Felicidad a veces, pero nunca
conseguirás la plenitud.
Aunque tu flecha alcance
el aire abierto, el viento, el sol,
el curvo espacio, la infinita carrera,
la longitud perdida de la tarde,
hay un caballo ilimitado
que sin jinete corre más allá.
Felicidad a veces, pero nunca
conseguirás la plenitud.
Aunque tu flecha alcance
el aire abierto, el viento, el sol,
el curvo espacio, la infinita carrera,
la longitud perdida de la tarde,
hay un caballo ilimitado
que sin jinete corre más allá.
Y de noche seguir
con el puñal cerrado entre los dedos.
Hundirme por el bosque,
sintiendo en las espaldas ojos de aves nocturnas.
Tener el arma fija,
escuchando el resuello de las fieras.
¿No es acaso la vida esa emoción
que estas estatuas muertas nos han arrebatado?
Je ne suis jamais seul
avec ma solitude.
G. MOUTASKI
Puedes venir si quieres.
Mejor no te engañes, sin embargo.
El invierno, ya sabes, es duro en esta casa
y la humedad dibuja anchos mapas hostiles
en todas las paredes
con ruda indiferencia hacia los huesos.
Las cosas no las sabes hasta decir su nombre
y aunque los nombres sean más bellos que la vida
la vida es lo que existe, no el nombre de las cosas,
y aun algunas suceden sin saber pronunciarlas.
Poco sabes entonces de los hechos reales:
tus palabras son pocas para tantos mensajes
que lanzan los sonidos, que aprisionan colores,
que reclaman perfumes, matiz, sabores, tacto.
En un viejo país….acaso emocionante,
algo así como Rusia entre dos revoluciones
un grito de vida aflora en este instante
al recordar los días de las ejecuciones.
La hilera de indecisos se acrecienta
y se amplía el dolor de la melancolía
como una imagen vil y cenicienta
que se vendió con humos de utopía.
Una vez planté un ciprés.
De mi tamaño.
Verja le dí, no tapia.
Agua y luz.
Malvarrosa cobijo en las adelfas
y sobre el ficus verde compañía.
Lo ví crecer
llamado a ser más alto
que mis generaciones,
varón y hembra a la vez
capaz de autoengendrarse.
Antes de meter la cabeza
en el horno de gas
te conocí una tarde
en que cortabas leñas menudas
para encender el fuego en el invierno.
Estabas reclinada con el hacha
que reposaba encima de la minifalda
y eras la obscenidad del paraíso
más deliciosamente hecha serpiente.
(A Sufi)
¿Y qué decir ahora de aquel valor atolondrado
que disputaba al viento su propia primacía
haciendo todo en uno el presente, el pasado,
la misma libertad?
Las Lejanas hogueras brillando en los parajes
en tanto que tú y yo, solitarios, resurgimos
como lobos hambrientos tras los verdes ramajes
con rugir de metal.
A nada se parece la belleza:
su mundo es raro y propio.
Es la escama de un pez sobre la piedra,
es la sedienta ortiga:
un despertar de párpados hinchados.
Deja siempre los dedos en la niebla,
marca hondamente el barro.
Sepamos que estos días, estas noches felices
son un engaño breve.
Y el amor un hotel donde nos hospedamos.
De(S) Apariciones . (Ed. Huerga &Fierro. l994)
Medito a veces al recordarte vivo
sobre la cruel naturaleza de la muerte.
Seis años ya, y aún permanece tu rostro
sereno y sonriente en la fotografía
que adorna mi despacho.
Nada ha desmenuzado esa sabia apariencia
de la felicidad de un fugitivo instante.
Te dirán muchas veces que la vida
es como un viaje sin retorno.
Que aproveches el tiempo -‘carpe diem’ –
y no mires ni atrás ni hacia delante.
Esos no saben nada, créeme.
La vida es ciertamente como un viaje
al que siempre volvemos,
en el que siempre estamos regresando,
del que nunca salimos.
‘Lo Dios’ sería la palabra más justa.
Porque también hay diosas derrotadas.
