Madura
para la siembra
está mi astucia, trucos de mujer
aprendidos
al cabo de los años, trucos
aprendidos en la obligación de la inocencia. Tanto
como amar cansa
la posibilidad
de amar, lengua para la soledad,
camino
hasta llegar a la roca, vientre
de la paciencia que se abre
como la valva de un molusco, flujo de la pasión
que acontece
cuando el deseo
se ha perdido: Trágico truco
para una vida, que se juzgó imposible.
Dormirme en mí, para soñarme otra
para ya no dormirme
con los sueños ajenos
para permanecer despierta
cuando hordas de sueños
incumplidos
me hagan su residencia.
En mí dormirme
y parecer despierta
y hacer treguas de vida con la otra
la que tiene el control
de cada sueño
que me hizo dormir
para soñarme.
Cuando en tus manos soy
espiga rota
me cortas el oxígeno
en la boca de ahogarte
con mis labios mejores.
Libérame las manos
necesito
sacarte de mi carne.
Tu lengua llega a casa
los manzanos despiertan.
Despacio te deslizas
por hondos laberintos.
Con el filo del ojo
me partes en un parto
de remolino y savia.
Lechada está la ropa
que le hurtamos al cuerpo.
Cercano de la grieta que te miente
disecciona la uña tu luto pasajero
¿de qué se aglutinó polen y savia
para hacerte esa sangre
que te ha dejado inmóvil?
Cada línea en la huella forma el laberinto
un dedo lleva al otro sobre la misma mano
sólo la piel es una
pero en los surcos guarda
los deshechos del día:
la refracción del polvo.
No me dijeron: el bosque está ocupado
ni tampoco: el bosque es ente vivo
yo me vine a ganarlo porque era libre entrar
y más fuerte y más hondo
y más viejo que yo.
No me dijeron: hay una casa adentro
ni tampoco: hay una casa adentro con mujer
yo estaba en un olvido de puertas amaestradas
para volverme cárcel las veredas.
No tienes nombre, pero llevas tu origen ceñido a mi garganta como un collar de fuego que me abre las puertas para que entre tu cuerpo. Bienvenido, tú, el vulnerable, a quien contengo y doy a luz. Yo soy la odiada cuando me creés silicio, carcelera, corazón confuso.
Porque olvido los nombres de las cosas comunes:
el hijo que no tuve
nuestro centro nutricio.
Porque recuerdo tanto la infancia contra el cielo
al cielo sobre el charco
y a mis ojos sopesándolo todo…
hoy quisiera cerrar
la llave de esa puerta que fracasa
frente a tanta pupila congelada
quedan muy pocas calles
para hilar el espectro:
palabras que al decirse me retraten
no olvido ni recuerdo
ni mi mano asustada enmedio del renglón
sólo el inicio de la primera letra
de mi buscado nombre.
¿Qué parte de mi voz se seguirá escuchando
en aquel bosque
cuando vuelva a la urbe?
¿Qué parte de la voz del bosque
sonará en el asfalto?
¿Cómo se unen voces tan disímbolas
en un ser que deambula por la tierra?
Salir.
Un paso al frente
convencidos mis pies
iban en busca
de los cuatro costados:
risa y gesto
alegoría y espada.
Abierto a lo imposible
de par en par mi traje
exhibiendo la piedra
mil tallas por la torso
de aluminio
en la ciudad
que me vestía de Esfinge.
Tú no querías venir
rara especie de humano con divino
porque sabías tus brazos indefensos
tus pies atropellados de cautela
tus muchas muchas vueltas zumbando entre las zarzas
con un miedo de lobo.
¿Cuál bandera es tu luz?
Vine del mar
de aquel mar vertical que mis ancestros
miraron desbordarse
de aquel que por el norte
se abrió a la embarcación de las especias
y al sur se fue envolviendo con la tromba
yo le ofrecía los huecos de mis manos
y la sal más profunda de mis ojos
pero no se alejó
hay los mares así
que se adueñan de todo el territorio
donde avanzan los niños
a saltos entre el charco y el cemento
encarrerado el corazón
por tanto transitar aventurado
que junta los azúcares del lago
con las jaras del río
los nunca mansos mares
donde el atún escala
las redes angulares de un enigma
que siempre lo preepara
para dueños más aptos
y vigías
de mares antagónicos.
