DESENCANTO

Yo quisiera quererte como antes te quería,
y sentirte, como antes, en todo consecuente,
yo quisiera decirte: te quiero todavía…
y recibirte, al fin, con ánimo sonriente.

Yo quisiera tomar tu mano con la mía,
y llevarlas fraternas, como antes, a mi frente,
guardándote a mi lado, junto a mí todo el día,
saber que estás conmigo, aunque te halles ausente.

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DESIGNIO

Que esta noche me duerma bajo un manto de olvido,
ajena al desamor, al encono y la saña,
considerando a aquel que nunca me ha querido,
sorda a la mezquindad y a la torcida maña.

Que el corazón regule cadencioso el latido
para que no lo alteren mentiras o patraña;
que el alma, dadivosa con los que no lo han sido,
se entregue por entero, aun a la gente extraña.

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DIÁLOGO CON DIOS

Ya no sé qué decirte, Señor: lo he dicho todo;
mis lamentos se apagan en el labio callado,
no doy con la manera, ni acierto con el modo
de dirigirme a Ti como en tiempo pasado.

No puedo ni rezar, las palabras no encuentro
de aquellas viejas preces de los años de infancia;
me ahoga como un algo que se enraíza adentro
y me torna impotente para expresar mi ansia.

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DICE EL SEÑOR

Id por camino estrecho que lleva a puerta angosta
—ésa que sólo niños atravesar consiguen,
perfumada de nardos donde un ángel se aposta—
y no al portal mayor que los grandes persiguen.

En haciéndoos pequeños ya seréis inocentes,
que para tales es el reino de los cielos;
así oiréis la palabra que a sabios y prudentes
Dios oculta y revela sólo a los pequeñuelos.

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DICE LA NIÑA

«Las madres las hicieron miles de Blancanieves,
cientos de Cenicientas y alguna Rapunzel;
y por eso son lindas y de pisadas leves,
y tienen la frescura de la col en la piel.

»Las madres las hicieron… o rubias o morenas,
sus cabellos oscuros —alféizar de ventana—
o con trenzas de oro; pero siempre tan llenas
de besos en los labios, de noche y de mañana.

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DIOS EXISTE

Dos de la madrugada. En trémula zozobra;
los silencios, vivientes; la oscuridad sin borde;
cuando la fuerza falta y la tristeza sobra,
en soledad infinita para estar más acorde.

De improviso resuena el son de un benteveo
con tono tan alegre que regocija el alma,
y es tal la donosura de su simple gorjeo
que sonrío, infantil, renacida la calma.

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DIOS ME SALVA

Ya no sé qué pensar de mi propia existencia,
aun si he de poder soportar esta vida,
que en viéndome al espejo descubro en tal presencia
un ser a todo hostil que extraño me intimida.

Deslízanse las horas fuera de mi conciencia;
todo se me aparece como cruel despedida
por no sé qué catástrofe de fatal evidencia
y adolezco de idea, de noción y medida.

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EL ALMA ACORAZADA

Que me traspasen dardos: no habré de defenderme;
que me hiera cruel total indiferencia;
que los rostros, impávidos, al no reconocerme
pasen sin advertir siquiera mi presencia.

Que el desamor se infiltre mientras el amor duerme
y que a la tolerancia azuce la pendencia;
que egoísmo y envidia me descubran inerme
y aun sin defensor me llegue la sentencia.

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EL ANTIGUO JARDÍN

Quedó abrazada al muro, amante, la glicina,
y grávido de frutos de oro, el limonero;
la cola de tijera mostró una golondrina
y el gorrión revolando, de píos mensajero.

Debajo de los árboles era la hierba fina
que peinara —amoroso, a diario— el jardinero;
la estrella federal sangraba en cada esquina
y, cual si fuera única, en su patita, el tero.

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EL CASTILLO

Un castillo de arena. Lleno el foso de espuma,
subterráneos cruzándose en unión con el mar,
portal de caracoles, en la cresta una pluma
que acaso una gaviota dejara al revolar.

