Hay noches que debieran ser la vida.
Intensas largas noches irreales
con el sabor amargo de lo efímero
y el sabor venenoso del pecado
-como si fuésemos más jóvenes
y aún nos fuese dado malgastar
virtud, dinero y tiempo impunemente.
Poemas españoles
Si el tiempo en la memoria no muriese
tan lento y torturado, disponiendo
por tanto una manera melancólica
de volver al pasado y de sentirlo
no como un algo muerto, sino siempre
a punto de morir y siempre herido
-y renacido siempre, y de tiniebla.
Era un sonar de llaves indecisas.
Un ruido profundo de ascensores;
inquietados huéspedes de aquellos edificios
de la periferia, dorados por la tarde.
Era buscar a ciegas
interruptores de luz, como quien busca
en esas bibliotecas truculentas
el secreto resorte
que conduce a la cámara privada,
al sitio inconfesable.
Aquel verano, delicado y solemne, fue la vida.
Fue la vida el verano, y es ahora
como una tempestad, atormentando
los barcos fantasmales que cruzan la memoria.
Alguien retira flores muertas
del cuarto de los invitados
y hay una luz cansada tendida sobre el suelo,
como un dios malherido, y van yéndose coches
en que agitan pañuelos unos niños.
Recuerdo una ciudad como recuerdo un cuerpo.
Caía ya la luz sobre las calles
ya caía en tu cuerpo
-en un hotel oscuro, o en no sé
qué habitación sin muebles de no sé
qué ciudad- la luz agonizante
de velas encendidas.
También en los supuestos de la nada,
el amor se presiente en la querella
de una futura creación: doncella
sabiéndose fecunda, recreada.
Antes de ser mi vida inaugurada,
fui barro enamorado de una huella,
de un talle vegetal, de alguna estrella…
Yo estoy hecho de tierra enamorada.
( Madrigal póstumo )
Lento el carmín, cayó de su mejilla.
Ya se apagó ese pétalo de fuego.
Ya no es la sangre más desasosiego
que el de saberse quieta y amarilla.
Aquella de antes, ágil y sencilla,
es esta dura realidad de luego.
Ejercicios de amor, los que ahora hago,
y los que hacen conmigo. Sacrificios
sin duda, y de dudosos beneficios.
Hoy, mérito es amar. Ayer, halago.
Antes, cuando los cisnes sobre el lago,
amante era el mejor de los oficios.
Aquel clavel que abrió tu llamarada…
Aquella inolvidable quemadura…
Aquella doble y única locura,
¡ay!, maravilla fue, mas será nada.
Recordaré el clamor de tu mirada.
Recordará tu voz mi mordedura,
mas se deshojará mi dentadura
sobre el otoño de mi boca helada.
( Madrigal decadente )
Esa garganta en que su voz habita,
adelgazada, amor en lo que cabe,
ni es comparable a nada ni se sabe
con qué vecinos pájaros limita.
Y si, a tal perfección, trino imita,
podría tutearse con el ave
este soneto de la voz más suave.
Dos perfiles, son dos, en el inerte
yacer del afilado caballero,
pero un solo perfil, el verdadero,
haciendo la moneda de su muerte.
Moneda del vivir -azar y suerte-
ya jugó su caer triste y austero,
y ahí está el amante más sincero
esperando un amor que lo despierte.
La escalera del viento hacia Tu altura,
se deshace en mis pies, y yo no puedo
subir, oh Dios, y sin subir, me quedo
flotando como pluma a la ventura.
¿En dónde estoy, oh Dios, o en qué postura
pondré mi vida, o cómo desenredo
los hilos de mi ansia, y me hallo, y cedo
-a quién, mi Dios- mi peso de amargura?
Queridísima y diestra profesora
de mi difícil corazón inquieto,
¿podrías restaurarme este soneto
que, amarillento, tu atención implora?
Mira cómo mi voz se decolora,
cómo se ha oscurecido este cuarteto.
Un tratamiento mágico y discreto
recompondría su esbeltez sonora.
Mala es mi sombra, mala. ¿Me convino
nacer? Pero nací. O así lo cuentan.
Y si me busco en mí, mis manos tientan
una pared al fondo de un camino.
Yo soy un ser nacido a contra sino.
Los hombres formidables me lamentan.
Esos rostros románicos inmóviles, iguales
en sus ojos redondos, ¿sabemos lo que vieron?
Telarañas de siglos hasta que aparecieron
los rostros delicados de cejas ojivales.
Considero mi vida, repaso sus anales.
Pregunté a los tomistas y no me respondieron.
Esa boca después, esa burbuja
de una sangre que hoy hierve alborotada…
Esos ojos después, esa mirada
que ha incendiado al clavel, y lo dibuja…
Y el corazón después, que hoy late y puja…
La mariposa de su vida… Nada…
Después la muerte, digo, despiadada,
la clavará a la nada con su aguja.