Yo amaba de mis ojos
ese vínculo de aguas
que cambiaban el rumbo:
del fango a los cristales.
Algo andaba de prisa
en mi mirada:
aquel doble presagio
de los niños nombrándose
en las cosas
por los cuartos baldíos
y su pericia
en los ríos temblorosos
de la carne.
Levantan en medio de patio espacioso
cadalso enlutado, que causa pavor;
Un Cristo, dos velas, un tajo asqueroso
encima; y con ellos, el ejecutor.
Entorno al cadalso se ven los soldados,
que fieros empuñan terrible arcabuz,
a par del verdugo, mirando asombrados
al bulto vestido de negro capuz.
De golpe es muy extraño sobrevivir,
recordar a la mujer hechizada
y no el momento en que se fue:
más errante que nunca pero muy poco sabia,
torpe en el bullicio del verano,
torpe en la espera.
Hubo un hombre sin sueños
para siempre detenido en la estación del calor.
En algunos poemas el arte es la acuarela,
el arte de la dilución, escribo,
y los cisnes de Natales se esfuman ante la palabra cisne.
La vida se esconde detrás del color
para engañarme,
la vida corre el riesgo de convertirse en una carta infinita.
Su gata murió de vieja este verano
y el gomero se dejó secar, poco después, obstinado
en el balcón.
¿A quién contar esta historia de locos,
esta encomienda que llega en un caballo con
arneses de plata -cierto rencor en las comisuras-
con quién contar?
Este verano se parece a un pueblo todavía humeante
después de un bombardeo.
Del otro lado del río, en la bruma, un bote
está listo para llevarme a la frontera.
Si la metáfora suena dramática, es para proteger
esta ausencia sin brillo, el riesgo de una soledad en sordina
y a repetición.
Es todo lo que hay: una roca que brilla al fin del día.
Habíamos viajado noches enteras y extraviadas
muy cerca del esplendor de lo esencial:
lluvia sobre la piel
sopa en la garganta
y un anillo con forma de tortuga.
a la memoria de Ana Calabrese
Íbamos a tomar el vino del atardecer
sentadas en el piso,
a desplegar el dolor y los amores literarios
como un mantel: algunos agujeros y colores seguros.
Dos mujeres expulsadas del idioma, de la fiesta,
de una terca latitud.
En Palenque
la sombra empieza a caer sobre el palacio.
El último visitante conserva el sombrero sobre la cabeza
y el ojo iluminado por el bajo relieve.
Mira hacia abajo, agobiado por el peso de los jardines que
no existen
y el calor.
Bienvenida sea la poesía del futuro.
Esa poesía que reventará como una flor
en plena calle,
o como un cadáver después de varios días.
Bienvenida sea la poesía colgada de las nubes
y de los edificios.
La que soltará en este mundo su alma
de bestia carroñera.
Antes de la república
y del himno nacional.
Antes de los decretos
y la constitución política.
Antes de los colonizadores del sur de Chile
y de los primeros gringos
que llegaron aquí como a la tierra prometida.
Antes de la iglesia
y la imágenes del cuerpo torturado de Cristo
y del gesto de dolor póstumo en su rostro.
A mi madre, Inés Díaz Sotomayor
Arrojados de la infancia
lugar de ninguna muerte verídica
pierdo los ojos en el intento,
con la cabeza vuelta.
Volver la vista es un gesto de naufragio.
Nadie vuelve hasta allá realmente.
Ellos no tienen buenas costumbres.
Ellos no tienen buenos instintos.
Ellos no aman a la patria,
ni respetan el himno nacional.
Ellos no creen realmente en la virgen María,
ni en su hijo Jesucristo.
Ellos no creen en la familia
ni en la propiedad privada.
Días inquietantes le esperan a esta
poesía mía
Días del instinto abierto hacia el vacío
y las ferocidades.
