“¿Es posible, ¡oh cruel!, que así tú me zahieras?
¿Se expresan de ese modo en tu país los amantes?
Pase que así lo haga el vulgo. ¡Con él peco…!
Aunque no; que a ti solo me siento yo obligada.
Estos trajes dirán a la mordaz vecina
que la viudita ya por su esposo no llora.
¡Cuán feliz soy en Roma! Evoco aquellos tiempos
en que la turbia luz del Norte me envolvia,
turbio y pesado el cielo sobre mí gravitaba,
y sin color ni forma se me mostraba el mundo,
haciendo que otease con pena los sombríos
senderos que se abrían ante el yo insatisfecho.
Cuando dícesme, amada, que nunca te miraron
con grado los hombres, ni hizo caso la madre
de ti, hasta que en silencio una mujer te hiciste,
lo dudo y me complace imaginarte rara,
que asimismo a la vid faltan color y forma,
cuando ya la frambuesa a dioses y hombres seduce.
Brilla otoñal la llama de los campestres lares;
chisporrotea trepando por el sarmiento aprisa.
Más que nunca esta noche me agrada, pues aun antes
que la rama se tueste y se cambie en rescoldo
ha llegado mi amada. Reanímanse los leños,
y la noche nos brinda tibia y fulgente fiesta.
Alejandro y Julio, y Enrique y Federico,
de buen grado me dieran la mitad de su gloria
porque solo una noche mi lecho les cediera;
mas, ¡ay, qué pobrecillos!, presos los tiene el Orco.
Así que date prisa a gozar, tú que vives,
antes que al pie fugaz te eche el lazo Leteo.
¡Oh Gracias! E1 poeta en vuestro altar depone
estas pocas hojillas en que rosas apuntan.
Complacido os ofrenda, que siempre se complace
el artista en su estudio, aunque un panteón semeje.
Su frente baja Jove y la suya alza Juno;
Febo avanza y sacude su rizada melena;
adusta, Palas mira, y el alígero Hermes
vuelve a un lado sus ojos, zumbones como tiernos.
¿No percibes, amada, la alegre gritería
que en la flaminia senda resuena? Son braceros,
segadores que al fin tornan al patrio lar.
Cogieron ya la próvida cosecha del romano
que ni aun a Ceres misma corona ofrendar quiere.
De la gran diosa en honra fiestas no se celebran,
que en lugar de bellotas áureo trigo da al hombre.
¡Un pícaro es Arnor que a quien lo cree engaña!
Humildoso a mí vino: “De mí no desconfíes;
contigo soy leal, que tu vida y tu lira
a cantar mis loanzas bien sé que consagraste…
Mira: hasta a Roma misma te he seguido, y quisiera,
en esta tierra extraña, procurarte algún gusto.
“¡Mozo, enciende la lámpara!” “¡Aún es de día! ¿Por qué
gastar en balde aceite? ¡No cerréis las ventanas!
Tras las casas el sol, o tras los montes, pónese
aquí. Y aún media hora para la noche falta…”
“Cállate y obedece! A mi amada yo espero…”
¡Oh lámpara, emisaria de la noche, consuélame!
¡A Britania remota nunca a César siguiera;
más bien a la taberna con Floro me habría ido!
Que del Norte las tristes brumas me son odiosas
más que ruidosa plebe del claro mediodía.
Y de hoy más os adoro, tabernas, “hosterías”,
cual muy cumplidamente os designa el romano.
“Por qué, oh amado, hoy no viniste a la viña?
Según te prometiera, allí te aguardé sola.”
“Ya fui, mi dulce amiga; solo que por fortuna
a tiempo vi a tu tío, que andaba entre las cepas,
y cauto me escurrí…” “¡Oh, qué tonto que fuiste!
Muchos ruidos me enojan; pero el ladrar de un perro
es el que yo más odio, pues me desgarra el tímpano.
Pero hay uno al que oigo ladrar con gran fruición,
y es el de mi vecino, pues una vez ladróle
a mi amada, y por poco nos descubre el indino.
Hay otra cosa más que me pone furioso
y los nervios me crispa, sin que evitarlo pueda,
de pensarlo tan solo…; os lo diré, ¡oh amigos!:
El pasar en el lecho solitario las noches,
así como también el recelar serpientes,
del amor en la senda, y veneno en las rosas
del placer, cuando en medio del supremo deleite
la inquietud en tu oído su zumbido insinúa.
Dificil es guardar la buena fama que esta
con Amor, mi alto dueño, sé que reñida está.
¿Por ventura sabéis de esa pugna la causa?
Viejas historias son que contar no rehuso.
Esa diosa potente nunca fuera bienquista
en sociedad, que gusta de llevar la batuta;
y así siempre en las altas, divinas asambleas,
en contra tuvo a grandes, pequeños y medianos.
Cuadra al hombre energia y el aire desenvuelto,
mas guardar el sigilo todavia más le cumple.
¡Oh príncipe Silencio! Tú conquistas ciudades,
tú siempre por la vida me llevaste sin riesgo;
ahora en cambio… ese tuno de Amor la lengua suelta
de mi Musa y la mía, tanto tiempo coartada.
Unidos aquí estamos para una accion laudable;
por tanto, hermanos míos, arriba. Ergo bibamus!
Resuenen nuestros vasos y callen nuestas lenguas;
levantar vuestras almas muy bien. Ergo bibamus!
