a Cristina Campo
Son mis voces cantando
para que no canten ellos,
los amordazados grismente en el alba,
los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.
Hay, en la espera,
un rumor a lila rompiéndose.
a Cristina Campo
Son mis voces cantando
para que no canten ellos,
los amordazados grismente en el alba,
los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.
Hay, en la espera,
un rumor a lila rompiéndose.
Desnudo soñando una noche solar.
He yacido días animales.
El viento y la lluvia me borraron
como a un fuego, como a un poema
escrito en un muro.
Si te atreves a sorprender
la verdad de esta vieja pared;
y sus fisuras, desgarraduras,
formando rostros, esfinges,
manos, clepsidras,
seguramente vendrá
una presencia para tu sed,
probablemente partirá
esta ausencia que te bebe.
no sé si pájaro o jaula
mano asesina
o joven muerta jadeando en la gran garganta oscura
o silenciosa
pero tal vez oral como una fuente
tal vez juglar
o princesa en la torre más alta.
a Ivonne A. Bordelois
Mañana
me vestirán con cenizas al alba,
me llenarán la boca de flores,
Aprenderé a dormir
en la memoria de un muro,
en la respiració
de un animal que sueña.
En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tu del miedo?
Sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
Como el viento sin alas encerrado en mis ojos
es la llamada de la muerte.
Sólo un ángel me enlazará al sol.
Dónde el ángel,
dónde su palabra.
Oh perforar con vino la suave necesidad de ser.
Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.
Mensajeros en la noche anunciaron lo que no oímos.
Se buscó debajo del aullido de la luz.
Se quiso detener el avance de las manos enguantadas
que estrangulaban a la inocencia.
Y si se escondieron en la casa de mi sangre,
¿cómo no me arrastro hasta el amado
que muere detrás de mi ternura?
para reconocer en la sed mi emblema
para significar el único sueño
para no sustentarme nunca de nuevo en el amor
he sido toda ofrenda
un puro errar
de loba en el bosque
en la noche de los cuerpos
para decir la palabra inocente
Este temporal a destiempo, estas rejas en las niñas de mis
ojos, esta pequeña historia de amor que se cierra como un
abanico que abierto mostraba a la bella alucinada: la más
desnuda del bosque en el silencio musical de los abrazos.
Y fue entonces
que con la lengua muerta y fría en la boca
cantó la canción que le dejaron cantar
en este mundo de jardines obscenos y de sombras
que venían a deshora a recordarle
cantos de su tiempo de muchacho
en el que no podía cantar la canción que quería cantar
la canción que le dejaron cantar
sino a través de sus ojos azules ausentes
de su boca ausente
de su voz ausente.
ya comprendo la verdad
estalla en mis deseos
y en mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios
ya comprendo la verdad
ahora
a buscar la vida
Emboscado en mi escritura
cantas en mi poema.
Rehén de tu dulce voz
petrificada en mi memoria.
Pájaro asido a su fuga.
Aire tatuado por un ausente.
Reloj que late conmigo
para que nunca despierte.
Arrimado a la esquina de la mesa,
fiel, infinito el son de mi cubierto,
quisiera seguir siendo siempre el mismo Alberto
Rubio resucitado con su presa.
¡Qué olorosa la carne me embelesa
dorada, tan real, y tan despierto
de mis sentidos yo, por fin tan cierto
que la separación de amigos cesa!
Apretada la tierra en la greda vasija
ha tiempo que parió al esbelto cactus.
Cada día lo veo de mañana,
le llamo: -Fiel amigo, esbelto infatigable.
Entonces me obedece el cactus verde,
se adelgaza, se esbelta infatigable,
y yo le digo: -Amigo, amigo verde.
Es el mismo camino que condujo mi infancia.
Aquí está el mismo cerco, allí las zarzamoras
llenándose de polvo, allí la piedra agreste,
y un niño fantasmal que eternamente sigue.
Y el cabello camino verdea con el sauce,
cayendo en hondonada sobre el pecho.
Tanto tiempo que esperan esas flores
vagas, alertas desde los rosales,
ser envío de amores
secretos, potenciales
en culpas atrasadas
que no han nacido y viven desahuciadas.