Días de la estampida enceguecida,
y del desbande del pánico.
Días de cataclismos y desbarajustes totales
entre el humus y la bruma.
En memoria de Rolando Cárdenas
Regresar al bar como a un vientre,
y a la primera tibieza que nos recibió
y que alguna vez, seguramente, nos pareció eterna.
Regresar al bar porque todos los caminos
conducen a él,
y porque entre esas cuatro paredes
hay más redención y misericordia
que en trescientas iglesias juntas.
Y heredaron la ciudad de noche.
Las calles del centro.
La salida de los cines.
Los estacionamientos,
y los paraderos de micros.
Los jardines de la plaza.
La esquina de la catedral.
Todas las noches de la República
se abren para ellas.
Si nombras este fuego, el límite es el margen,
pero no se han quemado las hojas ni la pluma.
Si nombras este llanto, no se moja la mesa
ni se esfuma la tinta en lágrimas de luto.
Pero si no clamaras al cielo, a grito abierto,
un azote continuo de varillas metálicas
arañará tu piel, sembrando arrugas.
Envolveré el ayer. Pondré mucho cuidado
en recoger las briznas de los viejos tesoros,
también las horas llenas de un concierto de voces
ansiosas por huir de los sueños dormidos.
Recogeré uno a uno los cabos de los lápices,
las miguitas de pan de las meriendas,
las dulces y aromadas perrunillas
y el ondear del humo del chocolate hirviente.
¿Quién eres tú, Boliche, que con azules lágrimas
me asaltas en la hora del olvido obstinado?
De tu postal, al dorso, las palmeras se cuelgan
como arañas sombrías en un cielo azul-acre,
rodeando, acechantes, al cenachero enclenque
-garabato de bronce sobre el Mediterráneo-.
Las flechas, rotas, y el jardín, seguro.
El humo nada entre los aires vagos.
¡Traedme el vino, y dejaré que caiga
sobre el tapete la verdad inerme!
Ya tengo más de un muerto en el almario,
más de un cadáver bajo el alfombrado
-de hierbas y de flores- triste suelo.
In memoriam Ch. D. T.
Olvidaré las olas de la playa lejana
y las noches orondas como carpas de circo.
Olvidaré el espeso aroma del salitre
y el ostentoso yate anclado en la bahía.
Me pongo las pantuflas y vigilo ese viento
que avanza, bronco y sucio, revolviendo la calle,
derrotando las hojas, desatando las nubes,
cerrando las ventanas con barrotes de lágrimas…
Ya se instalan la ausencia y el silencio.
Cuando me lleve mi contraria estrella
lejos de ti, me soñaré contigo…
Carolina Coronado
Esta tinta olorosa me retorna,
con su aroma dulzón, a aquellos tiempos
de latines ingenuos y azulados,
de desinencias y conjugaciones:
lupus, lupi, vederunt o vedere,
ego nominor Leo… -¡qué difícil!-.
Fue la esperanza larga. Estrecha y larga
como una jabalina. Por el aire
volaba y se perdía entre las sombras,
cuando el tiempo pesaba sobre el hombro.
A veces me alcanzaba por la acera
y marchaba delante de mis ansias;
pero sólo una vez cogió mi mano
y me obligó a seguirla a contraviento.
Bajo la luz aquélla que en la acera oscilaba,
me la encontré en París. La tarde era muy fría
y en el viejo café lloraban los velones.
Me asaltó por la espalda en Leningrado,
una mañana cruel, soñando con el ronco
borbotear del samovar panzudo.
Líquidas convergencias en la tarde
matizan los perfiles cotidianos.
Pasan coches y gentes. Pasa el tiempo.
Pero no han de volver rosas ni soles.
Es en el alto invierno…, cuando el frío se ensaña,
cuando oigo por la radio ¡Ojo a la carretera!,
ha nevado en Segovia, se han cerrado San Glorio,
El Escudo, El Madero…, por supuesto, En Valira….
En la televisión, postales invernales:
carretera de Burgos a Vitoria, nevada;
en Teruel y Albacete, el frío de costumbre,
pero nevó en Altea…, ¡son palabras mayores!