Valerosas mujeres que han abierto caminos:
¡qué espléndido coraje para afrontar la vida!.
La mujer es arroz sembrado en la ribera,
verde crece y de pronto, ya sazonado el grano,
absorbe toda el agua de la estación creciente.
Por algún raro hueco
destila la locura su belleza.
No sólo la belleza del deseo,
la del amor y las intensidades
más escondidas y soñadas,
sino esa otra belleza de lo incierto,
esa locura del bien inasible,
esa perplejidad ante lo estúpido
de que la vida sea real y no los sueños.
La niebla es los caballos cuando respiran:
de sus ardientes pechos sube a sus bocas,
como una nube blanca se eleva y gira
por los cortados picos, sobre las rocas.
El sol es los caballos cuando te miran,
el sol son los caballos cuando los tocas
después de ese galope en que traspiran
y relucen y brillan como las focas.
(A John Houston)
Si están verdes los prados,
si lozanos los trigos
¿Temeré yo al invierno,
me enfriarán las nieves?
Los bosques misteriosos
que ocultan las deidades
¿podrán quitarme el goce
de luminosos días?
El salto de las ranas
del cenagoso estanque
¿será menos alegre
cuando sople otro viento?
Recorro con el dedo los parajes lejanos,
los glaciares del norte, las pampas argentinas,
las soberbias montañas y las arenas finas
donde tienden su sueño los cansados humanos
en busca del sosiego de las playas marinas;
y de pronto me veo tocando con las manos
el paraíso entero con sus frutos paganos:
las manzanas de Tántalo y las murallas chinas.
La fiel caballería fue invitada,
casi en bloque, al gran baile de la duquesa rusa.
Al repicar del alba, los húsares y ulanos
se armaron confiados para la cruenta lucha.
Coraceros y dragones les envolvieron por sorpresa
en una escaramuza sagaz como la niebla.
Alégrate de las heridas hondas:
Si la pala penetra
profundamente
en las aguas,
mayor es el impulso
A Toulouse-Lautrec.
Casualidad ninguna. Era él y lo encontré
donde más esperaba: en el salón, bajo los bulbos
de ceniciento azul del gas, pelando una naranja
que era rosa en sus manos y con olor a rosa.
Su grotesca cabeza destacaba en el amplio
espejo del local.
Pensaba ya en marcharme de mi casa
harto de gentes tibias e indolentes
capaces de aceptar la tiranía.
Estaba ya en camino, mas de pronto
con el único amigo que poseo
-reflejos de caldero por sus crines
y todo el corazón puesto en la boca-
decido volver grupas y enfrentarme
a una muerte segura, inevitable.
La justicia, que es virtud atan noble e loada,
que castiga a los malos e la tierra ha poblada,
deven la guardar los reyes e ya la han olvidada
seyendo piedra preciosa de la su corona onrada.
Al rey que justicia amare, Dios siempre le ayudará,
e la silla de su regno con Él firme estará;
en el cielo comenzó e por sienpre durará:
desto el Señor cada día muchos enxienplos nos da.
Hoy trece de octubre de este año azul
en Sarajevo ha muerto un niño.
Podría ser el hijo que no tengo
o esa niña que mira y que no entiende
y toma notas cuando explico a Manrique
y luego, cuando al fin suena el timbre,
mira con otros ojos la luz
de un compañero que espera en el pasillo.
A través de los astures fluye el río Melsos; un poco más lejos está la ciudad de Noega, y después, muy cerca de ella, un abra del océano que señala la separación entre los astures y los cántabros.
Estrabón
Entre el litoral de los astures se halla la ciudad de Noega y tres altares llamados Aras Sestianas, consagradas al nombre de Augusto, en una península cuya región, antes nada noble, recibe de ellos fama hoy día.
«Esto es el hoy todavía, y es el mañana aún, pasar de casa en casa
del teatro de los siglos, a lo largo de la humanidad toda.»
