Hijo, ¿crees que un ángel insurgente
se cayó del infierno en las parrillas?
¿Crees que Adán parió por las costillas
y que Eva dialogó con la serpiente?
¿Crees que pecas porque aquella gente
una manzana se comió a hurtadillas?
Hijo, ¿crees que un ángel insurgente
se cayó del infierno en las parrillas?
¿Crees que Adán parió por las costillas
y que Eva dialogó con la serpiente?
¿Crees que pecas porque aquella gente
una manzana se comió a hurtadillas?
En un rincón oscuro del infierno
el amigo Luzbel está en cuclillas,
la siniestra descansa sobre un cuerno
y en la diestra se apoyan sus mejillas.
Muy grave debe ser lo que sin bilis
medita hoy la majestad candente;
pero… ¡Silencio!… ¡Dio con el busilis!
Si de la aurora diamantina
se dibujan los célicos albores
los pájaros del viento moradores
al éter mandan su canción divina.
Y si el sol orgulloso se reclina
sobre un lecho radiante de colores,
llenas de amor las carminadas flores
entreabren su corola purpurina.
I
Arrastro una vida
de luto y dolor;
a todos les choco,
me choco hasta yo;
y todos los hombres
me excluyen,
en medio de todos
maldita excepción.
Encina tronchada
del viento al furor,
mi copa gigante
la tierra besó.
Huele a lombriz la tierra.
Gusanos se disputan el tallo del rosal.
Las manos que me llevan separarán las flores
con papeles mojados.
Regarán la costumbre con los ojos ausentes
y una lata de Silvo conservará los bronces
atendidos.
El ave sobre el borde de la fuente
baja el pico y me mira
recoge su alimento vuelve a bajar el pico
y me vuelve a mirar
meneando la cabeza
alrededor hoteles de altísimo aluminio
vidrios rubios detrás de las cabezas
un régimen de moscas consumiento el sonido
el ave teme observa se levanta
con ágil movimiento vuela sobre estos días
que invadieron los ojos con el ocio terrible
de los desocupados.
Dios mío, todos los días han sido
¿No nos ha quedado siquiera un
día nuevo?
MARIN SORESCU
Cuando el cuerpo no podía
quedaba horizontal y la carga ignorada.
Aún pasado el invierno no había cómo quitar
las manchas de alcanfor que marcaron el pecho
buscaban adelante, hacia atrás, en los lados
y el cuerpo estaba adentro.
En la puerta cancel del antiguo vestíbulo
brilla un vitral que sirve para tapar el gris con sus colores, hoy ya desatendidos, y sus vidrios rajados
por donde pasa el viento trepidando
como un viejo y ruinoso caballo de lechero.
Este es el escenario de una ciudad
con muros carcomidos, reflotada del agua
y puesta a navegar otra vez con nosotros
entre descalzas voces que recuestan sus hijos
o baldean las piezas a lo largo del patio
mientras mamá desviste la muñeca que sienta
al centro de la cama
varios días después del primer fin del mundo.
Y cuando algunos barcos se perdieron
en tierra para siempre
(la colección de El Tony, el miedo a las gitanas…)
los alcancé de nuevo con el perfil del ojo.
Los rumores sitiaron otra esquina
y desearon el vidrio empañado y nocturno
de la viuda.
I
¿Quién eres, di, sombra errante,
que me sigues pertinaz,
y doquiera que la faz
vuelvo, te miro delante?
¿Eres la memoria estuante
de lejano devaneo,
o al engendrarte el deseo
con mi propio ser batallas?
Esta vida es un misterio,
una visión vaporosa,
una vereda escabrosa
que conduce al cementerio.
Siempre la ambición que mueve,
siempre delirios que embriagan,
siempre sueños que no apagan
ni los años con su nieve.
El hombre hasta vacilando
al borde del ataúd,
sueña, en su decrepitud,
siempre la dicha esperando.
La madre Sor Ramona
de San Jerónimo,
suspiraba una tarde
rezando en coro.
¡Cruel dolencia!
amaba como burra
su reverencia.
Un cojo mozalbete,
chato y robusto,
encendió de la monja
el seno túrgido.
El caballero,
ejercía de sacris
y campanero.
¿Está bien un ángel en el mundo?
