Creyente sólo de lo que toco, yo te toco,
mujer, hasta la entraña, el hueso,
aquello que otros llaman alma, tan unida,
tan cerca de la carne mortal y voluptuosa
o siempre ardiente o nunca maltratada
sino dulce, oscilante entre querer
y subir, adentro de la espuma.
Poemas mexicanos
…acampadas en la célula
como en un tardo tiempo
de crepúsculo.
José Gorostiza
Ciego de nacimiento, me escandaliza
el tacto. Vivaldi suena en medio
de la bruma y la ciudad, bella
hasta su colmo, intolerable, extiende
dedos hacia el mar.
Hoy baila mi mujer y taja
sonrientes cicatrices en su cielo.
Hoy ella baila, colibrí ante la flor,
espejo frente a espejos enemigo.
Y la flor se habita de las plumas
y el pájaro seis pétalos se vuelve.
Soy un puño de tierra echado al viento.
Todo cuanto hasta aquí fue escrito,
mentira sorda. No es verdad
que haya sido menos dura
la mandíbula airada de las horas.
Que un pañuelo piedad haya enjugado
el sudor de las víctimas. Falso
también que días más tarde
la vida sea más fácil.
Cuando termino de escribir todo esto,
después que durante horas me imprimo
como un mecanismo de dulzura y de cólera
én las hojas, y el viento desordena los papeles
y entra un siblido extraño, y merodea en la casa
una noche especial, ajena, sin preguntas;
cuando abro las ventanas para que lleguen
los amigos que tienen nombres de herramienta
y prisines, después que me deshago de este
tósigo, cuando quedo vacío, mi mujer
viene aquí con amor que estrangula.
1
La destrucción del fuego, atroz,
y la del tiempo. El bosque que crepita,
a sal, torturas largas. La alegría,
por supuesto. El tiempo reconstruye
la tiniebla. ¿Qué va a ser, si no tiempo,
cada nuez en su rama, exacta, fría?
Se va hacia atrás el horizonte.
La estrella Sirio vuelve hasta su origen
(¿cuál, oh dioses, a dónde va
con esa prisa oscura?).
Otros planetas surcan, en órbitas,
mi sangre. El agua ya es tiniebla,
el árbol se comprime.
A mi hijo Pablo
(palabras para un poema)
¿Qué resta ahora de ti, padre dulcísimo?
A veces pienso que la carne, que la llagada,
la decisiva carne de tus hijos,
cayéndose a pedazos en la carne severa
de sus hijos, deshaciéndose en hilachos
en la carne de los hijos de sus hijos.
A Joaquín Hernández Armas
6
Qué alegría decidir qué beber,
cómo morir, por qué, y en dónde.
Quisiera morir, así,
bajo un gran árbol.
Desearía ser quemado;
que mis cenizas irritaran,
polvo, los ojos de la que amo;
que fueran sólo la mancha
en un libro pasados los años.
Estoy dondequiera a la hora del desastre
porque contigo estoy, porque sin ti no estuviera.
Nada más a ti te amo, n estoy para los demás, en nadie estoy si no estoy
en ti,
raíz de miedo, agua derramada.
Yo soy el hilo de agua que ata las esquinas, los rincones,
las puertas de los que babeantes han descubierto entre cuerpo y cuerpo
pústulas enfebrecidas,
lagos sangrientos y han descubierto que atropellados estamos, hermana,
muertos.
Va a llover… Lo ha dicho al césped
el canto fresco del río;
el viento lo ha dicho al bosque
y el bosque al viento y al río.
Va a llover… Crujen las ramas
y huele a sombra en los pinos.
Ahora que las últimas cohortes
incendiaron las últimas praderas,
en esta soledad de mármol roto,
de lámparas extintas y de palabras yertas;
sobre un polvo que fue trubuna o plinto,
corona de palacio o tímpano de iglesia;
mientras el odio se organiza
para un asedio más, en la tormenta,
contra el pavor de un reino devastado;
pienso en los que vendrán ¿desde qué estepa?
a poblar estas ruinas,
a erigir su arrogancia en este polvo,
a confiar otra vez en estas praderas…
Y, humildemente,
con la ciudad caída bajo una estela.
