Cuando de noche, a solas, en tinieblas,
fatigado de no sé qué fatiga
se derrumba mi cuerpo y se acomoda
en la impasible superficie oscura
que le sirve de apoyo y de mortaja,
yo me tiendo también y me limito
al inerme contorno que me entrega,
a la isla de olvido en que se olvida.
A la memoria de mi padre
En vida nunca pude llevarme con mi padre.
Cuando este murió, la muerte, milagrosamente,
le dio vida dentro de mi corazón.
Desde que despojado de tu cuerpo
te escondiste en el aire,
yo siento mi existencia más honda en el misterio,
como si mis manos, alargadas por las tuyas
inmensas en el cielo,
en levantado avance
ya tocaron la astronomía sin fin…
Estoy como en los ríos
que a pesar de correr sumisos a su cauce,
por su mortal marino abocamiento
también están ligados
a las aguas del mar donde se acendran.
Ese llanto invencible que brota a media noche,
cuando nadie nos ve ni nuestros propios ojos
pueden atestiguarlo,
porque es llanto reseco, privado de su sal,
desvestido de linfa,
con aridez de fiebre
y amargo como el humo de los remordimientos.
Levántame la vida,
deja lamer tu piel
navegar tu marca
en estos cuantos días
que todavía me restan.
Permíteme, también,
que como tú
yo piense
que la muerte no existe
y el tiempo no camina.
Para el poeta Carlos Pellicer
Pinté el tallo,
luego el cáliz,
después la corola
pétalo por pétalo,
y,
al terminar mi rosa,
la induje
a soñar su aroma.
¡Hice la rosa perfecta!
Tan perfecta,
que al día siguiente
cuando fui a mirarla,
ya estaba muerta.
¿Por qué no soy yo tu cuerpo
sobre mi cuerpo desnudo
para abrazarme a mi tronco
y sentir que soy yo mismo
ascendiendo por mis muslos?
¿Por qué no soy yo tus ojos
para mirarme los míos
y decirme con miradas
lo que al mirarte te digo?
a Xavier Villaurrutia
Si hubieras sido tú, lo que en las sombras, anoche,
bajó por la escalera del silencio
y se posó a mi lado,
para crear el cauce de acentos en vacío
que, me imagino, será el lenguaje de los muertos.
Para soportar
estos años aciagos,
amargos,
de apretado silencio
en soledad sin muros,
he tenido que aprender
a platicar a solas,
a sufrir sin queja,
a llorar sin llanto
y a crearme,
en las quemantes noches
de los insomnios vagabundos,
la dócil compañía
de mi almohada,
haciéndola que duerma entre mis muslos.
Entre tus piernas
y las mías
hay un axioma
que no admite teorías.
¡Longevidad maldita!
¿por qué si soy ceniza
mi cerebro está en brama
y mi lujuria cunde
hasta las marchitas zonas
de mi carne aniquilada?
¡Longevidad maldita!
llamarada helada,
tantálico averno
de concupiscencia rezagada.
Toda belleza humana
aún me despierta la esperanza
de gozarla
y vivo y me desvivo
eyaculando,
sólo orgasmos de lágrimas.
Estoy solo en el grito inesperado
que lanzo en mi sabor de oscuridades
para llenar de voz mis soledades
y revivir mi ser deshabitado.
Mi cuerpo se atormenta, desolado,
en una larga sombra de crueldades
y el pensamiento rueda en tempestades
de presencia de infierno exasperado.
al General Eduardo Hay
No sé quién soy en esta llama cruenta
de angustia, de dolor, de goce y llanto,
en que nace el misterio de un encanto
que destruye mi vida y la alimenta.
No sé quien soy en esta red que inventa
peces de espuma en vértigos de espanto
y un venero de siglos que levanto
para saciar la sed que me atormenta.
No sé cómo mirar para encontrarte,
horizonte de amor en que me excito,
distancia sin medida donde habito
para matar las ansias de tocarte.
No sé cómo gritar para llamarte
en medio de mis siglos de infinito
donde nace el silencio de mi grito
movido por la sangre de buscarte.
Oh, la Mesa, la Mesa,
a la derecha
el padre,
a la izquierda
la madre,
al frente
el espíritu santo,
y en el centro
el cordero:
¿Ojos celestes
azules,
flavos,
amatistas?
