Ahora que el amor
es una extraña costumbre,
extinta especie
de la que hablan
documentos antiguos,
y se censura el oficio desusado
de la entrega;
ahora que el vientre
olvidó engendrar hijos,
y el tobillo su gracia
y el pezón su promesa feliz
de miel y esencia;
ahora que la carne se anuda
y se desnuda,
anda y revolotea
sobre la carne buena
sin dejar perfumes, semilla,
batallas victoriosas,
y recogiendo en cambio
redondas cosechas;
ahora que es vedada la ternura,
modalidad perdida de las abuelas,
que extravió la caricia
su avena generosa;
ahora que la piel
de las paredes se palpan
varón y mujer
sin alcanzar el mirto,
la brasa estremecida,
ardo sencillamente,
encinta y embriagada.
Bendita sea la terrible belleza de Franz Kafka
creyéndose un insecto entre nosotros,
hasta su recuerdo acudo en busca de consuelo.
Mi cabeza es un volcán que nunca duerme,
junto a mí todo es hoy El jardín de las delicias
pintado por El Bosco.
El sol nace en tu ingle,
eleva con su esfuerzo
de dios pequeñito
la torre de tu cuerpo,
grave como él, y leve.
Su puño dorado
va erigiendo tu pene
(envidia del arcángel
sin sexo a que atenerse)
hasta alcanzar la punta
de labio donde endulzas
tu gota de varón
y la sostienes,
la amarras como un barco
resuelto en la simiente.
Y ahora escúchame cómo derramo
hasta tres veces el vino sacerdotal,
cómo profano el infalible
lenguaje de los héroes
y asciendo hasta tu templo
con un tigre de la mano.
Tú, que tantas veces me has herido,
escúchame ahora,
porque contra ti voy,
fiera que me matas.
todo el deseo tanto
los aceites del templo entre mi cuerpo
mojado por tu cuerpo tanto
deseo arrodillada el olor
de tu sexo como un licor espeso
tanto
el cárdeno sudor de las especies
bañándome la lengua
la cueva de tu boca y sus dragones
sexo sexo sexo atada como ofrenda
en las aspas de tus equis
como diosa domeñada como fiera
como flor que se desploma
loca de amor enferma
del mal de tu belleza
tanto deseo
tanto
todo el amor
ya ves
la más pequeña de las niñas
no podrá recordar
un solo beso
El secreto de la poesía pertenece más al náufrago que al navegante.
***
Bajo la sandalia un círculo vacío, sobre el sombrero una mariposa.
***
La libre posesión del dolor, su dulce sombra,
rehaciéndonos de nuevo, diminutos.
Tu pene rueda hasta el sueño
como una margarita azul
en donde posa sus redes la tienebla.
La paz
es una seda oscura
tras el amor.
Siete de la mañana, todavía no ha amanecido
desfilan por las vacías calles los nacionales espectros.
Atravieso el puente de la Avenida de la Libertad,
levanto los ojos al cielo,
allí está Marina Tsvíetaieva ahorcada de una estrella.
Oscila su cuerpo en la oscuridad,
péndulo del reloj de nuestros días.
Una luna creciente
cabalga entre mis piernas.
En sus muslos se dora,
corcel, el sol naciente.
Que el marido paloma,
la ciruela rotunda.
Esta esposa que soy
la caracola.
La más morena liebre
en mi varón se eleva.
A nuestra cama vino a encallar la luna.
Dejó este peine, este nácar, este néctar.
Puso una seda brillante a tu aspereza.
Puso un cristal fragante a cuanta sábana
encontraba y no encontraba
más que los nardos alados de tu espalda.
Tengo frío junto a los estandartes,
el rumor de sus himnos
hiela mi corazón
como la negra memoria
de una guerra perpetua.
De dónde has llegado,
hombre dormido.
Qué nube te vertió,
qué carabela.
Quién te autoriza a este derrame
de nenúfares,
quién deslizó en tu tez
el pájaro de plata.
Te posas en mi lecho con descuido:
eres un ángel olvidado
dentro de un camarote.
La vida es insoportable
sobre las cenizas de las víctimas.
No me hables de los héroes,
he visto todos los trajes de la muerte,
la sombra de la sangre derramada
es siempre imborrable y única.
Miro nuestra casa
y sólo veo fantasmas.
Ábrete sexo
como una flor que accede,
descorre las aldabas de tu ermita,
deja escapar
al nadador transido,
desiste, no retengas
sus frágiles cabriolas,
ábrete con arrojo,
como un balcón que emerge
y ostenta sobre el aire sus geranios.
yo hablé con el pedazo de mi madre
que no quería morir se resistió
fue el potro que pierde la cordura
y es nervio cercenado ante la muerte
por la esgrima de fuego que sostuvo
tuvimos que enterrarla maniatada
yo pude hablar con esa jarra fría
de sangre que se muere
yo vi un dios reventado vi una estaca
de pólvora en su pecho
y a ese trozo de oído que latía
como una seda sacra
como el último barco
como el pulso final de flama de una astilla
a ese tercio de madre que me resta
y pesa más que el mundo
y es el diamante hirviente
que entierro entre mis ojos
a ese frasco de fe que me cedieron
clementes cirujanos desolados
le pude hablar
decirle
adiós pequeña
duerme
no habrá bestias feroces entre la oscuridad
Este tratado apunta
honestamente
que el pudor y su sueño
no encuentran mejor dueño
que el rincón apacible
de la vagina
y me destina
a una paz virginal
y duradera.
