El arco iris atraviesa mi padre y mi madre.
Mientras duermen. No están desnudos
Ni los cubre pijama ni sábana alguna
Son más bien una nube
En forma de mujer y hombre entrelazados
Quizás el primer hombre y la primera mujer
Sobre la tierra.
Si la mitad de mi cuerpo sonríe
La otra mitad se llena de tristeza
Y misteriosas escamas de pescado
Suceden a mis cabellos. Sonrío y lloro
Sin saber si son mis brazos
O mis piernas las que lloran o sonríen
Sin saber si es mi cabeza
Mi corazón o mi glande
El que decide mi sonrisa
O mi tristeza.
Miro mi sexo con ternura
Toco la punta de mi cuerpo enamorado
Y no soy yo que veo sino el otro
El mismo mono milenario
Que se refleja en el remanso y ríe
Amo el espejo en que contemplo
Mi espesa barba y mi tristeza
Mis pantalones grises y la lluvia
Miro mi sexo con ternura
Mi glande puro y mis testículos
Repletos de amargura
Y no soy yo que sufre sino el otro
El mismo mono milenario
Que se refleja en el espejo y llora
Si el corazón se nubla el corazón
La amapola de carne que adormece
Nuestra vida el brillo del dolor arroja
El cerebro en la sombra y riñones
Hígado intestinos y hasta los mismos labios
La nariz y las orejas se oscurecen
Los pies se vuelven esclavos
De las manos y los ojos se humedecen
El cuerpo entero padece
De una antigua enfermedad violeta
Cuyo nombre es melancolía y cuyo emblema
Es una silla vacía
Perdido en un negro vals, oh siempre
Siempre entre mi sombra y la terrible
Limpieza de los astros, toco el centro
De un relámpago de seda, clamo
Entre las grandes flores vivas,
Ruedo entre las patas de los bueyes, desolado.
Cuando llega el momento llega y llega
Cada día el momento de sentarse humildemente
A defecar y una parte inútil de nosotros
Vuelve a la tierra
Todo parece más sencillo y mas cercano
Y hasta la misme luz de la luna
Es un anillo de oro
Que atraviesa el comedor y la cocina
Las estrellas se reúnen en el vientre
Y ya no duelen sino brillan simplemente
Los intestinos vuelven al abismo azul
En donde yacen los caballos
Y el tambor de nuestra infancia
el tiempo del amor se acaba como una hoja agrietada.
y las historias de batallas que pueblan de héroes la revolución
se encuentran en libros de relatos
de magia sin par,
repito:
que las historias de amor se acaban cuando menos lo piensas
igual que las batallas
las victorias
y la gloria.
se muere marilyn monroe
marilyn monroe se muere
mirando el cielo de baja california.
y no puedo soportar los pájaros emigrantes del invierno
largas bandadas ocultándose en el gris de la distancia,
he estado amontonando recuerdos que vienen de tarde en tarde
en este rincón del siglo,
mientras,
marilyn monroe se muere en cada verano
mirando el cielo de baja california.
a cuarenta y dos horas de tu distancia
mi rastro huele a maníes deshechos
alfombras de la desventura mi cuerpo
dibuja espacios en el lugar
exacto milímetro de tu ausencia
periférico sentimiento aturde sombras
la esquina,
borrosa imagen late tu cuerpo,
ganando la ausencia.
y,
¿dónde?,
¿dónde se esconde el retrato de Rimbaud?
¿dónde, que no aparece
en el diccionario?
una breve reseña,
unas líneas,
nada dicen,
unos poemas
un traficante de marfil
una pierna amputada.
