Bien sabes tú

Bien sabes tú que hay alguien que se encarga
de empozar ríos y amargar los mares,
alguien que punza y mezcla en los cantares
el brillo horrible, el ¡ay! de una descarga.

Así nos van las cosas… A la larga
el amor se retira a los lugares
donde el tiempo a la nada erige altares
y la vida a la tuera más amarga.

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Compañera

(Tan conocida y tan extraña)

Amanecí una vez cerca del río;
venia un ciervo tuyo
con la bella cabeza hecha un desorden,
miré y colmabas
los recipientes del sol.
Espadas del otoño
y el sereno limón de tu ventana,
retaron mi corazón fiado en su ternura.

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El encuentro

A cántaros se han hecho los mares para un niño;
con los besos no dados, el amor verdadero.
Hoy sé que por ti he sido capaz, Marisa Sabia,
de levantar a pulso, espuerta a espuerta,
un cerro o una torre,
un chorro de silencio incontenible
hasta subir al infinito y verte.

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El pan

A Salvador Jiménez

(Puesto sobre la mesa el pan premia y bendice.)

Poned el pan sobre la mesa,
contened el aliento y quedaos mirándolo.
Para tocar el pan hay que apurar
nuestro poco de amor y de esperanza.

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La despedida

Adiós, hijo, ya no nos volveremos a ver.
(De una carta de mi padre)

Como el olvido es malo, nunca olvido;
han pasado estos años… Ahora veo
que es necesario hablar de despedirnos,
de un documento extraño que se firma
para dejar de ver a los que amamos.

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La Mancha al sol

La Mancha: surco en cruz, ámbito, ejido,
parador del verano, en cuya anchura
un ave humana vuela a media altura,
ya tantos años viento azul perdido.

Hacia el otoño, surco en el olvido,
uva yacente, el campo en su largura
recuenta soles, siglos, y madura
el paisaje en el tiempo repartido.

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Tú y yo en el pueblo

Es todo bien sencillo. Nuestro pueblo
con sus tejados, sus barbechos surtos
en la orilla del campo, el sol colgante,
la torre de la iglesia, nuestras casas,
ya estaban desde siempre por lo visto.
Todos estaban antes, ¡qué sencillo!
Nuestros padres, los suyos, los parientes,
aquí estaban; las viñas daban fruto
al cobijo del llano, hacia septiembre;
explotaban de rojas las sandías
y los membrillos lo aromaban todo
mientras el vino nuevo ardía en las cuevas,
en las tinajas roncas y en los cántaros,
y no habíamos nacido, compañera.

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Último poema de amor

Ayer fue amor. (Ayer, amor, ¿qué ha sido
de la emoción aquella?). A la mañana
amaneció en mi frente un sol venido
desde muy lejos, desde tu ventana.
Hoy te hablo, amiga, en nombre de estas manos
y estos ojos perdidos de hombre ausente
que en ti soñó sus sueños más cercanos
y comprendió la vida de repente.

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RESPUESTA

No sé si huya de vos
O busque quien me defienda;
Porqu’en tan estrecha senda
No ternéis en mucho a dos
Si corréis suelta la rienda.

Y aunqu’el mote no fué nuevo,
Nueva querella me llama
De vengarme con renuevo,
Si en mí prueba vuestra dama
Cuán justamente os desama.

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A UNA DAMA

¡Qué buen caballero era,
Perdónele Dios, amén,
Dexando tal heredera!
Si antes de escribir muriera,
¡Oh, cómo muriera bien!
Su pensamiento fué vano,
Aunque sano
Si le terciara el estilo.
Válgale por codicilo,
Pues lo escribió de su mano.

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A UN AMIGO

No os burléis de la invención
D’este mi nuevo presente;
Que se hace por razón
Que este caballo bridón
Espuelas no las consiente.

Por su nombre lo veréis
Que derriba de loçano;
Mirad cómo arremetéis,
Porque a lo menos quedéis
Con las riendas en la mano.

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La desmemoria

Hace siglos vine de la infancia

encontré dragones

y vasijas llenas de rostros ausentes

En las ascuas de mi memoria

las montañas rugen

El viento golpea

Nada nos recuerda

Sonámbulos caminamos

y el dolor no nos duele

Todos siguen la voz

de mi abuelo

mientras bailan

un tango de polvo

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La noche

La noche ladra a los perros

que cruzan la calle

Bajo un almendro

una sirena se detiene

a cantar sus exilios

Es tarde

y nada puede impedir

que los espejos se quiebren

cada vez

que un niño sueña

Mi mano se inunda

de verbos mudos

soles marchitos

e historias en ceniza

A nadie le importan mis heridas

mis padres cayeron

y en sus huesos

descansan mis espejismos

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