¿Son estremecimientos, náuseas,
efusiones,
más bien esas ganas
que a veces tiene el hombre de gritar?
No lo sé. Vuelvo a escena.
Camino hacia los reflectores
como ayer,
más veloz que una ardilla,
con mi baba de niño
y una banda tricolor en el pecho,
protestón e irascible
entre los colegiales.
Poemas de Heberto Padilla
I
No te fue ddo el tiempo del amor
ni el tiempo de la calma. No pudiste leer
el claro libro de que te hablaron tus abuelos.
Un viento de furia te meció desde niño,
un aire de primavera destrozada.
¡Mira la vida al aire libre!
Los hombres remontan los caminos
recuperados
y canta el que sangraba.
Tú, soñador de dura pupila,
rompe ya esa guarida de astucias
y terrores.
Por el amor de tu pueblo, ¡despierta!
He comprado estas fresas para ti.
Pensé traerte flores,
pero vi a una muchacha que mordía
fresas en plena calle,
y el jugo espeso y dulce
corría por sus labios de tal modo
que sentí que su ardor y avidez
eran como los tuyos,
imagen misma del amor.
A aquel hombre le pidieron su tiempo
para que lo juntara al tiempo de la Historia.
Le pidieron las manos,
porque para una época difícil
nada hay mejor que un par de buenas manos.
Le pidieron los ojos
que alguna vez tuvieron lágrimas
para que no contemplara el lado claro
(especialmente el lado claro de la vida)
porque para el horror basta un ojo de asombro.
Madre, todo ha cambiado.
Hasta el otoño es un soplo ruinoso
que abate el bosquecillo.
Ya nada nos protege contra el agua
y la noche.
Todo ha cambiado ya.
La quemadura del aire entra
en mis ojos y en los tuyos,
y aquel niño que oías
correr desde la oscura sala,
ya no ríe.
A Yannis Ritzos, en una cárcel de Grecia.
¡Al poeta despídanlo!
Ése no tiene aquí nada que hacer.
No entra en el juego.
No se entusiasma.
No pone en claro su mensaje.
No repara siquiera los milagros.
Se pasa el día entero cavilando.
Aquí los barcos entran lentos,
cuidando no escorar; son contemplados
por el ávido puerto.
La niebla inunda el apacible canal.
Y otros barcos de Holanda, de Suecia,
de Noruega, también entraron
lentos al puerto de Hamburgo
hace cuarenta días.
Me contaba mi madre
que aquel pueblo corría como un niño
hasta perderse;
que era como un incienso
aquel aire de huir
y estremecer los huesos hasta el llanto;
que ella lo fue dejando,
perdido entre los trenes y los álamos,
clavado siempre
entre la luz y el viento.
Buscador de muy agudos ojos
hundes tus nasas en la noche. Vasta es la noche,
pero el viento y la lámpara,
las luces de la orilla,
las olas que te levantan con un golpe de vidrio
te abrevian, te resumen
sobre la piedra en que estás suspenso,
donde escuchas, discurres,
das fe de amor, en lo suspenso.
Pueden fotografiarlas
junto a un rosal
en un jardín etrusco
frente a la columnata del Partenón
con sombreros enormes
entre cactus en México
llevando los colores de moda
el pelo corto o largo
y boinas de través como conspiradores:
no cambiarán
no dejarán de ser las mismas
la barbilla en acecho
el rostro de óvalo
y los ojos cargados de un persistente desamparo
¿pero qué pensamientos
se agitan debajo de las melenas crespas
o lacias
de estas muchachas que ilustran
las revistas de moda?