Límite impreso larva del símbolo ilimitado
En ti el sonido del alma queda blindado
Trinchera en el papel de la emoción escrita
Recluta en tus hilos de tinta esta breve cita
Antes que la olvide y antes que sea olvidado
Poemas de Héctor Rosales
me quedé recostado en
el sur
con el ceño arqueando
distancias y precipicios
abracadabra
repetí
por decenas
en los cristales empañados
la lengua de la burla
escribía desafío
y un duende
metía la magia
bajo los colchones
los pasteles del infierno
estaban fríos
y no sé quién preguntaba
por un plomero
abracadabra
repetí
y me quedé recostado
en los cristales
arqueando con el ceño
la lengua
de un duende
hasta
estrangularlo
en el su
Aturdidos por tantos barrotes, tantos
suplicios en áridos climas, viajamos
sobre las letras fusiladas
de los cuestionarios. En los ojos
se han entreverado frágiles cortometrajes
donde somos una esquina lluviosa,
un almacén sin puertas
ante el alba, quebrados bastones
en las plazas del invierno.
Y te doy el hechizo de las eras
en las doradas fechas de placidez fecunda.
Y también el sello donde un ciervo
salta entre dos cartas
enviadas a regiones contrarias, equívocas.
Los documentos están aquí;
puedes incluir cualquier crepúsculo
en estas fotos rancias y en la firma
que tiembla al son
de algún astro descarriado.
En el mostrador anudó su actualidad,
y el mar del tenebroso recipiente
lo llevó, remo a vaso,
vaso a remo, hasta la isla
de marca similar.
Las aves traían restos de navios,
leves escudos de rutas diluidas.
Para el infierno sobraban pasaportes,
sobraban días, cuando aquel mi temor
joven contemplaba la advertencia
de la isla.
La llovizna partió.
En el cuarto, viejo
baúl de la noche, nicho,
mi vida se amontonaba.
(Allí, recuerdos
de sol nunca
llegaron).
Nadé hasta la última sombra
donde el nombre no soporta
su ventura: esperar
lo imposible
despacio.
Debe ser el trigo. La parálisis
de los caballos en la pradera
inaccesible. Suena, resuena
una voz fusilada en la carrera.
(Nos llaman). No sé quién
está escribiendo:
‘cuidado con el arroyo,
puede matar cual espejo.’
Debe ser el trigo.
Del ciprés enhiesto en la llanura
los días afilan las sombras.
La soledad, agachada, lo ve.
Y huye sin querer que se lo nombren.
vinculado al espionaje bajo letras
motivos del ser y el no ser descerraja
con lápiz carcomido a madrugadas
le pone lentes al espejo le pregunta
rostros
recurre al vértice oculto de la esfera
y se sienta en el giro y escribe
conmueve la pupila del cráter
le temen a los colmillos de sus
provocaciones
aunque conviva entre peros
él seguirá ejercitando alquimias
colonizando folios incautando
murmullos a las piedras
eraesiserá símil de sombralerta
palabracaidista
Destacaba el fulgor
desafiante del río
en la noche clara
Llevaba en su lomo luces
camino a la escuela
del alba
Qué lacio trayecto de cristal
desarraigando las sombras
de la quebrada
Llevaba en su lomo luces
camino a la escuela
del alba
Mañana de luminosa ceremonia:
el sol diplomó alumnos
con los colores de tu mirada
Puede ser la humilde vibración de las hojas del parral de un patio al sur, las hojas de un otoño que también amarillea la negada sonrisa de un cantor colgado de su sombra. Puede ser el humo de los viejos barcos escribiendo adioses en los cielos de plomo, en los muelles eternos, en aquellos labios redentores.
El paraguas en el piso,
desmayado en su estatura negra,
me había dicho: lo siento.
Advierte el cristal
un ave que con ademanes blancos
vuela persignando el cielo.
Por demolidas parcelas del alma
llueven plumas tiznadas de quejas.
«¿Y qué verdad es posible si existe la muerte?»
André Bretón
ese señor el de allí diseña lápidas
también esculpe mármoles hasta darles
durables ornamentos donde otros seres colocarán
memorias trituradas y ramos y rocíos
qué piedras venerables promulgan sus manos
cómo admiran su quehacer de arte intercalado
y sin embargo entre nosotros por las calles
ese señor disimula su cometido no habla ni
exhibe atenciones o entusiasmos
nadie diría que vive
su pecho es un sauce de aves mutilado
en su boca se inmolan los jugos de la complacencia
ese señor equivalente a un dietario del suplicio
ha grabado su nombre en una losa precavida
y soterrada
ese hombre de allí
es el sastre de la verdad
y no quiere admitirlo
este balbuceo de las hojas
puede ser excusa de lo que hay
tras la nuca del monte y no se deja mirar
puede ser boceto del epitafio
de algo que no se podrá evitar
este balbuceo de las hojas
Esa larga bufanda de arena
que calienta mi andar, estirada
junto a los líquidos umbrales,
tiene alas.
Ellas se llevan los pesares
somnolientos que verano ha reunido
en su casa. Anónima
entonces el alma, libre,
más liviana.