Shakespeare
Blanca Rosa inmaculada,
que con blanca luz bañó
inocente una alborada;
blanca Rosa perfumada
con el aliento de Dios:
tú, la tímida azucena,
tú, la del carmen encanto
que meció el aura serena,
y nunca empañó la pena
con una gota de llanto:
tú, el éter que en un momento
dejó el brillante cristal;
pluma que en alas del viento
subió al azul firmamento
para no volver jamás:
tú, que la tierra temida
apenas, Virgen, rozaste,
y por genios suspendida
de cándida luz vestida
a otra región te elevaste:
tú, que en vaporosas salas
gozas de un mundo mejor,
ángel de brillantes galas
cuyas blanquísimas alas
nunca este mundo enlodó;
tú, a quien del velo de esposa
formó la muerte el sudario
que cubre tu faz preciosa,
y del tálamo de rosa
un túmulo funerario:
tú, que volviste la espalda
a los placeres de aquí;
tú, que la nupcial guirnalda,
la dejaste por la gualda
del Edén, digno de ti:
tú, que en esfera infinita,
hija de la luz y el cielo,
tienes tu historia bendita
por mano de Dios escrita
sobre el estrellado velo:
tú, que sintiendo emociones,
que yo de pintar prescindo,
habitas altas regiones,
y entre nubes de crespones
eres el ángel más lindo:
tú, que en beatitud tranquila
a Dios contemplando estás,
y de Dios en la pupila,
como en mar de luz, vacila
dibujada, ángel, tu faz;
tu faz donde se atesora,
el brillo de las estrellas:
plega tus alas ahora
que mi razón se evapora
queriendo seguir tus huellas;
Y si puedes el acento
que parte del corazón
escuchar desde ese asiento
que tiene por pavimento
el rostro regio del sol;
deja la órbita estrellada,
baja, y verás de Gabriel
la faz de llanto surcada,
que si en la tumba eres nada,
eres todo para él.
Bajo el ciprés doliente que vigila
de tus restos la tumba funeraria,
quiero elevar mi férvida plegaria
al trono del Señor.
Fue tu cuerpo clavel que al rayo ardiente
del sol, desplega el rojo terciopelo,
y marchito después por cano hielo
se dobla sin color.
Cuando me vaya, escóndeme en tus ojos: tras esas silenciosas amplitudes de tus mirares hondos y trigueños; llévame en tus más solas solitudes hecho rubor en tus deseos rojos; guárdame en algún viejo relicario junto a los besos que jamás me diste, fundido a algún impulso temerario que aún te reprocha lo que nunca hiciste…
Cierra, sobre el recuerdo que te deje, tu cofre de Pandora: que cuanto más me aleje me sientas más de cerca a cada hora.
¡Qué tonto es el hombre
que nunca se dobla!
¡Qué sabio el que tiene
flexibles las corvas!
I
Conozco yo a un mico
que ayer sin la torta
vagaba, cual vaga
perdida la nota.
Asaz monarquista
con puntas de hipócrita,
rezando en la iglesia
gastaba sus rótulas.
Ya tú no importas, ni tu amor conmueve,
Ni yo soy en tus días la emoción dulce y leve
que como brisa tibia pasó por tu desierto;
porque tu amor ha muerto y mi pasión ha muerto.
Pero sobre tu mesa reposa mi estatuilla:
Y al pasar de los años y al caer nuestra arcilla,
Seguirá reposando sobre la misma mesa
Sin que nadie pregunte al mirarla en la mesa
Si es el mudo tributo de una huesa a otra huesa.
Pagó Satán su avilantez maldita;
Eva pagó su falta de recato;
pagó Caín su negro asesinato,
y su lascivia el torpe sodomita.
Pagó su orgullo Cora el israelita,
su locura fatal pagó Erostrato;
pagó su iníamiai el Iscariote ingrato,
y su deicidio la nación precita.
Si es linda la blanca luna
de luceros tachonada,
que se espeja en la laguna
desde el éter reclinada,
es más linda tu mirada.
Si es lindo ver, con donaire,
gasa de luz delicada
remecida por el aire
en la cortina azulada,
es más linda tu mirada.
Ni la luz refulgente de la aurora,
cuando rasga del cielo la cortina,
ni los rayos de fuego con que dora
el ígneo sol la corpulenta encina,
pueden brillar, mujer fascinadora;
que todo tu mirada lo domina,
y a la aurora y al sol les causa enojos
la luz fulgente de tus lindos ojos.
Bella y feliz, señora respetada,
fuiste en áureo salón reina preciosa;
mas te dejó la suerte caprichosa
sin hijos, sin honor, sin fe, sin nada.
Por quemante despecho arrebatada
hoy que vives en crápula estruendosa,
eres más que el cinismo escandalosa,
y más que la desgracia, desgraciada.
Gentil, preciosa, de crespón cubierta
ángel-mujer, sublime, sin defecto,
entróse a un casuquín de sucio aspecto
a la vez que de allí salió una tuerta:
y yo, sintiendo la ilusión despierta
al blando impulso de inocente afecto,
quise saber quién era, y al efecto,
pregunté a la mujer que vi a su puerta:
«¿Quién es el ángel divinal, muchacha,
que entró a esa casa cuando tú salías?»
