de la pluma
piensa
sonríe acaso infinitamente
tristeza
pájaro de ilusión
veintitrés siglos
dibuja una granada el sueño).
Bajo la sombra fiera de las cornisas
(acaso la luz un día rasgó el blanco
de los ladrillos moribundos)
cómo decir las palabras sin nombrarte
las manos acelerando la vida
las ruedas deteniéndose en las plazas vacías
otros viajan veloces y atraviesan anónimos el olvido
pero somos dos precipitados sobre el asfalto
sintiendo como el tiempo nos engaña
lento el viento cortando los cuerpos
sólo una mano dirige la muerte y la vida
la otra busca el fuego
giro sobre el vacío y de nuevo la misma calle
los labios no engañan
ahonda con tu mano en el futuro
esta es la codicia del segundo
he perdido la costumbre
mañana volveré a este lugar de ventanas cerradas
es la noche habitándonos
son los pájaros vete cantarán la madrugada
mañana se agita en el eco
mi espalda agujereada así tan cercanos
dirección prohibida
un misterio los dos puntos en la piel
dos cuerpos y un signo
estoy detenido sobre el vacío
la lengua gira se descubre sin palabras
estas son las tijeras del recuerdo
a veces no basta la memoria
tampoco la certeza
nadie conoce no conozco no conoces
ellos no comprenden nadie el segundo perseguido
se cierran las luces las ventanas las puertas desconocidas
imagíname un gesto lejanísimo
de nuevo cruzo los muros sellados
las árboles me descubren la soledad
Comienza el ciclo del polen
mascarillas para el silencio
La armonía del círculo nos enlaza
perfección de lo desconocido
surco de un espacio donde los labios
siempre inventan amapolas
Avanzas y es el mundo el que retrocede a su origen
huyes y arrasas este dominio de palabras
Amor si eres poema no quiero nombrarte
sentir la lepra que devora el tiempo
la fiera zarpa de la fantasía los minutos enredados
la solitaria idea de la presencia el abrazo sin final
los portales desnudos que un día cruzamos juntos
esta caracola donde puede adivinarse el alba
Arrojo estelas de un poema laberinto en el fuego
y me quema los dedos el humo de la ausencia
y en la manos vacías aún duerme el perfume
pero es una llaga abierta otra dimensión el pensamiento
paisaje el sueño donde esconde su látigo la monotonía
y el insomnio es caballero errante de la noche
y los molinos de viento son tu pelo enredándose
lanza rota mi voluntad estrellada en el cielo primero
En el alba se abren otros ojos párpados horizonte
el vaso entre los libros el cristal frío el ron quemando
incendio de lámparas
el sándalo violeta
y puedo escapar de la constelación que me asfixia
para encontrar tu nombre en el país de las maravillas
donde son verdad los cuentos y nunca las rosas hieren
La música se repite
me salva
avanzo por las escaleras
vuelvo a las puertas de madera y entro sin llamar
imágenes en los cristales donde busco un hueco
imborrable
allí duermes y controlas el abismo del olvido
las manos que conocieron otras raíces otra salida
la grieta por donde la pasión empuja
hasta arrancarnos las ropas
y rodar desnudos sobre las arenas
buscando la postura de los barcos solitarios
navegando sin rumbo
acariciando la lluvia perdidos en el misterio
atracando al fin en un muelle abandonado
sol único la presencia
los mismos pájaros picoteando
la piel que la luz descubre
la isla de la cintura
lentamente mapa
recreado
dibujado
amado
uno a uno el rojo de la
granada
vencido
paseante de las calles
sin decir la palabra que temo
En los mástiles de la cera ondula la sensualidad
un temblor de infinito avanza en las velas
y en el aire un misterio de figuras inventa
avenidas sin relieve
senos de la sombra
Cuántas noches este universo sin límites
provoca pesadillas de nieve
caminos sin presencia
criaturas terribles que dialogan con el silencio
mientras ocultan el refugio de tus labios íntimos
el roce en tu piel sin rejas
Un puente de imágenes devora el vacío de cada segundo
y un teatro de niebla me interroga sin preguntas
Nunca aprenderé la historia de las pequeñas cosas
extraño de sentirme libre
en un bosque incendiado de caricias
sintiendo que la cuenta del tiempo
es ajena al ciclo de las semillas
escritos los mejores poemas en el cuaderno
de nuestros encuentros inesperados
Las copas vacías sobre el aliento de la mesa
los relojes de hielo los ojos de aguja
ven explícame el misterio de los versos