¿dónde esta la voz
la vida que se ahueca como un silencio
el grito que no tiene piedad,
la poesía adolescente apenas,
la vida cansada, frágil, no aparece,
no aparece la piel restante,
el dibujo,
el cansado mirar?;
¿dónde colocan el tiempo aquellos que en el futuro no lo tendrán?
mis padres,
algún tiempo cercano a 1930,
se enamoran ya tarde,
cae la noche,
se llaman por sus nombres,
mi madre repite sueños,
la voz alta,
primaria,
los va dejando caer,
desgranando estrellas del cielo nocturno que circulan como satélites artificiales;
mi padre camina cabizbajo
ocultando diversas formas de soledad,
cincuenta y cinco años después
del cielo, la tierra, la hierba, el campo.
para Lucía
escribo, sentado a la siniestra del vástago,
en noche sin fronteras,
patente locura del espacio,
escribo sin tener conciencia del camino,
como un gamo,
un roedor alucinante,
como una bomba de tiempo,
escucho rock and roll,
sintonizo emisoras, recuerdo amigos,
cansada quietud/amargura, tiempo,
mirada pausada por desgano,
-allí está todo-,
mente humana
mente corporal
mente mecánica
mente sátrapa.
los caminos asolean cabezas de noche,
nubes de niños,
la distancia esconde olvidos,
inigualable voz del recuerdo,
la voz que muere
en los oídos, y de los muertos,
escucho solo una voz en la mente permanente,
en la inviolable altura del cielo nocturno,
en el palpitante sombrero negro
en la mano insumisa,
en el cuerpo indócil,
en la voz primaria, pringente promedaria promerada.
el tiempo como luz en la noche
atrapa efímeros golpes en grandes alamedas,
inmensos parques
avenidas de oscuros significados.
mi viaje no termina al recorrer diez mil kilómetros,
mi viaje es tarea agotadora, antípoda del mundo,
mi viaje es frágil barca alojada en serena bahía,
agua de los ríos del mundo
manos del valor
ojos del palpitan donde las estrellas mueren,
memoria, corazón de distancia,
es noche,
oscuridad revelando secretos,
oscuras identidades,
extraña voz de canto nocturno,
oscuridad que desgrana palabras,
el tiempo se detiene.
dicen que los caballos van dejando de existir,
les creo,
aquí no hay caballos perdidos en la noche,
dicen haber terminado con los perros vagabundos,
les creo,
aquí no escuchan ladridos en la noche,
dicen que pronto la inflación descenderá milagrosamente,
les creo,
dios instauró cajas de cambio en todas las esquinas,
dicen que el ozono se terminará en pocos años,
les creo,
la transacción de un pedazo de cielo ha sido muy beneficiosa.
acerca de los trabajos y los días puedo decir que no domé tigres en el asia
no cabalgué a lomo de elefantes cazando fantasmas en la niebla
no obligué la voz llamando a los otros changadores,
se sin embargo la exacta huella donde
tocar el hombro de una mujer en solar desierto, mugriento,
subiendo la sangre, sangrando desde abajo,
sudando en los trabajos y los días,
en la semipenumbra del día agonizante,
en la entrepierna sibilante y lúbrica
en la línea exacta de su terminación
donde espalda y nacimiento dejan lugar
para envainar sables de vigor y dolor.
y la noche es un remolcador viejo y carcomido
al oeste de la bahía de montevideo
donde un viejo flaco vende pollos,
y da la muerte por un vintén.
está cuajada de líquenes
auroras desencontradas,
navajas que se guardan en los gabanes
graffitis escondidos en huecos de árboles.
como sirenas de la noche crepuscular
medusas de tu cabello hecho cielo,
estallido de luz, rasgando tinieblas,
voz del espacio llamándote,
como aullidos de monte vacuo
lebreles de tu cintura hecha tierra,
látigo de verdor, trasfondo de grises,
oído de la noche irascible,
tu voz,
arrullando los tímpanos
emulando llamadas nocturnas,
pausados giros del dulce crepitar,
amarrando el barco de tu blanca simiente.