Esto el tratado apunta.
Por ser latina y dulce y verdadera
mente inclinada
a una casta tensión de la cadera.
Algún día
algún misterioso día húmedo
me volcaré en mí misma para siempre,
y no podrá nadie llamarme
por mi nombre,
porque seré un encierro de paz,
único y eterno.
Algún día húmedo,
con el sello infinito de dos palabras:
no volveré.
Cómo decir de pronto:
tómame entre las manos,
no me dejes caer. Te necesito:
Acepta este milagro.
Tenemos que aprender a no asombrarnos
de habernos encontrado,
de que la vida pueda estar de pronto
en el silencio o la mirada.
Cómo decir, amor, en qué momento
te rompes dulcemente entre las manos,
sin quejas, sin recuerdos, sin arcanos
y tal vez sin temor ni sufrimiento.
Cómo volver a amar, qué sentimiento
de elementos divinos o profanos
puede reverdecer entre desganos,
en la etapa final del desaliento.
Hoy no he leído un libro con asombro.
Al despertar
quise tocar un lienzo:
se hizo a la mar.
Quise tomar mi té:
el cuenco tornó a fuente.
Yo vi los numerosos
gramos de agua.
Quise prender la puerta:
se puso a arder.
Hola dolor, bailemos.
Serás mi amante breve
en este día.
Tu sirena de barco,
tus anillos sonoros en mi boca:
ya lo sé.
Oh bestia de Jehová,
muerdes a quemarropa.
Hola dolor.
Bailemos, qué más da.
Dame tu brazo, amor, y caminemos,
dame tu mano y sírveme de guía.
Ya no quiero saber si es noche o día:
mis ojos están ciegos. Avancemos.
Dame tu estar, amor, en los extremos,
tu presencia y tu infiel sabiduría:
por los caminos de la sangre mía
ya no sé si es que vamos o volvemos.
La suavidad del pan que no ha nacido
sostienen sus caderas,
un lomo terso de venado,
la curvatura del melón,
altas mejillas donde escribió
su adiós final la espalda.
Cómo no amar a este varón
sentado en sus dos lunas,
volcado como un río sobre el lecho.
Está bien. Seré dulce y obediente
o lo pareceré. Te da lo mismo:
Necesita, de pronto, tu egoísmo
que yo me quede así, sumisamente,
Sin sufrir, sin dolor, sin aliciente,
sin pasiones al borde del abismo,
sin mucha fe ni un gran escepticismo,
sin recordar la esclusa ni el torrente.
lo que duele es aquí
y es de maíz cascado
pienso en mi madre que tenía una banderita
pasó por esta casa fulgurante
pasó por esta espléndida
casa fulgurante
flamante refulgente
con maldita sea
los ramos de heliotropo
la pascuita
árboles bordados pájaros varios peces pericos
los pájaros frutales
el gato sucumbiendo a la pasión
(a las pasiones varias: pájaros peces)
un amor de veraneras mal disimulado
mi primer ramo de novios aromosos
ese beso del cual nunca pienso sanar
pasó pues por esta casa
y hacía de carrusel
de servilleta
de pajarito blanco
de puñetero Niño Dios
era de azúcar
tocaba el té con la falange pequeñita
yo sí me acuerdo
me parece refulgirme refulgente todavía
remojando el corazón en los granitos
yo sí me acuerdo aunque todos se olviden
e insistan cortésmente en que total ya se murió
-nadie se ofenda me refiero únicamente
a sus seres más queridos-
yo sí me acuerdo
y si es necesario
yo por siempre jamás me acordaremos todos
pasó por esta casa
y yo soy el testigo:
toque este hueco
que dejó mi corazón
en su tumba se agolpa un éxtasis de abejas
nos acordaremos todos
aquí es lo me duele
y un carrusel de azúcar siempre nunca jamás
Este miedo de ti, de mí… de todo,
miedo de lo sabido y lo entrevisto,
temor a lo esperado y lo imprevisto,
congoja ante la nube y ante el lodo.
Déjame estar. Así. ¿No te incomodo?…
Abajo ya es la noche, y hoy has visto
cómo acerca el temor: aún me resisto
pero me lleva a ti de extraño modo.
Gris y más gris. No estás, y yo estoy triste
De una tristeza apenas explicable
Con palabras, y de una imperturbable
Soledad, que por ti nace y existe.
Siempre de gris, mi corazón se viste:
Polvo y humo, ceniza abominable
Y la envolvente bruma irrenunciable
Que estaba ayer.
No llores, bestia dulce, trino del hambre.
Mira esta luna atorada entre mis pechos.
Te daré teta, como la madre gata,
con barriga de ensueño, con mamas de franela.
No llores más, cachorro, por tu rosal de leche
y el goterón de nube de mis ubres doradas.
Ni una palabra quedará, siquiera,
Amor que eras mi amor, que eras mi vida.
Ya no te digo adiós, ni hay despedida
Ni volveré a llorar por lo que fuera.
Dónde quedó el terror frente a la espera,
Dónde el pretexto fácil de la huida:
Estoy de pronto, como adormecida,
Brazos ausentes, párpados de cera.
Cuando me saquen del pozo
no me invoques, amor mío,
que mis dos pechos serán
blancas rodajas del frío.
Cuando del pozo me saquen
con coronas de rocío
mal puesta tendré la boca
para tu beso, amor mío.