Así no sé de males
míos, pero me importarán los daños
a las probables víctimas de engaños:
las rosas en esperas
de ser las verdaderas
rosas que envíe yo, ¡por tantos años!
Un bosque de eucaliptos me recuerda,
un olor de eucaliptos me hace aire;
me recuerdo y me olvido hacia mi infancia.
Soy un niño y también soy el estero
que corre por el fondo.
Yo también me hago estero cuando niño.
Fatiga despuntar un par de pasos:
basta el impulso como heroico avance.
Deslumbra agotador el solar trance
de perseguir las albas, los ocasos.
¿Correré siendo sol por campos rasos,
rayos mis piernas de frugal alcance,
si sangro sombra en vesperal percance,
rotos sanguíneos y solares vasos?
Se puso tan mañosa al alba fría,
la cerrada de puertas, la absoluta de espaldas,
cosiéndose un pañuelo que nadie conocía.
Se bajó bien los párpados. Con infinita llave
los cerró para siempre. Unos negros marinos
vinieron a embarcarla en una negra nave.
La mesa en la mañana me espera con su silla,
mas se sienta la ausencia familiar a la mesa.
La mesa en la mañana hasta mis ojos brilla,
cuando estoy frente a ella con mi sola cabeza.
Es una gota parda que brilla su rocío,
entre sillas que esperan todo el día pacientes.
Me vuelvo esa persona demorosa,
confusa, cuya prisa más la atrasa
cuando sale; no sabe qué le pasa.
¿Las redes o tejidos? ¡Buena cosa!
Los huertos y jardines, tanta rosa,
fruta, alfalfar, viñedo, bestias, casa;
riegos, siembras, cosechas
-labores a sus horas y en sus fechas-,
libres actos rituales suyos, míos,
constante campesino milenario
que se encarna en mis propios albedríos,
ni hosco ni demasiado solitario,
algo sociable, alguna vez parlero;
hombre que vive a gusto,
sobresaltado por el solo susto
de perder, rey feliz, el reino entero,
donde al fin otra fruta ágil madura:
sangre propia enraíza en su escritura.
A Armando
Ni el tronco yo, ni tú la esbelta copa,
ni tallo ni renuevo desgajado.
Ven a la mesa. Escarchará la sopa
de seguir enfriándose a mi lado.
Si no probaras nunca más la cena,
furia, helor en mí: todo, menos pena.
Por un hondo camino me aproximo a la historia
que en la honda sandía me sangra frescamente.
Es como hacer alegre calado en la memoria
recordar a mi madre sandía hundidamente.
Y me hundo profuso en la roja sandía,
y a mi madre me encuentro, filial en el regazo,
sentada en el profundo y maduro mediodía:
¡todos en senos sandiales el verano le abrazo!
¡Alto departamento que brilla allá en los cielos!
Los balcones se asoman, silenciosos y solos,
y más adentro de ellos las señoras conversan,
sentadas mutuamente, señoriales y altas.
Un silencio de alfombras se cierne en los balcones.
Las señoras conversan, delgadas y peinadas,
en el alto salón del departamento alto.
Doctas Pimpleas, que las verdes faldas
moráis alegres del feliz Parnaso,
donde Castalia su inspirante onda
vierte suave;
Sed a mi canto fáciles, el día,
que vuestros dones celebrando grato,
del padre Betis el laurel frondoso
ciño a mi lira.
Tal vez, amor, bajo el sagrado velo
de la amistad encubres tu furor;
el corazón se entrega sin recelo,
y en él clavas la flecha a tu sabor.
Tirano dios, cuya perfidia lloro,
el infortunio me enseñó a temer,
más ¡ay de mí!, si mi peligro adoro,
¿qué vale, tu astucia conocer?
Si vi tus ojos, Delia, y no abrasaron
mi corazón en amorosa llama;
si en tus labios, que el abril inflama
de ardiente rosa, y no me enajenaron;
si vi el seno gentil, do se anidaron
las gracias; do el carmín, que Venus ama,
sobre luciente nieve se derrama,
e inocentes mis ojos lo miraron;
no es culpa, no, de tu beldad divina,
culpa es del infortunio que ha robado
la ilusión deliciosa al pecho mío.