Y la tuerta, soez y vivaracha,
dijo riendo ante las barbas mías:
«Qué ángel ha de ser, ni quiojo diacha,
si es Nicanora la den cá Matías»*.
«¡Oíd!»—gritaba un charlatán osado,
ante inmenso auditorio de babiecas
que en derredor bullía,
y escuchaba extasiado,
como el concurso aquel de las Batuecas,
o como escucha a veces
el pueblo rey en alta galería
del onogro conscrito las sandeces.
Yo te he visto, en esa hora fugitiva
en que la tarde a desmayar empieza
doblar cual lirio enfermo la cabeza,
la cabeza adorable y pensativa.
Y entones, más que nunca, sugestiva
se ha mostrado a mis ojos tu belleza,
como en un claro – oscuro de tristeza
con palidez que encanta y que cautiva.
En ruin lugarejo bien lejano,
Homobono los títeres movía,
y a un muñequillo con primor hacía
tejer piruetas y cantar. No en vano;
porque el público, en títeres profano,
entusiasta, frenético aplaudía;
y el alcalde creyendo brujería
tal cosa, dijo al titerero: ¡hermano,
posible es que ese mono que me encanta
baile y accione, mas cantar en tono
es un prodigio que en verdad espanta!
Siempre hay vientos abrasadores
que pasan por el alma del hombre
y la desecan…
Lamenais
I
Yo, mujer, te adoré con el delirio
con que adoran los ángeles a Dios;
eras, mujer, el pudoroso lirio
que en los jardines del Edén brotó.
Si la conozco bien: si sé que es ella
frívola y desdeñosa y casquivana;
llena de gracia y como pocas bella,
pero de alma insensible, fría y vana.
Si sé que nunca del amor la estrella
en su camino ha de brillar ufana
porque es su pecho de granito y huela
dejar no puede la presión humana.
Si no sabía pintar: jamás su mano,
mojando en los colores la paleta,
supo trazar, con fantasía inquieta,
los contornos de cuadro soberano.
Si no tenía inspiración; si en vano
fuera pedirle la intuición secreta
que tiene en sus delirios el poeta:
porque él no era un artista: era artesano.
Tranquilo el tonto en su moral penumbra
vive feliz, porque su fe palpita;
jamás la fiebre de saber le agita,
ni la falta de luz le apesadumbra.
El sabio con la gloria se deslumbra,
y entre la duda y el dolor medita;
porque el talento es lámpara maldita
que los horrores de la vida alumbra.
Es la gloria fantasma de colores;
la vida es un infierno pasajero;
la amistad, accidente del dinero,
el amor es un Gólgota entre flores.
La juventud es germen de dolores;
la vejez, una infancia sin babero;
la ciencia altiva del mortal, un cero;
los altares de Cristo, mostradores.
Virtud excelsa, tu perfume aspiro
en la voz de mi madre cariñosa,
y de mi sueño en el crespón te miro
tranquila sonreír, virgen preciosa.
De blanca veste y vaporosa falda,
fuente de inspiración, rico tesoro;
flor que mece en varilla de esmeralda
hojas de nácar y botón de oro.
Me hizo nacer la suerte maldecida,
de sombra y luz conjunto inexplicable;
que oculta en mi corteza despreciable
arde un alma grandiosa y descreída.
Llevo en mi frente, do la audacia anida
un mundo de ilusiones impalpable;
soy, en fin, un misterio impenetrable,
que me agito en el sueño de la vida.
Acuérdate de cuando fuimos niños
los turbios niños
de cuando fuimos vivos
por pura complacencia del destino.
Mudos.
Turbios niños
Callados
cuando fuimos niños
Creciendo
silenciosamente educados.
Nunca
fuimos realmente niños
en mitad del dolor amargo
de las guerras.
El árbol se levanta sobre la tapia hundida.
El viejo campanario la paloma que había
huyó bajo la guerra- está desierto:
Todo es la sombra.
El monte desolado invade el patio,
el pozo seco,
el niño destrozado por la yedra.
Es la piedra y el reino de la piedra
lo que sobre los hombres permanece de niño
escondí en esta tierra mi inocencia- después
de que la lluvia haya cesado. Aquí,
el águila no importa,
no importa la víbora ni el sarrio.
Cuando el cierzo desciende y se alza la niebla,
toda la ciudad mi Zaragoza amada- se cubre de palabras
que surgen del silencio hacia la nada.
Es entonces el enorme Paseo
se hace suave y hermoso- cuando veo las cosas
como fueron: El niño, la explanada,
la vieja que vendía cacahuetes y almendras.
