Verdad que la mujer tiene siempre deseos
¡Oh rito infranqueable la mujer tiene brazos!
Con frecuencia la miro deseando comprenderla
cuando zumba el ataúd diurno del amor.
La corriente de sed se aplaca en sus dos pechos
La mujer con su costra de silencio se embarca
en una triste y lenta marejada de olvido
La noche es otra tumba que en su ser se coloca
Con frecuencia la miro con frecuencia la toco
y sus ropas de llanto me despiertan la muerte
Y sus ropas de tela y sus telas de almíbar
me despiertan la vida me despiertan y duermen
¡Oh cortina furiosa constante y enemiga!
Poemas españoles
I
Mi hija es una hoja de nieve
desde los pies a la cabeza
En Delfos se me dijo por la Pitia
que iba a ser mío un blondo bebé
y no un cachorro como engendro oscuro
Pues yo no soy ni perro ni elefante
sino animal con alas y sueño
animal que espera el mañana
y lava el mundo con la luna
que me cayó en la mano
El suelo de mi casa está limpio
como el cabello de mi esposa
Con ella subí a una torre
por las escalas de la luna
y a ti te dimos nombre
Nacer es ya un principio del fin
Y a ti te dimos nombre
II
Abuela de los pétalos
ya tiene un año de aire
habla canta y se divierte
y nos columpia el alma
Querube de abolengo eres
y eres vida día y noche
Cada pestañeo tuyo
es como un pez que crece
¿Quién soy yo que me prestan
los ángeles sus muñecas?
Ábreme las dos puertas de tu casa
quiero besar tu boca que me deja
adivinar el aire cuando pasa
tu corazón envuelto en una abeja
O bien decirme puedes qué te pasa
pálido rododendro triste y vieja
bajo la luna que te pone lasa
mientras te llueve el mundo en una oreja
Sin duda como sueles llorar lloras
Sin duda te desnudas a la luna
Sin duda de costumbre te adormeces
Quiero besar tu boca en esas horas
muertas que mueres tú también de una
supuración de amor algunas veces
Solo en el mundo con mi media oreja
y una cortada flor en el semblante
bajo a la mina honda del diamante
que no tiene raíz ni tiene reja.
Mas como soy del odio tenue abeja
manada de algún duende nigromante
peinaré de mi espalda el monte amante
y con heces de concha de la almeja.
Triste estoy como un cajón vacío
El mutuo sueño de mis ojos rueda
Me acuesto en los valles a ver el tiempo
Agrando con mi cansancio el espacio
El sol todavía me persigue ¡oh dioses!
Sigo ciego y en mis manos mis manos pongo
Deseo conducirme a espaldas de la vida
como un cuerpo que al alma sus horas disminuye
Ven triste ve tú ven y ve solo
Sopla allá en el portal del infinito
La alborada metódica de la existencia sale
No encuentro puro territorio en nada
Un plagado único dolor perdido acude
a la desierta esfera blanca de los misterios
La sed santa la fe secreta roza el ánimo
¡Me asisten seres de fatales alas!
Y volver a dormir y despertar del sueño
y este soñar de nuevo envuelto en brumas
y no saber si son lunas o espumas
lo que mueve este mundo tan grande y tan pequeño
Y este ver tristemente cada día encarnada
nuestra vida en el tiempo y nuestro rastro
de carne en el olvido y sólo queda el astro
en todo este misterio del todo y de la nada
Y la vida no es sólo una interrogación
No es sólo ese guarismo de serpiente lasciva
que al morderse la cola una soga nos lega
La vida es una letra de inmenso corazón
que levanta sus brazos frágiles hacia arriba
clamando de continuo
¡La vida es una Y!
Ahora ocultas con cremas
y ungüentos extranjeros
las heridas que el tiempo
ha dejado en tu cuerpo
y muestras orgulloso
las oscuras y densas cicatrices del alma.
