Un cuerpo como una isla

Verte desnuda es recordad la tierra.
Federico García Lorca

Por las arduas colinas de tu cuerpo
van mis ojos desnudos contemplando
los tersos panoramas, precipicios
y el bosque primordial que mi deseo
exalta en la constante ceremonia
de mirarte, llamarte desde el fondo del ser,
de contemplarte como se ven los campos en otoño
o las vertiginosas catedrales erguidas en la niebla
y entrevistas en la región sin nombre de la aurora.

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Una estación en Amorgós

Antes de partir

A la izquierda está el mar. La alta montaña con su ermita y su senda entre los pinos se recorta en lo azul y las gaviotas van hablando de viajes, llegadas o naufragios.

Recuerdo los primeros días en la isla, el verano de fuego y, en la alta madrugada, el olor de la sal, el aroma e los pinos y las voces de las muchachas escondidas entre las ruinas.

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Variaciones sobre una Mujtathth de Al-Sharif Al-Radi

Pasaré la noche con el inmenso desierto
que hay en mí y el estar contigo.

I

Hay una extensión cercada por el cielo,
una inmensa planicie descubierta por la luna,
un campo de flores pálidas
sitiadas por su propio perfume,
una casa en el bosque de los grandes abetos de la noche,
un camino entre los pinos,
el otoño de planetas cercanos,
el lago de orillas blanquísimas,
el violeta tenue en la madrugada del mar,
la pulpa entregada de un fruto
que sobrepasa la medida de la mano,
la noche de la selva,
la madrugada de la altiplanicie
y el corazón de todos los niños de la tierra.

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Casa de niebla

era una casa de niebla
ahí en la cima de la nada
con sus muros de basalto
y al dintel la madrugada

cuántos placeres nos daba
reír con la luna blanca
jugando a las escondidas
con las horas que danzaban

era una casa de niebla
ahí en la cima y en la nada

casa niña de inocencia
jugando con sus hermanas

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Dime, cómo te llamas

cómo te llamas sombra de la sombra
que tocas la puerta a deshoras
para ofrecer placeres en vigilia

cómo te llamas silencio del silencio
que invocas el espectro del olvido
para remover dolores todavía vivos

cómo te llamas noche de la noche
que guardas el averno del dormido
para desangrar al tiempo en su castigo

cómo te llamas hombre del hombre desconocido
dímelo
quiero nombrarte por tu nombre mismo

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Hay un lenguaje sagrado

hay un lenguaje arcano
que silenciosamente se murmura con la yema de los dedos

hay un lenguaje secreto
que tenuemente se pronuncia en el desliz de una mirada

hay un lenguaje cifrado
que veladamente se habla en la camaradería de las palabras

hay un lenguaje profano
que suavemente se declama al estremecerse el cuerpo

hay un lenguaje sagrado
que sólo nosotros comprendemos

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Juramento

júrame
que ahogaremos
«las furias y las penas»

que enterraremos
las palabras ofensivas

que resurgiremos
si un día tocamos fondo

porque
somos la crónica de mil batallas
libradas hombro a hombro
donde la antítesis de nuestra muerte
nos hace renacer eternamente

júrame
que lucharemos
y en la victoria se izará nuestra bandera

júramelo

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Por qué te amo

porque hoy se anuncia el mañana
y tu cabello huele a limpio
y en tu almohada se moldea la esencia de mi sueño

porque juntos enfrentamos las encrucijadas
y tu nombre borra la huella de otros nombres
y en tu paso es mi voz la que te pronuncia

porque eres el lienzo en donde estalla nuestra dicha
y te recreo en él cuantas veces me apetece

porque eres sólo tu imagen
y eres sólo mi semejanza

porque somos la suma que nos iguala a uno
y te disuelvo en agua
y me sumerjo

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Tú debes ser el hombre

más allá de la vida
quiero decírtelo…
Luis Cernuda

tú debes ser el hombre arrebatado a la noche
por quien el fuego de la aurora
se enciende en los ocasos

tú debes ser el hombre encadenado al día
por quien la sombra de los pasos
se pierde en los rincones

tú debes ser el hombre que da nombre al destino
por quien renace el día
por quien muere la noche

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A filo de la luz

A filo de la luz
siempre hacia adentro
debajo del torrente subterráneo
en el espejo cedido por la claridad
fundirse con los sueños
abandonar el día
y en el último latido
viajar perderlo todo
dejar hasta la sombra
mirar las playas sumergidas
las rocas certezas inauditas
a la orilla del mar que nos espera
y volver
con minerales tesoros en las manos
la mirada presa en los prodigios
a iluminar el aire del deseo
en la mañana abierta y nueva.

