Hablaban con bocas de sombra,
susurraban sucesos mágicos,
historias de herrumbre y de musgo
(no sabían que estaban muertos,
y yo no quería apenarlos).
Fui reconstruyendo sonidos
que en el sueño significaban
para interpretarlos despierto
y atribuirlos a unos labios.
He ido desenterrando
todos mis muertos: sombras
compañeras, latidos
sin música, corona
de manos y de lágrimas
lloviendo en la memoria.
He ido desenterrando
mis muertos y mis horas…
(y sus horas), mis muertos
y sus glorias… (mis glorias).
Si muero, que me pongan desnudo,
desnudo junto al mar.
Serán las aguas grises mi escudo
y no habrá que luchar.
Si muero que me dejen a solas.
El mar es mi jardín.
No puede, quien amaba las olas,
desear otro fin.
Buscas los días. Desandas el viejo camino.
Dices: ‘Fue aquí…, por aquí…’
Buscas los días. Te aferras a escenas
que son el reflejo de un sueño en la sombra de un sueño.
Buscas los días. Te sumes en aguas heladas.
Esta casa no es la que era.
En esta casa había antes
lagartijas, jarras, erizos,
pintores, nubes, madreselvas,
olas plegadas, amapolas,
humo de hogueras…
Esta casa
no es la que era. Fue una caja
de guitarra. Nunca se habló
de fibromas, de porvenires,
de pasados, de lejanías.
Los tiempos cambian, Rembrandt. No es preciso
romper el coco: no hay que ser violento.
Cójase a un vivo, al que sin previo aviso
se le inyecta en las venas un pigmento.
El contraste, ni raudo ni remiso,
llega hasta el arrabal del pensamiento.
Cuando salí de ti, a mí mismo
me prometí que volvería.
Y he vuelto. Quiebro con mis piernas
tu serena cristalería.
Es como ahondar en los principios,
como embriagarse con la vida,
como sentir crecer muy hondo
un árbol de hojas amarillas
y enloquecer con el sabor
de sus frutas más encendidas.
Supuesto que sueño fue,
no diré lo que soñé:
lo que vi, Clotaldo, sí.
Calderón de la Barca
No tengo miedo nombraros
ya con vuestros nombres,
cosas vivas, transitorias.
Pandereta de siglos para dormir al hombre
preso en el corazón mudo del universo.
Media manzana de oro para que el niño coma
hasta sentirse eterno.
Árboles, puentes, torres, montes, mares, caminos.
Y todo a la deriva se irá desvaneciendo.
Le mendiant s′assied sur le bord du chemin.
Lamartine
Ahora que vuelve a ser la tarde
de plata y gris, ahora que tengo
ante mis ojos, en mi lengua,
el color, el sabor del tiempo,
ahora, por fin, ¡qué dolorosa-
mente, qué claro y fiel lo veo!
Tú que hueles la flor de la bella palabra
acaso no comprendas las mías sin aroma.
Tú que buscas el agua que corre transparente
no has de beber mis aguas rojas.
Tú que sigues el vuelo de la belleza, acaso
nunca jamás pensaste cómo la muerte ronda
ni cómo vida y muerte agua y fuego hermanadas
van socavando nuestra roca.
Qué sosiego volver,
hablarte,
abrazarte con mis miradas,
besarte la boca de tiempo
dónde el polvo seca la lágrima,
qué descanso poner mi oído
sobre tu madera encantada,
apurar las gotas de música
de la caja de tu guitarra,
recordar, preguntar,
soñar ahora que nada importa nada.
¡Cómo te agitas bajo nubes grises,
lámina fina de metal de infancia!
¡Cómo tu rabia, corazón de niebla,
rompe la brida!
¡Cómo te miro con mis pobres ojos!
¡Qué imagen tuya la que inventa el sueño!
¡Qué lentamente te deshace el aire,
roto en pedazos!
I
Inútilmente fui
recorriendo senderos
entre mármoles.
Luz
de prodigiosa hondura.
(Toda la noche había
llovido. Al clarear
cesó la lluvia. Nubes
navegaban el cielo;
nubes blancas.)
Inútil
fue recorrer senderos,
buscar tu nombre.
(Caminos exteriores que otros andan)
Aquí está el tiempo sin símbolo
como agua errante que no modela el río.
Y yo, entre cosas de tiempo,
ando, vengo y voy perdido.
Pero estoy aquí, y aquí
no tiene el tiempo sentido.
Manuel del Río, natural
de España, ha fallecido el sábado
once de mayo, a consecuencia
de un accidente. Su cadáver
está tendido en D′Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
a las nueve treinta, en St.
