Belleza mascadora de chiclet

Belleza mascadora de chiclet,
donde la feminidad alcanza el límite del vigor,
y los músculos campan durísimos,
inaprensibles al pellizco galante.
Próxima a las puertas del sexo,
te mantienes un milímetro distante de la salida,
y tu amenaza de desbordar el área de juego
es más una travesura que subraya
la curvatura de tu trayectoria,
falsamente estirada en súbito zig-zag.

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Flautista (Auletés)

En Lokbias tañe una flauta,
en Sanssouci;
así consuela su nostalgia
Ptolomeo;
Friedrich también.
Estrujadora Alejandría,
severa Postdam;
es melancólico ser rey,
leyendo a Cátulo o a Voltaire.
Cercano a la orilla de Libia
o a la llanura central de Europa,
el auletés,
pensando en legionarios o cosacos,
mariposa nostálgica, chupa la miel
de la triste flor de la flauta,
combándose bajo el klaft o el tricornio
la nostálgica cabeza colgada del más allá.

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Mujer dormida

¿Dormida? ¿Hecha cuajado río o luna?
¿Fuera de ti, pálida voz de la tierra?
¿Labio de mármol que oscuro anhelo calla?
No oso acercar manos que tiemblan
a la desnuda y yerma saudade de tu cuerpo.
Bajo las pestañas no sé qué cabalgadas;
qué perfecci6n de bosques y senderos;
qué bueyes con cuernos de laurel adornados
con pardas muchachas en los lomos florecidas.

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Petit-cru

En Tintagel suena un cascabel. Petit-cru.
Vino de Avalón, la isla de las hadas. Tristán
para la rubia Iseu lo atrajo. Alegra el corazón
su música hechizada. La amiga es
por el embrujo, lejos del amigo, feliz. ¡Dios:
el desdichado envió a la desdichada la dicha!

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Un cabello de ángel

Un cabello de ángel
colgando del cielo,
si no es la espada de Damocles,
es soga para el espíritu,
gemido equilibrista,
que, en él agarrado,
puede mecerse sobre la tierra
y creer que es la araña de un hilo
arrancado de su propio cerebro,
cordón umbilical que lo vincula
a su nido que está en el azul.

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Estío

Una dura raigambre de alto helecho
he elegido por tumba prematura
en esta soledad de arena oscura
donde gime la sangre de mi pecho.

Lejos está el amor. Aquí cosecho
un bronco sol para mi sepultura.
Aquí crece mejor la quemadura
que quiero para el fondo de mi pecho.

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Zarpamos al amanecer

1
¿Recuerdas aquellos días de mar…

¿Recuerdas aquellos días de mar
que olita a olaza
unía los cuerpos
bata oscura con rosas en mi pecho
hasta cualquier hora de luna
porque si no estabas
era mi ser o las gaviotas
el jardín humano del perfume
en todos los instantes oleaje?

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De agua dulce

Nunca hubiera adivinado que un amor
fuera la corriente más subterránea
sin escaparse
que va del tibio heno a un pozo
y de ahí empedrada a los huertos
sin dividirse
pero yo sí ante tu acecho
y este poema
que no acierta a explicarse mejor.

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El pozo, el pozo

La enramada más honda es esa verja
donde te subes para mirar
que ando descalza que ordenando voy
algunos pensamientos a flor de piel,
que sólo llevo puesto ojos ausentes
y la ropa tirada junto a un pozo
donde antes tú me has amado
y antes de haberme amado
yo sabía que lo harías
de tu pecho expuesto al mío.

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En el lugar que más nací

Caída de la tarde
de dos almas
en la revuelta
de nuestro camino
izándose la noche.
Pasado mañana luna llena
y la acequia rodeando
la parra techo hermano
de la penumbra creciente.
¿Qué haces tú en esta tierra
ofrecida a zarzales, moscas
cubos de zinc, higueras
planicie de fuego
donde yo sé moverme
y tú abres los ojos
de tanto ruido y pan
en las cocinas?

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Escribo y apareces siempre

Este amor ¿canta o atestigua?
¿Confesión o hilos invisibles
sueño o verdad
la luz que visita
para hacerse vestido
tantos como mundos
que en este hermoso oficio
yo procuro?

Espiando tú mi pensamiento
aventuras:
canto y testimonio
no pueden separar
ave sobre velero
en el dominio mar y
siempre pagarás ser dueña
pues de agua llamaste un barco
que obedece.

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Estanque de abril

¿Eres tú
o soy yo
Narciso?
Dejemos de beber en esa fuente
y vamos al regazo, amor mío
destapando la esencia
cuerpo a cuerpo no borroso
del tiempo sin fisura
ni compasión por los mortales
ajenos a la enorme
conversación de cuando se ama
en la vecindad de sus casas
cruzándonos la selva
de la tierra magnífica.

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Hojas, hojas

En la almena dorada del atardecer
donde relata mi cuello punzada
comprime ahí la vena su aroma
y la oración en silencio mece
Tú eres capitán de los pájaros
llegando interminables a la hiedra
que durante el día estuvo en vilo.

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Juego a dos

Como gota que resbalara
y no acabando la línea
de su cabeza
prende contra la luz
también hermosa, y abrasas.
Ya tengo doble la muerte
sin conseguir rehacerme
de tu perfil que avanza.
Un nudo de miel concentras
está cayendo
de la sien a mis labios
y de ahí al juego de tus manos.

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La carta, el beso

Llega una carta y rompe abre
la mañana en mis verdes ojos.
Ha llegado después
del cántaro de leche
de la cesta con higos
y otra sombra que cruzó
con oveja merendera y juncos
recién cortados
el portal de mi casa todavía
en la frescura del valle.

