El asesinato se produjo a mediodía, en plena calle y bajo el sol. De la otra acera empezaron a disparar y caí en redondo, tratando de imaginar que clase de pájaro saldría de mi pecho cuando se acercara un compañero para recibir mi último mensaje: que el muchacho que vendía periódicos en la esquina llegaría a ser rey en Nueva York.
Nancy Flor bailará siempre
porque Johnny ya murió.
Un bribón le dio la muerte,
nadie sabe a dónde huyó.
Fue testigo un pistolero
rey en los bares de New York,
pasado luego a carcelero
contó la historia en un block.
Un hombre triste su barco: Alegre, ése fue Jim. Dulce conmigo, mas no risueño; qué corazón.
Jim en el parque, y sin sombrero. Ay dios, qué miedo si es un matón. Ay dios qué pena, si un día parte como llegó.
Tiene los ojos rojos y on the sea mira como un traidor.
Oh, no, espera un poco, hermosa muerte,
quiero vivir, tu cabellera oscura
roza mi piel intacta con dulzura
mi cuerpo casi tuyo, siempre inerte.
Cruel ansia de vivir, sostenme fuerte,
me llama quedamente la espesura
de un follaje sin luz.
Plateada solitaria tenaz
emerges por sorpresa
como estrella fugaz
en medio de la noche
intransigente y obcecada
remembrando las horas derramadas
Sedosa
hebra
invicta
primeriza
profética
De nada serviría revelarme
arrancarte con un tijeretazo
ocultarte dentro de mi pelambre
Estás allí altiva amenazante
deslizándote por mis sienes
victoriosa
Te observo
no tengo más alternativa
que peinarte.
Me gusta verte desde lejos
acecharte discretamente
provocarte
Reinventar cada encuentro
adivinarte
Sigilosa encenderte
disfrutar el placer
de enamorarte
y como leona
echada
verte llegar
a mí
muy lentamente
Dormida está tu bestia
aburrida tu vida
amodorrado tu ángel
Apagada tu risa
tu deseo atontado
indiferente
Escaso de pulsiones
se te pasa la vida
A ratos te preguntas con dejo de nostalgia
dónde se fue tu juventud
y una vocecita chillona
en tu interior responde:
«ascendiendo»
«ascendiendo»
No hay duda eres insensible
está hueco
vacío
me das hueva
Se alimentan las víboras
con lengua puntiaguda.
Deshaciendo,
rumiando odios estériles
que engendran nuevos odios.
Envenenando la penumbra de los días;
retrasando aún más, nuestra miseria.
Esculpiendo un futuro retorcido,
condenando, acechando,
haciendo del descrédito y la envidia,
su profesión y su filosofía.
Hay días
que no soporto el mundo.
Y me dan ganas
de bajarme
de una vez por todas
del columpio.
Que el cansancio
me come
y la gente
me pudre el horizonte.
Hay días
en que pienso
si no sería bueno
estallar
reventar
de una maldita vez
eternamente.
Ostentosa bella glacial te exhiben
en los aparadores de las tiendas
tu mirada perdida en el vacío
tu cuerpo escultural
Tus tejidos firmes
la ropa muy cuidada
la sonrisa cuajada
siempre vas a la moda
Permaneces anclada
desvalida
te untan color en las mejillas
en los labios un poco de carmín
Cuando los especialistas
dictaminan
y desgarran tus vestiduras
los ves
indiferente
Ves pasar
los últimos días
de tu vida
en un triste rincón
de la basura.
A la ligera
aunque te diera
mi cuerpo de inmediato
Tampoco en las mañanas
(soy noctámbula)
Te amo
impregnada
total
de cigarrillos
Cicatrizada
en este duelo íntimo
Con rabia
por ocupar
un diminuto espacio
dentro
de ese miserable corazón
que posees.
Tan sólo somos las mujeres;
Santas madres vírgenes
dulces comprensivas,
viscerales emocionales
brujas neuróticas histéricas
sensibileras ingenuas liberales
o putas.
Según el diccionario
de la Real Academia
de los Machos.
Pero, de humanidad
¿Qué saben los castrados?
Cada día se abre de par en par
igual que una puerta.
Aquel que ya la ha cruzado
clava sus ojos en otros y vuelve
a sentir el milagro y tomar
parte en la vida.
¿Quién diría, al verlo, que ese hombre
duerme mal en la noche y quisiera dormirse
como la tierra reseca tras jornadas de lluvia?
Algo de ti, aun cambiado, queda conmigo.
Viene con el mar, en el idioma extraño
de personas que desconozco
y sin embargo cada día me rodean,
tras el repetido batir de lo vivo
y el deseo de vivirlo.
Tal vez también algo de mí quede contigo.
Viento, viento de nuevo en la tarde de octubre.
Mirando la calle pensaba en la muerte.
La muerte y él. Dos trazos paralelos
que no habrían de cruzarse
ni en el más improbable infinito.
Los fármacos, la fiebre, la tos.
Levantarse y oír
correr el agua en la ducha,
el hervor del café.
