Paradoxa Prima

Vivir es adaptar nuestros antojos
al ritmo del temor a la ventaja,
y vive aquel que marcha tras la paja
que pesa como viga en sus dos ojos.

Mas saber de ignorancias y de abrojos
en nuestra candidez no hace rebaja:
Corremos de ambición por la migaja
¡sin hambre de verdad y siendo cojos!

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Soneto para entender a un neurótico

Nota: Para la composición de este soneto
se utilizaron los más geniales argumentos
que el autor ha escuchado, a manera de exculpación
en los círculos literarios de El Salvador.

La vida en sociedad es un trapecio
que juzga a los que mal se contradicen:
‘-Si soy como prefiero, me maldicen;
si soy como ellos quieren, me desprecio.’

Mentiras y verdades tienen precio
(un precio que suplica le revisen),
y al socio-torpe ritmo en que se dicen,
resulta de buen gusto ser tan necio.

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EL DIBUJO EN EL AGUA

Bien sabes que estos años pasarán,
que todo acabará en literatura:
la imagen de las noches, la leyenda
de la triunfante juventud y las ciudades
vividas como cuerpos.

Que estos años
pasarán ya lo sabes, pues son tuyos
como una posesión de nieve y niebla,
como es del mar la bruma o es del aire
el color de la tarde fugitivo:
pertenencias de nadie y de la nada
surgidas, que hacia la nada van:
ni el mismo mar, ni el aire, ni esa bruma,
ni un crepúsculo igual verán tus ojos.

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EL EQUIPAJE ABIERTO

De todo comienza a hacer bastante tiempo.

Y en una habitación cerrada
hay un niño que aún juega con cristales y agujas
bajo la mortandad hipnótica de la tarde.

Comienza a hacer de todo muchos años.

Y la noche, sobrecogida de sí misma,
abre ya su navaja de alta estrella
ante la densa rosa carnal de la memoria.

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EL SONETO NOCTURNO

La luna era ese párpado cerrado
que flotaba en el circo de la nada
—y el niño retenía la mirada
su hipnótico vagar de astro cegado.

La noche es un jardín narcotizado
con esencias de alquimia y sombra helada
—y tu infancia una estrella disecada
en el taller de niebla del pasado.

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INFANCIA

El viento golpea la puerta
del cuarto siempre cerrado.

El viento llama a la puerta.

El viento quiere abrir
la puerta en que detiene su camino
ese caballo blanco con ojos de cristal.

El viento araña
la puerta con su garra de dragón errabundo.

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LA EDAD DE ORO

Lo que el tiempo se lleve
que sea tanto
como aquello que el tiempo nos dio,
regalo inmerecido,
dejando la memoria en la inocencia
de la vida cumplida, porque nada
hiere más y más hondo que el recuerdo:
mientras dure una noche en la memoria,
esa noche es la Noche
y esa intensa memoria la Memoria.

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VALOR DEL PASADO

Hay algo de inexacto en los recuerdos:
una línea difusa que es de sombra,
de error favorecido.
Y si la vida
en algo está cifrada,
es en esos recuerdos
precisamente desvaídos,
quizás remodelados por el tiempo
con un arte que implica ficción, pues verdadera
no puede ser la vida recordada.

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Casida de la alta madrugada

Cuando te acuerdes de mi cuerpo
y no puedas dormir
y te levantes medio desnuda
y camines a tientas por tus habitaciones
borracha de estupor y de rabia

en algún lugar de la Tierra
yo andaré insomne por algún pasillo
careciendo de ti toda la noche
oyéndote ulular muy lejos y escribiendo
estos versos degenerados.

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Dame ungüento de carne, loba

La prisa despareja con que miro tu piel
la premura apretada con que altero tu cuerpo
y este desasosiego en que empapo mi lengua
para hablarle a tu carne y lamer a tu voz
son como ávidas gotas de estaño compasivo
que busca aminorar las grietas de la muerte

La planta de la edad nos chupa nuestros días
abriéndose como una flor negra, abominable
y en este esplendor de hoy se oculta la simiente
de una desposesión calcinada y perversa
como la del desierto.