Nada más, Poesía:
la más alta clemencia
está en la flor sombría
que da toda su esencia.
No busques otra cosa.
¡Corta, abrevia, resume;
no quieras que la rosa
dé más que su perfume!
Se nos ha ido la tarde
en cantar una canción,
en perseguir una nube
y en deshojar una flor.
Se nos ha ido la noche
en decir una oración,
en hablar con una estrella
y en morir con una flor.
Un hombre muere en mí siempre que un hombre
muere en cualquier lugar, asesinado
por el miedo y la prisa de otros hombres.
Un hombre como yo; durante meses
en las entrañas de una madre oculto;
nacido, como yo,
entre esperanzas y entre lágrimas,
y —como yo— feliz de haber sufrido,
triste de haber gozado,
Hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.
No has muerto. Has vuelto a mí. Lo que en la tierra
donde una parte de tu ser reposa
sepultaron los hombres, no te encierra;
porque yo soy tu verdadera fosa.
Dentro de esta inquietud del alma ansiosa
que me diste al nacer, sigues en guerra
contra la insaciedad que nos acosa
y que, desde la cuna, nos destierra.
¿Cómo se rompió, de pronto,
el puente que nos unía
al deseo por un lado
y por el otro a la dicha?
¿Y cómo en la mitad del puente
que a pedazos se caía
tu alma rodó al torrente
y al cielo subió la mía?
Con las manos juntas,
en la tarde clara,
vámonos al bosque
de la sien de plata.
Bajo los pinares,
junto a la cañada,
hay un agua limpia
que hace limpia el alma.
Bajaremos juntos,
juntos a mirarla
y a mirarnos juntos
en sus ondas rápidas…
Bajo el cielo de oro
hay en la montaña
una encina negra
que hace negra el alma:
Subiremos juntos
a tocar sus ramas
y oler el perfume
de sus mieles ásperas…
Otoño nos cita
con un son de flautas:
vamos a buscarlo
por la tarde clara.
He tocado los límites del tiempo.
Y vuelvo del dolor como de un viaje
alrededor del mundo…
Pero siento
que no salí jamás, mientras viajaba,
de un pobre aduar perdido en el desierto.
Caminé largamente, ansiosamente,
en torno de mi sombra.
La primavera de la aldea
bajó esta tarde a la ciudad,
con su cara de niña fea
y su vestido de percal.
Traía nidos en las manos
y le temblaba el corazón
como en los últimos manzanos
el trino del primer gorrión.
La mañana está de fiesta
porque me has besado tú
y al contacto de tu boca
todo el cielo se hace azul.
El arroyo está cantando
porque me has mirado tú
y en el sol de tu mirada
toda el agua se hace azul.
Tener, al mediodía, abiertas las ventanas
del patio iluminado que mira al comedor.
Oler un olor tibio de sol y de manzanas.
Decir cosas sencillas: las que inspira el amor…
Beber un agua pura, y en el vaso profundo
ver coincidir los ángulos de la estancia cordial.
México está en mis canciones,
México dulce y cruel,
que acendra los corazones
en finas gotas de miel.
Lo tuve siempre presente
cuando hacía esta canción;
¡su cielo estaba en mi frente,
su tierra en mi corazón!
Como el bosque tiene
tanta flor oculta,
parece olorosa
la luz de la luna.
Como el cielo tiene
tanta estrella oculta,
parece mirarnos
la noche de luna.
Como el alma tiene
su música oculta,
¡parece que el alma
llora con la luna!…
Nunca me cansará mi oficio de hombre.
Hombre he sido y seré mientras exista.
