Él era débil y yo era fuerte

Él era débil y yo era fuerte,
después él dejó que yo le hiciera pasar
y entonces yo era débil y él era fuerte,
y dejé que él me guiara a casa.

No era lejos, la puerta estaba cerca,
tampoco estaba oscuro, él avanzaba a mi lado,
no había ruido, él no dijo nada,
y eso era lo que yo más deseaba saber.

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Embriaguez

En jarros tallados en nácar
apuro un licor ignorado…
Tal vez ni del Rhin en las cavas
pudiera mi sed encontrarlo.

Con una embriaguez de rocío,
borracha de incógnitos hálitos,
tabernas de azul diluido
recorro en perpetuos veranos.

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En mi flor me he escondido

En mi flor me he escondido
para que, si en el pecho me llevases,
sin sospecharlo tú también allí estuviera…
Y sabrán lo demás sólo los ángeles.

En mi flor me he escondido
para que, al deslizarme de tu vaso,
tú, sin saberlo, sientas
casi la soledad que te he dejado.

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En mi jardín avanza un pájaro

En mi jardín avanza un pájaro
sobre una rueda con rayos –
de música persistente
como un molino vagabundo –

jamás se demora
sobre la rosa madura-
prueba sin posarse
elogia al partir,

cuando probó todos los sabores –
su cabriolé mágico
va a remolinear en lontananzas-
entonces me acerco a mi perro,

y los dos nos preguntamos
si nuestra visión fue real-
o si habríamos soñado el jardín
y esas curiosidades-

¡pero él, por ser más lógico,
señala a mis torpes ojos-
las vibrantes flores!

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Ensueño

Para fugarnos de la tierra
un libro es el mejor bajel;
y se viaja mejor en el poema
que en el más brioso y rápido corcel

Aun el más pobre puede hacerlo,
nada por ello ha de pagar:
el alma en el transporte de su sueño
se nutre sólo de silencio y paz.

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La sortija

En mi dedo tenía una sortija.
La brisa entre los árboles erraba.
El día estaba azul, cálido y bello.
Y me dormí sobre la yerba fina.

Al despertar miré sobresaltada
mi mano pura entre la tarde clara.
La sortija entre mi dedo ya no estaba.

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Mi vida se había parado- un Arma Cargada

Mi vida se había parado- un Arma Cargada-
en los Rincones- hasta que un día
el Dueño pasó- me identificó-
y me llevó lejos-

Y ahora vagamos por Bosques Soberanos –
y ahora cazamos a la Cierva-
y cada vez que hablo por él-
las Montañas contestan diligentes-

Y sonrío, tal luz cordial
sobre el resplandor del valle-
es como si una cara Vesuviana
hubiera dejado su voluntad a su paso-

Y cuando en la noche- acabado nuestro buen día –
guardo la cabeza de mi amo-
Es mejor que haber compartido
la profunda almohada de plumón-

De Su enemigo – soy enemigo mortal-
ninguno se agita por segunda vez-
en quién pongo un ojo amarillo-
o un pulgar enfático-

Aunque Yo así como él – podamos vivir largamente
él debe vivir más -que Yo-
porque yo tengo el poder de matar,
Sin -el poder de morir-

Versión de Miguel Artime

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Morir no duele mucho

Morir no duele mucho:
nos duele más la vida.
Pero el morir es cosa diferente,
tras la puerta escondida:

la costumbre del sur, cuando los pájaros
antes que el hielo venga,
van a un clima mejor. Nosotros somos
pájaros que se quedan:

los temblorosos junto al umbral campesino,
que la migaja buscan,

brindada avaramente, hasta que ya la nieve
piadosa hacia el hogar nos empuja las plumas.

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Podría estar más sola sin mi soledad

Podría estar más sola sin mi soledad,
tan habituada estoy a mi destino,
tal vez la otra paz,
podría interrumpir la oscuridad
y llenar el pequeño cuarto,
demasiado exiguo en su medida
para contener el sacramento de él,

no estoy habituada a la esperanza,
podría entrometerse en su dulce ostentación,
violar el lugar ordenado para el sufrimiento,

sería más fácil fallecer con la tierra a la vista,
que conquistar mi azul península,
perecer de deleite.

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Poema 37

Corazón, le olvidaremos
en esta noche tú y yo.
Tú, el calor que te prestaba.
Yo, la luz que a mí me dio.

Cuando le hayas olvidado
dímelo, que he de borrar
aprisa mis pensamientos.
Y apresura tu labor
no sea que en tu tardanza
vuelva a recordarle yo.

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Poema 63

(Time and Eternity»)

Haz amplia esta cama,
haz esta cama con prudencia;
espera en ella el postrer juicio,
sereno y excelente.

Que sea recto su colchón
y redonda sea su almohada,
que ningún rayo dorado de sol
llegue jamás, a perturbarla.

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Poema 128

Dame el ocaso en una copa,
enumérame los frascos de la mañana
y dime cuánto hay de rocío,
dime cuán lejos la mañana salta-
dime a qué hora duerme el tejedor
que tejió el espacio azul.

