A la búsqueda incesante
Cresta de la ola.
Caes con vértigo feroz
en playas anónimas
de atardeceres calmos.
Mueres mar en la orilla,
y a tu antojo
te desperezas,
te desatas fuerte,
te contraes,
te esfumas.
A la búsqueda incesante
Cresta de la ola.
Caes con vértigo feroz
en playas anónimas
de atardeceres calmos.
Mueres mar en la orilla,
y a tu antojo
te desperezas,
te desatas fuerte,
te contraes,
te esfumas.
A veces,
cuando las luces se apagan
y se termina la música,
y se me obliga a quedarme sola
con mi enfermedad y mi mundo suspendido.
A veces,
tú entras silenciosamente
y dándome un beso
realizas el milagro
y me haces dormir en paz.
Desenfrenados, airosos,
surgen en el alma los deseos
que el cuerpo por las noches calma.
Claman piedad.
Gritan «ya basta».
Un «nomeolvides»,
un «parasiempre»
surgen del alma de los amantes.
Desenfrenados, airosos,
saltan desde su piel los anhelos
que el alma por la mañana
calma.
Espinosos retumban los ecos del pasado.
Reiteran a sabiendas mi dolor.
Nutro fertilidades
para no agonizar masticando ahogos de tristeza,
y tomo mi escafandra:
este presente de vuelos y cánticos
de finos y coloridos pájaros.
Leves se disuelven las nostalgias pétreas,
quedándome sempiternos azules y oros.
Cómo te llamas…cómo…
Acaso vida, muerte,
amor, indiferencia,
posible odio letal,
quizás fin,
mundo entregado,
desilusión,
rompedero de estrellas,
mares confundidos,
resquebrajados cielos negros
todo bombardeado, todo…
Si hay un mañana,
si existe,
te llamarás futuro…
Si existe…
te llamarás
de nuevo Tierra…
Si hay resurrección,
acaso…
si la hubiera,
te llamarías
mundo conjugado
en nueva sangre,
en desaparecidas violencias,
enterradas las armas,
y hasta siempre,
fósiles los fusiles.
I
Sal en los cuerpos húmedos
que se entrelazan, se funden…
Fuego en los ojos y los labios.
Él susurra y vibra.
Ella vibra y susurra.
Cada vez más próximos a la entrega
repasan -gozosos-
sus puntos cardinales.
Lluvia que
lava mis pasos
dejando este camino
sin huellas:
moja mi rostro cansado
asombra los ojos compañeros
desnuda mi alma.
Lluvia que
vienes hasta mi casi como madre:
abrázame con fuerza
bésame la frente
dime que no es esto
el adiós que duele
reventando interiores
haciendo trizas
espacios reposados
músicas gratas
amores amaneciendo soles
y recostando lunas llenas.
La luz de la mañana no me hace bien.
Prefiero las penumbras de la noche y su silencio.
En ellas me encuentro alborotando sueños,
interiorizándome en los espíritus que me son ahora,
que me fueron antes.
Supremos espíritus que quedaron
y existen en mí para siempre.
para Eduardo, mi marido
sabes varón
rondarme
savia y piel
remozarme
con tus manos
viajando interiores
recorremos cimas
recuperamos pasados
ocasos de invierno
contigo
reencarnan
antiguas primaveras
Gotas de vida resbalan tibias.
mientras mis manos las van secando.
Surgen de mi garganta,
y, en encrespadas escaleras,
ascienden hasta mis ojos.
El presente, precioso,
de claros de luna y mar,
de soles perfectos,
luce su manto de oro
por nosotros bordado
desde que nos encontramos.
Disfrutan del juego.
Entrelazan sus piernas.
Se abrazan.
Olvidan el mundo.
En ellos
no existe más
que un nosotros.
Se huelen – Se besan
El ríe.
Ella goza de su risa.
Se aman
incansablemente.
Debo explicarte mi proyecto.
Decirte que quiero
perfeccionar tus planos
junto con los míos.
Cruzarnos con la escuadra,
encontrarnos en tu recta.
Ser para ti
semicírculo y compás.
Trazar con nuestros cuerpos
una hipérbola
gradual y delineada.
Como flor de pasión enardecida,
la enclaustraron en almas
de otoños postergados.
Como amor pertinaz,
fue amordazada tantas veces,
que cayó su vida en la rutina.
Expatriada en la arena,
allá en el río,
está ya de amores
agobiada, exhausta.
(para Juan José Mestre)
Se deslizan cada día
ante mis ojos,
sus voces.
Caen cual cascadas:
tristes, fuertes, tiernas.
Siempre hermosas.
Ellas cantan sublimes
algunas melodías
de lejanos amores,
e inmediatas nostalgias.
Un portarretratos vacío…
Una cama
repleta de inasistencias…
Recuerdos sin nombre.
Cruza la habitación…
se prende a la ventana:
las calles y gentes de oficinas,
los perros de los vecinos,
las veredas y parejas abrazadas.
Aquel beso…
recuerda.
Solos tú y yo.
El asfalto destila silenciosos negros.
Presiento tu proximidad.
Suena un bolero que incita al abrazo.
Te acercas más.
Tus brazos, hechos para el amor,
toman mi cintura,
me aprietan contra tu cuerpo.
Buscas mi cuello con tus labios.
Esencial como el aire
estás ahí siempre,
notable espectador,
Compartes mis lugares.
Te tengo. Eres perpetuo.
Si tiendo la mano
te encuentro mío,
solícito, amigo, compañero.
A tu lado me levanto cada día
y no me pides nada.
Sentir de niña el alma
es poder apretar fuerte
el ahora entre los brazos,
hasta que no se vaya.
Es saber dejar atrás
dolores y memoria.
Mirar al frente,
erguirse entre fantasmas.
Darle paso al amor,
sentir la vida
honda y visceral.