(Juan Ramón Jiménez)
La conciencia del fuego es toda la tristeza,
frontera arrebatada
de los altivos tránsitos que fueron
una causa perdida,
una ambición de edades
que en derrota poblaron las claras primaveras,
un eco de los días
prisioneros de luz
más allá de las calles apresadas,
un coraje de sangre enarbolada hasta el cielo más alto,
un ser de juventud,
frontera arrebatada caída contra el tiempo,
contra las tardes mudas
de una historia cobarde
que en esferas de lodo
nos arrancó la luna de las miradas dulces,
el extravío cándido del círculo perfecto,
la flor de una belleza
que en corazones puros ardía fieramente,
voces en la avenida,
carreras en la arena contra un cerco
que aleteaba en temblor de adolescencia,
golpes sordos de nieve
y el brutal desafío
de aquéllos que contemplan desde el muro
la sed de una vergüenza arrinconada,
un ser de juventud,
humillaciones
advertidas e inútiles de pronto entre los brazos muertos,
los dedos derramados al costado de un paso
atrás, un eco de los días
más allá de las calles,
un coraje de sangre arrebatada
caída contra el tiempo,
contra el amor que armaba las canciones
de alas de enredadera,
de silenciosa y mágica caricia,
de encuentro aventurado
que venturoso
reunía fauces contra el dolor del mundo,
y convocaba abrigos y refugios
tan dentro
de nosotros como un alba resuelta, una mañana
limpia de recelos, un mediodía estricto
de ilusiones, la flor de una belleza
que en corazones puros ardía fieramente,
abrazos en portales oscuros
donde los gestos
torpes se confunden,
entresuelos de cine americano
en tardes somnolientas de lunes otoñales,
senderos de los parques contra el frío
y la soledad azul de los inviernos,
espigones de muelles absolutos para la fiel memoria,
un eco de los días
prisioneros de sombras
sin espejo más allá de estas calles,
más allá de las mismas palabras
que la vida elegía
para hacerse brutal
en los domingos quietos de verano,
en la morada absurda de los bares que fueron
nuestra aula feliz,
nuestra montaña
mágica de ademanes ansiosos,
la mano en el cigarro, los labios en la copa
vertida
hacia el deseo de una imagen
más clara
y casi ya sabernos, sin engaños,
condenados al viento de otro norte
más allá de estas calles,
más allá
de estas sombras que la vida elegía
para ocultarnos
los restos del camino,
los caídos al límite de todas las banderas,
los hambrientos sin sueño, los feroces
contra la siembra turbia de una historia
maldita de antemano,
un ser de juventud, frontera
arrebatada caída contra el tiempo,
detenida en sí misma
para no contemplar
las imposturas de un engaño baldío,
las coincidencias lúcidas que aclaman
tantas verdades muertas
por el cielo, tantas verdades muertas
por llorarnos
entre la lluvia gris y sin decoro,
entre los ríos lívidos del fiero desamparo,
las estrellas caídas,
los ángeles remotos
aleteando en temblor de buena nueva,
encuentro aventurado
que venturoso
reunía fauces sobre el dolor del mundo,
sobre la soledad
de esta historia
que en círculos
regresa como un engaño más,
mientras transcurren días, horas, calles
más allá de estas calles,
y nada se transforma
al ritmo cansino de esta nostalgia nuestra
que desemboca en gestos
al fin reconocibles,
en códigos rituales
de una noria imprevista, en alusiones torpes
a los cuerpos remotos perdidos para siempre,
como un amargo despertar del ansia
que nadie perpetúa,
edificios velados del humo y la ceniza:
la conciencia del fuego es toda la tristeza,
un ser de juventud,
frontera arrebatada caída contra el tiempo,
una generación perdida entre dos mundos,
viento y azar que al aire convocado
nos desnudó de esencia para vernos
correr en desconsuelo tras la estela
del último vagón,
aquél prohibido
de los últimos ecos de una guerra ignorada,
de una palabra que en unión crecía
para hacerse
pasajera de un mundo
contra el mundo del odio y las palabras grandes,
cuando nosotros éramos los últimos esbozos,
aluviones inútiles
llegados a una tierra sin salida,
corazones sobrantes
de una crisis por nadie imaginada,
adulteradas bocas
gimiendo en estaciones durísimas sin trenes,
