Antes que los astronautas,
los poetas llegaron a la luna.
Poemas de Ricardo Dávila Díaz Flores
Tu cuerpo dormido me lo dice todo,
como el mar de aquella tarde que no volví a ver.
Y yo te miro como si te mirara un muerto,
como si hoy fuera la noche. La única noche.
Yo no quiero que me descubra el sol aquí,
como siempre,
a la orilla de tu piel,
cansado, tembloroso, colgando de la última nota de tu voz,
cayendo de la última nota de tu voz.
Morena como tus ojos y tu cabellera.
Tus ojos como tu piel y como tus ojos.
Tus manos pequeñas y finas como tus manos.
Tu cuello se parece a tu cuello.
Tu cuello en el que quiero dejar, por siempre,
el collar de mi tiempo a destiempo, a tu tiempo;
a tu tiempo que vas trazando con tus piernas,
a tu ritmo, a tu tono.
Estábamos tan bien ahí…
el árbol, el agua y nosotros tres.
Comíamos juntos toda la semana,
nos reíamos repartiendo disparates en la mesa.
A ellas las vi desde niño…
jugábamos a brincar en las camas y a escuchar detrás de las paredes.
Eras como el agua:
No te detenías ante la piedra
y rodeabas jardines y vientos
para llegar a la rama o al canto.
Igual que las niñas
jugabas al filo de las ventanas,
peligrosa,
desnuda,
estrella que brinca descalza.
Tengo sueño pero nunca duermo.
Te miro.
Duermes a mi lado.
Ronroneas bajito y haces ruidos de ángel.
De pronto despiertas,
tus brazos se abren en un largo bostezo.
Mis manos pasan por tu cuello y tú preguntas.
No hablo, sigo leyendo tu cuello.
¿Cuantos insomnios me hacen falta para
derrumbar el muro de la duda?
¿Cuántas sombras? ¿Cuántas luchas?
Hoy tengo que saber -antes que despiertes-
si la mañana es la que alumbra,
o si eres tú la que alumbra la mañana.
Aurora,
¿qué sube por tu rostro hasta tus ojos?
¿Qué muerte blanda comienza a agitarse en ellos?
¿Por qué miras como un río?
No dejes que sus ondas tiemblen.
No dejes que las piedras lleguen hasta el agua.
No dejes que las luces de sal sequen tu rostro.
Tanto tiempo buscándola y ella estaba aquí,
en mis ojos cerrados,
en la noche sola;
aquí,
detrás de lo visible,
en la edad antigua de la niebla.
La amé ese día por toda la eternidad.
Yo llevaba un ramo de palabras cuando caminé hacia ella.
Tú eres la que llega siempre a lugares precisos en horas que no existen.
Y yo soy el que acude puntual a esos lugares vacíos.
Por eso nos encontramos, aurora,
bajo el umbral de aquella puerta que no estaba y que nosotros descubrimos.
«… Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y yo le digo adiós».
Pablo Neruda.
Sus labios eran como la espalda de la
muerte,
y su cuerpo
era fogata viva para mis manos de leña.
Ella nunca lo supo,
pero su espalda era mi luz,
y en sus piernas yo renunciaba a todo
cobardemente.
No busques atrás de mis hombros,
no hay nada, sólo yo,
el que te habla.
No busques,
soy el mismo que siempre ha sido,
el que soy.
El que te mira a los ojos es el verdadero yo.
No busques,
aquí estoy.
A la madrugada en punto, antes de que despiertes, escribiré cuatro libros de poesía.
Al quince a las sol, besaré tu boca, tu cuello y ejerceré mis versos en tu cuerpo.
De ahí hasta las mediodía, nos esconderemos del tiempo.
A las viento y tarde, bailaremos en el cielo, plantaremos un árbol, visitaremos al abuelo.
La calle está sola y yo voy solo
y aunque mis pies están cubiertos, sus pasos suenan solos, descalzos:
ecos de mis huellas, latidos de mi corazón que caen y se libran de mi cuerpo.
Mis pasos van,
y yo voy
montado en ellos,
dejándolos atrás, en el ayer,
en el ahora,
en este eterno caminar del tiempo sin tiempo: laberinto sin entrada.
Llegamos ahora a la palabra más sabia y ambigua, el nombre inglés de la pesadilla: the nightmare… que significa para nosotros la yegua de la noche
JORGE LUIS BORGES
El reloj cree que son las cuatro de la mañana.
Lo escuchó sin mirarle.
«Yo quiero llorar a veces furiosamente
por no sé qué, por algo,
porque no es posible poseerte, poseer nada,
dejar de estar solo.»
Jaime Sabines.
El amor es perdernos;
estar solos,
solos sin nosotros mismos;
es robarnos al otro
y protegernos la espalda para que no nos
hagan lo mismo.
Hay algo en ti que se parece al silencio,
a pesar de tantas cosas que me dices.
Hay algo en ti, y no es belleza.
Hay algo.
Me gusta estar solo para estar contigo.
Logras que escuche la luz, mire al sonido.
Nacimos entre polvo y cenizas.
Aprendimos a llorar el mismo día.
No sé tu nombre, nunca te he visto;
sin embargo me miras,
me miras desde el fondo de mi corazón en
que guardas tus semillas.
Sabes mi nombre,
desde los balcones de mi alma lo gritas.
Caen las hojas, caen las piedras…
salgo a caminar para perderte
quiero que te vayas
pero vas conmigo,
cambias de acera cuando yo lo hago
me alcanzas, no te veo
me rebasas;
te persigo
caen las hojas, caen las piedras,
caminas para que me pierda
pero voy contigo
cambio de acera cuando tú lo haces
te alcanzo, te rebaso
sigo caminando para que te pierdas.