Se ve que eres novicio
en el arte de tal ocultamiento
e ignoras que es difícil esconder la vejez,
que las arrugas se ven aunque tapadas
como también se ve la decadencia,
la sombra por tus ojos
y el delicado olor a viejo que nace de tu aliento.
Abro la caja
y se dispara un olor a colegio de monjas,
olor a cedro, a mina clausurada,
a lápiz encerrado
con una sombra en su interior.
La Hermana Aurora,
la confesión, el ayuno, el rosario,
los nueve primeros viernes
y el mes de mayo a María.
Para José Muñoz Millanes
¿En qué infierno proclama su dolor
la sombra más oscura?
Y si lo siente, ¿qué hondura exige,
a qué pozo hay que llegar para saciar
la sed de amargo vino negro
que hiere y emborracha con certero
navajazo las vísceras del sol?
Ha vuelto a la maleza después de algunos años.
Se han borrado caminos, el puente se ha caído,
el agua corre espesa y parece más hondo el precipicio.
Los cuerpos que ofrecieron su belleza
han desaparecido fulminados después de aquel verano
o muertos de cansancio y de vejez más tarde.
Balnea, vina, Venus corrumpunt corpora nostra,
sed vitam faciant balnea, vina, Venus.
Bellísimos, desnudos, arrogantes,
proclamando la fuerza de su sexo,
marchan Quinta Avenida hacia la vida.
Serenamente turbios, demacrados,
veneno derretido por sus miembros,
bajan Quinta Avenida hacia la muerte.
Los que abonan con su óxido
los rojos incendiados de octubre
también fueron felices
contemplando el otoño en este
cementerio de New England,
cercano al mar y en fuego.
Al gozar de esta luz de vidriera,
clausurada de niebla, se sublevó
el azogue de sus hermosos cuerpos
y se encendió el deseo entre sus ramas
que se abrieron de pájaros y hojas.
Para ellos,
eres el nombre
que te dieron
dentro de su legalidad:
un signo solamente.
Tu otro nombre,
el elegido en la noche
de la boca de lobo,
es solo mío.
Para Susana Reisz
…es un querer saber todo lo tuyo
X. Villaurrutia
Lo más que acertarán,
después de haber sabido de este amor,
será que hubo dos nombres que se amaban
mordisco y dentellada, nieve y niebla floridas,
dos cuerpos belicosos en constante batalla por ser uno,
tu pupila cazando mi cadera,
asaetando con su flecha de líquen
el torso acorazado de mi gozo;
otros envidiarán la urna de tu noche,
el rosetón de tu mirada en fuego,
tus medidas, el filo de tus uñas,
la lenta madrugada de tu fusta;
los menos tratarán, gozosamente,
de dormir nuestra siesta anárquica y salvaje,
copiar nuestras posturas, nuestros ritos y acentos,
usar nuestros juguetes, oler la primavera de tu ingle
y entrar en el recinto amurallado
después de resolver los códigos sagrados de tu sangre.
Única criatura, la claridad
extiende sus raíces en la línea
horizonte de la calle vacía,
bautizando al color por su apellido:
azules infantiles, verdes lluviosos,
ocres enamorados, húmedos blancos
que son frontera con la sábana tibia,
el olor a café, la primera caricia,
y el roce de la muerte que, temprana,
teje precipitada la túnica del barro.
Ni amarillo jaramago ni mármoles vencidos
con su espalda quebrada de abandono;
un tropel de invasores derriban al silencio
en su alta clausura de pájaro exiliado,
avanzando hacia el mar que se tiñe de guerra.
Una brisa de hielo les derrota en la orilla
sus pies petrificados, cegada por los dardos de sal
su mirada de barro, regresan, atrapados de bruma,
arrastrando sus sombras congeladas,
a las tiendas oscuras donde la luz ayuna
dolorida en cilicios vidriados.
Frente al lago una estatua de viejo
recompone el pasado; mármol sus movimientos,
la cicatriz del tiempo dueña de su mirada.
Un desfile de gritos, de colores y fuerza
pasan por su tribuna rindiéndole recuerdo.