Moldes por centinelas en muralla alineados
circuyen tal alcázar, diseño en redondel,
y a través de los túneles, torcida por dos lados,
pronta ya para el fuego, la mecha de papel.

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EL CRISTO DE DALÍ

Siempre desde abajo pudimos mirarle
y aun de nuestra altura miramos a Cristo,
mas nunca hasta ahora pudo contemplarle
alguien de lo alto, ni de allá fue visto.

Pero así el artista consiguió pintarle,
en tremendo escorzo con genio imprevisto,
mirando de arriba, y supo evocarle
de terreno ambiente al fin desprovisto.

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EL MENSAJE PERDIDO

Se lo ha llevado el viento, esa mano de olvido,
el pequeño mensaje que quedara en la puerta;
se fue sobrevolando, como ebrio o perdido,
la rumorosa calle, en la tarde desierta.

Allá irá, todo alma de amor estremecido,
náufrago diminuto con dirección incierta,
agonizante espíritu, el que pudo haber sido
alegría del ser que lo aguardaba alerta.

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EL MUÑECO

¡Madre!, clama en voz queda mi ferviente mensaje;
¡madre, mi madre, acude porque te necesito!
La voz, primero tierna, va haciéndose salvaje:
si al comenzar fue ruego, termina siendo grito.

Todo ansias de amor el son de mi lenguaje,
salvando las alturas en pos del infinito,
desesperante, alcanza, tras impetuoso viaje,
acento de mandato para aquel ser bendito.

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EL MUÑECO ROTO

En el entusiasmo del dulce embeleco,
nunca imaginara que tal vez un día,
con peluca suelta quedara el muñeco,
los ojos ausentes, la testa vacía.

Sin fondo, un abismo, semejaba el hueco
del cráneo desierto, y en esa agonía,
a pesar de todo, resonaba el eco
del tierno «Mamá», que se repetía.

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EL NIÑO DORMIDO

No levantes la voz; el niño está dormido.
Contén el paso, espera, aguarda en cauto acecho;
que no se mueva el aire, ni se oiga el menor ruido,
para que en tierna paz, te aproximes al lecho.

Mírale sonriente al almohadón asido,
el oso de su vida apretándole el pecho,
en la mano, seguro, tiene un hilo prendido
del globo de colores que oscila bajo el techo.

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KHALIL GIBRÁN

No es suficiente dar, ni dar con alegría;
ni tampoco es bastante dar con renunciamiento;
menos, dar con dolor, un poco cada día,
esperando de otros el reconocimiento.

Y no basta —siquiera— el dar por ser virtuoso,
aunque el alma egoísta, aleccionada, calle;
hay que dar, simplemente, como el mirto oloroso
que esparce, sin saberlo, su fragancia en el valle.

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ES LA MANSIÓN DE AYER

Es la mansión de ayer, la de la infancia mía,
con ternura hogareña y calidez de seno,
que aún levanta la frente, a punto de agonía,
entre tanto derrumbe al que nada es ajeno.

Muéstrase melancólica el ala solariega
del loco enjambre antiguo —hoy con seres distantes—
y a la sombra de madre, amorosa, se agrega
el tono protector, los ojos vigilantes.

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ESPEJOS

Mírate en el espejo que tu imagen proyecta,
esperando un instante a que se muestre clara;
verás, a pesar tuyo, la figura imperfecta
y las desarmonías patentes de la cara.

Sin contemplarte pues como estampa dilecta,
en tus propios defectos, exhaustiva, repara,
para reconocer por fin lo que te afecta
como quien llanamente una verdad declara.

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HISTORIAS

«En tiempos de las hadas y de la hechicería…
cuando la reina cruel consultaba su espejo…
el duende Trasgolisto su sábana extendía
y los siete enanitos pasaban en cortejo…

»Cuando la Cenicienta perdía su zapato…
cuando Caperucita visitaba a la abuela…
cuando las botas mágicas calzábase el Gato…
y, al par que Jack trepaba, crecía la habichuela…»

La niña, ya impaciente, con la historia termina,
colgándose amorosa del cuello de la madre:
«Pero, Caperucita, ¿no tuvo padre?