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Canta el agua

Recuerdos de luz
en una gota de agua
en la mirada que atesora
la brevedad y la frescura
que derrama mínima
en el día

El día
que repite sus dones intocados
en las miradas jóvenes del agua

Canta el agua y su voz es una plegaria
que repite clara y cercana una pregunta

Una pregunta que dejamos olvidada
esperando la llegada de la lluvia

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Cristales

Oculta en su prisión de sombras,
labra la luz
su sueño
de constancia en los cristales.

I

El granate
es un ejercicio de sangre derramada
en el profundo mármol
de tu cuello

El granate y su memoria de opulencia
son, en la enramada de tus venas,
la herida luminosa de la tierra
que se mira surgir,
de nuevo líquida,
en tu pecho.

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Los nombres olvidados

Vivo sin mí, inmóvil,
ausente de mi cárcel de palabras,
sin la forma precisa para el canto
en este día sin tregua y sin resquicios;
cuando celoso de sí mismo el aire
no se desata en viento,
cuando nada me entrega su sentido
y no encuentran camino hacia mis ojos
ni el cielo ni los nombres de la tierra,
porque yacen serenos y completos
y en su ser se alimentan y se engendran.

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Música

En cuál de mis acordes
he de empezar la fragua de tu nombre,
del canto que apenas comenzado
se olvida de su origen y sorprende
su propio ser en las evoluciones
de una pasión en perfectas notaciones.

Cómo he de ser testigo de tu paso
si apareces apenas en el aire
tu milagro tenaz y sucesivo
y al darte toda al fin desapareces
perdiéndote en el tiempo que te vierte.

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Noche

La noche inmemorial, pródiga noche
de los pactos oscuros, innombrables,
de las siniestras, ocultas voluntades
que a la mención del día empalidecen;
la noche feraz, la noche cómplice
que despliega su sombra como un manto
sigiloso y ambiguo, torva noche
agazapada en las márgenes del día
anticipando su reino silencioso:
pero la noche débil, turbia espera,
aire que corre en el país de nadie,
tierra del eco, junta de fantasmas:
cántaro negro que en la luz se rompe.

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Paisaje

Acariciando lenta su reposo,
la mirada se abre en el paisaje
creado por la suma de los tonos
que se miran y no se reconocen.

Recoge el espesor de cada nube
y la frágil sombra
levemente instalada por su paso.

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Presagio

Nada en el mundo te alcanza todavía:
son tus labios de sombra,
y tu voz un fantasma.

Has surgido a la luz para mis ojos,
y te aumenta mi sangre,
y te encumbran mis venas.

Ya sin saberlo te acercas a tu forma,
y encenderás la llama
en la incesante noche que te espera.

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Sueño en fuga

Soñé que me soñabas,
que tu voz como estela de naufragios
amanecía en mi aliento.

Que era mío el silencio
de cada madrugada cómplice
en tus párpados cerrados,
el secreto
que rindes a tu almohada,
el pensamiento
que traicionas en mis brazos.

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La plegaria de los niños

« En la campana del puerto
¡ Tocan, hijos la oración…..!
¡ De rodillas…, y roguemos
a la madre del Señor
por nuestro padre infelice,
que ha tanto tiempo partío,
y quizás esté luchando
de la mar con el furor.

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María

Allí en el valle fértil y risueño,
do nace el Lerma y, débil todavía
juega, desnudo de la regia pompa
que lo acompaña hasta la mar bravía;
allí donde se eleva
el viejo Xinantecatl, cuyo aliento,
por millares de siglos inflamado,
al soplo de los vientos se ha apagado,
pero que altivo y majestuoso eleva
su frente que corona eterno hielo
hasta esconderla en el azul del cielo.

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Al sol

¡Oh Sol! Yo amé tu luz, yo amé tu fuego.
Acarició en los trópicos mi frente
tu roja lumbre, para mí clemente,
y bienestar me dio, paz y sosiego.

Hoy tus favores a pedir me niego,
mi helado tronco tu calor no siente,
tu rayo ofusca mi ojo deficiente…
¡Inicuo Sol, me estás dejando ciego!

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Ipandro Acaico

Triste, mendigo, ciego cual Hornero,
Ipandro a su montaña se retira,
sin más tesoro que su vieja lira,
ni báculo mejor que el de romero.

Los altos juicios del Señor venero,
y al que me despojó vuelvo sin ira
de mi mantel pidiéndole una tira,
y un grano del que ha sido mi granero.

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Al amor

¿Por qué, Amor, cuando expiro desarmado,
de mí te burlas? Llévate esa hermosa
doncella tan ardiente y tan graciosa
que por mi oscuro asilo has asomado.

En tiempo más feliz, yo supe osado
extender mi palabra artificiosa
como una red, y en ella, temblorosa,
más de una de tus aves he cazado.

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Por los gregorianos muertos

(Banquete fraternal de la Sociedad Gregoriana, 1872)

Cesen las risas y comience el llanto.
Esta mesa en sepulcro se convierte.
¡Vivos y muertos, escuchad mi canto!

