Aria Triste

Homenaje a J. R. J.
Meeting at night

Antes de que se cierre la cancela y el faro
rasgue con su guadaña el estor de la tarde,
hay un jazmín sombrío que aguarda unas pisadas
entre la celosía otoñal de una cita.

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Cántico

El que pasa ignorado por los arcos del mundo.
El que extiende en el suelo su clámide de oro.
El que aspira en el bosque el rumor de la lluvia
y olvida su cuidado debajo de los sauces.
El que besa tus brazos y tiembla y se transforma
a pesar del embate de todo y de sí mismo.

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Carta De Una Dama

sirve el té a sus amigos entre efímeras lilas.

Yo la hubiese querido porque, igual que la suya,
mi vida es una inútil e inacabable espera.
Pero he aquí que es tarde, y ella murió hace tiempo,
y de una vieja carta banalmente perfecta
su recuerdo difunde perenne y raro aroma.

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De La Vida

I
Más palabras no engendres en mí, torvas criaturas
que envilecen y editan su métrica satánica.
Yo te amaba y por eso te inventaba besándote.
La vida no era un verso. ¡Y la encontré contigo!

II
Te amaba con locura.

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La Despedida

Al volver de las rocas, donde sopla la brisa
y estrella el mar el agrio navío de su aroma,
la prolongada queja de un tren lejano abate
mi corazón rendido de pañuelos y adioses.
Y si amo el instante que de ti me separa
y cedo a la delicia de su ingrata hermosura,
que expirará mañana entre humo y abrazos;
si de nuevo renuncio a quedarme contigo
en la vida que oprimen con su broche los días
y convierte al amor en una estatuilla
de sal que se derrumba en un jardín estéril;
si elijo el gallardete de la pena, y el mundo
continúa lo mismo de bello porque es triste
con sus nubes sombrías y sus húmedos bosques,
es sólo porque debo perderme totalmente
y arrojar la amargura tan dentro de mí mismo
que por ella, algún día, sepa al fin que he vivido.

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Libros

En el gabinete de Walter Wartburg

En el frío papiro de turbios editores
volqué yo aquellas ansias de una pasión sin límite.
¿Era eso mi vida? Asco me dio de ella.
Con qué clarividencia sentí que estaba muerto.

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Nocturno

¿No fue mía la noche? No era mía. Sus lágrimas
¿no fueron en mi vida murallas como llantos?
¿Qué hacía la hermosura, la burda; allí, qué hacía?
¿No eran mías las lóbregas noches suyas? Ah, nunca
fueron mías. ¿Y aquellos ojos rojos que ardieron
como extáticas lámparas de amor, en la apacible
e infinita tersura de una noche de estío?

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Otoño

¿Y cómo te diré, amor, que ya es otoño
desde esta lejanía que hace bello al deseo,
si la lluvia que moja mis hombros es lo mismo
que todos los recuerdos dulces y las promesas,
y las nubes tan grises no son como tus ojos?

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Puesta Del Sol

En tanto que de rosas
hacemos una piña…
San Juan de la Cruz

La cueva sin nadie que conocía el agua
y las espátulas de pizarra del mar contra las rocas
no eran una música más arriba,
o que provocasen siquiera frente a barcas de palo.

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Somnia

Decías que querías llevarme entre tus manos
-yo besé esa locura, yo la lloré y la quise-,
como a un frágil lucero de amor alucinado;
casta palma y abierta que irradiase en tu noche.
Y vi cómo la alzabas, cómo su luz se erguía
frente a los farallones férreos del mundo, contra
las turbias embestidas de lo oscuro y lo incierto,
ante esa furia cárdena que rugía en tu ergástula…
Pero el mal fue más hondo.

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Tres Poemas

Homenaje a Pablo García Baena

I
Cuan largas, tortuosas, miserables e inútiles
son siempre las congojas del amante obstinado.
Su pensamiento yerra aunque acierte su instinto,
su corazón se aprieta de agresivos venablos
sin objeto, a no serlo de su propio veneno.

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Tus Manos

rojas, de irrefutable arcilla humana,
las que han de herirme a su pesar mañana.
¿Suyo es mi ensueño? Míos son sus vanos

reinos de laberintos y de arcanos.
Yo sé muy bien su condición rufiana,
y cuánto pierde aquel que siempre gana
salvo ante dos asaltos soberanos.

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Yo Te Amé En El Silencio

Yo te amé en el silencio de la ignota atalaya
que calla su tesoro de oro inaccesible.
Y ahora que te canto -¡maldito sea el llanto
del amor que se canta!-, qué soledad sonora,
qué insensata y agónica trompetería, qué estéril,
qué grave fundamento, qué infierno irreparable.

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Himno

¿Cómo he dilapidado tanto afán, amor mío?

¿Por qué tejí poemas en días ya lejanos

pudriendo de silencio mi voz? La insomne palia

de Penélope astuta cada vez me alejaba

más y más de lo único que importaba a mi vida.

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Medina Azahara

Dos miradas se amaron en secreto
durante muchos años. Dos palabras
no dichas. Dos palabras que nadie
habrá de pronunciar. Pobres tesoros
que guardan pobres páginas. (Lo mismo
que este roto jardín, el delicado
amor de Abderrahmán.)

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Noche oscura del alma

Tu carne
tan desnuda
quieta
en la oscuridad
Tus pechos
dos
temblores
dos
lunas
en medio de la noche
Mis brazos
te rodean
violento
cuerpo a cuerpo
lucha
que sólo acabará
conmigo
sobre ti
conmigo
que me voy enredando en esas algas firmes
húmedas
suaves como tentáculos
Hasta que allá
en la calle
se acerque el alba de puntillas
sorbo
una a una tus lágrimas
gozosas
mansamente te lamo
chupo
igual que chuparía
un niño un caramelo
de frambuesa
Tu boca
ahora me sabe a almíbar
ahora
a cortezas amargas de naranja
Veo
a Dios
justo en ese momento en que mi cuerpo
se vacía de golpe entre tus piernas
Dices
(y es muy cierto)
que soy tímido y muy muy indeciso
y que siempre consigo lo que quiero
—lo malo
es que tan sólo quiero
un poco más
de ti
un poco
más
en esta larga noche que se niega a morírsenos
así de cualquier modo
entre las manos
Estoy solo
Amanece
Una campana salta como un gato
sobre todas las cúpulas
las cópulas
y todos los tejados humeantes
La bruma
suelta su pedrería en la ventana
araña
los cristales
y me muerde la espalda con desgana.

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Paolo y Francesca

Esta noche, Francesca,
tus ojos son dos pájaros y van
en vuelo delicado
hacia un silencio verde de hondas ramas
sin nadie.

Vuelo quieto del ibis impasible,
del ibis mayestático sobre un Nilo ya apócrifo.

Ojos en los que siempre siempre está
soñando cosas raras
una esmeralda líquida en peligro.

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Roma

¿Recuerdas una tarde en que te puse flores
granates en el pelo, allá en el Aventino?
Parecías talmente una diosa pagana.
O mejor, una ninfa: la Dafne legendaria
que jamás tuvo Apolo, por obra de los dioses.
Esa tarde aún espera su momento preciso,
temblando en cierta página de un libro ¿Y aquella
noche antigua, su tibieza de estío, rodeados
de faunos y bacantes, de amorcillos inquietos,
en un café de Vía Veneto?

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