Un árbol luengo, deshojado y seco,
pero que enhiesto, sigue todavía;
una culebra en línea vertical;
un poste de telégrafo en la vía,
eso soy por mi bien o por mi mal.
Soy un hombre de chicle que los dioses
del Popol-Vuh jalaron de los pies
y la cabeza a un tiempo: y que, después
(entre risas y toses,
al mirarlo tan largo y tan delgado)
sin reparar su mísero destino,
dejaron a la vera del camino,
irreal y abandonado.