Se escuchan los autos, el ronroneo de una mujer agazapada y la respiración de un gato. El arquero moja la tela con saliva, un gallo puntual anuncia la llegada del alba.
Poemas mexicanos
El cazador deja libre a la presa: la ventana, la puerta, la reja de par en par, reciben el aire fresco y la luz cegadora del invierno.
La presa recobra su forma primigenia, lee las líneas secretas de su mano para evocar su estirpe, descubre la cicatriz del tiempo en su índice, se contempla en el Cenote Azul con la guirnalda de la boda. Bajo los túneles secretos que dan al mar se reconoce en el canto, en la curva final de una cola milenaria de escamas y se recuerda ayer gacela, gato, hoy mujer que guarda el secreto de un índice marchito.
La nota roja encontrará la flecha, el arco, el tizne de la luna; una mujer con olor a pescado putrefacto, espinas, escamas y una cabellera de serpientes. Al ver sus senos, un camino de sanguijuelas será la columna vertebral del reportero. Reconstruirán la historia los hombres de blanco, la nombrarán medusa.
Afuera, un hombre rondará con su olfato por los cajones de la morgue, por la fosa común, por las tumbas de tierra fresca, por las olas del mar.
Esa noche en que los médicos miraban en silencio el plenilunio, un canto emergió del cenote, una voz milenaria de escamas enloqueció a los hombres. Los que tuvieron suerte son esos sordos que caminan con un arco en la mano.
Por sobre los escombros llegados a las puertas del insomnio:
veinte, treinta años doblado
en las esquinas del viento,
susurrante de palabras dormidas:
pan, hambre, a las puertas del insomnio.
Tierra, qué fríos tus senos de ciudad.
Hermano, una limosna, por favor.
Escribía sobre el amor,
¡Como si no tuviera otras que decir,
más importantes!
Sobre cosas que pasan,
sobre miasmas de siempre,
acerca de pólipos y amibas, y eso
sobre el amor.
Caía sobre de ello,
sobre de ellas tres,
hembras de mi alquimia.
Se solicita un patio
con macetas rojas
y vaho de ladrillo recién regado.
Árboles de altura
con pájaros silvestres
que hagan su ritual de baño
y desayuno
en una fuente de labra sencilla
que enmohezca a ritmo su apacible trazo.
Puedes perderte así un día de fiebre sin saber por dónde
la sangre corriendo emponzoñada puedes perderte así
un día de rabia
Éste es aún el aguerrido mundo de los sueños
Nacerás hoy con buena estrella
Mirarás y serás reconocido
Tomarán tus palabras como justas
Crecerás en boca de los años
Procrearás bestias desbordantes como espejos
Reirás del cura que visita a su sobrina cada jueves
Irás a misa los domingos
Tu llanto en las cantinas
Tu amor en los prostíbulos hasta que
santo día de fiesta
de sed y de atropello giman tus huesos de por tierra
Día de fiesta en parques y alamedas
Día de flores y lamentos
Voces graves en latín pronunciarán tu nombre
al cantar emocionadas la oculta importancia de tu vida
Y nada todo ello una tarde así
de asco de deseo de sol balanceando
sombras de eucalipto sobre un mármol casi blanco
Casi tuyo
Habrá niebla en los tejados
Caerá como nunca sobre largas formas líquidas de luna
Tardaremos en llamarle invierno
entretenidos en el grisarse de árboles y cosas
Será diremos el tiempo que se viene como otoño
Pero el año se dará redondo y perfecto
como previsto en nuestros viejos libros
Aprendiendo a estar aquí
nos dejaremos llevar por los eneros uno
por los agostos viernes
Volverá la paz será la lucha
Y en algún corazón recién acariciado
la espina del tiempo toda
Se harán más viejos los ruidos y la noche
Vendrá el sexo sobre el sexo a fecundar la dicha
Se perderán tus ojos tus palabras
Tomando el cuerpo como mazo
desearás golpear la tierra que te niega
Será la risa
Será el deseo
La mancha de tu cuerpo
doblada en las paredes
meando oscuras golondrinas vaporosas
Será la noche que te abrigue
entre guitarras y hombres en mangas de camisa
dados a no olvidar pequeñas cosas
Será el toque secundado
de alguna campana colmada de sorpresas
autorizando el flirt de las muchachas
a la hora del rosario
Será el rostro reluciente del chiquillo
paseando un caramelo entre los dientes
Habrá ciertamente niebla corriendo
entre estas torres
y estos pinos perdidos casi en la blancura
Será Xalapa o San Cristóbal
Seremos tiempo anudado a nuestros huesos
Falta, en el desorden,
una palabra.