Oh, esa Mesa, esa Mesa:
¿Cuadrada,
redonda,
inexistente?
Alameda:
guarda bien
mis siete años primeros.
Y los siete
posteriores.
Y el carrusel luminoso
de mis primeros amores.
Alameda;
que yo volveré algún día
a recoger los mejores
¿sueños? de la infancia mía.
Automóvil
Una cantata de bocina.
Gusano de luz por la calle sombría.
Los ojos relucientes bajo la noche fría.
Reptil de la ciudad que raudo se desliza.
Agua pura corría
por el piano.
Dulcemente salía
del cauce de sus manos.
La nostalgia dormía.
Y dormía el Ocaso.
La Música bebía
el agua de su vaso.
¡Cómo galopa la sangre!
¡Qué difícil detenerla
para que nos vaya al paso
cuando vive con tal fuerza!
Le he puesto duros bocados;
la he sujetado las riendas;
hay un viento que me puede
y la clava mil espuelas.
Fantasmas de hielo y sombra
animados y sin alma
me cercan por todas partes
adondequiera que vaya.
Me cercan y me persiguen,
pero nunca me acobardan,
porque al hielo que me oponen,
les opongo fuego o llama.
Deslizándome en el agua
hasta la Isla he venido.
He vagado entre sus brisas.
Y por su costa he corrido.
Del mar salí llena de algas,
con el bañador ceñido.
Y tras andar por la Isla,
bajo un árbol he dormido.
No quiero la pipa curva,
ni tu pañuelo bordado,
ni las rosas -los domingos-
ni el cestillo con pescado.
Y, marcharé de este puerto
hacia otro puerto distante
para que decir no puedas:
-¡La pescadora es mi amante!
Ven a mí que vas herido
que en este lecho de sueños
podrás descansar conmigo.
Ven, que ya es la media noche
y no hay reloj del olvido
que sus campanadas vierta
en mi pecho dolorido.
Tu retorno lo esperaba.
A Guillermo de Torre
De este sueño malva y rosa
que sueña el agua del río,
se van rosando en la tarde
las velas de mi navío.
De las lejanías vengo.
Cruzo fente al espigón.
Me gusta andar de noche las ciudades desiertas,
cuando los propios pasos se oyen en el silencio.
Sentirse andar, a solas, por entre lo dormido,
es sentir que se pasa por entre un mundo inmenso.
Todo cobra relieve: una ventana abierta,
una luz, una pausa, un suspiro, una sombra…
Las calles son más largas, el tiempo también crece.
El carnaval explota en sus colores.
Un hombre baila con la muerte en el centro de la pista,
lleva en sus brazos un esqueleto y todos miran, ríen y sospechan.
Hay hombres que creen que el carnaval constituye algo así como la vida,
se disfrazan a diario,
disfrazan a sus mujeres.
Medianoche.
Canción negra.
¡Y canta mi única estrella!…
¡Que rompan ese reloj
y quede a solas con ella!
Me hablas desde el pasado extinguido y te escucho,
y al escucharte soy joven, benévola, incipiente.
Me hablas y en cada frase reconozco
mi locura de ayer, fuerte y desmesurada
como el azar y la suerte.
Escribir es volver sin volver,
indagar el desperfecto del espejo
Me hablas y hay otros hombres.
El viento
bate espadas de hielo.
-No abriré la ventana-
El viento
decapita luceros.
-No abriré la ventana-
El viento
lleva lenguas de fuego.
-No abriré la ventana-
En telegramas de sombra
que van llevando los vientos
se lee ya la Gran Noticia
que conmueve al Universo…
-Yo no abriré mi ventana-
A Clara
Ella escribe.
Da vueltas por la casa aplastada de palabras,
por las calles de transeúnte del tiempo,
por las sombras de ese otoño permanente,
allí donde el sol sólo alborea en mañanas extrañas.
Generación tras generación nace la palabra.
Un bisabuelo meciéndose en su sillón de mimbre.
Una abuela partera y crías de gorrión.
Olores a guisos y a frasquitos de éter.
La línea paterna: una ruleta, el pleno al diecisiete.
Ruidos de aviones que planean y nos llevan.
Un magma entorpeciendo las imágenes.