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Mira si es verdad mi hombro

La soledad es, como siempre,
quien más me hace recordar tu nombre.
Pero cuidado, también el mediodía, y el gazpacho,
y la zapatilla mal atada en el segundo botón,
y las gotas de agua bajo la ducha,
y la fiebre que no invento en la siesta
y las ganas de no dormir para leer
y el beso que te doy a las siete de la tarde,
y el volcán en Italia que no vuelve a sonar,
y las cabras que pasan ahora por mi casa
como novios buenos y otra vez la lucha de ángeles,
y la noche otra vez,
y la mañana idéntica por su triunfo,
y el salto del langosto ahora mismo,
y la hierba mal regada bajo mi bañador,
y el higo trasnochado en la nevera,
y el perro lamiéndome los pies cuando salgo del río
y yo le huelo más que él a mí,
y el amor, y tu nombre,
y el vestido que me pongo,
y mi cuerpo interior como yo misma,
y el recuento de tu voz,
y otra vez el río,
y la cerveza y el panchito que te dejo,
y el verde tristón de este verano que es rojo,
y éste y único para tu nombre,
para decir que tengo tu frasco de ahora mismo,
y tu sentido, y tu olfato,
y el garabato que sale de tu lengua.

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Noviembre

Antes de que llegaras
abriendo el cielo de mi vida
la poetisa hacía cosas extrañas.
Era la soledad, era el decoro, era
la inteligencia sobre asno de plata.
Un asno hermoso, cristal tapiado
que iba empujando su estatura
para la caverna del poema
y sólo él.

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Plenitud

1
Mediodía y te ausentas…

Mediodía y te ausentas
por no conocer mis pensamientos.
Es que de pronto, dices,
se me pone una lámina en el rostro
y aparece un abismo entre los dos.
Será cierto
pero donde la soledad
me habita
ahí tu eres el centro.

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Poema antes de cerrar los ojos

¿Quién me rondará esta noche,
si vivo como siempre he vivido
en este pueblo de ventanas y puertas
que se abren al perro, a los haces cortados,
y al rostro interior que lleva el hombre?
Nadie. Yo soy menos, mucho menos
que lo acontecido en la calle
cuando desde mi balcón admiro
las posibilidades hondas de las sombras
como si el reloj de la torre
fuera el espacio mejor movido de lo humano.

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Que no se estudie a un espíritu vivo

¿Qué lana, qué madeja suave
entre dedos quieres?
¿Qué lana, qué madeja,
qué rincón de sal,
qué hilo, qué hoyo de mí a tu ser
se parezca tanto a lo presente?

Y estoy llenando espacios
gota a gota de agua en la cuchara,
y fijo mis oídos atravesándote
sin cambiar dos telas,
la pieza de costal con el marfil:
madeja y lana despacísimo.

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Veo, veo

-¿Qué ves?
Tu mar
El mar tendido como un libro de versos

-¿Color?
Elegir es barcaza lentísima de amante

-Pero dime ¿color?
El tiempo que ahora mismo sale de tu boca
El calor dulce que nos ata en la tarde
Eolo escuchando detrás de la puerta

-¿Y la palabra?

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Ya puedo morirme si me dejo

Palabras, oficio que no lo es.
Hojas que caen al suelo
y no me da tiempo a detenerlas.
Figuraciones mías, y amor, otra vez,
al compás, verso grande,
para la vida. El mío me quiere.

Anillo puesto a mi dedo
en un año cualquiera; sin nombre,
sin novio, sin recorte de lágrima;
vence, me vence el rostro,
la inquietud de mi ceguera es así,
y el monedero en el bolso, mi verso.

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La casa del placer

A José Iribarne
que ha gustado conmigo
el vino insípido y la carne áspera

Alef

Como cualquier hijo del hombre, también he entrado un día en la Casa del Placer.
La Casa del Placer es amplia y hospitalaria: en ella hay grandes toneles para los
bebedores y lechos para los indolentes, En su interior se está a maravilla.

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Las hogueras del mirto

A Carlos Cerrillo Escobar, a quien
más de una vez he oído suspirar
tras de las mujeres fugitivas

Alef

Como el que se sustrae a la atracción del vaso lleno y a la fascinación de la última
carta y, aun andando hacia adelante, tuerce su cuello hacia detrás, así en la hora del
crepúsculo, me sustraigo al hechizo maligno de las calles.

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Canción para C

Sólo por tu pasión
yo daría mi vida,
yo daría mis ojos devaluados
yo daría mi luz y las cosas que veo,
yo daría mi boca por la tuya,
yo daría los trozos que han quedado en mí,
yo daría mi fuerza introducida,
yo daría mi caja de sentidos,
la sombra de mis pánicos
o mis parques desiertos,
pero por tu pasión
yo viajaría buscando las claves más precisas del futuro,
por tu pasión me vendería a plazos a mí mismo,
derrocharía los relojes que habitan el dinero,
despreciaría el alfabeto pagano de los tristes.

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La canción almorávide

Quise buscar la oración almorávide
para llorar exactamente a la hora del desierto.
Quiero decirte ahora
que sigo amándote y que el avión se fue.
Tengo una carta
para ti:
te he querido y he muerto.
La oración de los viernes y el llanto de los viernes
se parecen a verte
y recordarte.

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La canción de todos los días

Yo vengo de un almendro y he venido
a despeinar
a esa muchacha.
A viajar
por los mapas de lluvia
y driblar a la muerte.
Llegaba
de un olivo y he venido
para desocupar la nada,
para vender palabras
con olor a tomillo;
yo vengo a resbalar
entre tus pechos con olor dulce a Oriente.

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