Falta una voz, y otra, y otra más,
en el valle de la muerte,
en la estación de los sofocos
rezumados por el fuego y la sombra.
Una palabra que no brote de atarjeas,
sino silencio que habla, vibrante.
Desde las Lomas Heights,
donde aún habitan, gozosos, los políticos enriquecidos,
los antiguos banqueros, con su blanca (o verde)
faz atónita
y una numerosa flotilla
de grandes capitanes de la industria y el comercio
(que siguen nadando en la corriente,
antes de que Neza los devore)
para bajar por la añosa verdura,
polvorienta y asfixiada, del Bosque,
con su serie de templos adjuntos:
el castillo que sirve al culto reaccionario;
el museo que inventa su pasado indígena;
la exquisita pintura del sector privado, a la izquierda;
y la exquisita pintura del sector público, a la derecha.
No se ama mucho o poco.
Se entrega uno, decididamente, en un abrazo
que dura toda la vida
al ser que palpita en el encuentro:
puede cambiar la persona,
el ser sigue siendo el mismo.
No se ama a veces, o porque sí.
1
Mucho antes de que estas montañas
ratas grises en la solapa aguda del sol
antes que cárceles de cieno y luz
fueran para mi espíritu domesticado
por los azotes inmisericordes del Belcebú embrutecido
en mi secreta epidermis
el gran reloj del mar meciendo sus aguas sin escoria
y las terrazas azules infinitamente contiguas
en la proximidad distante
choque de dos olas y el rompimiento de la nuez
aún entre los peces
Y el ruido del parto y la sedición de los montes
hacinándose en los rescoldos de la brisa
Señor al fin del elemento
yo vengo de esa brasa de liqúenes pensantes
de sombra a hormiga a hombre
el hijo nuevamente padre
Prometeo entre los hielos
cavando a uñazos los cuévanos de su oscura madre
Te andan siguiendo, poeta, las fechas
memorables de tu patria.
Te andan siguiendo
la miseria enamorada de tu pueblo,
tu libertad a culatazos,
el aire granadero de tus calles.
Te andan buscando, poeta,
te anda buscando la desgracia…
Es el tiempo inaplazable,
nuestro tiempo,
avejentado mirador hombro atrás
que mira tras de sí.
Sin palabras, sin sucesos.
Dejando atrás paradójicamente la mirada.
Rugosa piel interminable
humedecida entre jornadas.
Es el sol
y es el agua.
Si tengo que mirar un día
la silla como la miro ahora
y tengo que callar a los poetas
para decir tan sólo
es negra
(Y una callejuela de árboles suntuosos
se detiene sombra y sopla en los follajes)
si tengo que mirar de día
la silla y estrecharla
y sostenerla
(como a una ola hueca
que se sabe que se abre y que se cierra)
si me voy a sentar
o me voy a parar
alejándome de la silla negra
(la madera es blanca
rechinante apenas por el uso)
si me voy a quedar quieto
balanceándome en la silla fija
(por una vez no confesar
estoy pensando creciendo madurado)
Por una vez decir que estoy contento
en paz con las palabras
que soy como la silla álamo y cultivo
que estoy en tierra
sólidamente agitado y enraizado
como un abeto decir como la silla
en su acabado negro
Ven ya no rechino
(y rechinar de nuevo)
Si me voy a quedar aquí
o en otra parte
y voy a contemplar la silla
digo qué me cuesta callar a los poetas
y decir tan sólo es negra!
Chillaron los pájaros
desorbitando su silencio de altas copas
Descendieron cóndores y cuervos de aceradas plumas
Cientos de voces desencajadas por la ráfaga
tomaron la forma de los árboles y callaron
recuperaron su silencio
Sobreviene el día
Esa mañana de luz encrucijada
lo vivido del polen,
el ansia en convulsión
y un abrazo que parece ser el último,
dejaban cristalinas
casi transparentes veladuras
en el desasosiego del lecho
tendido entre las flores.
No se mide un instante
ni dura en precisión
más o más.
Agotado por la furia,
estaba en mí cantar alegría,
traer al papel un paseo
después de los mariscos con cerveza
y el café de la Parroquia,
aspirar los olores del puerto
cuando cae el sol,
entre las risas y los gritos de los niños
en el malecón;
pero vinieron las lluvias, el norte.
De la semana escoge
algo
venido de lunes
con vaciedad atropellada.
Di que esa mañana
saliste a la calle buscando decir,
dejar de lado,
estallar con todos,
cargado de eso que fue y nunca acaba.