Escríbeme cuántas notas habrá
en el nuevo éxtasis del tordo
entre asombradas ramas-
cuántos caminos recorre la tortuga-
cuántas copas la abeja comparte,
disoluta del rocío.

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Poema 520

Me fui temprano -me llevé a mi perro-
a visitar el mar.
Las sirenas del sótano
salían a mirarme
y, en el piso de arriba, las fragatas
extendían manos de cáñamo,
creyéndome una rata
encallada en la arena.

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Poema 739

Muchas veces pensé que la paz había llegado
cuando la paz estaba muy lejos-
como los náufragos- creen que ven la tierra-
en el centro del mar-

y luchan más débilmente -sólo para probar
tan deshauciadamente como yo-
cuántas ficticias costas-
antes del puerto hay-

Versión de Silvina Ocampo

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Poema 783

Los pájaros empezaron a las cuatro-
el período del alba-
una música numerosa como el espacio-
pero aledaña al día-

no podía medir su fuerza-
sus voces se derrochaban
como arroyo al arroyo se entrega
para multiplicar el estanque.

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Poema 815

El lujo de entender
el lujo sería
de mirarte una sola vez
y volverme un Epicuro

cualquiera de tus presencias sirve
de futuro alimento
apenas recuerdo haber muerto de hambre
tan bien surtida estaba –

el lujo de meditar
el lujo era
darme el festín de tu semblante
otorga suntuosidad

en días habituales, cuya lejana mesa
como la certidumbre recuerda
está puesta con una sola migaja
la conciencia de ti.

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Presentimiento

Presentimiento es esa larga sombra
que poco a poco avanza sobre el césped
cuando el sol sus imperios abandona…

Presentimiento es el susurro tenue
que corre entre la hierba temerosa
para decirle que la noche viene.

Versión de Carlos López Narváez

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Que yo siempre amé

Que yo siempre amé
yo te traigo la prueba
que hasta que amé
yo nunca viví -bastante-

que yo amaré siempre
te lo discutiré
que amor es vida
y vida inmortalidad

esto -si lo dudas- querido,
entonces yo no tengo
nada que mostrar
salvo el calvario

Versión de Silvina Ocampo

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Sentí un funeral en mi cerebro

Sentí un funeral en mi cerebro,
los deudos iban y venían
arrastrándose -arrastrándose -hasta que pareció
que el sentido se quebraba totalmente –

y cuando todos estuvieron sentados,
una liturgia, como un tambor –
comenzó a batir -a batir -hasta que pensé
que mi mente se volvía muda –

y luego los oí levantar el cajón
y crujió a través de mi alma
con los mismos botines de plomo, de nuevo,
el espacio -comenzó a repicar,

como si todos los cielos fueran campanas
y existir, sólo una oreja,
y yo, y el silencio, alguna extraña raza
naufragada, solitaria, aquí –

y luego un vacío en la razón, se quebró,
caí, y caí –
y di con un mundo, en cada zambullida,
y terminé sabiendo -entonces –

Versión de Silvina Ocampo

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Tan lejos de la piedad, como la queja

Tan lejos de la piedad, como la queja –
tan frío a la palabra -como la piedra –
inconmovible a la revelación
como si mi oficio fuera de hueso –
tan lejos del tiempo -como la historia –
tan cerca de uno mismo -hoy –
como niños, a las bufandas del arco iris –
a la puesta de sol a su juego amarillo
a los párpados en el sepulcro –
¡cuán mudo yace el danzarín –
cuando las revelaciones del color se rompen –
y resplandecen -las mariposas!

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A Blanca

¡Tu belleza mirífica no asoma
y en éxtasis escucho tu voz clara,
que llega del jardín cual un aroma,
pero cual un aroma que cantara!

¡Endulzas con tu acento un mar de acíbar
y en éxtasis escucho tu voz clara,
que viene de un amor, cual un almíbar,
pero cual un almíbar que cantara!

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A Déltima

Vuelve a mí la odorífera corola
y acoge la oblación de mis gorjeos,
¡oh tú, la rosa mística, la sola
flor viva del jardín de mis deseos!

Tu esencia, en que mi anhelo se sacia,
es tu cáliz nítido, que adoro,
gota de miel en ánfora de gracia,
grano de mirra en incensario de oro.

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A ella

Semejas esculpida en el más fino
hielo de cumbre sonrojado al beso
del sol, y tienes ánimo travieso,
y eres embriagadora como el vino.

Y mientras: no imitaste al peregrino
que cruza un monte de penoso acceso,
y párase a escuchar con embeleso
un pájaro que canta en el camino.

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A M…

¿Detenerme? ¿Cejar? ¡Vana congoja!
La cabeza no manda al corazón.
Prohibe al aquilón que alce la hoja,
no a la hoja que ceda al aquilón!

¡Cuando el torrente por los campos halla
de pronto un dique que le dice: atrás,
podrá saltar o desquiciar la valla
pero pararse o recular… jamás!