Perro editor. Cien mil veces maldito,
¿qué Luzbel te inspiró la Antología?
Una coroza es lo que merecía
tu idea, pez, hoguera y sanbenito.
Yo dormía hasta ayer como un bendito,
sin pensar en lo mucho que debía.
Ahora, despierto me sorprende el día,
nervioso, calvo, pálido y marchito.
Puesto ya el pie en el estribo
con las ansias de la muerte
mi despedida te escribo…
Cuando a vosotros vine de Castilla,
el aire era un dulzor de mieles de higos.
A Castilla me vuelvo, mis amigos,
donde la tierra es seca y amarilla.
Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo,
supe que todo no era más que nada.
Grito: ‘¡todo!’, y el eco dice ‘¡nada!’.
Grito’¡nada’!, y el eco dice ‘¡todo!’.
Vistió la noche, copo a copo,
pluma a pluma,
lo que fue llama y oro,
cota de malla del guerrero otoño
y ahora es reino de la blancura.
¿Qué hago yo, profanando, pisando
tan fragilísimo plumaje?
Y arranco con mis pamnos
un puñado, un pichón de nieve,
y con amor, y con delicadeza y con ternura
lo acaricio, lo acuno, lo protejo.
Zagalas del valle,
que al prado venís
a tejer guirnaldas
de rosa y jazmín,
parad en buen hora
y al lado de mí
mirad más florida
la rosa de abril.
Su sien, coronada
de fresco alhelí,
excede a la aurora
que empieza a reír,
y más si en sus ojos,
llorando por mí,
sus perlas asoma
la rosa de abril.
CANTO A BOLÍVAR
El trueno horrendo que en fragor revienta
y sordo retumbando se dilata
por la inflamada esfera
al Dios anuncia que en el cielo impera.
Y el rayo que en Junín rompe y ahuyenta
la hispana muchedumbre
que, más feroz que nunca, amenazaba,
a sangre y fuego, eterna servidumbre,
y el canto de victoria
que en ecos mil discurre, ensordeciendo
el hondo valle y enriscada cumbre,
proclaman a Bolívar en la tierra
árbitro de la paz y de la guerra.
Tibia en invierno, en el verano fría
brota y corre la fuente: en su camino
el puente pasa, toca la arquería,
y mueve con sus ondas el molino:
espumosa desciende, y se desvía
después, en curso claro y cristalino
copiando a trechos la enramada umbría
y el cedro añoso y el gallardo pino.
Crecida, hinchada, turbia la corriente
troncos y penas con furor arrumba,
y bate los cimientos y trastumba
la falda, al monte de enriscada frente.
A mayores abismos impaciente
el raudal espumoso se derrumba;
la tierra gime: el eco que retumba
se extiende por los campos lentamente.
Sonora, limpia, transparente, ondosa,
naces de antiguo bosque, ¡oh sacra fuente!
En tus orillas canta dulcemente
el ave enamorada y querellosa.
Ora en el lirio azul, ora en la rosa
que ciñen el raudal de tu corriente,
se asientan y se mecen blandamente
la abeja y la galana mariposa.
El carro del Señor, arrebatado
de noche, en tempestad que ruge y crece,
los cielos de los cielos estremece,
entre los torbellinos y el nublado.
De súbito, el relámpago inflamado
rompe la oscuridad y resplandece;
y bañado de luces aparece
sobre los montes el volcán nevado.
Tierno saúz,
Casi otro, casi ámbar,
Casi luz…
Por nada los gansos
Tocan alarma
En sus trompetas de barro.
Pavo real, largo fulgor,
Por el gallinero demócrata
Pasas como una procesión…
Aunque jamás se muda,
A tumbos, como carro de mudanza,
Va por la senda la tortuga.
Neoyorquina noche dorada
Fríos muros de cal moruna
Rector’s champaña foxtrot
Casas mudas y fuertes rejas
Y volviendo la mirada
Sobre las silenciosas tejas
El alma petrificada
Los gatos blancos de la luna
Como la mujer de Loth
¡Y sin embargo
es una
misma
en New York
y en Bogotá
La Luna…!
Porfía la libélula
Por prender su cruz transparente
En la rama desnuda y trémula…
Juntos, en la tarde tranquila
Vuelan notas de Angelus,
Murciélagos y golondrinas.
El pequeño mono me mira…
¡Quisiera decirme
Algo que se le olvida!
1
Consagro a su memoria este Retablo:
Un lucero nos guía hasta el establo
Donde su numen Niño Dios de cera
Junto al asno y al buey del Nacimiento,
Que humildad y potencia diéranle con su aliento,
De Reyes y pastores los tributos espera.