En vano, Elisa, describir intento
el dulce afecto que tu nombre inspira;
y aunque Apolo me dé su acorde lira,
lo que pienso diré, no lo que siento.
Puede pintarse el invisible viento,
la veloz llama que ante el trueno gira,
del cielo el esplendor, del mar la ira;
mas no alcanza al amor pincel ni acento.
En vano, Filis bella, afectas ira,
que es dulce siendo tuya, y más en vano
nos insulta ese labio soberano
do entre claveles la verdad respira.
Un tierno pecho que por ti suspira
esa linda esquivez adora en vano,
y por ser tuyo se contenta insano
si, no pudiendo amor, desdén te inspira.
La ilusión dulce de mi edad primera,
del crudo desengaño la amargura,
la sagrada amistad, la virtud pura
canté con voz ya blanda, ya severa.
No de Helicón la rama lisonjera
mi humilde genio conquistar procura;
memorias de mi mal y mi ventura,
robar al triste olvido sólo espera.
Esta que aun lleva la encarnada espina,
gloria de su vergel, purpúrea rosa,
y esta blanca azucena y olorosa
bañada de la lluvia matutina.
Un pastorcillo a tu beldad divina
ofrece, pobre don a nueva esposa;
y no mal te dispone, Lesbia hermosa,
cuando a adornar tu seno las destina.
Alcino, quien los ásperos rigores
de una ingrata beldad vencer procura,
ni encantos a la tésela espesura,
ni a la remota Colcos pida flores.
Amar es el hechizo, que en amores
la victoria y las dichas asegura,
y somete el pudor y la hermosura,
y corona al amante de favores.
¿Dónde cogió el Amor, o de qué vena,
el oro fino de su trenza hermosa?
¿En qué espinas halló la tierna rosa
del rostro, o en qué prados la azucena?
¿Dónde las blancas perlas con que enfrena
la voz suave, honesta y amorosa?
Nace la aurora y el hermoso día
brilla de rojas nubes coronado;
en mi pecho, de penas abrumado,
la sonrosada luz es noche umbría.
De las aves la plácida armonía
es para mí graznido malhadado,
y estruendo ronco y son desconcertado
el blando ruido de la fuente fría.
¿Si será de amistad, Filis hermosa,
la grata llama que en el pecho siento;
que como propio tu dolor lamento,
y soy feliz, cuando eres venturosa?
¿O será amor? Tu imagen deliciosa
grabada está en el alma, y el momento,
que obligado la deja el pensamiento,
me es ingrato el pensar, la vida odiosa.
Dulce es a la codicia cuanto alcanza
doblar el oro inútil, que ha escondido;
sin tener otro afán, ni por sentido,
meditar ya el placer, ya la esperanza.
Dulce es también a la feroz venganza,
que no obedece al tiempo ni al olvido,
los sedientos rencores que ha sufrido
apagar entre el fuego y la matanza.
Dulce esperanza, del prestigio amado
pródiga siempre, que el mortal adora,
ven, disipa piadosa y bienhechora
las penas de mi pecho acongojado.
Vuelve a mi mano el plectro ya olvidado,
y al seno la amistad consoladora;
y tu voz, oh divina encantadora,
mitigue o venza la crueldad del hado.
Es tarde ya para que amor me prenda
en su lazo halagüeño y fementido;
que aunque tal vez de la razón me olvido,
el hielo de la edad ¿quién hay que encienda?
Es tiempo ¡ay! triste que a su voz atienda
mi juvenil esfuerzo ya perdido,
después de haberla insano desoído,
cuando ser pudo de mi esfuerzo rienda.
Salve, oh alcázar de Edetania firme,
ejemplo al mundo de constancia ibera,
en tus ruinas grandiosa siempre,
noble Sagunto.
No bastó al hado que triunfante el peno
sobre tus altos muros tremolase
la invicta enseña, que tendió en el Tíber
sombra de muerte,
cuando el Pirene altivo y las riberas,
Ródano, tuyas, y el abierto Alpe
rugir le vieron, de la marcia gente
rayo temido.