sin ambición ni estelas,
sin máquinas
de sangre por los raíles tensos
de una bandera ajena a nuestro mundo,
con la esperanza rota en flor de juventud,
labrado desencanto
que peleó nostalgias de otras voces
que fueron la mentira,
amado desencanto
que recorrió las calles transitadas
de una generación desprevenida, una generación
perdida entre dos mundos,
odiado desencanto tras la sombra
del último vagón,
aquél llegado para nunca
a otra frontera vieja y sin retorno,
frontera arrebatada y sin retorno,
frontera sin retorno:
la conciencia del fuego es toda la tristeza
pero nosotros somos la tristeza
final del pensamiento,
nosotros somos
el pensamiento muerto que nunca retuvimos
en los ojos mansísimos que amaban,
en este otoño,
pasiones de un invierno revivido ya en nadie,
nosotros somos la tristeza final,
tristeza muerta,
las masas rebeladas sin retorno
hacia un mundo que esclavo es de codicia
final del pensamiento
de occidente, babélica
codicia sin retorno, acumulada
esfera de despojos inútiles, baldíos
ademanes que no vienen ni van
sino transcurren,
hoy ciegos para ayer, por una tierra
incierta y demudada, infiel
de soledad,
acumulada tierra de despojos inútiles,
agria de soledad,
desesperada tierra que las almas asola,
fría de soledad,
de soledad que en vértigo
acelera
los caminos sin margen de estos cuerpos
opacos, de estos ardidos cuerpos, su arrebato
de historias tan pequeñas que nadie creería,
sin ninguna importancia,
sin tiempo para ideas enormes e inmortales,
nosotros somos la tristeza
final del pensamiento muerto,
una generación perdida
entre dos mundos vacíos,
entre los hombres huecos de ayer
y de mañana,
un ser de desamor
a lo largo de la humanidad toda,
un ser en desconsuelo
tras la estela del último vagón,
un ser herido más allá de estas calles,
de otro norte,
los caídos al límite de todas las banderas,
los feroces
contra la tierra turbia maldita de más sangre,
una generación perdida y sin retorno:
la conciencia del fuego es toda la tristeza,
una ambición de edades
que en derrota poblaron los silencios,
acallaron latidos,
no dijeron del mar tanta nostalgia
como se acumulaba por sus venas,
tanta palabra rota
que en corazones puros ardía fieramente,
tanta pasión perdida en un rincón de nadie,
pasión perdida y sin retorno,
nostalgia y sin retorno,
palabra sin retorno:
la conciencia del fuego es toda la tristeza
pero nosotros somos la tristeza,
ahora que nos queda tan sólo
reunirnos de amor
contra la soledad de un mal invierno,
permanecer sin más
contra la orilla de los supervivientes,
añorar los naufragios
y recordar unidos las derrotas del tiempo,
aquellos laberintos en los que la memoria
derramada
llovía cuerpo a cuerpo
entre el umbral del sueño y la noticia
de un ámbito feliz,
ahora que nos queda tan sólo
permanecer sin más
contra la orilla de los afortunados,
los seguros,
los fuertes,
contra los hombres huecos de ayer y de mañana,
contra la soledad de un mal comienzo,
aquellos laberintos sin destino
en los que la memoria arrebatada
caía
contra el tiempo más allá de estas sombras,
más allá de las causas perdidas
que poblaron las claras primaveras,
los refugios del alma
que vencía condenación y tedio, nube
amarga de un bosque desolado,
de una certeza insólita,
de una canción de luna y abandono
por los altos senderos de todas las conciencias,
nosotros somos la tristeza final
ahora que nos queda tan sólo reunirnos
arrebatadamente,
convocarnos
a la voz de los principios, la voz
estricta del origen,
y entonar un canto de derrota insalvable,
el vértigo en lamento
de una generación perdida entre los mundos,
sobre las avenidas,
bajo el arco atronador
del ruido y las palabras,
más allá de la tierra y de los edificios,
contra la siembra turbia de una historia cobarde
que desemboca
en gestos al fin reconocibles,
amargo desencanto de una generación desprevenida,
ahora que nos queda tan sólo
permanecer sin más
contra la orilla de los supervivientes,
la costa que no oculta los despojos culpables
de alguna esperanzada maniobra,
los símbolos
de algún otro destino,
los poderosos cauces de otras lágrimas