Hombre no más: proyecto entre proyectos,
boca sedienta al cántaro adherida,
pies inseguros sobre el polvo ardiente,
espíritu y materia vulnerables
a todos los oprobios y las dichas…
Nunca me sentiré rey destronado
ni ángel abolido mientras viva,
sino aprendiz de hombre eternamente,
hombre con los que van por las colinas
hacia el jardín que siempre los repudia
hobre con los que buscan entre escombros
la verdad necesaria y prohibida,
hombre entre los que labran con sus manos
lo que jamás hereda un alma digna,
¡porque de todo cuanto el hombre ha hecho
la sola herencia digna de los hombres
es el derecho de inventar su vida!
Esta piedad profunda es tierra mía.
Aquí, si avanzo, lo que toco es patria:
presencia donde siento a cada instante
el acuerdo del cuerpo con el alma.
Esta voz es mi voz. Pero la escucho
en bocas diferentes. Y aunque nada
de cuanto dice pueda sorprenderme,
oírla me cautiva porque canta
en ella un corazón siempre distinto
que nos lo explica todo sin palabras.
No nos diremos nada. Cerraremos las puertas.
Deshojaremos rosas sobre el lecho vacío
y besaré, en el hueco de tus manos abiertas.
la dulzura del mundo, que se va, como un río…
¡Río en el amanecer!
¡Agua en tus ojos claros!
Caer —¡subir!— en lo azul
transparente, casi blanco.
Cielo en el río del alba
—mi amor en tus ojos vagos—
oh, naufragar —¡ascender!—
¡siempre más hondo! ¡Más alto!
Para Omar Martínez Verde
Atardecemos.
El arco de la luz se disuelve lento.
¿Qué son las alas y para qué sirven?
Por la piel escurre el ámbar,
la edad que llegará cuando dejemos al frío en simple sensación,
cuando los trópicos existan sólo para los hijos de nuestros hijos,
cuando el dinosaurio sea la escama de la tierra
y nosotros fósiles,
cuna de petróleo;
acaso cuna de nostalgia.
Las alas podrían ser una extraña manera
de nombrar los pétalos de algunas flores;
el esfuerzo de la oruga
que dejó en sí misma una vida de anhelos
y de piedra.
Tarde se descubre la primera arruga.
Tarde, demasiado tarde,
cuando demasiado es un don en lo fugaz.
Tarde es en la nuca
de quien se recuesta para morir profundo
sobre el pecho de su tumba.
Dicen que las alas son un instante,
una mueca gris,
tardía,
y son quizá el destino vegetal de la libélula,
los brazos de una nave antigua,
los remos de la barca perdida en el fallido cálculo
de su destino.
Reapareces
aquí
dentro de la palabra y tan afuera
en ti misma
liberada de estas MAYÚSCULAS REVERENCIAS
cierras una puerta
y yo abro otra
(Mi río se desborda en estas afirmaciones)
ANTES
Teníamos poca edad
pero suficiente para creernos en el margen del mundo
Aquellos días
empezó la mitad de la vida a circular por su debido cauce
provocando ahogos aquí y allá
remolinos
pérdidas
en donde los hombres habían forjado una esperanza
Di vueltas alrededor de tantas noches di vueltas
¿Qué decía Zita de mí?
No se llega al alba
sino por el sendero de la noche
Proverbio Náhuatl
My nerves are bad to-night. Yes, bad. Stay with me.