El también fue una flecha en aquel parque
y recordó a Cavafis.
Un rayo destruyó
la esfera en que te apoyas,
sólo queda la base
por donde juegan niños que no te conocieron
y meditan lagartos prisioneros de plomo.
El campus, a finales de curso,
es un río de cuerpos
que con el torso herido
estudian en el césped luminoso.
Marchita su belleza en esquinas oscuras,
su cuerpo corrompido de gusanos de noche,
asediado de heridas, temblores y tumores
ya no quiere vivir, desnudo y desterrado
se aleja de los suyos. Agobiado de grietas
es difícil mirarse en el espejo
y ver una carroña sin forma ni esplendor,
pergamino sonoro su piel en de profundis,
la cicatriz de la barbarie iluminada.
Facilius in morbos incidunt
adolescentes, gravius aegrobant,
tristius curantur.
De Senectute, Cicerón
Del esplendor de entonces nada queda.
La nieve ha silenciado el fuego del jardín,
las rosas bautizadas por la hermosa mirada
del jardinero muerte, convirtieron su esencia
al deseo pagano, apóstata la espina de su agua.
Para Oneida Sánchez
De todas las últimas miradas
que hemos ido dejando por la vida
sin saber que lo eran
¿cómo será la última, la mirada final?
¿Se quedará pegada a la piel de los ojos?
Sobre la losa del estanque
la nieve echa raíces, aposenta
sus zapatos de vidrio y muerde
con sus afilados dientes
al frío terciopelo de la tarde.
Protegidos bajo el palio del sol
viaja un colegio de pájaros de invierno;
sus sombras, carbones liberados
del oscuro silencio de la tierra,
quedan petrificadas sobre el hielo
y se graban, en el marmóreo cuerpo del estanque,
las huellas dactilares de la noche.
En apariencia un acto
veloz y rutinario
que a estas horas practican
otras muchas parejas.
La luz recién nacida,
escribiendo torcida en la persiana,
se enreda entre tu mano
que recorre mi cuerpo
hasta encontrar lo que te ofrezco.
La niebla empaña mi mirada
y al pasar por el lago
ve dos cisnes felices
que escriben en el agua
un mensaje secreto
con mala ortografía y tinta seca
que yo puedo leer y tú no puedes.
Al final de la tarde,
después de un día oscuro
su piel acartonada en los tejados,
lluvia de madrugada
y un viento suave de tiza humedecido,
por un instante breve, nace una luz cansada
que bautiza de fiesta a las fachadas.
Todavía se aman a pesar de la plaga
y encuentran en la noche sus torsos alumbrados
sabiendo que la muerte les acecha celosa.
Tiemblan cuando desnudos se miran al cristal
y ven alguna mancha que oscurece su piel.
En la mañana
la luz hablaba a gritos,
la sombra muda.
En el atardecer
el miedo a reflejarse
sin saber
si es la sombra del cuerpo
la que quema
o es el fuego del alma
que se extingue.
La soledad, el miedo y el silencio
viven en esta casa respetada,
principal y feliz en otro tiempo.
Familia virtuosa en ejercicio
de ejemplares conductas, concibieron
cinco hermosos varones que vivieron
dentro de la moral más absoluta.
«sombra sentimental»
L. Cernuda.
¿Dónde están esos trenes que pasaron
llevando tanta vida en sus vagones,
tanta sangre veloz
de jóvenes nocturnos
que huyendo del suburbio
bajaban perfumados
los fines de semana a la ciudad
en busca de otro amor?
Hay peligro de bombas
y oyen desde la alcoba las sirenas
que destrozan la luz en la ventana.
Temerosos salen después al parque
y sin rozarse se saben abrazados.
¿Dónde irá, se preguntan, el temblor de la luz
cuando llenos de sombra no vean la cometa,
no oigan las sirenas, no tiemblen al roce de una boca
y el parque les resulte impreciso y borroso?