aún no es el tiempo las rosas brotan en junio
la vida nos persigue también la muerte calla
ahora pienso que la belleza tiene nombre
dímelo es tu voz el sentido del instante
por las calles otra música nos anuncia el secreto
nunca domino las situaciones en mi piel
caminar a tu lado es el principio de la historia
la noche rueda hasta alcanzar los bares sedientos
no quiero contar escaleras me devoran los números
el vino en los labios el mismo deseo de cristal
la memoria el sueño la cuerda los recuerdos
nunca confíes en los poetas no confío en nadie
no es verdad tus palabras iluminan los libros
mira mis ojos no engañan son hermosos
dímelo otra vez ahora es el abrazo huella de carmín
invéntame la amistad no quiero nunca perderte
me voy vete me voy aún sigues aquí
así abrazado a tu espalda espías las manos
capitanes los dedos atracados en tu puerto
la lengua avanzando sobre la isla del cuello
centro encendido eclipse cueva océano
los secretos nunca abiertos línea roja
será distinto otro día te llamaré
suavidad de fuego
siempre
espero
aquel
paisaje
de agua
Cuando me pierda en la cuenta
de los números desordenados
que tu cuerpo sea caricia donde
repose el uno y el cero
cae la gota de agua y en el tres
sucede el asalto a los labios
el cuatro y el cinco entre murmullos
de pájaros despiertos
después ciento mil el río que fluye
hasta fundirse por fin océano
uno tras otro los besos robados
como hojas en silencio
En la suma todo es verdad y el dos
conduce al misterio
El humo el fuego las venas del verso
sobre el taburete las prendas de las miradas
ven los dientes hablan el lóbulo herido
una vez más el dedo entre los labios
castiga mis miedos la sombra de las cejas
bebe el agua saliva oceánica la ola de la lengua
pasan los pájaros la primavera
vigilan otras alas la espuma
arena enredándose
estos son mis dominios jardín caricias
rompe el calendario la esfera de cristal
el espejo la tarde las enredaderas
tu lenguaje suspira savia
serás teclado partitura lento adagio la camisa
búscame en la llanura del vientre oprime
el mundo
lo domino
ahora las manos consiguen
busco el centro siento palpo adivinanza cerco
resbalo
la piel cactus de lunares tatuajes anclados en el destino
las palabras sin sonido cueva instrumento
camino enlazado las huellas se encuentran
es el tiempo avanzo detrás de la seda
otra navaja de índices y pulgares
líneas separadas cremallera sol sostenido
un horizonte de belleza caligrafía de misterio
qué guardas contemplo la llama suavemente araña
nace la humedad otra dimensión del olvido
la boca se refugia círculo punto vibración
tobogán donde perderse de nada sirven la mirada
pero todo es contemplación fotografía paisaje
íntima memoria nombres en el aire deseante
nunca dije deseo y se pronuncia mástil navío
busco el secreto del azúcar de nuevo travesuras
bebo de otra fuente nueva la sed
estrellas de incienso bosque donde perderse
todo es encuentro nubes que anuncian lluvia
diluvio niebla lago en la piel desnuda
atraviesa esta ciudad inunda sus calles
la cal inventando habitaciones nuevas
el iris del alba dibujando rendijas íntimas
un manantial ocupando el cauce de tu nombre
las uñas tienen su propio dominio la sangre oculta
nada existe más allá de la cadena sin salida
un eslabón se quiebra es el grito de la naturaleza
la historia en silencio somos dos y uno es la magia
se desborda el dique
el sudor de la frente nos reclama
Alguien toca mi hombro enigma sueño
poema inconcluso apago la luz de la pluma
invento fantasías que sólo son preguntas
la página en blanco sobre el insomnio de la almohada
La sierpe de los vientos
el dominio del estío
la cárcel de la muerte
el caballo de las palabras
el aullido del silencio
la espada del deseo
la furia de los días
la clemencia de lo absurdo
las lágrimas sin consuelo
el beso de la sorpresa
las habitaciones de la demencia
la tormenta de los suspiros
las copas rotas sin retorno
las malditas pirañas de las horas
un coágulo de tiempo vacío
las uñas marcadas en la noche
los pies oscuros del tormento
la fiebre devorando los colmillos
el hueco de las estatuas
el pozo sin garganta
los sonidos sin forma
la simetría del viento dolorido
la paralela dormida del blanco
los límites de la sombra
¿De dónde nace esta tormenta
este fulgor de fuego
incendiando la memoria?