que en puro amor llenaran
de este sueño su más fugaz quietud
sin desamparo:
el horror es el límite,
concisa soledad, huella que en huella advierte
el cortejo del hambre y ya no gime,
silencio de miseria
que en pantallas de tedio
se finge gratitud, socorro apresurado,
falsa imagen del horror,
soledad que no gime:
la conciencia del fuego es toda la tristeza
pero nosotros somos la conciencia,
el remedio de un mal despertar,
la tregua simulada
en la que nadie
confía, esa bandera
blanca por el puente del odio
como un viento frío sobre el agua quieta,
un viento helado sobre el agua quieta,
flores de pergamino entre las uñas,
como un volcán cansado de llorarse del mar
tanto abandono,
tanta furtiva súplica,
el otoño celoso de los tiempos duros,
aquellos tiempos de fatiga inerme
por los que aún volvemos a las cosas,
al sentido,
a las preces,
esta misma inconstante luz del canto,
este dolor de hombre por la muerte:
la verdad es el límite, profecía
de un engaño cruel que repta cautamente
por las sombras ya alerta
de una esperanza
tenue, la torre de las formas intangibles,
las calles abatidas por amor
de silencio, falsa
imagen de la verdad, sombra sin límite:
la conciencia del fuego es toda la tristeza
pero nosotros somos la conciencia de toda la tristeza,
la profunda conciencia
de los labios heridos
sin fortuna, los que caminan calles
por un tiempo sin suerte, cansancio
del cansancio, con las manos dispuestas
a negar la evidencia de un día
sin fatiga,
los que caminan calles
sin sorpresas
porque un aire de hielo ha traspasado
los billetes de banco contra un mundo
sin cartas hoy propicias,
mientras bailan
millones sobre el alma y el cetro de los que todo saben,
de los que reconocen la voz,
la fiel moneda de los años que vienen
cuando se tuerce el gesto y nadie es nadie,
ni los vencidos nadie,
ni nadie es derrotado,
desventura de azar inconmovible mientras transcurren
días, años, calles más allá de estas calles
y nada se transforma,
tantas verdades muertas por el cielo:
el horror a la verdad es el límite,
prodigioso, consternado
por ecos sin deseo de luz, transparencia
que abate la rebelión de un mágico
retorno, boca pequeña y dulce
que no nos sobrevive
ni en la dócil
caricia de estas manos, condena y arrebato
por los que aún volvemos a las cosas,
el horror es el límite,
verdad sin límite:
la conciencia del fuego es toda la tristeza,
un ser de juventud, frontera arrebatada
caída contra el tiempo,
una generación perdida entre dos mundos
condenados al viento de otro norte,
las mareas que fluyen
sobre un haz de tiniebla
que estremece la costa, las arenas tendidas
de todos los recuerdos
que no hemos conservado,
tal vez también
de los que permanecen en nosotros
fieles a la palabra sin promesa,
sin voz,
sin juramento,
amargo desencanto que recorrió las calles
transitadas de una generación desprevenida,
tras la estela del último vagón,
tras la tierra baldía de esta nostalgia
eterna, el desarraigo
feroz de nuestra sombra,
mundo
feliz, residual coordenada de unos astros
que huyen del terror, callada
geometría que cuartea el acero
y es imagen del cosmos,
absoluta falacia que nos brinda
porvenires edénicos en sistema binario,
muerte y horror del hambre,
los jinetes de la última batalla,
la química del fuego contra el fuego:
la conciencia del fuego es toda la tristeza
pero nosotros somos el silencio,
la palabra
que oculta un insomnio de mares
más allá de esta vida,
un bosque
sin retorno más allá de este sueño,
un rumbo
hacia la luna de las miradas dulces
como alguna canción
que nos dará tristeza,
ahora que nos queda tan sólo
reunirnos de amor,
ahora que nos queda
tan sólo reunirnos
arrebatadamente,
convocarnos a la voz de los principios
y entonar un canto como entonces,
sobre las avenidas,
más allá de la tierra y de los edificios,
una música viva
como la pura luz,
sin ceremonias, tomando de la mano
a los instantes
que en la historia volvieron,
mientras el mar
recoge las redes de este andar:
la conciencia del fuego es toda la tristeza
pero nosotros somos
la conciencia del fuego
y toda la tristeza.