Es la segunda piel, la anónima fachada,
enterrada y bien viva, palpitando,
una envoltura frágil
que encubre su obediente hidrografía.
Sin mar donde llegar
se desvía por montes y caminos,
se enfrente a Polifemo, ruge,
cruza sierras latiendo,
se adentra en la memoria de la vena,
se serena, se defiende si siente el aguijón,
como aceite resbala,
como gacela herida se retira.
Todos vienen del ghetto,
admiran a Selena,
quieren sacarse el Lotto,
son pesadas sus sombras,
grises sus biografías,
visten de polyester con ropa made in China,
pies ligeros de Adidas
y sonríen con dientes en andamios,
granos en sus mejillas,
grasa sobre su frente.
Prolongado en el tiempo
tu signo permanece
y, aunque esconde la llave de tu gozo,
descifra cada noche
la vieja adivinanza del silencio.
La reina del Destino,
descolgada en andamios de alabastro,
traduciendo su mito de mármol malogrado,
me expulsa enfurecida del Recinto
porque sé las respuestas
a sus envenenados acertijos.
Y tener que explicar de nuevo el subjuntivo,
acechante la tiza de la noche del encerado en luto,
ahora que ellos entregan sus cuerpos a la hoguera
cuando lo que desean es sentir el mordisco
que tatúa con rosas coaguladas sus cuellos ofrecidos
y olvidarse del viejo profesor que les roba
su tiempo inútilmente.
El invierno pronuncia tu otro nombre
y comienza el deshielo.
Aventuras el miedo, tienes frío,
atraviesas los primeros abrazos,
reconoces la cuesta, los rostros y la curva,
traduces la inscripción,
resuelves el enigma de la piel
y, liberando la tela metálica de la serpiente
que oscurece la transparencia de tu infancia,
el paisaje recobra su dimensión real:
dueño de tu mirada te ciega los sentidos
y te ofrece el amargo sabor de la maleza,
desde su oscuridad sonora
crecen voces que suben hasta el valle iluminado.
Diciembre herido se congela entre
algodones sucios de una nieve extranjera,
mientras el viejo Bill se muere en Brooklyn.
Perros de soledad ladran a su mirada
de cartón mordiendo envenenados
los cristales vidriados de su vida.
Algo en mi sangre espera todavía.
Algo en mi sangre en que tu voz aún suena.
Pero no. Inútilmente yo te llamo.
Aquella voz que te llamaba es ésta.
Ven hacia mí. Mis brazos crecen, huyen
donde los tuyos la mañana aquella.
Confusa la historia
y clara la pena.
ANTONIO MACHADO
Aquí estás, camino de siempre,
hacia adelante, rota
la aspiración rosada, luna
que empalidece toda cosa.
Aquí estás y debes andar,
caminar como el agua absorta
por el torcido cauce, altos
los muros rojos, y a deshora.
(Vicente Aleixandre)
Muy cerca de la vida. Así tu hablar.
Llegaste a viejo cual se llega al mar.
Azotado del viento y de los años
fuiste la vida, no sus desengaños.
Tu voz sonaba a viento y caracolas,
viejo de luz, hermano de las olas,
Conocimiento fue tu reposar.
