A LA EMBARCACIÓN

Velero bosque de árboles poblado,
Que visten hojas de inquieto lino;
Puente inestable y prolija, que vecino
El Occidente haces apartado:

Mañana ilustrará tu seno alado
Soberana beldad, valor divino,
No ya el de la manzana de oro fino
Griego premio, hermoso, mas robado.

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A LOS CELOS

¡Oh niebla del estado más sereno,
Furia infernal, serpiente mal nacida!
¡Oh ponzoñosa víbora escondida
De verde prado en oloroso seno!

¡Oh entre el néctar de Amor mortal veneno,
Que en vaso de cristal quitas la vida!
¡Oh espada sobre mí de un pelo asida,
De la amorosa espuela duro freno!

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A NUESTRA SEÑORA DE ATOCHA

En vez, Señora, del cristal luciente,
Licores nabateos espirante,
Los faroles, ya luces de Levante,
Las banderas, ya sombras de Occidente.

Las fuerzas litorales, que a la frente
Eran de África gémino diamante,
Tanto disimulado al fin turbante
Con generosidad expulsó ardiente,

Votos de España son, que hoy os consagra
Sufragios de Filipo: a cuya vida
Aun los siglos del Fénix sean segundos.

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A UN CABALLERO DE CÓRDOBA

Hojas de inciertos chopos el nevado
Cabello, oirá el Genil tu dulce avena,
Sin invidiar al Dauro en poca arena
Mucho oro de sus piedras mal limado;

Y del leño vocal solicitado,
Perdonará no el mármol a su vena
Ocioso, mas la siempre orilla amena
Canoro ceñirá muro animado.

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A UN CABALLERO POETA

No enfrene tu gallardo pensamiento
Del animoso joven mal logrado
El loco fin, de cuyo vuelo osado
Fue ilustre tumba el húmido elemento.

Las dulces alas tiende al blando viento,
Y sin que el torpe mar del miedo helado
Tus plumas moje, toca levantado
La encendida región del ardimiento.

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A UN FRAILE FRANCISCANO

Gracias os quiero dar sin cumplimiento,
Dulce fray Diego, por la dulce caja;
Tal sea el ataúd de mi mortaja,
Y de mis guerras tal el instrumento.

Consagrad, Musas, hoy vuestro talento
A la monja que almíbar tal le baja,
Pues quien acabar suele en una paja
Sella ahora el estómago contento.

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A UN PINTOR FLAMENCO

Hurtas mi vulto y cuanto más le debe
A tu pincel, dos veces peregrino,
De espíritu vivaz el breve lino
En los colores que sediento bebe,

Vanas cenizas temo al lino breve,
Que émulo del barro le imagino,
A quien (ya etéreo fuese, ya divino)
Vida le fió muda esplendor leve.

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A UN SUEÑO

Varia imaginación que, en mil intentos,
A pesar gastas de tu triste dueño
La dulce munición del blando sueño,
Alimentando vanos pensamientos,

Pues traes los espíritus atentos
Sólo a representarme el grave ceño
Del rostro dulcemente zahareño
(Gloriosa suspensión de mis tormentos),

El sueño (autor de representaciones),
En su teatro, sobre el viento armado,
Sombras suele vestir de bulto bello.

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A un tiempo dejaba el Sol

A un tiempo dejaba el Sol
Los colchones de las ondas,
Y el orinal de mi alma
La vasera de su choza;

Él porque tres veces quiere
En las tres lucientes bolas
De la torre de Marruecos
Ver su caraza redonda;

Y ella porque sus corderos,
En tanto que el Alba llora,
Se longanicen las tripas
De esmeraldas y de aljófar,

A cuenta de los poetas
Que baratan estas joyas
Entre los que en avellanas
Les pagan a «qué quiés, boca».

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A UNA CASA DE CAMPO

Si ya la vista, de llorar cansada,
De cosa puede prometer certeza,
Bellísima es aquella fortaleza
Y generosamente edificada.

Palacio es de mi bella celebrada,
Templo de Amor, alcázar de nobleza,
Nido del Fénix de mayor belleza
Que bate en nuestra edad pluma dorada.