Oh tú que das vuelta a la rueda y miras a barlovento.
T.S. Eliot
Más allá de la torre que siempre se agrietaba
ante tantos impulsos tan diversos
carne de ciudades leídas una a una
Jerusalén Lisboa Alejandría París
Contra los muros de Jericó
se debaten los muchachos
en manos de la esperanza
pero nada permanece ni siquiera
se transforma en el año ochenta y cuatro
llegado de otro ayer huido al cielo
vergonzoso
sin tierra El agua muerta
cuando desafiaba al último ácido puro
para no sobrevivir sino en el cuenco
de unas manos
inútiles
Preciosa insensatez de la belleza
ruido
poderoso demoliendo un vacío de amapolas
junto al jardín de los tigres no besaré
a Teseo ni cantaré
del pámpano su alegría de abril
porque ya el gesto se oculta en los rincones
malditos
la carta sin derrota se oculta
en la madera de una cámara muda
cerrada a los principios
Navegación fallida en los meandros azules
que un nuevo ser gobierna
precisión de la máquina
justicia de lo eléctrico que se abandona
al acto mecánico del rito
como una tonelada de residuos mortales
llegados de occidente
para morir sin paz al nuevo orden
Hijos de Saddai
reconfortaos
con mi palabra duna en el desierto
movediza inconstancia del sentido
destino cruel en llagas de la noche
no volverán los dioses a habitar vuestra sangre
de tibieza
gemidos ya del último silencio
última Thule
ruego de la vida
Con el viento de agosto arrancarás
el velo blanquísimo del grito
y quedaré
después del exterminio
llorando en sombra ruinas del naufragio
la vela rota de los desconsuelos
aquel adiós y el lirio de una nube
el cerrado trovar de la memoria
sin otra fe
que un ámbito desnudo
la arquitectura cálida del sueño
el simulacro del sueño cincelado
en ardientes madrugadas
hoy lacias de vapor
En aquel tiempo crecían
diremos
las batallas del hombre
los combates sin duelo hasta la nada
el genocidio innumerable
sacralmente temido
por los árboles tensos
por las enredaderas caídas y sin vientre
Volcanes de una lucha derramada
constantemente en ciernes
de un ocaso certero
Vertiginosas almas de aluvión
sinceridades
tristes de fatiga en la duda
no admirarán la boca de un abrazo feliz
ni el resplandor antiguo de una noche estrellada
mas vagarán errantes
por el espacio absurdo de un planeta
acabado
y yo ya no estaré
mientras el abanico de la luz se derrama
no estarán ni tus ojos ni tu asombro
sobre la hilera firme
de los fríos cadáveres
no habrá nadie detrás
carne de ciudades leídas una a una
más allá de la tierra y de los edificios
más allá de esta vida
preciosa insensatez de la belleza
navegación fallida
destino cruel más allá no habrá nadie
simulacro del sueño entra en lo eterno
más allá.
Cuando escribes, tu letra se parece a tu calma
al colgar la ternura de la mórbida erre
y al achicar los nombres hasta el mismo tamaño
de la voz de retoño con que pides, preguntas.
Es tu letra un riachuelo, peregrino de mares,
un manantial que brota sin pedirte permiso
de un oculto venero con verdades antiguas.
De la boca asombrosa de la nada,
que era el eco de un Alguien
en busca de su espejo
había estallado el mundo
como un cuadro. Ni pincel ni color.