Femineidad cobrando
entonación masculina,
gracia donde resuena
la voz virago,
carne con todo
lo que insinúa de caballo,
vientre recogido,
redonda grupa, ancho pecho,
orejas en punta, cerviz levantada,
crines densas,
la tibia piel y el belfo
en sucesivo mudar, del reflejo
castaño al ceniciento, bayo,
dorado, a manchas…
¡Y la vitanda conclusión
en tu deleite,
un abrazo
que por imprevista alquimia
se agrega también dones histriónicos,
un caballo que además finge
no admitir en su dorso a nadie
que no sea su dueño,
y además la prevención
de perder mansedumbre toda vez
que se lo ceda a otro dueño!
La Andrómeda del Tiempo, impar en la belleza y el agravio,
sobre este rudo peñasco ahora escruta largamente hacia uno
y otro brazo de la costa,
su flor, su porción de vida, condenada a ser alimento del dragón.
Muchos golpes y venenos la tentaron y acecharon una vez;
pero desde Occidente oye ahora el rugir de una bestia
más salvaje que las demás, más desenfrenada
en sus daños, más inicua y más obscena.
Mientras espera que la desnuden,
la expresión se esfuerza en desearse
a sí misma en blanco y negro,
y el ojo cuidadoso acecha
hasta sorprenderla empañándose,
empañada por matices de tensión,
físico desamparo.
Se trata de cazar,
y se trata de robo,
la víctima
lo consciente, sometiéndose,
y el ladrón llena de facciones, visajes,
su bolsa;
no supone angustias, trabajo aflictivo,
incomodidad, suceso infeliz.
Aquí yazgo pensando en ti:
¡La mancha del amor
se extiende sobre el mundo!
¡Amarilla, amarilla, amarilla
roe las hojas,
unta con azafrán
las cornígeras ramas que se inclinan
pesadamente
contra un liso cielo púrpura!
No hay luz,
sólo una espesa mancha de miel
que gotea de hoja en hoja
y de rama en rama
desluciendo los colores
del mundo entero;
¡tú allá lejos
bajo el rojo zumo del oeste!
De lo que va adelante
y de lo que sigue atrás,
de lo que dura y de lo que cae,
me deshago,
abandonado quedo
del fuerte soplo,
del suave viento,
y quieto, las espaldas
vueltas las manos hacia arriba,
apoyo en el suelo,
corazón
abjurando de armas, faltas,
de oraciones donde borrar las faltas,
blando organismo, entidad
que ignora cómo decir: “Yo soy”
y en la enfermedad y la muerte,
vejez y nacimiento,
ya no encontrarán lugar,
como no lo encontraría el tigre
para meter su garra,
el rinoceronte el cuerno,
la espada su filo.
Como el amor
que se posa
cada día sobre la ramita
que puede morir
Así brota tu amor
lozano
vigoroso de sol
compañero de los pájaros…
Intenta dibujar un león
y logra un perro,
cuando siente hambre cree
calmarla dibujando pasteles,
si dibuja una serpiente
le agrega patas,
al concentrarse
en un grano de mostaza, cabeza
de alfiler que crece en arbusto,
dibuja una higuera, lo estéril,
leño seco destinado al fuego.
En el mismo escenario
donde hasta avanzado el siglo
los enamorados todavía se buscaban
y estrechaban por lo idílico,
posándose
«cada día sobre la ramita
que puede morir»,
elevóse gradualmente un marco
de gustos crepusculares,
por las prostitutas de lujo
titilante rococó,
baudelaireanas correspondencias,
y allí acechaban
las Lou Andreas Salomé, Alma Malher,
proponiendo que a partir de sus romances,
exaltación de luminarias en ciernes
(el casto Nietzsche, Rilke el joven,
atraídos hacia la órbita de un texto
diáfano ya la vez temible),
caducarían todos los estereotipos
femeninos hasta entonces conocidos,
y en trance ya de esfumarse
para siempre hasta el más leve
rastro del bíblico infundio
que asegura que la mujer no tiene
potestad sobre su cuerpo.
De algún modo soy tu cuerpo,
Me designo en él, me quema
En la mentira útil como un remo,
En la desgracia y la amorosa lucha
Abriendo los huecos de su máscara.
Pero no me lo permitas,
No me dejes ser sólo tu cuerpo.