Serrana hermosa

Serrana hermosa, que de nieve helada
fueras como en color en el efeto,
si amor no hallara en tu rigor posada;

del sol y de mi vista claro objeto,
centro del alma, que a tu gloria aspira,
y de mi verso altísimo sujeto;

alba dichosa, en que mi noche espira,
divino basilisco, lince hermoso,
nube de amor, por quien sus rayos tira;

salteadora gentil, monstruo amoroso,
salamandra de nieve y no de fuego,
para que viva con mayor reposo.

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SOLILOQUIO I

Dulce Jesús de mi vida,
¡qué dije!, espera, no os vais:
que no es bien que vos seáis
de una vida tan perdida.

Pero si no sois de mí,
yo, mi Jesús, soy de vos,
porque quiero hallar en Dios
esto que sin Dios perdí.

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Versos de amor

Versos de amor, conceptos esparcidos,
engendrados del alma en mis cuidados,
partos de mis sentidos abrasados,
con más dolor que libertad nacidos;

expósitos al mundo, en que perdidos,
tan rotos anduvistes y trocados,
que sólo donde fuistes engendrados
fuérades por la sangre conocidos;

pues que le hurtáis el laberinto a Creta,
a Dédalo los altos pensamientos,
la furia al mar, las llamas al abismo,

si aquel áspid hermoso nos aceta,
dejad la tierra, entretened los vientos,
descansaréis en vuestro centro mismo.

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Vireno, aquel mi manso regalado

Vireno, aquel mi manso regalado
del collarejo azul; aquel hermoso
que con balido ronco y amoroso
llevaba por los montes mi ganado;

aquel del vellocino ensortijado,
de alegres ojos y mirar gracioso,
por quien yo de ninguno fui envidioso,
siendo de mil pastores envidiado;

aquel me hurtaron ya, Vireno hermano;
ya retoza otro dueño y le provoca;
toda la noche vela y duerme el día.

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Ya no quiero más bien

Ya no quiero más bien que sólo amaros,
ni más vida, Lucinda, que ofreceros
la que me dais, cuando merezco veros,
ni ver más luz que vuestros ojos claros.

Para vivir me basta desearos,
para ser venturoso, conoceros,
para admirar el mundo, engrandeceros,
y para ser Eróstrato, abrasaros,

La pluma y lengua, respondiendo a coros,
quieren al cielo espléndido subiros,
donde están los espíritus más puros;

que entre tales riquezas y tesoros,
mis lágrimas, mis versos, mis suspiros,
de olvido y tiempo vivirán seguros.

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Columbia. Sorbona. (Primavera 1968)

Seamos soberbios,
insolentes
¡ahora!

Seamos impacientes
intransigentes,
intolerantes,
¡ahora!

En estos días
en que aun podemos
lanzarnos hacia el futuro
sin pesados lastres en los tobillos
sin vientres demasiado abombados,
o la pátina de oro sobre las pestañas,
pues sólo el que no respeta la realidad
puede cambiarla.

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Definición

Exilio
es vivir donde no existe casa alguna
en la que hayamos sido niños;
donde no hay ratas en los patios
ni almidonadas solteronas
tejiendo tras las celosías.

Estar
quizás ya sin remedio
en donde no es posible
que al cruzar una calle nos asalte
el recuerdo de cómo, exactamente,
en una tarde de patines y escapadas
aquel auto se abalanzó sobre la tienda
dejando su perfil en la columna,
en que todavía permanece
a pesar de innumerables lechadas
y demasiados años.

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Domingo

Recorro las calles de este New York vestido de verano,
con sus guirnaldas de latas de cerveza
y envoltorios de helados,
con su fauna fantástica
desbordada por la Quinta Avenida,
por Broadway,
por Riverside,
toda la increíble fauna y flora
de esta ciudad increíble,
desde los hare krishnas hasta los escoceses con gaitas,
desde el aprendiz de violinista
hasta el discípulo de Marcel Marceau.

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Hudson, invierno

Este paisaje irreal
la danza de los árboles
la iglesia que se vuelve, en la bruma, castillo,
y el río que renuncia a su fluir
y adopta
la rigidez y el brillo de un joven granadero.
Todo aquí te recuerda
el cielo siempre gris
los árboles, las piedras,
el río y el acero
Mundo que languidece pues no le has sonreído
tristemente te espera.

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La Habana (1968) (I)

Que se me amarillea y se me gasta,
perfil de mi ciudad, siempre agitándose
en la memoria
y sin embargo,
siempre perdiendo bordes y letreros,
siempre haciéndose toda un amasijo
de imágenes prensadas por los años.

Ciudad que amé como no he amado otra
ciudad, persona u objeto concebible;
ciudad de mi niñez,
aquella donde todo se me dio sin preguntas,
donde fui cierta como los muros,
paisaje incuestionable.

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La Habana (1968) (II)

Que la he perdido,
la he perdido doblemente,
la he perdido en los ojos de la cara
y en el ojo tenaz de la memoria.
Que no quiero olvidarla y se me pierde,
aunque de pronto vengan marejadas
de nombres y borrosas
imágenes:
Soledad, Virtudes, Campanario,
Peña Pobre una tarde de verano
y el parque aquel minúsculo,
tapizado de pájaros,
cuando se conjugaban a anunciar el crepúsculo,
a anunciar en bandadas la nostalgia acerada
tras las horas de O’Reilly,
de libros y bigotes.

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La Habana (1968) (III)

Jirones de ciudad
fragmentos sin contexto, los enlaces perdidos.

¿Cómo llegar a, y qué venía,
desde, por dónde iba aquel ómnibus?
¿Qué se me ha hecho la ciudad de entonces?

Preposiciones,
desarticulación,
preguntas.
Ya hace demasiado que estoy lejos.

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Cuando nació Gabriel

Cuando nació Gabriel
dormí en su sombra caudalosa, en su letargo
de visiones. Pero se resquebró
el codicioso anillo de mis complacencias.
Se oscurecía el jaspe de su rostro.

Comenzó todo a teñirse de destellos:
el paisaje precipitado tras las casas
que limitan nuestro patio,
la tapia que se cierne descuidada
por sobre la gravilla,
los azulejos que celebran conciliábulos
por hacer menos cruento a abril.

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Desvelo de los pájaros anoche

Toda la noche los oímos volar:
su vuelo era el dibujo orbicular de los presagios,
la simiente derramándose en lo oscuro.
Durante noches infinitas desvelados
no supimos leer en la penumbra el aleteo.
Nada enseñaba ya San Juan después de tantos siglos,
Ni oscuridad sonora ni cena que lograra
enamorarnos.

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