Subir la persiana
y ver huir dos pájaros.
Salir a la calle
y notar el viento en el rostro.
No es diferente lo que hallas
afuera: un vallado, rosales
que rebrotan, una fila
de moreras en la acera contraria.
Escribo este poema un domingo de abril.
La tarde nublada, voces
de niños en la calle, al otro lado de la verja.
Un árbol se agita con el viento.
Ayer, a estas horas, estaba de viaje.
Aún ahora sigo viajando, yendo
desde estas palabras a otro lugar.
Atardece de nuevo y un día más ciudades diferentes
nos enseñan sucesivos ocasos. Mañana
volveremos a encontrarnos, pero hoy, ¿cómo hablarte
de las horas que vendrán y otra vez no serán nuestras?
Está tendido el horizonte y la penumbra se despliega.
Puedes entrar. He dejado la puerta
abierta, la luz, la calefacción
encendidas. Hay un poco de vino
en la alacena, el café está reciente
por si me demoro y te vence el sueño.
Acaso estés aquí cuando regrese,
arropada en el sofá con mi manta
de viaje, reconfortada, quizá
complacida del mundo en su belleza,
sabiendo que hay una técnica pura
en esta maravilla de estar vivo.
Deja en paz el día, no, no lo cojas.
Reniega de la luz que nos falsea,
del tiempo que se desprende la piel
reptando como sierpe contra el tiempo.
Sea la claridad de esta mañana
la irradiación oscura de la noche,
que descienda con la llovizna el recuerdo
como el polvo dorado de una sombra.
Recuerdos: la mano que rasuraba su vientre,
la que oponía el éter a su boca,
un rápido sopor, las voces,
los contornos borrándose
Nada después.
Nada. Tres horas que un bisturí
amputó a su vida.
Nada hasta despertar tiritando de frío,
la vía conectada a la vena, alguien
que decía «ya está».
Que este poema te proteja de la soledad
y te sirva de refugio, incluso contra mí mismo.
Es mi conjuro, aunque la poesía no valga
para alterar las leyes del sentimiento o la materia.
Pero, si durante un solo minuto,
poco más se tarda en leerlo, velase por ti
como una lámpara encendida en la alcoba,
si te diera el calor con que tras un cristal
se mira la nieve en la calle,
entonces por fin la poesía tendrá un sentido,
aunque ya sé que a tu edad
no se cree en los fantasmas,
o se cree demasiado.
Será un día cualquiera, vacío
como la habitación que amanece
vacía, y las cortinas velarán el cielo
limpio del alba.
En las calles, otra vez, como hace tiempo,
seremos unos desconocidos.
Unos que la vida juntó en la vida
como a viajeros que comparten vino
y posada antes de proseguir su ruta.
Este poema es la trágica historia del olvido de un poema.
Brotaron sus palabras como voz que brotaba del sueño.
Bellas estrofas perdidas, inquietantes imágenes
rezumando silencio, borradas como nombres
escritos una tarde de estío en la arena y que la pleamar se llevó.
Escasas fueron las noches que me gustaron.
Cada mañana el humo del café caliente
evocaba la bruma de la noche anterior,
restos de demasiadas imágenes,
lejanas como soles pasados,
luces venidas de cosmos extintos.
Heridos por el daño con que a solas
inquieta lo que no consumamos
o de ahogados fuegos se elevan fumarolas,
¿qué diremos de la noche si aún gotean
en el alba sus momentos,
y en el nuevo despertar
nos hablan en voz ronca,
con algo más vivo aún que las palabras,
de un rostro, una voz, una piel
y piden que palpiten
de nuevo por nosotros?
Salir al sol, estornudar tres veces.
Que este acto sencillo, tan común,
tan nuestro, repita su mecánica
cada mediodía, casi a las tres,
de este verano que aún, como
nosotros o el verde de la hierba,
o el calor o las rosas,
no se ha cumplido del todo.
Y no tendrá dominio la muerte
Dylan Thomas
No sé si este poema es el que tú necesitas,
si sus sonidos dicen más que sus silencios.
Tómalos como abrigo de lana, como plato caliente.
Si no en ti, en alguna parte de ti habrán de sonar,
aunque yo no sepa guiarlos.
Queden estas palabras que no sé
si resistirán íntegras al tiempo.
Y con ellas, una visión del mundo
donde el recuerdo, si quiere, descifre
los antiguos mensajes ofrecidos
día a día por la vida.
Palabras que hablan con voces diversas,
como si al vaivén de cada momento
personajes distintos concitaran
sueños tornados realidad concreta,
quedamente ofrecida por la vida.
Mañana. Dormir. Despertar.
La calle, las puertas. Unos peldaños.
Otra puerta más. Y tú.
A contraluz. Mañana.
Nieve. Toda la tarde ha nevado.
Empezó primero por manchar la verja,
la acera, las ventanas.
Ha cubierto después los rosales,
los peldaños, las macetas.
Una sucesión precisa, matemática casi,
como las migrañas en la tarde:
pulsos en las sienes, dolor, aplastamiento.