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A Piedad

Llegas a mí con garbo presumido,
tierna y gentil. ¡Cuán vario es el orgullo!
Ostenta en el león crin y rugido,
y en la paloma tornasol y arrullo.

Brillas y triunfas, y a carnal deseo
cierras la veste con seguro alarde,
y en el fulgor de tu mirada veo
sonreír al lucero de la tarde.

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A ti

Portas al cuello la gentil nobleza
del heráldico lirio; y en la mano
el puro corte del cincel pagano;
y en los ojos abismos de belleza.

Hay en tus rasgos acritud y alteza,
orgullo encrudecido en un arcano,
y resulto en mi prez un vil gusano
que a un astro empina la bestial cabeza.

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A una dama

Bailas por antojo que al mancebo engríe;
y «escotada» luces dos hechizos fuera,
y en el rubio monte de tu cabellera
una flor de grana bruscamente ríe.

¡Pasas, huyes, tornas y el placer deslíe
fósforo combusto que te pinta ojera,
y tu maridazo mira errar la hoguera
y nada barrunta que le contraríe!

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Al separarnos

Nuestras dos almas se han confundido
en la existencia de un ser común,
como dos notas en un sonido,
como dos llamas en una luz.

Fueron esencias que alzó un exceso,
que alzó un exceso de juventud,
y se mezclaron, al darse un beso,
en una estrella del cielo azul.

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Canción medioeval

¡Oh tú la de crin rubia, luenga y rizada,
que caída en torrente barre las losas,
y que volando incita las mariposas,
porque así luce aspecto de llamarada!

Linajuda Regina que, por taimada,
finges al viejo duque modelo a esposas,
y de sus canas dices honestas cosas,
más dignas de la espuma de una cascada.

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Cleopatra

La vi tendida de espaldas
entre púrpura revuelta.
Estaba toda desnuda,
aspirando humo de esencias
en largo tubo, escarchado
de diamantes y de perlas.

Sobre la siniestra mano
apoyada la cabeza;
y como un ojo de tigre,
un ópalo daba en ella
vislumbres de fuego y sangre
el oro de su ancha trenza.

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Confidencias

Una flor por el suelo,
un cielo de hojas empapado en lloro
y encima de ese cielo, el otro cielo
lleno de luna y de brillantes y oro…
Un arroyo que el aura acariciaba;
un banco… sobre el banco
así, como quien flota, se sentaba;
y vestida de blanco,
bella como un arcángel, me esperaba.

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Consonancias

A M…*

Tu traición justifica mi falsía
aunque lo niegues con tu voz de arrullo;
mi amor era muy grande, pero había
algo más grande que mi amor, mi orgullo.

Calla, pues. Ocultemos nuestro duelo,
la queja es infecunda y nada alcanza;
agonicemos contemplando el cielo
ya que el cielo es nuestra única esperanza.

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Copo de nieve

Para endulzar un poco tus desvíos
fijas en mí tu angelical mirada
y hundes tus dedos pálidos y fríos
en mi oscura melena alborotada.

¡Pero en vano, mujer! No me consuelas.
Estamos separados por un mundo.
¿Por qué, si eres la nieve, no me hielas?

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Date Lilia

¡Clava en mí tu pupila centellante
en donde el toque de la luz impresa
brilla como una chispa de diamante
engastada en una húmeda turquesa!

¡Tal fulgura una perla de rocío
en el esmalte azul de una corola!
¡Tal radia en el crepúsculo sombrío
la estrella del amor, pálida y sola!

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Dedicatoria

Cuanto en mí vierte luz y armonía
ha nacido a tus besos de miel;
yo soy bardo y tribuno, alma mía,
porque tú eres aliento y laurel.

Si he lanzado una piedra a los cielos,
si fui cruel, no me guardes rencor;
confesando que ha sido por celos,
harto digo que fue por amor.

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Dentro de una esmeralda

Junto al plátano sueltas, en congoja
de doncella insegura, el broche al sayo.
La fuente ríe, y en el borde gayo
atisbo el tumbo de la veste floja.

Y allá, por cima de tus crenchas, hoja
que de vidrio parece al sol de mayo,
toma verde la luz del vivo rayo,
y en una gema colosal te aloja.

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Despedida al piano

Tristes los ojos, pálido el semblante,
de opaca luz al resplandor incierto,
una joven con paso vacilante
su sombra traza en el salón incierto.

Se sienta al piano: su mirada grave
fija en el lago de marfil que un día
aguardó el beso de su mano suave
para rizarse en olas de armonía.

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El arroyo

No descansas jamás… y alegre y puro,
murmurador y manso,
corriendo vas sobre tu cauce duro…
¡Yo también como tú corro y murmuro,
yo también como tú jamás descanso!
¡Yo camino al vaivén de mis dolores,
tú con ala de céfiro caminas,
tú feliz más que yo, por entre flores,
yo helado más que tú, por entre espinas!

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