Mientras nosotros escribimos
la vida pasa fuera con su lámpara
Mientras nosotros amamos
todo lo escrito carece de importancia
Mientras bebemos y cantamos
el amor nos traspasa sin herirnos
Mientras estamos aquí
algo sucede
Tal vez abril
Un gran ministro de ébano preside las reuniones en el pequeño
salón de la nostalgia. Un ministro mudo, en exilio. Hace años que
nadie le arranca un gemido, un ademán digno de su alta jerarquía.
Tal vez las abuelas bailaron a Strauss en veladas de organdí y ponche
de granada, tal vez alguna de ellas fue entonces tocada, a través del
guante, por la oscura corriente del instinto… Ahora tú escapas de
otras manos que te persiguen descalza, desnuda bajo el vestido
finges huir de esas manos que finalmente te atrapan, justo al lado
del piano, y hacen saltar la nota más grave de tu risa, reactivan la
reciente música nupcial, señora de Steinway, derriba sobre la madera
prensil, y tu cuerpo se arquea y el ministro encuentra el acorde y se
abren las puertas de la casa.
Está desde siempre. Antes que la casa fuese siquiera un pensa-
miento. Ha crecido desmadejada y aérea, nutriéndose de linfas sub-
terráneas. Como una madre vegetal, una madre joven, sibilina, fecunda,
ampara el gorjeo sexual de los gorriones en un rincón del patio y
atestigua los encuentros de la señora y los gatos.
A Myriam Moscona
También enciendo el pabilo, Contemplo la llama que despierta
las formas de la cera.
Te oigo ir y venir entre tus silabas, subes y bajas por las escalas
de lo que dices.
Descifro tu liturgia, los ademanes con que andabas entre las
galerías de tu babel temprana.
Náufraga flor, exiliada víscera, Malagua a merced del oleaje,
blando cristal que el mar expulsa como a un cáncer. En la espuma
de su sueño revolcada, bajo el ciclo de azoro que los niños sostienen
al contemplarla con un temblor sagrado. ‘Tal un beso de muchacha
núbil, es la quemadura de Malagua’ dice, al pasar, un arponero.
Andar al bosque como quien va a ninguna parte. Bajo un cielo
limpio de nubes. El bosque puede estar dentro o fuera, en la mutable
dinastía del viento Llegar como quien ya estaba, antes de la herida,
como quien nunca ha salido y fluye con su sangre en el deseo, del
brazo de su muerte propia.
A Roberto Márquez
No debes hablar con los hombres, sino con los ángeles
Santa Teresa de Ávila
Para dibujar el Ángel incida con violencia sobre su silueta en mo-
vimiento. Atáquelo en pleno vuelo, jamás cuando duerme; todo Ángel
duerme siempre con los ojos abiertos.
Oscurece,
la ciudad se hace profunda:
pozo, vientre.
Luego llega la lluvia
y la disuelve.
A mi madre
¿Eres tú la sola mirada que se colma de azules bajo la sombra
de las hojas?
¿La que guarda aún el recuerdo del vestido blanco y los azahares
nupciales?
¿La que monta una bicicleta de plata como acudiendo al llamado
de un deseo imprevisto?
¿Pero dónde, dónde has de compartir mi nada, mi momento
de magia novicia del humo que en vilo remontará
la altura fehaciente de los universos? ¿Dónde el secreto
azaroso de mis restos moverá un espasmo al pasar
como caricia sin víspera tus desahogados cabellos?
El cazador sabe el truco para apresar a las alondras:
Cubre una mediana esfera con espejos y la sostiene
de la rama más alta de un árbol. Cuando la luz la toca
la esfera es una flor de agujas luminosas y somete
la borrosa voluntad, el fuego sutil de las alondras.
Carne de la fiebre diminuta donde el rencor olvida,
tierra al fin donde medra el regocijo austero del amor,
cien veces herida por la eternidad, larva fugitiva,
cien veces cien más en el centro de un insaciable sabor.
No me acompañes a la muerte, carne, extingue mi semilla,
quema en el bostezo de una remota playa mi calor:
déjame volver hasta el silencioso lecho de la arena
y olvídame (helado hilo de viento), si aún estoy en vela.