El hombre que habla
y devora sus palabras,
teje una fábula en su Tierra.
Y el aire invade
los verbos de su raza.
Así cayó esta zarpa
en mi inocencia.
Así creció mi orgullo
en este mundo.
El hombre que habla
y devora sus palabras,
teje una fábula en su Tierra.
Y el aire invade
los verbos de su raza.
Así cayó esta zarpa
en mi inocencia.
Así creció mi orgullo
en este mundo.
País,
¿quién es feroz
sino tu niño acurrucado
en la pureza del desierto?
País, ¿quién ha quemado
tu carne de luz negra,
quién es el príncipe en tu fiesta
de rencores podridos por el sol?
No hemos tenido suerte,
amigo mío,
aunque haya quienes digan
que siempre la tuvimos.
Cuando miramos hacia atrás
y recordamos las calles
de ese París que se ha ido
con nosotros,
no sabemos ya qué hemos tenido,
no sabemos siquiera
si hemos tenido alguna cosa
o si todo ha sido solamente
nuestro disfraz de saltimbanqui,
nuestro sombrero de perro
y nuestras ganas de vivir.
Cuando a mi alrededor todo se hunde,
pienso en los mapas y en la artillería,
en el mundo perfecto de los mapas
y en la realidad que lo transforma.
Alguien elige un objetivo y alguien,
antes de dibujar la trayectoria,
busca las referencias del paisaje,
la torre de una iglesia, una montaña,
para medir con pulcritud los grados.
Si tuviese al justo de enemigo,
sería la justicia mi enemiga.
A tu lado en el campo victorioso
y junto a ti estaré cuando el fracaso.
Tus palabras tendrán tumba en mi oído.
Celebraré el primero tu alegría.
Aunque el fraude mi espada no consienta,
engañaremos juntos si te place.
Bien mirado, las plantas son monstruosas
y un bosque, una reunión de aberraciones;
y las bestias que vuelan o se arrastran,
sin saber para qué, son repugnantes,
aunque no todas tengan el ingenio
alabado y maldito de la araña.
Y bien mirado, la perpetua guerra
es la prolongación de la infinita
perversidad de la naturaleza
con otros medios y los mismos fines.
Vagas estrellas que arden para nada;
muertas lunas que surcan el vacío;
el cielo que vigila nuestro insomnio,
y, aquí abajo, la sucia piel del mundo
y la vida, su huésped más terrible.
Lo incomprensible no es que lo crearas,
sino que, pese a conocer lo absurdo
que era para los hombres tu universo,
te hicieses uno de ellos y quisieras
participar en esta pesadilla.
Dioses bajo la luz celeste y pura
luchan en la cubierta de la nave.
Escucho sólo el ruido de las armas
mientras intento ver desde lo oscuro.
Sólo el eco merece mi ceguera
e imagino el combate que no vivo.
Han caído las torres, y el desierto
es ahora tan grande como el alma:
esas torres que alcé y ese desierto
que quise mantener lejos del alma.
Los enemigos que inventé murieron
y si hay otros no quiero imaginarlos:
así que no vendrán los enemigos.
Y mi alma puede ser un descampado
en el que quedan restos de unas casas
humildes junto a montes de basura.
Cuando cae la tarde, un jorobado
y un perro asustadizo y diminuto
vienen de no se sabe dónde y vagan
por sus valles umbríos y apacibles.
Ya no salgo de casa. Otros no salen
después de haberlo visto todo; en cambio,
yo me encierro después de no ver nada,
o sólo las estrechas pasarelas,
las altas pasarelas pavorosas.
Otros recuerdan los jardines falsos
del amor y los días en que amaron
o creyeron amar, y otros, los libros
leían de niños y marcaron
su vida para siempre, ya que nunca
pudieron entender cómo es el mundo.
Y todos se consuelan de esta forma
e incluso se entusiasman cuando sienten
que la memoria puede moldearse
a voluntad y dar lo que no daban
el amor, los jardines y los libros.
No deja de llover sobre las ruinas
que rodean mi casa, vieja y pobre,
aislada en medio de este descampado.
No llueve igual más lejos, en los huertos
que nunca pisaré, ni en las ciudades
que conservan indemnes sus iglesias;
pero sí en las trincheras, en los fosos,
en los taludes donde fui soldado.
Nunca he visto gozosa a la discordia.
No conozco el olor que tiene el campo
después de la batalla. Nunca he visto
caballos sin jinete entre las picas
vagar y entre los muertos. No conozco
la voluntad de ser invulnerable
ni el estupor que nace con la herida.