Algodones de nubes poblaron el azul
y un perfil encrestado de montañas
se alzaba sin un nombre, una voz, un destino,
la entrañable mirada que los llegara a ser
definitivamente.
Hoy el Po copia reflejos
de una tarde italiana
que gris y rosa se va
con el pálido claror
de una mejilla de niña
que se descubre muchacha.
Los árboles se adivinan
ya negros sobre un paisaje
de tibios verdes y ocres.
Hay una luz en el claustro. Es un
aliento del sol en las rendijas del
ánimo.
La sombra se alarga hundida en
los arcos ojivales, dejando el
alma colgante
de la tarde lacerada, roja y malva
en los cristales.
Santo Domingo, febrero de 1962 (de las agendas cablegrafías internacionales): Mil quinientos
marinos del portaviones ‘Intrepid’ desembarcaron
aquí en viaje de descanso y esparcimiento.
Yo sé que eres un triunfo de formidable acero,
yo sé que tus marinos son muchos abejorros
blancos de nudoso pañuelo,
yo sé que por la línea que ronda tu cintura
de hierro vaga una lengua azul
que lame y acaricia tus entrañas de fuego,
yo sé que por las ondas que muerden tus dos hélices
huyen despavoridos los tiburones y los celentéreos,
yo sé que cuando suenan tus públicos cañones
huyen como palomas o gallaretas los archipiélagos;
yo sé que eres un portaviones todopoderoso,
yo sé que tú defiendes un formidable imperio
que se reclina bajo tus hombros,
que en ti se apoya y extiende su comercio,
yo sé que eres un portaviones todopoderoso,
un dios marino que vomita fuego
y hunde de un solo soplo las pequeñas Antillas
como todo un poderoso portaviones Intrépido.
Yo,
un hijo del Caribe,
precisamente antillano.
Producto primitivo de una ingenua
criatura borinqueña
y un obrero cubano,
nacido justamente, y pobremente,
en suelo quisqueyano.
Recorrido de voces,
lleno de pupilas
que a través de las islas se dilatan,
vengo a hablarle a Walt Whitman,
un cosmos,
un hijo de Manhattan.
En tu peñón solitario
lleno de olvido y dolor,
estrictamente salario,
perpetuamente sudor.
En tu girón de archipiélago
de ron y cañaveral,
chupado por el murciélago
numeroso del central.
En tu estirpe de malarias
secretas como tu voz,
llena de angustias agrarias
y de silencio feroz;
Dominí, no estás solo,
no estás solo, Dominí.
(6 Momentos de Esperanza)
Hay
un país en el mundo
colocado
en el mismo trayecto del sol,
oriundo de la noche.
Colocado
en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol.
Sencillamente
liviano,
como un ala de murciélago
apoyado en la brisa.
Vienen las horas, horas de cielo azul,
y de verano, sobre la copa verde.
Vienen sobre las velas de la mar
del sur y luego sobre los hombres vienen.
Crujen al paso del timón y saltan,
y desde entonces saltan sobre los meses.
Si alguien quiere saber cuál es mi patria
no la busque,
no pregunte por ella.
Siga el rastro goteante por el mapa
y su efigie de patas imperfectas.
No pregunte si viene del rocío
o si tiene espirales en las piedras
o si tiene sabor ultramarino
o si el clima le huele en primavera.
Unidad de las anclas y las hélices,
estimadas en toda su alegría
navegadora. Unidad de las olas
en todas sus volubles golondrinas.
Unidad de las lanchas y de las redes
en la luna del pez y de la anguila,
sobrepecho del mangle y blancas hojas
en todas sus repúblicas reunidas.
Alto Armendaris, afectuoso alabas
austal Alcides al amado Atlante,
armoniosos acentos, animado,
ardiente anhelas, apacible aplaudes.
Antes, arduas acciones azañoso
acababas, armado, ahora admirable,
al austro, agusto adoras abrazado
el alma, ardores aumentando amante.