Martes lumínico,
crecido dentro,
vida de otros, ahora tuya.
Hilo tan delgado casi siempre se rompe.
Suelo tan ligero cualquier sobresalto devora.
Costra seca que sin desear anda desnuda.
Ombligo roto y vuelto a pegar.
Agua que nunca se detuvo.
Entrañable amor que es pesadumbre:
Miedo si se está despierto.
He aprendido de ti
Que no basta el gesto ni la acción
Que el amor no basta
Ni la inteligencia
O el susurro exacto
Aun más
Que la ternura
En ciertos casos sale sobrando
He aprendido
Que el cuerpo
La carne
El sexo
No tiene mucho que ver
Con hacer el amor
Y seguir vibrante
Aprendido
Que unirse
Contigo
Es volver a ordenar una lucha
Conmigo
Que ha de llegar a ti
En la punta de los poros los labios y los dedos
Al beber y al cantar
Al ver un árbol que crece y una amapola que muere
En el ciclo normal
Ese que de alguna manera por humanos hemos perdido.
Mezclado al aire tibio
y sosegado con que duermes
resuena el eco de otro aliento,
tembloroso en la distancia
mas fresco en el hurgar
de mi memoria cavilante
al filo de un amanecer
que se retrasa
al compás de manecillas tercas
que van dejando caer, sobre las cosas
que más quieres; pétalo a pétalo, un recuerdo.
Hundo mis vocales piernas
en la espesura álgida del año
y callo: escucho.
Y una sombra a dos,
caídas en la prisa de su sueño,
abren llagas de insatisfacción, cólera y miedo
en el leprosario ambulante de estas horas.
Después de los cuerpos van las sombras
Átomos dispersos que se encajan
en los pisos las paredes
que estallan en los bordes dilatándose
vuelven y se quedan en el mediodía
Van las sombras como cuerpos
Los cuerpos como viento
Tiendo la mano ahora,
no la azoto, no la empuño,
no la doblo,
tiendo la mano ahora que estoy.
Si te digo que voy en calma,
miento.
Todavía abogo por las uñas y las ansias,
rojos los nudillos, todavía no miento.
Canto 10
Victoria, sí, sentido sobre la razón,
madre de instinto, ser de mis espacios,
fin de todos los tiempos y principio
de todo lo que crece, nada y vuela,
germen del fuego y de la música,
memoria inamovible de la luz.
1
Quise que me conociera
como realmente soy.
Dejé atrás
todas las trampas.
En estado de alcohol
grité, imploré, ofendí;
vomité dolor y miedo
sobre su regazo.
Cuando me vio,
sombrío en la humedad,
febril por el desorden,
revolcado y puro,
casi un recién nacido,
sin duda por el tanto amor,
sin duda,
escupió sobre mi rostro,
huyó.
Antes lo creí
pero ya no.
El amor no es asunto de dos
ni de tres;
esto nos concierne a todos.
Si beso tus labios,
si nos decimos, adiós,
mi vida,
habrá siempre
una voz arremetida, a empeñones
un grito como trueno,
un lamento, que diga
que no.
Queda mucho de las sombras primeras.
El sol, espejo y humo, erecto,
achica su ojo tutelar y se mece,
inconforme, sobre las cosas de barro.
Yalentay, ensimismado, abre los brazos:
intenso invierno es su susurro.
Y sus hijos,
y los padres de esos hijos,
que también se han marchado,
doblan cabizaltos la memoria
y nieblan.
De tu mirada llena las bienaventuranzas
aguardamos, rotundo sol de mayo:
Aquellos cuerpos en la calle
solos están. Huye la pena misma
de su lado. Catástrofes y fiebres
asédianlos ajenas a distancia.
Y les niega raíces la tierra qeu su sombra hiere.
Todos vamos al centro de la pira,
pero no con iguales andaduras:
unos van más aprisa porque saben
el atajo seguro y no lo dicen;
muchos describen círculos helados
antes de sospechar otro destino;
tampoco faltan los enamorados
entusiastas del sólido minuto,
que niegan la corriente por el prado
sin advertir jamás el remolino
dador de claridades ni la fuente
abisal del paisaje verdadero.
Adolezco de fútiles cariños
unos con otros ayuntados.
Bebo no sin ternura mi taza de café. Conservo
retratos azarosos y animales domésticos.
Me absorben los rumores de la calle,
Los muros blancos al amanecer,
la lluvia, los jardines públicos.
¡Qué gran curiosidad tengo de verte
sin ropajes ambiguos, oh mi sombra!