¿Por qué no hablamos nunca, largamente,
tú y yo padre, cuando esto era posible,
como dos hombres, como dos amigos
o dos desconocidos que se encuentran
en el camino y echan un cigarrillo
y se sientan al borde de la vida
mirando pasar la tarde y el camino
y hablan, hablan y callan, pausas de humo,
miradas vagas, las palabras caen
y se quedan flotando en el silencio,
a veces dicen su verdad primera,
el origen, la fuente, y se desnudan,
las palabras desnudas amanecen,
por qué no hablamos nunca, solos, largo?…
Combatió con los nombres
y los redujo a cero.
Y se fue con los hombres,
a fuer de hombre sincero.
Caminó por el río
constelado de hervores
o celeste de frío
con los mismos fervores.
Tuvo un bote, una vela,
una mar, un empeño.
Cuando me tiro de noche
en el ataúd del lecho
que es menos duro que el otro
porque ya sabe mis huesos,
me pongo a mirar arriba
los astros de mis recuerdos.
Aquél que se abrió de pronto
cuando todo era misterio.
Él iba solo
tambaleándose…
Borracho de amor,
borracho de hambre,
borracho de alcohol,
quién sabe.
Él iba solo
tambaleándose.
A bordo del ‘Sinaia’
Qué hilo tan fino, qué delgado junco
de acero fiel nos une y nos separa
con España presente en el recuerdo,
con México presente en la esperanza.
Repite el mar sus cóncavos azules,
repite el cielo sus tranquilas aguas
y entre el cielo y el mar ensayan vuelos
de análoga ambición, nuestras miradas.
I
Ahora
Ahora sí que voy a llorar sobre esta gran roca sentado
la cabeza en la bruma y los pies en el agua
y el cigarrillo apagado entre los dedos…
Ahora
Ahora sí que voy a vaciaros ojos míos, corazón mío,
abrir vuestras espitas y vaciaros
sin peligro de inundaciones.
Lleva la cruz al hombro,
tres veces no, mil veces caído y levantado;
ya su vida es escombro;
va por la calle ya crucificado.
No pavor, sino asombro,
verlo lo mismo y ya transfigurado.
Nadie lo nombrará, ni yo lo nombro,
ni nadie lo ha nombrado.
A Juan Naves
Sé que si le grito fuerte
el silencio se acongoja.
Sé que si la piso duro
es la piedra la que llora.
Sé que si camino aprisa
se me derrumban las hojas.
Por eso voy con cuidado,
acariciando las formas,
mirando a un lado y al otro
y respetándolas todas.
Pasear contigo en soledad perfecta
fondo azul de colinas y a los lados
árboles comprensivos y vigilantes
el doble paso caprichoso y lento.
Pasear contigo en soledad callada
al través de un silencio transparente
la frente levantada al sol que sube
orgulloso del brío de su vuelo.
Por el aroma roto de un recuerdo,
como por un incienso mutilado,
brotas de la memoria en que me pierdo,
cristal sin luz, metal acongojado.
Contigo traes el llanto de la encina
y la cinta sin mácula del hielo.
A Pedro Camacho
Yo sé que ya mi voz se va perdiendo,
yo sé que ya mis ojos vuelan poco,
sé que de tanto ya sentirme loco
loco me estoy volviendo.
Sé que mi amor sé fue sin haber sido,
que mi vida se va porque así quiere,
y que mi anhelo de vivir se muere
en pasmo convertido.
Porque te siento lejos y tu ausencia
habita mis desiertas soledades,
qué profunda esta tarde derramada
sobre los verdes campos inmortales.
Ya el Invierno dejó su piel antigua
en las ramas recientes de los árboles
y avanza a saltos cortos por el prado
la Primavera de delgado talle.
Yo te puedo poblar, soledad mía,
igual que puedo hacer rocas y árboles
de estas oscuras gentes que me cercan.
¿Cómo, si no, llevar sobre los hombros
la ausencia? El ágil viento me conoce
y ayuda en mi trabajo: cada día
cuelgo del monte nuestro cielo limpio,
planto en el lago nuestra rubia era
y el ancho río de corriente pródiga
vacío lentamente…
Allí donde los pinos y los álamos,
donde la encina sólida y el roble
el claro olivo de verdor de plata.