Seguramente tú porque tú eres
una nube que pasa, un puro río,
y yo tengo una sed, y un cielo frío,
seguramente como tú prefieres.
Como los quieres tú, como los hieres,
seguramente es cierto que te ansío,
y es todo cierto, sí, ¿ verdad, bien mío?
¿Qué será del amor, cuando estas manos
que acariciaron, vivas, la belleza,
no sean más que hierba en la maleza
de la muerte y la nada?… Gestos vanos
con que mi muerte avise a los humanos
que la vida termina cuando empieza…
Oh aquella breve y cálida pereza
con que toqué sus frutos más lozanos.
Volveremos al Roxy y al Astoria,
a los ingenuos nombres del pasado.
En la sesión vermuth está atrapado
el final -no lo cuentes- de mi historia.
Hoy estrena recuerdos la memoria.
De cine es y será cómo te he amado.
Yo no sé ya si soy, ni sé si era
el hombre que no amaba, ni si he sido
sin amor, como un muerto que ha vivido
esperando nacer cuando se muera.
No sé si estaba en mí, si estaba fuera,
ni de dónde ni cómo me ha venido,
pero sé que está aquí, que me ha nacido
la muerte de vivir porque te quiera.
A Rosa Mª Rodríguez Magda
Se llamaba -yo creo que se ha muerto
y lo que a veces surge es su cadáver-
Greta Garbo o Gustafson, una sombra,
una mujer que siempre regresaba
de mundos golpeados, derruidos,
y se acostaba, leve, en el silencio,
larga, flotante Ofelia de las nieves.
Y, con todo, ya veis, no tengo miedo.
Lo tuve, sí, lo tuve cuando era
la luna un círculo de luz helada,
el agua una llamada irresistible,
los árboles un grito monstruoso
de la tierra, y mis manos un extraño
temblor.
Estoy aquí.
Pasa. Un momento y termino.
Algo difícil sobre consonantes
absurdas… ¿Hace frío?
¿Hace amor, lluvia, viento?
¿Qué me traes?
¿Hemos tenido hijos
esta noche? Siéntate. ¿Puedes?
Quito libros, papeles. Como siempre
la invasión de las letras
que ya trepan, ¿las ves?,
por paredes y techos.
«Pero Dios, deshabítame el alma de este enjambre
de estas abejas negras que yo dulce alimento…»
Ni siquiera yo sé por qué me vive
la vida, este aluvión de torpes luces
en criaturas reunidas, aguas
que vienen a mezclarse al caudal mío…
Soy yo tantas mujeres en mí misma!
Diez veces siete y una más. Ya sabes:
setenta y siete cabriolas, once
mujeres de cristal que se rompieron
en mí, y en mí se quedan enterradas,
calcinadas algunas, otras libres
de escogerse final. Yo, soportándolas,
muriéndome con ellas, como ellas
se morirán conmigo.
Ya no importa saberlo. Será el día
del arco iris cómplice del agua
que llore demasiado por los muertos,
y habrá quizás en el ambiente estigmas
de señalada indecisión, palomas
que endulzarán la luz, gaviotas grises
salobres de renuncia y de recuerdo
y golondrinas, golondrinas blancas…
Hasta vendrán las olas más rebeldes
llenas de pez disuelto, a verte quieta
y a dejarte la brisa en vez del viento
sobre la piel, con terquedad amorosa.
«No soy de aquí». No. Procedía
de lugares mineros.
De tinieblas totales encerradas y ocultas.
De la sombra apresada
que ya la hizo suya, así, predestinándola
a ser noche, a ser dura claustrofobia
que se disfraza de panal, que inventa
brazos para el contacto
y senos, piernas
y sexo acogedor.
Era Eva, su infancia nunca usada
emergida del polvo de los astros
Eva la niña, corazón de selva,
selvática pastora de alimañas…
(De «Vida anterior»)
Eva la niña, nacerá del viento
y del amanecer
cuando se acabe
el tiempo, y el tiempo vuelva
a encarnarse en el sol.
A Angelina Gatell
Yo era la mujer que se alzó de la tierra
para mirar las luces siderales.
Dejé el hogar con apagados troncos
cansada de ser sólo estela de humo
que prolongase así mi ser ardido.
Esa mujer del hueco tibio
que allí me contenía,
se despertó del sueño profundo de la especie
y decidió buscar, a plena luz, caminos.
Dama desconocida. Esquivel.
(Me hace daño
la luz.)
A ella, no. A ella
la protege, la inventa,
falsifica
las fases sucesivas
de su inmovilidad.
La trae
hacia el televisor
donde quiere asomar sombras,
residuos,
restos de lluvia, manos
inactivas,
huidas que se acercan,
tiempo, nube, oquedades,
silencios que alguien lleva en grito,
o simplemente músicas perdidas
y olvidadas.