Yo,
continente de huesos y delirios
milito al sur
con la tierra,
por eso afirmo que ando
sobre mi larga y buena madre
arrastrando un edipo
que no quiero que muera.
Limito al norte
con un supuesto reino celeste,
mi cabeza,
mi corazón,
—estados influyentes—
no aceptan esa monarquía
y sus embajadas terrenas.
Estiro los cielos,
amarro los momentos,
juego con fantasmas
muy queridos;
en definitiva,
vivo tan lejos
de esta diagonal…
Lo más triste es que no puedo
contarle mis cuitas
al vecino de mesa,
él se empecina
en mirar a otro lado,
en aferrarse a ese pocillo
como si fuera
el eje fundamental
de su existencia.
Sospecho que tus huesos
no se asustan
de este frío, padre.
Agosto como siempre
y yo, vivo,
me hago el sordo,
no acepto el río
de tu sangre
desembocando
a la nada de un piso.
Los peces de plomo
son como los salmones,
padre?
Cómo jugar a las escondidas
en esta Patagonia
que te alcahuetea,
dónde esconderse
en esta estepa?
Cuando niño tuve
columpios de corceles,
toboganes de nieve,
y después
de esa feracidad lúdica
fui ropa colgada,
llorando,
luchando al viento
sin mácula y solo
en el extremo sur
de este cordel desmesurado.
Este caballo,
Ramiro,
es de tinta negra,
oscuro como el vino
de su sangre uva,
tiene dientes
que muerden
la ternura de tus ojos,
porque el caballo,
Ramiro,
sabe de ojos…
Los carga limpios
y llorosos.
No creo en los grandes
hacendados de la poesía,
en los latifundistas de la tinta.
Creo
en el ovejero de las letras,
que con los perros rigurosos
de las situaciones cotidianas
van transhumantes
con su piño de ideas
afrontando cuero al cielo
la palabra,
para darnos abrigo.
Todo se mueve,
el cielo se estira,
se achica,
se anuba…
el mar no descansa,
sus negros,
sus verdes,
sus azules
se mezclan
en espuma de espera.
Soledad salada
como estas lágrimas
la plataforma se mueve…
Sólo mi corazón
está callado…
duerme un beso tuyo.
Madre,
tu gran ojo
de cíclope gatuno
me incita
a abrazarte
con su guiño
de pestañas albinas.
Tal vez
algún gusano itinerante
cruce el mar de tierra
que separa
a esos viejos continentes
de hueso
y recorra falanges
que fueron
tus caricias
o las mías,
tal vez se instale
en las cuencas vacías
de uno u otro
remedando miradas
que nos pesan
y alivian.
(no apto para turistas)
En cada chimenea
hay un puñadito
de bostezos azules
y cuchillos brillosos
por pupilas.
Invierno
rima con odio,
pega con hambre,
mata con carámbanos.
El vino y la madera
para esos niños
no es un abrigo,
para esos hombres
la madera y el vino
son el refugio…
Afuera,
señorea la indiferencia.
En Buenos Aires
los edificios
son árboles
cargados
de pájaros
muertos.
Mirando el techo.
Un descascarado
caballo de ajedrez
relincha desde el cielo
a la humedad
que avanza las paredes,
en el tablero
del silencio
el corcel de ladrillo
presiente como yo
que en esta casa
está en jaque
la esperanza.
Al mirar
que nos queda
ese gris horizonte
de galpones,
con sus techos
de victoria invertida
avergonzando al río,
me pregunto
qué se han hecho
las ilusiones
de este niño
que nunca quiso
remontar un barrilete
por respeto al viento.
El corazón
es la isla
más antigua y sola,
los peces de siempre
lloran por ella
y en vez de salvarla
le dan
su condición
de isla.
Yo soñaba
con peces para todos,
por eso,
ante la contienda
desigual,
piedras tiraba
al espejo del agua.
A mi padre
Cuando llegaba un amigo
cerraba el mercadito
y sobre la mesa del comedor
comenzaba a llover
pan
pescado
y vino
Un andén
labios,
manos que vuelan,
sale el tren
ojitos brillan…
Luego la distancia
es una paralela
que deja a los costados
agrestes caseríos.
Al fondo queda
una parte de estrella…
Los dos lloramos luz
la misma luz.
Dieciocho cuadraditos
de cielo
con lombrices y cables…
—digámosle ventana—
azules, rojos, brillos—.
La noche tiene garras lentas,
Algodón de pezuñas
Que te matan
en forma horizontal…
Más allá del cerco
y sus colmillos de madera,
algunas jirafas
tuercen sus cuellos luminosos
para comer
pastito de banderas…
VIVA LA PATRIA.