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Del árbol de los tiempos

Del árbol de los tiempos nos hemos desprendido
bajo todo un sistema de galaxias de años;
y ahora estamos mirándonos y nos vemos extraños
igual que dos océanos que se hubieran unido;

hemos viajado tanto, es tan hondo el misterio
de coincidir, y amarse, desde vías tan remotas;
aún estamos buscándonos en el tiempo: dos motas
de polvo de ciprés tanteando un cementerio;

nos estamos mirando como dos aves pobres,
lastimados de vuelo, lastimados de espacio,
lastimados del tiempo que nos ha estado viendo;

nos estamos mirando lo mismo que dos sobres
cerrados el uno frente al otro que, despacio,
se van abriendo, se van abriendo, se van abriendo.

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El infierno

El bien irreparable que me hizo tu belleza
y la felicidad que se llevó tu piel
son como dos avispas que tengo en la cabeza
poniendo azufre donde consevaba tu miel.

¡Cambió tanto la cena! Botijas de tristeza
en vez de vasos de alba tiene hoy este mantel
y aquel fervor, espero esta noche a que cueza
para servirme un plato de lo que queda: yel.

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Mientras desciende el sol

Mientras desciende el sol, lento como la muerte,
observas a menudo esa calle donde está la escalera
que conduce a la puerta de tu guarida. Dentro
se encuentra un hombre pálido, cumplida ya, remota
la mitad de su edad; fuma y se asoma
hacia la calle desviada; soríe solitario
a este lado de la ventana, la famosa frontera.

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Mudo que rompe a hablar

He querido expresarme
Toda mi vida he querido expresarme.
No tengo otro destino, otro afán, otra ley.

Fui actos sucesivos
y el olvido que destilaban
los corroía a ellos ya mí.

Sobre los actos fui palabras
y ellas buscaban una lumbre
que no me calentaba a mí.

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Si tú me abandonaras

Si tú me abandonaras te quedarías sin causa
como una fruta verde que se arrancó al manzano,
de noche soñarías que te mira mi mano
y de día, sin mi mano, serías sólo una pausa;

si yo te abandonara me quedaría sin sueño
como un mar que de pronto se quedó sin orillas,
me extendería buscándolas, con olas amarillas,
enormes, y no obstante yo sería muy pequeño;

porque tu obra soy yo, envejecer conmigo,
ser para mis rincones el único testigo,
ayudarme a vivir y a morir, compañera;

porque mi obra eres tú, arcilla pensativa:
mirarte día y noche, mirarte mientras viva;
en ti está mi mirada más vieja y verdadera.

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Vivir a cara o cruz

Carezca yo de ti
y al infortunio suceda la desgracia
y a la desgracia el cataclismo
y a todo ello asistiría
con el desinterés de un muerto.

Estés conmigo tú
y por cada brizna de dicha
que pretendan arrebatarnos
avanzarían desde mi corazón
espléndidos ejércitos de odio.

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EL CUERVO Y EL ZORRO

En la rama de un árbol,
bien ufano y contento,
con un queso en el pico,
estaba el señor Cuervo.
Del olor atraído
un Zorro muy maestro,
le dijo estas palabras,
a poco más o menos:
«Tenga usted buenos días,
señor Cuervo, mi dueño;
vaya que estáis donoso,
mono, lindo en extremo;
yo no gasto lisonjas,
y digo lo que siento;
que si a tu bella traza
corresponde el gorjeo,
juro a la diosa Ceres,
siendo testigo el cielo,
que tú serás el fénix
de sus vastos imperios».

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EL LEÓN Y EL RATÓN

Estaba un ratoncillo aprisionado
en las garras de un león; el desdichado
en la tal ratonera no fue preso
por ladrón de tocino ni de queso,
sino porque con otros molestaba
al león, que en su retiro descansaba.
Pide perdón, llorando su insolencia;
al oír implorar la real clemencia,
responde el rey en majestuoso tono
—no dijera más Tito—: «Te perdono».

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