T.S. Eliot
No sé
Quizá nunca inicia la frase
y el dolor ya viene con nosotros
Herencia de soledad y temor
No sé
Digo no saber
aún cuando todo mi cuerpo
lo siente en cada gesto
y en cada célula de insomnio
Aún cuando la lluvia nocturna
es sólo el eco de las tempestades
que los niños guardan en su memoria
para recordarlas al borde de la muerte
Yo
Nazco en mí mismo
No hay llanto
No hay festejo de padre ebrio y madre solitaria
Hay algo más que un nacimiento
Es el rosario y la maldición
en la fiesta negra del velorio
Es la niña ciega
que empuña una vela apagada
como el soldado
empuña su arma contra el enemigo
Es la sangre en la mano cortada
Herida
por tocar el vientre de la pesadilla
Insisto
A leguas se nota en mi saliva
En mi purulenta cobardía
Yo
me digo
y
No duermo
Dormir con el tambor del corazón
es una marcha
hacia el profundo estar del otro lado
Hacia esa vigilia eterna
Nací el día
del año
del siglo
En el primer trago de leche que el infante recibe en su
estómago
Abrí los puños
No había nadie
Sólo un cristo
Un nopal
La palma de la resurrección en llamas
Y una moneda
Y no había nada
Estuve ahí
Esa fue mi cuna
Y hoy he vuelto para ser testigo de mí mismo
Me alimento de mi brazo izquierdo
Escribo con la mano derecha
Y me falta un corazón
para soportar éstos
mis nervios de cristal
Quiero unos oídos más sordos
para evitar el chillido de los cerdos por la mañana
Para entender lo que es la infancia
Estoy parado frente a mi lecho:
Cuarenta días sin dormir
Cuarenta segundos sin hablar
Cuarenta años tuvo mi padre
(No siento en mí la condición de lo que se desgasta)
En la punta de la lengua
un gramo de azúcar
me ayuda a recuperar la memoria
En la piel
Una aguja incrustada
(El pico de un colibrí)
Soy tu carne
tu igual
Piedra y Fuego
Soy una fuente a punto de iniciar su trayecto hacia la nube
la rueda que te hace feliz y amargo
Lluevo en sentido contrario
Mírame más cerca
Cómo respiro en tu nariz
Cómo imito al mono para enamorar
a la que será mi mujer
Siente mi pensamiento
Algodón de ideas
( confuso )
Como cuando Uno cruza el umbral de la ansiedad
y se acurruca en el rincón menos quejumbroso
Hubo una vez el fango en mi cuello
y fango también hubo en mi boca
Y esto que hoy digo no lo dije nunca
Algo se mece en las ramas de este gran árbol
Y todos decimos
con una sola voz
lo que dijimos de espaldas
Cuando la vergüenza nos cerró la garganta
y el perdón no fue sino la esperanza sucia del orgullo
Pues bien
Yo elevo mi Palabra
y te perdono Volcán
Te perdono Tigre
y te perdono Puente
Te perdono Dios
y te perdono Diablo
Hoy cosecho mi fruto
Mi huerto entero está en llamas
Porque me perdono me digo
Haz crecer tus límites
Ensancha tus continentes
Abre los brazos
Hombre
Y abrazo al espejo que me mira sorprendido
Abrazo a los amigos de tus amigos
a los traidores
Al hombre que cierra la llave de agua
mientras el sediento lo mira
Extiendo mis brazos y contemplo un mundo
Entero
Real
Arcaico como él mismo
Mis ojos no son las ventanas
son las puertas
Y para que todo y todos entren en mí
los abro de par en par
Y aquí
Entre ustedes
Yo me pronuncio vivo
La voz se hunde en la voz como la desnudez en la desnudez
***
Todo principio es blanco.
***
La poesía es destierro, al origen.
***
Sola se mueve el alma cuando acompañada.
La cúpula dorada,
los portones de hierro,
arcángeles,
legiones.
Este intento
de vivir
la historia condenada.
Van los hombres y las cosas
hacia la estancia primera.
La travesía es la voz.
Del monzón de arenas
emerge lo olvidado,
el polvo se levanta
en pequeños círculos.
Van a la entrada
del silencio.
A lo largo
la quietud,
la sagrada quietud
del sueño que los sueña.
I
Silencio blanco, sin pájaros,
y los árboles al soplo (nubes)
del ritmo del paisaje.