(Homenaje a Octavio Paz)
Haber estado fuera de ti mismo, un viaje vertiginoso, y después
la quietud, pordiosero
de tu conciencia, eremita
en el yermo de la inacción, creyendo
solamente en el cardo, en la excesiva piedra,
sin pozo donde beber, sin comida, sin pan,
mísero y sin arboladura,
como un barco después de la tempestad,
pero una tempestad no vivida, sin la grandeza de esa experiencia suma,
barco en un mar, monótono y sin fin, monocromo, con agua gris,
o, mejor dicho, sin ella, navegando en el no color
navegando en la no agua, con sequedad en aquella monotomía;
o en medio de las ruinas, tras un terremoto
desolador,
mas en un sitio donde no existieron casas ni se erigieron monumentos,
ni el suelo se resquebrajó, ni hubo grietas;
allí, desterrado, sin el recuerdo de un perdido país,
mudo, sin la noción de un lenguaje ido,
quitado todo brillo, toda persuasión, toda queja,
irremediablemente solo, pero sin soledad,
pues no había tampoco memoria de ninguna anterior compañía;
allí, donde la evocación no puede alcanzar,
ya que para eso fuera precisa la previa enunciación,
allí, allí estuviste, de espaldas a tu propio ser,
sin ver, sin verte,
auqnue a veces sucedía lo opuesto y comenzabas a observar con gran nitidez,
quién sabe si por su condición principalmente ósea,
tu rodilla,
que pasaba, en ese trance, a ocupar
la totalidad de la atención y crecía (percibida entonces como de cerca) con ella;
tu enorme rodilla, tu extraordinario pie, tu pie magno,
pisando la estepa con resonancia, con estruendo, como de tambor,
tu pie gigantesco, tu pierna
alevosa, rotunda.
Íbamos de camino.
Mi cariño en sus brisas te oreaba.
Tu cabello llevado entre los céfiros
era también como brisa del alma.
Eras también como brisa en la brisa.
¡Qué claridad rumorosa mis ansias!
¡Oh transparencia vital que encendía
toda mi vida cual fuego en luz blanca!
Lo último que dijo fue esto: «La vida es un dolor»
Ojos que vi
tan llenos de dolor
en el último día, cuando faltaba poco
para morir,
y desde el lecho
él recordaba triste,
lejos, muy lejos, y un poquito borroso,
cuando con sus amigos,
allá en su niñez,
divirtiéndose mucho,
inmortal aún la vida,
iban al huerto, o al pinar, o al alto
palpitar de la luz.
Eres feliz. Saber no quieras
lo que brilla en los ojos humanos.
Sonríe tú como mañana fresca,
como tarde colmada en su ocaso.
Porque eres eso, sí: la tarde pura
en que a veces yo mojo mis manos,
en que a veces yo hundo mi rostro.
A Carmen Braga
Desde aquí yo contemplo, tendido, sin memoria
el campo. Piedra y campo, y cielo, y lejanía.
Mis ojos miran montes donde sembró la historia
el dulce sueño amargo que sueñan todavía.
Pero el amor fundido en piedra, día a día;
pero el amor mezclado con monte, o con escoria,
es duradero y te amo, oh patria, oh serranía
crespa, que te levantas, bajo el cielo, ilusoria.
(Vía purgativa, iluminativa y unitiva)
Sólo quien se entrega recibe.
Huele, quien renuncia al olfato,
un olor prodigioso. ¡Vive,
misterïoso desacato!
Y así de pronto asciende ya
de las rosas de primavera
fragancias de lo que será
en la cima de lo que era.
(Éxtasis de alta contemplación)
No había ni rastro del día.
(En la región veloz y fría
allí está inmóvil el verano.)
Nada en el alma se sentía
que fuese dolor o alegría.
Y aunque en la aldaba ya la mano,
allá en la casa que dormía,
quien iba a entrar se detenía.
Profunda es esta guerra y combate, porque la paz que espera
ha de ser muy profunda;
y el dolor muy delgado
porque el amor de su esperanza
delgado es, e íntimo.
Y como el alma ha de venir a posesión de dones,
conviene que primero
pobre y vacía de ellos sea.
Soy como un ciego
RUBÉN DARÍO
Y tú que tanto amas, tanto ríes,
tanto adivinas y conoces tanto,
¿dónde el escudo para que te fíes,
dónde el pañuelo de enjugar tu llanto?
¿Dónde el camino que no veo ahora?
Mucho te quise y con dolor te miro
cuando aquí pasas con tu sueño a cuestas.
Mas para siempre, desde lejos, hondos
mis ojos te recuerdan.
Aquí en la tarde te contemplo
pasar hostil y sin clemencia.
Vas dura con tu sueño amargo y triste.