Imagino tu piel acribillada
por la nostalgia; de rubor hnhábil
erizadas las fugas del contorno;
y me pregunto si guarecen algo más
esos repliegues vaporosos,
si corren por tus venas plenitudes,
si alojas muy adentro constelaciones nunca vistas.
En oleaje caviloso digo
los nombres de la grey, los nombres pardos
y los candentes. Digo Santiago, Pedro, Juan;
el signo de la madre plácida
entre nublados laberintos;
la fama quejumbrosa de los sacerdotes;
los apodos rebeldes que suscita la horda.
Viva sospecha de carne no mirada,
voz ya, promesa
de más cautelas y solicitudes,
palabra todavía,
que figura tinieblas aledañas.
Allí se mueve, sólido,
cuerpo que no se ve pero se siente,
se sabe, se dibuja
con dormidos asedios entretanto.
Imitación de Charles d′Orleans
Usted, Invierno, poca cosa es:
un viejo gris, mal encarado.
¡Cuánto mejor transita por el prado
la Primavera,
que vendrá después
trayendo con amor, a su gentil costado,
abril y mayo,
mes tras mes!
Que al plenilunio del amor, tu vida
De rauda claridad presto se alumbre
Y baje a ti, de la lejana cumbre,
La luz lunar, en besos convertida.
Los ojos volverás, enternecida,
A los astros errantes, y su lumbre
Dibujará con sideral vislumbre
El fugaz ideal que nadie olvida,
Y allí, en la soledad de ese paisaje,
En medio de una calma misteriosa,
Que te escancie el placer, dulce brebaje;
Mientras en lo alto la nocturna Diosa
Funge cortés de complaciente paje
Que sostiene una lámpara radiosa
Arrasados de lágrimas los ojos,
solíame decir: —Cuando me muera
no vayas presto a mi sepulcro, espera
al claro mes de los claveles rojos.
«Entonces habrá pájaros y flores
y brisas olorosas a tomillo,
y esplenderán las lápidas con brillo
de lucientes cristales de colores.
Los frescos de Botticelli
arrancados a la Villa de Lemmi,
la Victoria de Samotracia,
con las alas unidas por alambres
y una estaca de acero entre las nalgas:
trofeos de guerra, pasto
para la codicia de los reyes.
El saqueo.
El sol, colérico de sales,
contra el agua arremete.
Hermano con hermana se acarician.
Y un cielo azul está (cubriéndola),
encima de la tierra: hijos nosotros
de esa feroz contradicción, las bestias.
Pero de líquenes, de aceites,
el cielo en la tierra se vacía.
Aunque pudiésemos representarnos
lo que es, no podríamos
decirlo ni comunicarlo…
Gorgias
Desde la pluma brotas, súbita
llama tensa que se prende aun a la madera
húmeda y la quema y la guarda.
Sobre la Tierra, estamos enterrados.
Todo su peso cárdeno
se vuelca sobre mis pies antiguos.
Toda la tierra me avienta sobre el cielo,
me sujeta en mi raíz
y me hunde entre sus manos.
Despedazado estoy.
Mis ojos van allá por el impulso,
mas presos en órbitas se quedan,
asidos a su fin y a su condena.
Mira cómo, desde este exilio de cemento,
se extiende la ciudad, a nuestras plantas.
De aquí partían los mercaderes rumbo a España.
Mira el humo en aquellas azoteas,
el resplandor del sol en los tinacos,
aquellas sucias fábricas a plomo.
Estruendo de humo y trenes.
Edificios que giran en su exacto equilibrio.
Pequeño sol agónico, apenas un recuerdo.
Máquinas que danzan
a una velocidad domesticada por la mano.
Trópico que la altura y la ciudad amancebaron.
Y jardines,
jaulas donde encerramos nísperos,
dalias o nogales:
extranjeros en la ciudad de cemento.
La memoria es una piel que tu recuerdo llaga,
una herida de torpe geometría,
es una carne, un nervio vivos.
Lacera memoria donde el fuego
es la violenta agua apaciguada.
Miro así tu jadeo,
en ese mar, en esas olas me hundo.
El sol es nuevo cada día.
Heráclito
Hoy he tocado tu corazón, sombra desnuda
o vorágine o sola nota de dolor obstinado.
Hoy he tocado tu corazón en las yemas
de los dedos y he oído el mismo agudo acento
que llevó a los amantes al amor
desgarrado y a los pactos suicidas.
11:30 P.M.
Durísima la luna. Igual que tú, tan lejos.
Suéñame, te digo, como te sueño aquí,
hasta que los dos sueños se conviertan en fuego,
hasta que mi aliento sea el tuyo,
hasta que respiremos cada uno
por la boca del otro.