Aquiles, aterrabas animoso,
antes avasallando, armadas aces;
ahora anuncias auspicios, alegrías,
atractivo anfión, Apolo amable.
Luz en desarmonía
entre las dos imágenes que emergen
del blanco incuestionable.
Dos surtidores que al mirarse
pierden identidad y se vacían
hasta quedar a la intemperie
de su sed. Ya no pueden
resolver ni eludir la interrogante
mutua que los confina
en un nidal de transaprencia crítica.
Aquí está el cerco.
Acaba de cerrarse, justo a tiempo
de evitar que te quedes dentro o fuera.
Se han cumplido tus cálculos:
giran las huellas pero no los pasos,
y si se reconocen no se encuentran.
Sigue adelante,
ahora que para ti se ha hecho habitable
la perpetua frontera
entre la dispersión y la presencia.
Sí, cuando quiera yo
la soltaré. Está presa
aquí arriba, invisible.
Yo la veo en su claro
5- castillo de cristal, y la vigilan
-cien mil lanzas- los rayos
-cien mil rayos- del sol. Pero de noche,
cerradas las ventanas
para que no la vean
-guiñadoras espías- las estrellas,
la soltaré (Apretar un botón.).
No, no me basta, no.
Ni ese azul en delirio
celeste sobre mí,
cúspide de lo azul.
Ni esa reiteración
cantante de la ola,
espumas afirmando,
síes, síes sin fin.
Ni tantos irisados
primeros de las nubes
ópalo, blanco y rosa,
tan cansadas de cielo
que duermen en las conchas.
Aquí
en esta orilla blanca
del lecho donde duermes
estoy al borde mismo
de tu sueño. Si diera
un paso mas, caerla
en sus ondas, rompiéndolo
como un cristal. Me sube
el calor de tu sueño
hasta el rostro.
Y esa Nada, ha causado muchos llantos,
Y Nada fue instrumento de la Muerte,
Y Nada vino a ser muerte de tantos.
FRANCISCO DE QUEVEDO
Ya maduró un nuevo cero
que tendrá su devoción.
ANTONIO MACHADO
I
Invitación al llanto.
Mientras haya
alguna ventana abierta,
ojos que vuelven del sueño,
otra mañana que empieza.
Mar con olas trajineras
—mientras haya—
trajinantes de alegrías,
llevándolas y trayéndolas.
Lino para la hilandera,
árboles que se aventuren,
—mientras haya—
y viento para la vela.
Entre la tiniebla densa
el mundo era negro: nada.
Cuando de un brusco tirón
forma recta, curva forma
le saca a vivir la llama.
Cristal, roble, iluminados,
¡qué alegría de ser tienen,
en luz, en líneas, ser
en brillo y veta vivientes!
Tema
De mirarte tanto y tanto,
de horizonte a la arena,
despacio,
del caracol al celaje,
brillo a brillo, pasmo a pasmo,
te he dado nombre; los ojos
te lo encontraron, mirándote.
Por las noches,
soñando que te miraba,
al abrigo de los párpados
maduró, sin yo saberlo,
este nombre tan redondo
que hoy me descendió a los labios.
No me fío de la rosa
de papel,
tantas veces que la hice
yo con mis manos.
Ni me fío de la otra
rosa verdadera,
hija del sol y sazón,
la prometida del viento.
De ti que nunca te hice,
de ti que nunca te hicieron,
de ti me fío, redondo
seguro azar.
Y ahora, aquí está frente a mí.
Tantas luchas que ha costado,
tantos afanes en vela,
tantos bordes de fracaso
junto a este esplendor sereno
ya son nada, se olvidaron.
Él queda, y en él, el mundo,
la rosa, la piedra, el pájaro,
aquéllos , los del principio,
de este final asombrados.
Tersa, pulida, rosada
¡cómo la acariciarían,
sí, mejilla de doncella!
Entreabierta, curva, cóncava,
su albergue, encaracolada,
mi mirada se hace dentro.
Azul, rosa, malva, verde,
tan sin luz, tan irisada,
tardes, cielos, nubes, soles,
crepúsculos me eterniza.