Sectas

Hay quienes temen perder la eternidad
en un momento.
otros pierden todos los días el momento
al resguardo de la eternidad.

Dos sectas.
Dos abismos paralelos.

Pero qué se puede salvar de los salvos
sino el excremento.

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Ser y estar

El ventilador no deja de girar contra una misma idea.
A estas horas de la tarde puedo estar triste
y ser feliz
Ser y estar. Esto es imposible en otras lenguas.
La casa es irreal, no son sus paredes, sino sus ruidos
donde se construye el refugio del hombre sedentario.

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Cuestiones

A orillas del mar desierto,
Junto al piélago intranquilo,
Un joven lleno de dudas
Se detiene pensativo,
Y así a las ondas inquietas
Dice con aire sombrío:
-«Explicadme de la vida
El arcano no sabido,
Enigma que tantas frentes
Ardieron por descubrirlo;
Cabezas engalanadas
Con adornos pontificios,
Frentes con mitras hieráticas,
Con turbantes damasquinos,
Con birretes doctorales,
Con pelucas, con postizos
Cabellos, y tantas otras
Cabezas que el escondido
Enigma saber quisieron,
Decidme, yo os lo suplico:
¿Qué es el hombre?

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El emperador de la China

Mi padre fue un zoquete, templado y receloso;
Mas yo el champagne apuro, y sé un monarca ser.
¡Oh mágica bebida! yo descubrí gozoso,
Que cuando alegre libo el néctar espumoso,
La China se embriaga de gloria y de placer.
Cual tulipán precioso de púrpura manchado,
Mi imperio, flor de Oriente, se extiende aquí y allá.

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El tambor mayor

¡Qué cambio! miradle, es el cansado,
Viejo tambor mayor:
Allá cuando el imperio florecía,
Rozagante y feliz se contempló.
Erguido, y en los labios la sonrisa,
Orgulloso movía su bastón;
Los galones de plata de su traje
Brillaban deslumbrantes ante el sol.

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¡Estad tranquilos!

De Bruto con el sueño dormimos confiados;
Mas despertó, y a César hirió con su puñal;
Que los romanos eran malsines desalmados,
Insignes tiranófagos sin ley y sin piedad.
No vive entre nosotros romano peligroso;
Fumamos buen tabaco; tocó a cada nación
Una grandeza; Suavia, es el país dichoso
Que la mejor morcilla a fabricar llegó.

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Insomnio

Cuando de noche pienso en Alemania,
No desciende a mis párpados el sueño;
Mis ojos no se cierran, mas los mojan
Mis lágrimas de fuego.
El tiempo va pasando; ya doce años
Desde que vi a mi madre trascurrieron;
Con la ausencia se acrecen cada día
Mi pena y mis deseos.

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Intermezzo lírico

Érase un caballero macilento,
Trémulo, triste, silencioso y lento,
Que vagaba al acaso,
con inseguro paso,
Siempre en hondos ensueños sumergido,
Tan desairado y zurdo y distraído,
Que susurraban flores y doncellas
Al pasar, vacilante, junto a ellas.

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La barca

¡Carcajadas y canciones!
Los rayos del claro sol
Sobre las aguas derraman
Su sonriente fulgor:
Alegre barca las ondas
Mecen con su oscilación;
Con mis amigos mejores
Sentado en ella voy yo.
Choca la barca, deshecha
En mil trozos por el mar.

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La diana

Bate sin miedo el tambor,
Y abraza a la cantinera:
He aquí la ciencia entera;
Esta, del libro mejor,
Es la acepción verdadera.
Que de tu tambor el ruido
Despierte al mundo dormido:
Toca con ardor diana.
¡Adelante, siempre erguido!

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Epílogo

Enterrar quiero mis cantos,
Quiero enterrar mis quimeras;
Féretro insondable quiero,
Fosa necesito inmensa.
Ha de guardar muchas cosas
El ataúd bajo tierra;
Quiero que tenga más fondo
Que el tonel de Heidelberga.
Buscadme féretro duro,
De planchas fuertes y espesas,
Aun más largo que el gran puente
Que hay sobre el Rhin en Magencia.

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Los dioses griegos

Bajo la luz serena de la luna
Como el oro en fusión el mar rïela,
Resplandor que el fulgor del claro día
Con la molicie de la noche mezcla,
La vasta playa misterioso alumbra,
Y en el azul del cielo sin estrellas
Vagan las blancas nubes como estatuas
De dioses colosales y siniestras,
Talladas por la mano del acaso
En las entrañas de brillante piedra.