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A UNA CASERÍA

Oh piadosa pared, merecedora
De que el tiempo os reserve de sus daños,
Pues sois tela do justan mis engaños
Con el fiero desdén de mi señora,

Cubra esas nobles faltas desde ahora,
No estofa humilde de flamencos paños
(Do el tiempo puede más), sino, en mil años,
Verde tapiz de yedra vividora;

Y vos, aunque pequeño, fiel resquicio
(Porque del carro del cruel destino
No pendan mis amores por trofeos),

Ya que secreto, sedme más propicio
Que aquel que fue en la gran ciudad de Nino
Barco de vistas, puente de deseos.

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A UNA DAMA QUE CONOCIÓ NIÑA

Si Amor entre las plumas de su nido
Prendió mi libertad, ¿qué hará ahora,
Que en tus ojos, dulcísima señora,
Armado vuela, ya que no vestido?

Entre las vïoletas fui herido
Del áspid que hoy entre los lilios mora;
Igual fuerza tenías siendo aurora,
Que ya como sol tienes bien nacido.

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A UNA DAMA VESTIDA DE LEONADO

Del color noble que a la piel vellosa
De aquel animal dio naturaleza
Que de corona ciñe su cabeza,
Rey de las otras, fiera generosa,

Vestida vi a la bella desdeñosa,
Tal, que juzgué, no viendo su belleza
(Según decía el color con su fiereza),
Que la engendró la Libia ponzoñosa;

Mas viéndola, que Alcides muy ufano
Por ella en tales paños bien podía
Mentir su natural, seguir su antojo,

Cual ya en Lidia torció con torpe mano
El huso, y presumir que se vestía
Del nemeo león el gran despojo.

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A UNA SANGRÍA DE UN PIE

Herido el blanco pie del hierro breve,
Saludable si agudo, amiga mía,
Mi rostro tiñes de melancolía,
Mientras de rosicler tiñes la nieve.

Temo (que quien bien ama, temer debe)
El triste fin de la que perdió el día,
En roja sangre y en ponzoña fría
Bañado el pie que descuidado mueve.

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A UNOS ÁLAMOS BLANCOS

Verdes hermanas del audaz mozuelo
Por quien orilla el Po dejastes presos
En verdes ramas ya y en troncos gruesos
El delicado pie, el dorado pelo,

Pues entre las rüinas de su vuelo
Sus cenizas bajar en vez de huesos,
Y sus errores largamente impresos
De ardientes llamas vistes en el cielo,

Acabad con mi loco pensamiento,
Que gobernar tal carro no presuma,
Antes que le desate por el viento

Con rayos de desdén la beldad suma,
Y las reliquias de su atrevimiento
Esconda el desengaño en poca espuma.

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AL CONDE DE VILLAMEDIANA

Las que a otros negó piedras Oriente,
Émulas brutas del mayor lucero,
Te las expone en plomo su venero,
Si ya al metal no atadas más luciente.

Cuanto en tu camarín pincel valiente,
Bien sea natural, bien extranjero,
Afecta mudo voces, y parlero
Silencio en sus vocales tintas miente.

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AL DOCTOR NARBONA

Mis albarcoques sean de Toledo,
Cultísimo Doctor; lo damasquino
A un alfanje se quede sarracino,
Que en albarcoques aun le tengo miedo.

Vengan (aunque es la voz antigua) cedo,
No a manos del señor don Bernardino,
Que por negarle un cuesco al más vecino,
Degollaré sin cadahalso un pedo.

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AL DUQUE DE FERIA

Oh marinero, tú que, cortesano,
Al Palacio le fías tus entenas,
Al Palacio Real, que de Sirenas
Es un segundo mar napolitano,

Los remos deja, y una y otra mano
De las orejas las desvía apenas;
Que escollo es, cuando no sirte de arenas,
La dulce voz de un serafín humano.

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AL MARQUÉS DE AYAMONTE

Alta esperanza, gloria del estado,
No sólo de Ayamonte mas de España,
Si quien me da su lira no me engaña,
A más os tiene el cielo destinado.

De vuestra Fama oirá el clarín dorado,
Émulo ya del Sol, cuanto el mar baña;
Que trompas hasta aquí han sido de caña
Las que memorias han solicitado.

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AL MARQUÉS DE AYAMONTE, DETERMINADO

Volvió al mar Alción, volvió a las redes
De cáñamo, excusando las de hierro;
Con su barquilla redimió el destierro,
Que era desvío y parecía mercedes.