Nunca he visto gozosa la discordia,
no conozco el olor que tiene el campo
después de la batalla. Nunca he visto
caballos sin jinete entre las picas
vagar y entre los muertos. No conozco
la voluntad de ser invulnerbale
ni el estupor que nace con la herida.
Ni las cumbres sublimes ni los ríos
que no han sido ensuciados por los hombres;
ni los palacios ni las blancas ruinas
de los templos antiguos, ni los dioses
de mármol o de bronce, iguales a todos,
ni la alada victoria ni un bugatti,
menos aún la música y el baile,
con sus amanerados sacerdotes:
ninguna de esas cosas y de otras
tan admiradas por los más sensibles
y que tienen que ver con el buen gusto
me proporciona una impresión profunda.
Amigos, el amor me perjudica:
no permitáis que caiga nuevamente.
Podemos emprender una campaña
o el estudio de textos olvidados:
algo que me mantenga distraído.
No me habléis de la dulce voz de aquélla
ni del hermoso talle de esa otra.
Me puse a divagar y pensé en Rusia;
también pensé que el alma es como Rusia
y que son sus fronteras las de Rusia,
amenazadas por las mismas hordas.
Después pensé en un carro de combate
que avanza por la estepa día y noche
dejando sus rodadas infinitas
en los fangales del primer deshielo.
Hay una casa que no roza el tiempo.
Tiene torres espléndidas y oscuros
corredores. Sus salas están llenas
de claros y pacientes manuscritos.
Una raza distinta vive en ella:
varones para quienes la justicia
debe ser majestad y ser distante.
También mueren caballos en combate,
y lo hacen lentamente, pues reciben
flechazos imprecisos. Se desangran
con un noble y callado sufrimiento.
De sus ojos inmóviles se adueña
una distante y superior mirada,
y sus oídos sufren la agonía
furiosa y desmedida de los hombres.
Tampoco tengo claro qué tarea
debo cumplir; si todo se reduce
a acompañar en esta pesadilla
el dolor y el orgullo de los hombres
y llegar al final sin sufrimiento,
o si hay que herir también y ser herido.
Cuando a mi estéril corazón me vuelvo,
por las eternas dudas asolado,
pienso en Tartaria, en gélidos desiertos,
y una sombra comienza a tomar forma
y una forma se encarna lentamente,
mientras mi débil voluntad conquista.
Deseo entonces que el jinete eterno,
a quien turban inmensas lejanías,
lleno de desazón, se ponga en marcha.
Me acosté sin cenar, y aquella noche
soñé que te comía el corazón.
Supongo que sería por el hambre.
Mientras yo devoraba aquella fruta,
que era dulce y amarga al mismo tiempo,
tú me besabas con los labios fríos,
más fríos y más pálidos que nunca.
Al cabo, son muy pocas las palabras
que de verdad nos duelen, y muy pocas
las que consiguen alegrar el alma.
Y son también muy pocas las personas
que mueven nuestro corazón, y menos
aún las que lo mueven mucho tiempo.
Al otro lado de este bosque inmenso
me espera el mundo. Todo lo que he visto
sólo en mis sueños tiene que esperarme
al otro lado de este bosque. Es hora
de ponerme en camino, aunque el viaje
se lleve varios años de mi vida.
Para ti nunca fui más que un pedazo
de mármol. Esculpiste en él mi cuerpo,
un cuerpo de mujer blanco y hermoso,
en el que nunca viste más que piedra
y el orgullo, eso sí, de tu trabajo.
jamás imaginaste que te amaba
y que me estremecía cuando, dulce,
moldeabas mis senos y mis hombros,
o alisabas mis muslos y mi vientre.
Vamos a hacer limpieza general
y vamos a tirar todas las cosas
que no nos sirven para nada, esas
cosas que ya no utilizamos, esas
otras que no hacen más que coger polvo,
las que evitamos encontrarnos porque
nos traen los recuerdos más amargos,
las que nos hacen daño, ocupan sitio
o no quisimos nunca tener cerca.
Los hechos son muy pocos, pero bastan.
Son suficientes para dar la talla
de un hombre que no quiere acomodarse
a los patrones prefijados.
No comparto el refrán «quien calla otorga».
Quien calla tiene un nudo en la garganta
y es un grito por dentro.
Como la res su marca y Sísifo su roca
llevo yo mi destino.
Como su agreste tosquedad el cardo.
Aunque hasta el cardo tiene
su corona de gracia.
Yo, en cambio, no. Me ha sido arrebatada
por unos y otros
como por aves de rapiña.
Toma tu cruz, Señor, te la devuelvo.
Toma tu sacerdocio y tu prestigio.
Haz sólo tus milagros.
Yo seguiré a mi aire, como siempre.