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Los tejedores de Silesta

Silenciosos, sin fe, no brilla el llanto
De aquellos hombres en los ojos secos.
Crujen sus dientes, fúnebres canciones
Ante el telar sentados van diciendo:
«Vieja Alemania, tu sudario helado
Ya tejen en la sombra nuestros dedos,
Y en el tejido vil, los labios mezclan
De maldición y cólera los ecos.

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Nueva primavera

En su amor la mariposa
Vuela de la fresca rosa
Sobre el cáliz perfumado;
Un rayo del sol ardiente
La baña amorosamente
Con su resplandor dorado.
Pero ¿a quién ama la rosa?
¿Quién el amor de la hermosa,
Quisiera saber, merece?

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Ala del sur

La gran selva dormida:
gritos bramar de monos
crujir de ramas leves
y un silencio magnífico después

Desde la fronda
un billón de ojos miran el estrellado cielo:
su reflejo

El ancho río fluye como una vena dulce en la espesura

La densa noche tropical
y su vaho amoroso
bajo la blanca Luna.

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Ala que no vuela

Para Gertrude Duby

I

Aquí
la selva

Larga la soledad con que nos nutre
Hora de lentos pies donde el puñal se hunde
Raíz de luna helada sus venenos más fuertes

Aquí el árbol anclado en el asombro:
lagunas congregadas al silbo de serpientes

El saraguato rasca su viejo cuerpo
El quetzal pierde la hoja más larga de su cola
La piel come los huesos al jaguar
Muerden balas y fuego su elegante silencio
Su hermosura

¿Se escucha el canto que hinca sus uñas sobre las ramas secas?

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Cartas desde Bonampak

Para Balam, mi hijo

I

Llueve.
Llueve desde hace días.

Hoy desperté con una sensación de tibia soledad.

Desde mi hamaca escucho el chasquido parejo de la lluvia.

Días atrás los chicleros mataron un gran tigre:
me dolió, pero me gustaría llevarme la piel para que
en ella duermas.

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Casa de los monos

Para qué hablar
del guayacán que guarda la fatiga
o del tambor de cedro donde el hachero toca

A qué nombrar la espuma
en la boca del río Lacanjá
Espejo de las hojas Cuna de los lagartos
Fuente de macabiles con ojos asombrados

Quizá si transformara en orquídea esta lengua
La voz en canto de perdiz
El aliento en resoplar de puma

Mi mano habría de ser una negra tarántula escribiendo
Mil monos en manada sería mi pecho alegre
Un ojo de jaguar daría de pronto certero con la imagen

Pero no pasa nada Sólo el verde silencio

Para qué hablar entonces

Que se caiga este amor de la ceiba más alta
Que vuele y llore y se arrepienta
Que se ahogue este asombro hasta volverse tierra
Aroma de los jobos
Perro de agua
Hojarasca

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Cielo y tierra

Y las aguas de Arriba amaron a las de Abajo
y eran las aguas de Abajo femeninas
y las de Arriba masculinas…

¿Has oído, amada?

Tú eres la Tierra y yo soy el Cielo
Tú eres el lecho de los ríos y el asiento del mar
y el continente de las aguas dulces
y el origen de las plantas
y de los tiernos o duros o feroces animales
de pluma o pelo o sin pluma ni pelo

Yo soy la lluvia que te fertiliza

En ti se cuecen las flores y los frutos
y en mi el poder de fecundar

¿Has oído, amada?

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Donde habla la ceniza

Don Juán Ballinas (1842-1905),
primer explorador de la selva lacandona,
in memoriam.

I

Con regusto de ciervo entre las fauces
el puma tiene sed
Su pupila apuñala el corazón del aire

Todo futuro es verde

Entrar ahí
Dejar en las espinas la piel y la memoria
Ser sobre el humus sol
que se arrastra y trastorna su espina dorsal
como los gatos

Entrar
hasta que no se note si es sangre o clorofila
lo que nos quema dentro

Andar Andar Andar
Aprender el oficio de los ríos
Erosionar el tiempo hasta volverse un puro centelleo

Así era papá Juan

La mirada del puma atraviesa el presente

Todo futuro es sepia.

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