Redujo el pie engañado a las paredes
De su alquería, y al fragoso cerro
Que ya con el venablo y con el perro
Pisa Lesbín, segundo Gaminedes:

Gallardo hijo suyo, que los remos
Menospreciando con su bella hermana,
La montería siguen importuna,

Donde la Ninfa es Febo y es Diana,
Que en sus ojos del Sol los rayos vemos,
Y en su arco los cuernos de la Luna.

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AL MARQUÉS DE AYAMONTE QUE, PASANDO POR CÓRDOBA

Clarísimo Marqués, dos veces claro,
Por vuestra sangre y vuestro entendimiento,
Claro dos veces otras, y otras ciento
Por la luz, de que no me sois avaro,

De los dos soles que el pincel más raro
Dio de su luminoso firmamento
A vuestro seno ilustre (atrevimiento
Que aun en cenizas no saliera caro);

¿Qué águila, señor, dichosamente
La región penetró de su hermosura
Por copiaros los rayos de su frente?

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AL MISMO

Ser pudiera tu pira levantada,
De aromátcos leños construida,
Oh Fénix en la muerte, si en la vida
Ave, aun no de sus pies desengañada.

Muere en quietud dichosa y consolada
A la región asciende esclarecida,
Pues de más ojos que desvanecida
Tu pluma fue, tu muerte es hoy llorada.

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AL NACIMIENTO DE CRISTO NUESTRO SEÑOR

Caído se le ha un Clavel
Hoy a la Aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
Porque ha caído sobre él!

Cuando el silencio tenía
Todas las cosas del suelo,
Y, coronada del yelo,
Reinaba la noche fría,
En medio la monarquía
De tiniebla tan cruel,

Caído se le ha un Clavel
Hoy a la Aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
Porque ha caído sobre él!

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AL PADRE FRANCISCO DE CASTRO

Si ya el griego orador la edad presente,
O el de Arpinas dulcísimo abogado
Merecieran gozar, más enseñado
Éste quedara, aquél más elocuente,

Del bien decir bebiendo en la alta fuente,
Que en tantos ríos hoy se ha desatado
Cuantos en culto estilo nos ha dado
Libros vuestra Retórica excelente.

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AL PADRE JUAN DE PINEDA

¿Yo en justa injusta expuesto a la sentencia
De un positivo padre azafranado?
Paciencia, Job, si alguna os han dejado
Prolijos los escritos de su Encia.

Consuelo me daréis, si no paciencia,
Porque en suertes entré, y fui desgraciado,
En el mes que perdió el apostolado
Un Justo por divina providencia.

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AL PADRE MAESTRO HORTENSIO

Al que de la consciencia es del Tercero
Filipo digno oráculo prudente,
De una y otra saeta impertinente
Si mártir no le vi, le vi terrero.

Tanto, pues, le ceñía ballestero,
Cuanta le estaba coronando gente,
Dejándole el concurso el despidiente
Hecho pedazos, pero siempre entero.

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AL POETA PEDRO SOTO DE ROJAS

Poco después que su cristal dilata,
Orla el Dauro los márgenes de un Soto,
Cuyas plantas Genil besa devoto,
Genil, que de las nieves se desata.

Sus corrientes por él cada cual trata
Las escuche el Antípoda remoto,
Y el culto seno de sus minas roto,
Oro al Dauro le preste, al Genil plata.

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AL PUERTO DE GUADARRAMA

Montaña inaccesible, opuesta en vano
Al atrevido paso de la gente
(O nubes humedezcan tu alta frente,
O nieblas ciñan tu cabello cano),

Caistro el mayoral, en cuya mano
En vez de bastón vemos el tridente,
Con su hermosa Silvia, Sol luciente
De rayos negros, serafin humano,

Tu cerviz pisa dura; y la pastora
Yugo te pone de cristal, calzada
Coturnos de oro el pie, armiños vestida.

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AL SOL, PORQUE SALIÓ, ESTANDO CON SU DAMA, Y LE FUE FORZADO DEJARLA

Ya besando unas manos cristalinas,
Ya anudándome a un blanco y liso cuello,
Ya esparciendo por él aquel cabello
Que Amor sacó entre el oro de sus minas,

Ya quebrando en aquellas perlas finas
Palabras dulces mil sin merecello,
Ya cogiendo de cada labio bello
Purpúreas rosas sin temor de espinas,

Estaba, oh claro Sol invidïoso,
Cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
Mató mi gloria y acabó mi suerte.

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