Después de la nevada, entre la nieve,
quizá se abra una rosa, de improviso,
como milagro súbito de amor o de belleza
que sobrevuele el aire del invierno
de este nuestro vivir menesteroso.
Cuando ya todo ardor nos haya abandonado
y el frío nos imponga sus perfiles azules,
la rosa encenderá la hoguera última,
y se alzará la llama de su aroma
como mano agitada en una despedida.
El tranvía transporta las velas soñolientas
-hace ya mucho tiempo que los aires lo acunan-.
Una campana triste le abre paso entre el tránsito
y el olor a fritanga.
(Calamares, anillos de promesas inciertas).
Domina en los jardines el pardo, y la pobreza.
Por un largo camino en donde el viento aúlla,
hace tiempo que arrastro el fardo de los sueños
rotos y apolillados, que me eché sobre el hombro
como un viejo mantón de enmarañados flecos.
Aunque ya hinchado, engrosa sin cesar
devorando tesoros, locuras y proyectos
que nunca se alzarán hasta la altura
de la ola inestable del deseo.
Está el jardín chiquito en la ladera
de un monte hostil y largo. El panorama
es tan desolador como la flecha
que se lanza imparable hacia el oeste.
Ramilletes de flores y blancas superficies,
letras doradas y ángeles sin vuelo;
algún árbol sumiso y desmedrado,
y caleados muros de tierra pedregosa.
-Desde aquí arriba -¡se lo aseguro, suban!-
resulta impresionante el panorama.
Al fondo -allá, donde huye el horizonte-,
nubes rojas se enlazan con la tarde.
La ciudad se retrepa contra el cerro
-como un viejo, cansado, en su poltrona-
y sonríe en las cúpulas que brillan
al herirlas el sol con sus rayos dorados.
Han perdido los sueños las señas de mi casa
o quizá se olvidaron de acudir a la cita.
Lo que me prometieron se salvó, pero, en cambio,
quedó, solo y desnudo, sentado en el camino,
sin que nadie acudiera a remediar el caso.
Hacía ya algún tiempo que el reloj era sombra.
Tras los visillos caminaba el vértigo
y el crepúsculo echaba los cerrojos.
Cuando ya las paredes retorcían,
entre gruñidos tiernos, sus espaldas
-a punto de perderse los perfiles-,
las columnas del sueño se alzaron luminosas
y rebotaron entre las tinieblas.
Primero fue el amor, pero partió de viaje
hacia una meta oculta en la región del viento.
Así siguió vagando por un amplio dominio
hasta fijar los límites con áspera alambrada.
Primero fue el amor. Desconcertado y tímido,
marchó siguiendo un vuelo difuso y disconforme.
Despójame del ansia desmedida…
Ernestina de Champourcín
Como si deshojaras una rosa excesiva,
despójame de tantos anhelos sin perfiles,
del deseo roído, de los sueños voraces
que avanzan galopantes.
Como si desvelaras un enigma tozudo,
despójame del llanto de las horas veloces,
de la lluvia de ayer, de las aguas ocultas
que aún fluyen golpeantes.
Acompáñame, ven. Por el camino
encontraremos perros y cristales,
semáforos en rojo y cerradas las verjas
de los jardines secos donde la arena ahoga
los linderos bordados de flores humilladas.
Pero no importa. Ven. Encontraremos
rostros adustos, dientes como garras,
violentos gestos y feroces gritos…
Con manotazos bruscos tratarán de alcanzarnos.
Traigo una rosa en sangre entre
las manos…
Blas de Otero
Llevo la rosa a cuestas por un largo camino,
por una vía estrecha, flanqueada de lágrimas.
Llevo sobre la espalda los pétalos heridos,
a punto de caer como lluvia de sangre.
Anda sin rumbo y achicando llantos,
tensando trapos con la mano herida,
pues decidió marchar por espacios sombríos
donde juegan los monstruos con las cartas marcadas.
Se ha dejado arrastrar por las corrientes
que socavan, silentes, el misterio.
Mejor así.