Se apuesta en el café
las últimas partidas de baraja.
Din, dan. Din, dan:
Las campanas domingo en la ciudad
tarde que avienta el viento
hasta la orilla.
Y los muchachos
sueñan, en las paredes,
con posters que se clavan
trayéndoles recuerdos de París
y de su audacia:
Melenas,
pantalones, largos jerseys,
tristeza, vacío en las espaldas.
A nadie golpeamos
y fuimos, al contrario, empujados,
hasta caer de bruces en la yerba.
A nadie hicimos daño
y fuimos juzgados,
silenciados, hundidos, una y otra vez.
No tuvimos valor de levantar la mano
de poner la mejilla, el otro rostro lado
para recibir un nuevo golpe.
Cantamos.
Cantamos por las calles avenidas a medias-
con nuestro amor -¿amor aquello?- sobre
la espalda recién cicatrizada aún.
Y tardes enteras
en las vespertinas sesiones de cines humildes
cogidos de la mano -¿amor aquello?- inútilmente
horas y más horas.
Apenas un recuerdo, un vago sueño
de pasados domingos sin iluminarias
donde los camareros se aburrían
en establecimientos de segunda categoría.
Todo lo demás es un recuerdo nostálgico
de prensados días escolares
en el juvenil guardapolvo de los lunes.
Hablo, por hablar,
hoy que está desierto el mar
y una paz agreste invade
estas turolenses llamaradas
de fuego y de dolor.
Hablo del día a día que sucede,
de las tardes que adiós nos despedimos,
de los hijos que llegan,
de las tierras que acogen nuestros cuerpos
y de todo aquello
que va formando, al fin, nuestra figura.
Hoy quisiera olvidarme del mar,
del mar en las ventanas,
del dígale usted a todos buenos días,
seguimos por aquí,
así como siempre, muy buenos de salud
y de agonía.
Hoy quisiera
no saber las palabras,
olvidarme los ritos, las maneras,
ser tan libre como la mano de una niña,
o el ojo de un pájaro en la niebla.
Nadie en las puertas.
Nadie en los largos corredores
que conducen directos
hacia las antiguas plazas y viejos campanarios:
Sólo el viento,
testigo del naufragio.
Nadie en los altozanos.
Nadie en las parideras
batidas por el sol
que llevan hasta el fondo de la sombra:
Sólo el grajo
testigo del silencio de la tarde.
¡Hermano, hoy estoy en el poyo de casa,
donde nos haces una falta sin fondo!
……………………………………………………….
Oye, hermano, no tardes
en salir. ¿Bueno? Puede inquietarse mamá.
César Vallejo
Miguel: Y caminamos.
Aunque se hizo el silencio
y no viniste, seguimos caminando.
de mi padre
Hoy marzo y siete. ¿Recuerdas? Yo recuerdo.
Soy vivo y te recuerdo: Íntegramente puro,
siempre igual. Diste la mano a quien te dio la mano
y arrancaste el odio a quien te odió de espaldas.
¿Recuerdas?
Se han marchado todos
y nadie ha vuelto
para cerrar la puerta.
Esta, vieja y desguazada,
golpea contra el viento
en las noches de asombro
como si nadie la quisiera oír,
como si todos los páramos del tiempo
se encerrasen aquí,
sobre estas galerías de casas agrietadas.
de Vicente Cazcarra
Hoy he visto a tus padres, cuando volvía a casa.
Él me miró en silencio,
con los ojos perdidos del hombre que trabaja,
día y noche, en los trenes. Ella, tu madre,
me anunció tus treinta años igual que yo- cumplidos,
y tu hermana tenía ardor y rabia en las palabras.
Este tiempo. La lluvia.
Nadie venía a verme por la tarde
y el corazón
opuesto a las palabras,
rendía su homenaje silencioso.
Lejos hablaba el mar, la noche.
Siempre los pasajeros
sienten terror del cielo
y nadie representa la comedia
con el tono de voz apetecido.
Te he visto envejecer entre mis manos,
mis caricias tus manos me abrazaban
un día y otro día- sin poder detenerte,
detenernos.
Tus ojos querían para mí
las cosas dulces, suaves,
aunque tú ya sabías lo violenta,
dura y desolada,
que está la vida.
de Emilio Gastón
Hoy me he dado de bruces
con tu ángel,
borracho en una tasca:
Olivitas rellenas, chorizo riojano,
tinto de Cariñena.
Burocráticamente hablando,
tu ángel se ha hecho ficha
de señor que revienta en los tranvías,
mientras tú, soldado de hace años,
marivioleas por el campo con tus hijos.