Nascencia en el paisaje igual a siempre y olvidado siempre,
Incierto, de cenizas amarillas y dulces,
Idéntico a sí mismo desde hace quién sabe cuántos vagos y ardorosos milenios,
Ecuación desmedida en el preciso instante en que el grito y la sangre se confunden,
Allá
Cuando mi madre era más bella entonces
Que todos los huertos frutecidos en el sueño con hambre de los hombres.
Aquí me tienes
otra vez disponible
al poema.
Sentado en un lugar ideal
esperando el poema.
Un lugar ideal y tranquilo
entre el ir y venir de la gente
y el poema no viene.
En este sábado por la tarde
en pleno centro de Cartagena
el poema no viene.
Confrontado ante la poesía
y ante mí mismo. Hondos
costados los del mar. Oscuros
sus sobresaltos.
Una herbívora gaviota lo sobrevuela,
me sobrevuela.
Confrontado con mis seres queridos,
con mis queridas amistades.
Haberlos traicionado a todos.
Menos en la desnuda lágrima.
Contra el secreto
de la interpretación. Lloro.
Hace días. Hace tiempo
que llorar quería.
Tanto tiempo que no entiendo.
Tantas horas que constituyen
ahora mismo mis pasos.
Mi cara de perro asomándose
en cualquier esquina.
Mi hermano Eduardo falleció hace un mes.
En vez de moscas, lagartijas;
en vez de polillas, murciélagos;
en vez de hormiguitas, hormigotas.
Así es mi habitación, aquí,
en Santa Cruz de la Sierra.
Y sin embargo, uno a todo se adapta.
Y el zapato izquierdo va bien en el pie derecho
en el apuro.
Estás muerto. Muertísimo.
Hecho todo un cadáver.
No lo niegues.
Muertos tus recuerdos.
Muerto el amor
desde hace mucho tiempo.
Mano que se abre
y exhibe las entrañas.
Mano que se cierra
y escribe.
Has dosificado las palabras.
Hojita delicada
de papel. Lacerada hermana.
Sobreviviente. Anónima.
Fría sobre el vidrio
de este escritorio. Cerrada.
Evasiva muchacha que en día.
Muchacho que un día.
Violentada. Presa. Rota.
Confidente hermana.. Beldad
nocturna. Franja
de la espuma de la playa.
Ahora que somos
sombra y paso,
mirada y desvío,
sermón y pecado.
Ahora que el mudo muda
por enésima vez de expresión
y hecha humo la impasible chimenea.
Ahora que quizá rubricarías
como hace ya algunos años:
Con viva gratitud
por el envío de
sus bellos poemas.
Manoli, atravesando una calle –yendo hacia la Renfe– me vi
reflejado de cuerpo entero en la vidriera de un bar. Me miré como
me vería mi madre. Una mirada como diciendo hijo pero qué
viejo te has puesto, mira esa cara, pero qué flaco que estás.
Aquí tuve la fiebre.
Grandes selvas se extienden ante mí:
eran zarzas y ardían,
eran ardiente espino, pero no se quemaban.
Yo conocí estos templos en toda su pujanza,
conocí el santuario con doscientas vestales,
las ofrendas magníficas y las túnicas blancas
que daban un sonido de timbal y trompetas
a todo el escenario.
(A Víctor Hugo)
Si uno sólo quedara, ése quisiera ser:
porque el discernimiento hace grande lo grande
y sólo en el orgullo es posible lo bello.
Deslizarse en el tiempo como leño en el agua,
subir por la cascada que desovan los puentes
y abrirme en un abismo: oscura flor proterva
a quien nadie reclama, que todo desconoce…
Desconocer mis ojos si ojos tales tuviera
(porque ni de mí mismo la confianza quiero).
Este dolor de ver en la penumbra
el rostro de los muertos detrás de los visillos
con luces atenuadas por las contraventanas:
el brillo de unas gafas, las canas del bigote,
la certeza profunda de que aquí se encontraron
para no irse jamás.
En las tinieblas de la Humanidad
algunas luces encendidas:
La luz de Buda, la de Cristo,
el soñador Platón y el místico Averroes,
San Francisco de Asís, nuestro San Juan,
el sublime Quijote, el príncipe Bolkonski,
San Oppenheimer y San Bertrand Russell
y algunos pocos más.