Ocurrimos cuando vencía el dilema,
el acoso del desorden, las malas noticias.
Nos bautizaron
con un signo de interrogación
en la frente baldía.
En algunos casos
amor encendió los signos
por unos u otros extremos
y el humo que se formó en el espiral
ahuyentó por un tiempo
a los insectos.
Sonríe la doncella del palacio de mosaicos
de nácar. La belleza asomada al infinito.
A la espalda, mal dormida, porta mi deseo
una daga que no acepta orden ni espejo, que
amenázame también, como si yo fuese
otro, un muelle ciego donde atracar su sino.
La demora, enhiesta en su altivez torturante,
cuidadosa perfora,
una a una,
las hojas del instante.
Es como si niños con un control remoto
estuviesen jugándome al desgaste.
Arrollarse en el frío ademán del aire;
comprimirse en la esencia de la angustia
y ver desde muy lejos
mustia
la ilusión nacida de feliz pasado.
hacia dentro de ti, hacia dentro de ti
canto la grieta del mástil de los huesos
Paul Celan
Parte la punta el lápiz en el pulcro papel.
La llanura blanca, de oscuro relámpago
atravesada, calla doblemente. A tientas
la montaña oyente se mueve hacia el huerto.
en la segunda puerta de casa
de brazos cruzados y de pie esperando
la muerte
le telefoneo y aviso
que llegaré tarde
que no se preocupe que duerma
me contesta:
no me moveré de aquí
mi pausa
temblorosa y prolongada
no sabe qué
dec(…)i
Hubo un antiguo liceo, unos cuadernos
que forraste con las frases que más
te protegían. Y hubo invierno
en aceras encogidas hacia única puerta
de colores reglamentarios. Los ómnibus
les hacían transfusiones
a las aulas, las asignaturas
se barajaban con urgencias cotidianas.
y atenazado a los rituales
cuando el pregón de la existencia
se instala en la cúpula
del proceder repetido sin análisis
volveré a decir
buenos días
cómo está Ud.
y me responderán
más o menos lo mismo
de las opciones exteriores
que rondarán mi navío epidérmico
recibiré malos humores
cuentas que pagar
chistes baratos
poquísimas novedades
labios-muelle
un par de cartas atrasadas
y convaleciendo de
otras estocadas
pasaré la jornada
alguien cerrará su comercio
otro esperará un autobús contando
las monedas que lo separan de casa
un anciano pisará esa calle de
cuarenta y cinco años atrás
la gata del vecino dará a luz
cuatro límites que dormirán en el
fondo del agua por la mañana
un automóvil viajará
hacia el no regreso
y volveré a decir
buenas noches
y me responderán
más o menos
lo mismo
a Álvaro Miranda
los ciclistas en marte adquieren grandes
velocidades sus robustas anatomías gozan
perenne juventud persistentes carreteras
de estos marcianos deportistas cuentan que
algunos constantemente corren fuga inusitada
según superstición por influencia contraída
al entrenarse en noches de tierra llena
a Manolo Belzunce
En este espacio quedó el dolor citado,
en esta misma arruga
cultivó la muerte su itinerario.
Aquel cuadro pertenece al Suicidio,
el famoso pintor
que vivió en tantos estados.
Si miran a la derecha
encontrarán la cocina del pánico:
un ojo donde arden almanaques
encendidos por un fuego incontrolado.
Ciego, escucho al mar extendido
en tu ausencia. Las voces de la noche
se suman a la negra vocación del agua.
(Creo que están raspando a los astros
mayores con el eco punzante
de tu nombre). Dicen
que un trapecista sin piernas
apenas se mantiene en una cuerda
de andrajos.
‘Se prohíbe pegar carteles
en la tarde.’ (Proclama el cartel,
pegado a un poste también imperativo).
En los portales yo escribo lunas nuevas
y viejas. Prominentes paredes, oscuras
siempre, cubren a los postes
con la dificultad de hallar
mis letras; despegadas
letras del atardecer, que conspiran
en la noche, contra la muerte,
en el cartel humano congregadas.
Al costado de la estación,
alborotados, los grillos expresan
cánticos ancestrales, legados
de la hierba.
Los viajeros llegarán y se irán
explorando madrugadas polvorientas,
donde una compañía les seguirá
sin que la vean.
(El sonido verde de la espera).
a Nelson Marra
terminará el frenesí de neón los lagartos incendiados
la exigencia y el mudo programa de radio
terminará la coreografía del chubasco el libro sin letras
la escalera el diálogo violeta entre rayuelas
y quedará algo que decir
y habrá una desazón
soldada muy adentro
un inútil medicamento
sólo en farmacias
A Julio Ricci
un caracol ya basta
para contagiar de lentitud el tallo
por el que viaja
y además
expandir su influencia paulatina
en ramas hojas corolas
la planta toda
hay situaciones en que
por rostro de extraño viandante
hallamos un rictus forzado atajando
el malestar que pugnaba declararse
y el aire
que conoce los disfraces sumamente
absorbe esa reacción de excusada delincuencia
y la trasmite a las golosinas
los postes los monumentos las azoteas
la tarde entera
qué fácil entonces
la tristeza
un caracol ya basta