He aquí una sentencia tan vieja como sabia;
conserva su vigencia hoy lo mismo que antaño,
y un eco nos aporta de espléndidos festines,
esta jovial y grata consigna: Ergo bibamus!
En tu luz matinal como me envuelves,
¡oh primavera amada!
Con todas las delicias del amor,
entra en mi pecho
tu sacro ardor de eterna llamarada;
¡oh infinita Belleza:
si pudiese estrecharte entre mis brazos!
Recostado en tu pecho languidece
mi corazón; de musgos y de flores
dulcemente oprimido, desfallece.
¡Deja que adiós te diga con los ojos,
ya que a decirlo niéganse mis labios!
¡La despedida es una cosa seria
aun para un hombre, como yo, templado!
Triste en el trance se nos hace, incluso
del amor la más dulce y tierna prueba;
frío se me antoja el beso de tu boca
floja tu mano, que la mía estrecha.
Era en un bosque: absorto
pensaba andaba
sin saber ni qué cosa
por él buscaba.
Vi una flor a la sombra,
luciente y bella,
cual dos ojos azules,
cual blanca estrella.
Voy a arrancarla, y dulce
diciendo la hallo:
«¿Para verme marchita
rompes mi tallo?»
Cavé en torno y toméla
con cepa y todo,
y en mi casa la puse
del mismo modo.
¡Amé ya antes de ahora, mas ahora es cuando amo!
Antes era el esclavo; ahora el servidor soy.
De todos el esclavo en otro tiempo era;
a una beldad tan solo mi vasallaje doy;
que ella también me sirve, gustosa, a fuer de arnante,
¿cómo con otra alguna a complacerme voy?
Abandonar debo el chozo
donde vive mi adorada,
y con paso sigiloso
vago por la selva árida;
brilla la luna en la fronda,
alienta una brisa blanda,
y el abedul, columpiándose,
a ella eleva su fragancia.
¡Cómo me place el frescor
de la bella noche estiva!
Procedente de Atenas, a Corinto
llegó un joven que nadie conocía.
Y a ver a un ciudadano dirigióse,
amigo de su padre, y diz que habían
ambos viejos la boda concertado,
tiempos atrás, del joven con la hija
que el cielo al de Corinto concediera.
En la pradera una violeta había
encorvada y perdida entre la yerba,
con todo y ser una gentil violeta.
Una linda pastora,
con leve paso y desenfado alegre,
llegó cruzando por el prado verde,
y este canto se escapa de su boca:
-¡Ay!
Era el lúgubre osario… en orden, mudos…
quédome absorto al remirar la fila
de cráneos polvorosos y desnudos;
y atónito, nublada la pupila
en la visión, soñé los tiempos idos…
y fue el pasado en su mudez tranquila.
Los que tanto se odiaron, ora unidos,
rozándose, mezclaban los despojos
de duros huesos en la lid partidos,
y acostados en cruz ante mis ojos,
en posición de beatitud serena
dormían dulcemente sus enojos:
vi en sueltos eslabones la cadena
de omóplatos en tanto el mundo ignora
¡qué fardo les impuso la condena!
-¿Conoces el país de medra el limonero
y doradas naranjas bajo la parra brillan?
Del cielo azul un leve céfiro se desprende
plácido el arrayán y altivo el laurel vibran.
¿Conoces el país?, dime.
-¡Oh, sí, allá
contigo, amado mío, quisiera yo volar’
-¿Conoces tú la casa?
¡Oh, Desdichadas estrellas! Vuestro destino lamento.
Vosotras que han iluminado el mar y el marinero,
Radiantes destellos que adornan los cielos;
Dioses y hombres os han despreciado:
No las aman, jamás han aprendido a amar.
Incesante e interminable danza os mueve
En el espacioso cielo, donde vuestro encanto se despliega.
Son los ojos de la amada
pasmo cierto de las gentes;
yo, que todo lo conozco,
sé muy bien lo que me advierten.
Dicen ellos: -A este adoro,
a este sólo, a nadie más;
cesen pues, oh buenas gentes,
vuestro pasmo, vuestro afán.
Del arte practicar los modos nuevos,
sagrado deber es que se te impone;
según el ritmo y el compás prescritos,
moverte tú también como yo puedes.
Que si con fuerza el ánimo se excita,
entonces justamente pide calma;
y por más aspavientos que hacer pueda,
al cabo su remate la obra halla.
A veces un hombre o una mujer imponen su desesperación
a otra persona, a eso lo llaman
alternativamente desnudar el corazón, o desnudar el alma.
(Lo que significa que para entonces adquirieron una.)
Afuera, la tarde de verano, todo un mundo
arrojado a la luna: grupos de formas plateadas
que podrían ser árboles o edificios, el angosto jardín
donde el gato se esconde para revolcarse en el polvo,
la rosa, la coreopsis y, en la oscuridad, la cúpula dorada del capitolio
transformada en aleación de luz de luna,
forma sin detalle, el mito, el arquetipo, el alma
llena de ese fuego que en realidad es luz de luna,
tomada de otra fuente, y brilla
unos instantes, como brilla la luna: piedra o no,
la luna sigue estando más que viva.
Al lado tuyo, pero no
de tu mano: así te miro
andar por el jardín
de verano: las cosas
que no pueden moverse
aprenden a mirar. No necesito
perseguirte a través
del jardín; en cualquier parte
los humanos dejan
señal de lo que sienten, flores
esparcidas en el polvo del camino, todas
blancas y doradas, algunas
levemente alzadas
por el viento de la tarde.