Mientras que vinos espumosos vierte
nuestra antigua amistad, en este día,
y con alegres brindis se divierte;

y en raudales se escapa la armonía;
y la insaciable gula se despierta;
y va de flor en flor la poesía;

y el júbilo de todos se concierta
en una sola exclamación: ¡gocemos!,
y gozamos… La muerte está a la puerta.

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Soneto

Heme al fin en el antro de la muerte
do no vuelan las penas y dolores,
do no brillan los astros ni las flores,
donde no hay un recuerdo que despierte.

Si algún día natura se divierte
rompiendo de esta cárcel los horrores,
y sus soplos ardientes, erradores
sobre mi polvo desatado vierte,

yo, por la eternidad ya devorado,
¿gozaré si ese polvo es una rosa?,
¿gemiré si una sierpe en él anida?

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La gota de hiel

¡Jehovah! ¡Jehovah, tu cólera me agobia!
¿Por qué la copa del martirio llenas?
Cansado está mi corazón de penas.
Basta, basta, Señor.
Hierve incendiada por el sol de Cuba
mi sangre toda y de cansancio expiro,
busco la noche, y en el lecho aspiro
fuego devorador.

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No la amante

No la amante, el amor. La singladura
de la noche que arrastra fuego frío
por las venas del sueño, poderío
de la encendida palidez oscura.

El amor, no la amante. El goce mío,
la imagen que desbasto. La onda pura
que invade entre las ruinas mi locura
de tallar en diamante lo sombrío.

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Tiempo

Porque el tiempo se mide, no se cuenta,
su luz a la distancia sobrevive,
el aire pierde espacio en la tormenta
y en el suelo extraño se percibe.

Porque el tiempo, se goza, no se cuenta
la secreta aventura que se vive,
burlas del horror y sed nos alimenta
y en alta noche amor su mano escribe.

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Llego con la cabeza de vigilia

Llego con la cabeza de vigilia,
pura luz acosada, trashumante,
luz originaria, vegetal,
vengo con las manos adelgazadas
de nupcial vértigo de mayo,
del sueño lustral de la sed mordida,
de las constelaciones primeras.
Vengo del cristal más fijo de la tierra,
de la insumisión irreductible de la llama.

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Mi lengua se adormece

Llueve en el cuarto
en la playa de telas desoladas
llueve
sobre las sábanas blanquísimas
sobre mi carne que puede ser tan dulce

Más allá de la ventana puedo verte
y me consumo
aquí
donde relampaguea relumbran los gatos empapados
míralos encenderse irse en fuego
los ojos en los ojos
óyelos revolcarse mójate
que yo te mire
aunque imagine al mismo tiempo
algo que pudiera sustituirte
con ventaja

En la sombra estoy y tras las bardas
puedo ver las concubinas
en sus habitaciones consumiéndose
solitarios se hallan los jardines
espesados en aromas
puedo acercarme a sus espejos
enciendo los carbunclos

Ya nos acercamos al Cuarto Pimienta
Irritamos el recinto de los órganos maduros
donde los peces que relumbran
y las aves que vuelan y se miran
sobre las paredes rojas de tapices
pudieran las nereidas y sus pechos
los unicornios y sus vírgenes
ahí se estira un animal moreno
gozoso me empuja con su cuello
los dos nos vamos a lo tibio
y sientes mi lengua que te lame
eres fruta de mi mesa
estás quieto miras quieres ser mirado
somos el pan las perdices y los vinos
el comensal y el cocinero
paladeamos todo
contrarios al precepto que prohíbe derramar estrellas
en la arena
manamos de los líquidos febriles
hasta nuestras manos tibias
en las ingles
y las caderas en reposo

Pero ruedan ya las lunas sordas
y en la orilla los gatos se pasean
sopla el viento esta torre
de pájaros dormidos
donde llueve
donde el frío
donde nada te sustituye con ventaja.

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Una sirena eterna (I)

Abre sus fauces en la noche que despliega una luz trémula, olor a gato invade las paredes, enrojecen sus ojos por la presencia del humo de cannãbis, que asalta ya su sangre.

Nada ha cambiado.
El mismo pantalón de hace diez años,
el agua de colonia,
la barba que desliza por mis muslos.

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Una sirena eterna (IV)

El arquero agita la cuerda y se enternece al ver la piel en espiral, el arquero mira los párpados de la gacela inconsciente, apuntala la flecha: su piel es cuerda de la que surge la vibración certera que desgarra el silencio con tonos agudísimos. Sus pestañas, al deslizarse por el rostro, revelan una luz brotar entre los dos.

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Una sirena eterna (IX)

El arquero es el amante taciturno, el pañuelo es su lengua, recorre cada pie con la paciencia de un escribano cuando le dictan la carta decisiva; los tobillos, las piernas, las caderas en las que el hombre pierde el sentido, enloquece; cierra la puerta para ser fiebre y otra vez abre sus fauces.

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