Entre lo que surge y lo que se va,
nieve deslíe la roca. Y el sonido del viento:
voces inciertas que lejanas
hielan
nuestras dubitativas acciones.
I
Sombra muerta
el corazón del mar
entre giros de viento
hundiéndose al primer asomo. Muerta
la sombra.
II
Vacías barcazas, como si llevaran muertos,
se deslíen
borrosas. Las recuerdo
en las (transparentes) manos
que (aún) se buscan.
Arder, yo vi a mi abuela arder.
Agosto. Chihuahua, 1956. Ella ardió,
su fuera y su dentro, ardió en la calle Mina 1004.
Vi a mi padre envolverla en una sábana, el colchón ardía;
las cortinas, la alfombra, su vestido
ennegrecieron.
El viento
desmoronaba el barro,
vértigo, dolor era ese viento
en su descenso:
el encuentro
con la primera voz:
la muerte.
El muro de raíz sedienta
rasga cielos
de aquella hora.
De nuevo brotarán
salmos
palabras destejiendo
sobre el espejo.
Una tierra devota, madre,
un vientre para la miel de lo perdido,
tierra de todos
en el insbrik, cobre esbelto donde la espuma
multiplicaba tu rostro.
Busco la duración y no aparece.
Veo desplegarse la oscuridad
labrada
desde un brillo solitario.
No más tu piel,
ni piedra de templo,
ni grano que germina.
Nunca mármol tallado,
ni lápida de héroe;
sólo mosca en el ojo del asno,
ojo del tiempo,
vida en el cielo trazada.
De las piedras profundas
un agua cristalina
refleja el oro y el bronce,
la cara del buey,
las puertas y los nardos
que tu partida
deshacía.
*
Quiero acariciar tus cabellos cansados,
agitar el légamo,
adentrarme en el germen
intocado de tu nostalgia
y ser casi muerta
en la agonía
desde siempre,
a la orilla del miedo,
de ti faltando
amor.
Cada nombre encierra una discordia
en la raíz, sed
que hunde y alza nuestros pensamientos
hacia lo blanco de los nardos.
A veces nos preguntamos si el paisaje
entrega su fronda para resguardar
o para hacernos avanzar hacia el color
de la inmersión.
Se rompe en tu regazo la nervadura del sueño,
la noche te cerca, se hunde,
te da, mujer, la tierra.
Hay una ausencia, un hilo gris,
se han borrado los azules,
las aves han partido y la lluvia
ha extraviado las ovejas.
Ciego pie de tiniebla, vacilante,
avanza en el desierto de mi pecho.
Seguramente es el infierno.
Aquí dentro, convulso,
desbordando metales por mis ojos abiertos,
levantando mareas de veneno,
girando mariposas de cal y de ceniza;
frías caricias lentas estrellando mis huesos.
Penumbra de órbitas azules
trajo mirada de barro, de madera, de humo.
Acá, desde la tierra –piel amada–
descubrí los espejos de opuestas diagonales
en la geometría dualidad del principio.
Verte fue comprenderlo todo;
los iniciales reinos del asombro,
la noche giratoria
danzar medusa y liquen
y caracol y grito,
el áspero latido de la roca
y el vértigo, el polvo… y el olvido.
A mi primera patria de infinito,
en el Norte de México.
Desiertos de Chihuahua.
I
ESTANCIA EN EL PRIMER INFINITO
Ardiente, nueva luz abre mis ojos.
Renace adulta la infantil mirada.
Crecen los ecos de tu poblada ausencia,
presente y encendida en la distancia.
(Danza mexicana en cinco tiempos)
TIEMPO PRIMERO
Apareces de golpe dentro de mí, dorada
por un oro manchado de musgo verdinegro.
Ola petrificada del agua de la vida
creciendo y apretando la sal del esqueleto.
En lo más entrañable de mi ser ejecutas
las invisibles líneas del rostro verdadero,
entregando al proyecto sin límite del polvo
las columnas del vuelo.