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INCOMPRENSIÓN

No comprendes, amor, cuál es mi sentimiento;
en vano lo traduzco y en vano te lo explico.
A veces me parece que ha llegado el momento
de aclarártelo igual que obramos con un chico.

No comprendes, amor, que todo lo que siento
—y en esto, ya lo sabes, ni dudo ni claudico—
es amor, todo amor, el dulce pensamiento
que instante por instante, por siempre te dedico.

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LA ANTORCHA

Juntas, bajo el cristal, amoroso capricho,
la Virgen de la Linda Vidriera de Colores,
atavío en azul sobre encarnado nicho,
como ascuas centelleantes los vivos resplandores;

Nefertiti, la reina, que muestra de perfil
tan alargado cuello —por fino, más esbelto—,
y que el rostro parece esculpido en marfil,
el cabello invisible en ceñidor envuelto.

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LA ARCILLA DE KHAYYAM

¡Cómo insiste Khayyam con los muertos! ¡La arcilla!
La arcilla de las ánforas, la arcilla de la copa,
diciendo que allí están, y que, al rozar la orilla,
al beber, nuestros labios, se encuentran con su boca.

Que henchiremos la cámara que otrora ellos llenaran,
yendo a complementar nuestra capa en la tierra
con profetas, sultanes y sabios que pasaran.

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LA HORMIGA

Sin saber que es domingo, ruidoso día de fiesta,
va llevando su carga la minúscula hormiga:
el trozo de una hoja en perfilada cresta
columpiase oscilante sin impedir que siga.

Apenas se apresura, que caminar le cuesta,
y se esfuerza consciente pues el deber la obliga,
prosiguiendo el sendero, pese a tal lastre, enhiesta,
pero sin detenerse ni demostrar fatiga.

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LA LEY DE LA VIDA

Quisiera estar de acuerdo con la ley de la vida
—tal vez, la de la selva, al instinto fiada—,
según la cual se vive de acuerdo a la comida:
la bestia menos fuerte ha de ser devorada.

Y quisiera también aceptar la partida
—ya que sin consentirlo nos viene la llegada—,
sufrir, sin execrar al que odia u olvida,
como al rico que abruma a quien no tiene nada.

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LA MARIPOSA

Al pasar por la calle, cae una mariposa.
Revolando insegura se pierde entre la gente,
tornadizo vilano o pétalo de rosa,
burbuja de jabón, pajarita luciente.

Tras ella acude el alma, como ella, temerosa
de que tanto ajetreo le cause un accidente,
hasta que en tenue aleo detiénese y se posa
al borde de la acera, sin resguardo, imprudente.

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LA MÚSICA

Dan ritmo a la faena los trozos musicales;
combate la tristeza la suave melodía;
cuando preocupaciones asedian, habituales,
cantares apaciguan la mente, todavía.

La música es así, remedio de los males,
inagotable fuente a escanciar cada día;
sosiego de palacios, templanza de arrabales,
y placidez del alma, armonizante guía.

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LA NUBECITA

Llévame nubecita a lo alto contigo
y cúbreme amorosa con tu cendal de gasa;
que tu orla de tul me sirva, leve abrigo,
para que no me falte el amor de la casa.

Llévame tú que eres, de mis ansias testigo,
ceniciento vigía, fino polvo de brasa,
incansable viajera detrás de mi postigo;
llévame pero pronto, que tu momento pasa.

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LOS GORRIONES

Dentro todo es silencio y sombra todavía;
afuera entre las rejas de los amplios balcones
que doran las primeras claridades del día
revuelan bulliciosos y a solas los gorriones.

Son bandada, y oyéndolos, acaso, se diría
que de alegres coloquios fueran conversaciones
esas músicas locas de tanta algarabía
y que en prueba amorosa hasta entonan canciones.

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