Cuando sólo era un peñasco
prominencia oscura
y siempre,
monotonía
recortando el cielo.
Cuando la sal
y las gaviotas
no perdonaban
mi antipáramo
y competía yo
con graznidos de roca,
con rugidos
más salados y constantes,
cuando el abandono
de las algas,
cuando la falta
de quillangos,
cuando la impertinencia
de los vientos,
cuando ya no daba más,
Ana,
cuando ya no daba más,
encontré
tu cántaro de luz.
En ésta,
mi memoria de árbol,
a pesar de la tortura
de la sierra
y del darme cuenta
que al caer
el cielo se me iba
para siempre,
me han quedado
ráfagas de nidos,
chisporroteos, digo,
que confundo
con viruta y garlopa
lágrimas de madera.
De nuevo llega el mes de las avellanas y el silencio.
Otra vez se alargan las sombras de las torres, la plenitud azul del huerto familiar.
Y en la noche se escucha el grito desolado de las frutas silvestres.
Sé muy bien que éste es el mes de la desesperanza.
Hace ya mucho tiempo que camino hacia el norte, entre zarzas quemadas y pájaros de nieve.
Hace ya mucho tiempo que camino hacia el norte, como un viajero gris perdido entre la niebla.
La verdad cifrada dejé atrás: el humo denso y obsequioso de los brezos y la alegría de mis padres en el anochecer.
La nieve está en mi corazón como el silencio en las habitaciones de los balnearios: densa y profunda, indestructible.
La nieve está en mi corazón como la hiedra de la muerte en las habitaciones donde nacimos.
Y el tiempo huye de mí con un crujido dulce de zarzales.
Si el mundo fuera cuerdo,
si lo fuera digo, es un decir-
acaso yo sabría, después de tantos años,
de tantos accidentes, catástrofes, combates,
humillaciones, navajazos, intoxicaciones,
pánicos, muertes, esperanzas,
caídas de caballos, de dientes, de cabellos,
y esa legión de oscuridades,
si el mundo fuera, entonces, cuerdo,
-digo, es un decir-
tal vez acaso yo sabría
por qué me ha condenado la letra
en que nació la pena
a estar aquí de pie, a solas con la vida.
Escapaba hacia los grandes templos,
catedrales del Gin,
santuarios del comercio la política,
puentes y cárceles, delicias.
Y el astillero sagrado
de la Ciencia.
Abandonaba
algunas plantas amistosas
y una morada invisible.
Los ojos blancos,
la piel paralizante:
me buscaréis en vano
entre mis bestias.
Mi roja música
ha triunfado.
(Ah la frenética infancia
junto al médano
y la esmeralda polar,
surcando nuestra casa).
Señora de alta pluma,
la noble Tierra se ha secado
bajo el orín de tus preciosas amenazas.
Mi terror es verte en los paisajes,
sobre un caballo afeminado,
desdichada y gloriosa
como una lengua herida.
El niño rompe sus juguetes
en busca de la alondra.
la oveja con ruedas,
el caballo de lechero,
el oso negro de la tía Blanca,
el tíovivo con música,
la locomotora alemana
y hasta el fonógrafo infantil
con aquella marcha espantosa
norteamericana.
Junto a las rocas,
la negra sal radiante.
¡Oídos!
Crujen las pieles de la Tierra
gastadas por el sueño
bajo una calma infernal.
¿Dónde está el hombre que renace
en las cenizas de una gran poesía,
la mano de oro
que bautiza y desarrolla
las ciencias naturales?
No llores, América
No llores, América, no llores
por la sangre vertida en las
esquinas
del Sur, no llores por los hijos
de tus mercenarios, no llores
por tus bombas, tus cohetes,
tu napalm,
tus viajes a la luna, tus calles
de navaja,
tus dólares amargos, tus negros
de precinto
con sus bastones relucientes como
krugers
golpeando a sus hermanos de
algodón,
no llores por los amos de Wall
Street,
su polvo del mejor, sus trajes bien
cortados,
sus tiradores de pelo de gacela,
no llores América, no llores,
tu atronadora voz es la más bella
entre los tules del sol,
no llores, dueña del mundo,
amada América, no llores,
irás al cielo cuando mueras,
tienes los ojos azules como Dios.
Telemacus
Desde la isla de pájaros de lentes
y corbata de lazo,
la tonta dama francesa de cincuenta
metros
gobierna la ciudad de bocadillos de
pastrami
y coca cola
en los carteles de Times Square.
Sin vagabundos o putas no hay
ciudad,
dice Telemacus Malone, que nutre
las palomas
con veneno para ratas.